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A veces daban documentales en la tele que hablaban de países como Zululandia. La verdad es que la mayoría sólo nos quedábamos con el exotismo de los reportajes y olvidábamos enseguida cómo se llamaban todos estos países subdesarrollados (pobrecitos). Bueno, como ven, ahora si me acuerdo que es Zululandia, pero como para no hacerlo con lo que nos enteramos luego. Por entonces, nos quedábamos con sus extrañas costumbres, que aunque fueran la mayoría de dudoso buen gusto, de ahí no pasaba el problema. Imagínese que salían las pobres zululandesas sin una ropita que les cubriera el busto. Yo creo que era por pobreza, pero hay algunos más malintencionados que piensan que era por amorales, que la ignorancia los había desviado hacia el libertinaje. Fuere como fuere, ahí se les notaba delicadeza a los que hacían los documentales, que nunca los sacaban en su invierno, seguro que todos heladitos de frío las criaturas. A veces, los veías en la pantalla juntarse unos cuantos y empezar a dar unos saltos muy raros, como si anduviesen por cenizas. El locutor en off, ése al que nunca ves la cara y tiene voz de operista, decía que estaban bailando, pero yo creo que se equivocaba, porque se veía el suelo con mucho polvo y como agrietado, seguro es que quemaba de lo lindo. ¡Con lo que debe de pegar el sol por aquellos lares! Otra cosa que solía salir mucho en los documentales, es cuando cazaban con lanzas. A mí me daba mucha pena ver a los cervatillos aquellos tan sangrantes por sus heriditas, y me tenía que tapar los ojos cuando a veces salía uno con la lanza en un ojo. ¡Qué poco respeto con las bestiecillas tenían los zululandeses! O eso, o muy poca puntería, que en las películas, si el argumento lo requiere y no hay más remedio, se mata al ciervo, pero siempre con delicadeza en a ver dónde le das. Pero claro, estos andan con mucha gusa, así que comprendo en cierto modo que no se paren con remilgueces. El colmo es que la tía Herminia se lo pasa bomba con esto, porque dice que le recuerdan al Niño de la Taleguilla, cuando afronta al toro en banderillas.

—Tía Herminia, que éstos las tiran de lejos.

—Ay, Lola, ¿y cómo quieres que hagan con esas cornupias tan largas que se gastan los bichos?

El caso es que todo estaba más o menos bien, que por algo somos civilizados y sabemos respetar las curiosidades de cada país, que si son ateos peor para ellos, tantos en el Cielo no íbamos a caber. Además no es como si los tuviéramos viviendo al lado, que a lo mejor en el ascensor me daban más susto. Pero así, cambias de canal y santas Pascuas. Lo peliagudo empezó cuando salieron en las noticias; que ya se sabe que los documentales son como las películas aunque con algo de verdades, pero si sales en el Telediario es todo de verdad y, normalmente, malo. Nunca nos olvidaremos del nombre de la pobrecita: Yuyima, o algo así... Bueno, la cosa es que andaba un periodista, vete tú a saber por qué, por un pueblito —que allí se llaman poblados— de Zululandia. De vuelta a la civilización, se trajo consigo un reportaje que salió en los periódicos y la tele. Parece ser que también trajo fotos, pero no las enseñaron que dijeron que daban mucha grima. Al Berontegui, —ya saben, el de las noticias— se le notaba muy emocionado al contarlo, que ya es raro en éstos, siempre diciendo tragedias con esa cara de palo que yo creo que practican en el espejo. Mientras ponían fotos de la Yurima, no las de asquito sino de las normales con la salvajita en su choza toda feliz o dando saltitos, el Berontegui nos decía como allá era costumbre celebrar el paso de niña a mujer con una ceremonia en la que... bueno, que a la chiquilla la... vaya, es que me da mucha cosa contarlo. Mejor se imaginen ustedes algo muy terrible —pero muy mucho, ¿eh?— y lo dejamos ahí. Lo importante es que no era de recibo aquello, que era muy falto de humanidad. Había que hacer algo, y seguro que ya andaba el gobierno pensando el qué, pero, como siempre, se adelantaron los americanos, porque tienen ventaja de enterarse con eso de los satélites que les vigilan el mundo.

—No, doña Dolores, que primero tiene que decir lo de las ONG.

—Ay, tienes razón Robertín, que una va vieja y se le olvidan las cosas. Mira, sigue tú, que eres abogado y entiendes más de estas cosas de políticos y extranjeradas.

