TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / tilcara / Hisopo

[C:316]

La mamá de mi marido me contó esta historia como pudo; el castellano no es su fuerte, nunca se le pegó, pero es indudable que tiene un caudal de cosas que decir. Me imagino, tantos años guardando miradas, gestos, sonrisas, hasta lágrimas de verdad parecen esperar su oportunidad.
Cuando le vi la cara de ansiedad, supe enseguida que tenía algo para compartir. Nada especial, una de esas historias que uno nunca querría escuchar, por increíbles e intrascendentes, pero que en algún lugar tienen su encanto.
Cuenta mi futura suegra que un día, en la feria de Villa del Parque, una viejita se le acercó y le preguntó si disponía de tiempo. Quería sincerarse con ella, la vio confiable, le gustaron sus zapatos , se entusiasmó y sin esperar la respuesta empezó a hablarle de Roberto Filomeno, más conocido como “Hisopo, el Bueno”. Su madre, Roberta, mantuvo el secreto de la situación de Hisopo hasta donde pudo su sabiduría y su impaciencia, que no eran abundantes, precisamente. En un primer momento, cuando apenas nacido Hisopo, el médico le avisó de la aparente deficiencia de su hijo, Roberta se apenó, lloró, pataleó y hasta se le cruzó por la cabeza la terrible idea de sugerirle a las enfermeras que se lo cambiaran por otro. Pero cuando se lo trajeron y vio sus ojos, acarició los pequeños lóbulos de la criatura y las manos de Hisopo rozaron sus pechos, no dudó ni por un instante en asumir su rol de madre, y prometió criarlo, cuidarlo y sacarlo adelante como fuera.
Sin embargo, desde el mismo día en que Hisopo vino al mundo, a él le fue concedido un don. Sus llantos en la nursery tenían la característica de resonar en los tímpanos de cuanto recién nacido compartiera la sala con él. La enfermera del turno noche le comentó a la vieja cuánto había mejorado su sentido auditivo desde el día que Hisopo fue traído corriendo por insoportable. Podía escuchar a su prometido y futuro esposo decirle al oído que la amaba más que nunca antes.
Cuando empezó a gatear, el pequeño infante siguió demostrándole al mundo el por qué de su existencia. Un día, encontró un escarbadientes usado, que el nono había dejado caer en una siesta repentina que lo sorprendió después del asado. Miró atentamente la forma del palillo y se fue directo en cuatro patas a toda velocidad a meterlo de punta en el primer agujero que vio. La cuadra entera que da a la vía del tren, se quedó sin luz. Hisopo, fue despedido hacia atrás y cayó en brazos del abuelo que ante el inconfundible sonido, atinó a atajar al niño.
La sufrida Roberta decidió, con todo su amor de madre, que la escuela sería perjudicial para su hijo, tan especial y diferente al resto de sus posibles compañeros, por lo que el pequeño nunca salió de su casa, pero igualmente aprendió a leer y escribir. El método un tanto brusco, decía la viejita, fue dejarle libros, una birome y un cuaderno y que hiciera lo que pudiera. A los quince años, Hisopo se había convertido en un verdadero autodidacta. Durante todos esos años el ya joven adolescente había desarrollado su extraordinaria habilidad hasta fronteras inimaginables. Mucha de la fama que se hizo primero en el barrio fue responsabilidad de la madre. Tuvo la feliz idea de dejar deslizar el rumor de que su hijo había recibido en sueños la misión de destapar los oídos de la gente. Así cientos de cartas empezaron a llegar a la casa de la calle Tinogasta, todas pidiendo ayuda para poder escuchar.
Había quienes querían volver a escuchar a los gorriones callejeros, otros querían oír las risas de antes, y muchas mujeres le escribían porque querían poder escuchar a sus corazones. Las tarjetas personales de Hisopo, que su madre mandó a imprimir, lo declaraban Licenciado en Destapación de Oídos.
Hisopo el Bueno tenía siempre la palabra justa, el consejo atinado, sabía recoger la flor que haría suspirar de amor a los amantes que él unía y nunca conocía personalmente. Su amiga francesa, Cotonette, le amaba también en silencio. Nunca se lo pudo decir, se lo escribió, sí, pero Hisopo tenía en su don su mismísimo infierno.
Roberto Filomeno, alias Hisopo el Bueno, era sordo de nacimiento.

- FIN -

Texto agregado el 30-07-2002, y leído por 857 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]