—Pero querida suegra, si lo está haciendo usted muy bien.

—Nada, anda, hazme el favor, que así aprovecho para echarle un vistazo al puchero.

—Como quiera, intentaré proseguir humildemente su magnífico relato del caso de la desdichada Yulima.

—Yubima.

—¿Yubima?

—Sí, Yubima.

—Claro, amada suegra, gracias por corregir mi error.

Pues bien, buenas tardes ante todo, encantado de comentarles. Sucedió que la propagación de la noticia sobre aquella terrible aberración llevada a cabo en perjuicio de la susodicha Yubima, hizo que inmediatamente las ONG más prestigiosas y mejor subvencionadas enviaran varios colaboradores a verificar la información.

—Pero que bien hablas, Robertín. ¡Cloti! ¡Échale un ojo a la olla, que me quedo a escuchar a tu marido!

—¡Vaaale!

Ejem, prosigo. Volvieron con noticias desalentadoras, pues parece ser que aquella ominosa costumbre era práctica habitual en la mayoría de las poblaciones rurales de tod...

—Poblados

... De los poblados de toda Zululandia. Y peor aún, el gobierno del país era consciente y no hacía nada para impedirlo. El horror fue generalizado entre las masas sociales del primer mundo, económica-culturalmente más avanzados, como demuestra la curva de Ripley-Ferguson, súmmum de la etnología moderna. La gente se echó a la calle para manifestar su consternación, se abrieron innumerables foros de opinión en internet y empezaron a acumularse las cartas de protesta en la sede de las Naciones Unidas.

—¡A cenaaaaar!

—¡Espera, cariño, que tengo que acabar la historia!

—¡Tú mismo, cielo, pero las lentejas se van a enfriar!

—Uy, lentejas, con lo que me gustan. ¡Qué dilema!

—Disculpe, personaje Roberto.

—¡Ah! Muy buenas, señor Autor. Dígame.

—Continúo yo con el relato, que la cena es la cena.

—¡Vaya! Mil gracias, usted siempre tan atento.
Vamos, doña Dolores, que luego Clotilde se nos enfurruña.

—¡Jolá! Ahora que venía lo bueno. En fin, ayúdame a levantarme, yerno, que la ciática me está matando.

—Por supuesto, amantísima suegra.

(El Autor espera unos segundos para que los personajes se vayan a la cocina y estar a solas).

Bien, ¡por fin! Es que estas criaturas mías a veces se deleitan en el decir, y yo lo que quiero es hacer un relato, no una novela. Bien, les cuento. Se quedó el personaje Roberto en lo de que las gentes se quejaban abiertamente ante lo sucedido en Zululandia con Yalima (sí, éste es el nombre de la chica, se lo aseguro). Los gobiernos de estos países emitieron sin dilación comunicados de repulsa, pero tampoco se decidían a ir más allá, porque Estados Unidos aún no se había manifestado respecto al tema. Resulta que estaban en plenas elecciones presidenciales, con el período legislativo de ocho años del actual presidente concluido, y ya se sabe que presidente saliente vegeta más que duerme. Al fin, el nuevo mandamás salió electo, encontrándose en su despacho con una pila de documentos relacionados con el caso Yalima. Tras leerlos detenidamente y con suma atención, llamó a sus consejeros para que le explicaran lo que había leído. Los estadistas se explayaron en la exégesis del problema. Tras escucharlos atentamente y con sumo detenimiento, instó al vicepresidente a resumir la cuestión en un par de frases:

—Verá, señor presidente —comentó entonces el aludido—. Resulta que la opinión mundial se ha enterado de que ciertas costumbres practicadas en este país llamado Zululandia van contra los derechos humanos y las libertades individuales de su pueblo.

—¡Vaya! ¿Y a mi qué? ¿Acaso pueden votarme en las próximas elecciones?

—Tienen pozos petrolíferos.

—¿Con franquicias nuestras de explotación?

—No.

—¡Arrásenlos! ¡Destrúyanlos! ¡Acaben con esos bárbaros enemigos de la Democracia!

La maquinaria bélica estadounidense, con el apoyo y beneplácito de la OTAN y todas las naciones defensoras de la libertad, se movilizó en días hasta todas las fronteras del país conflictivo. Por eso de quedar bien, lanzaron un ultimátum al gobierno zululandés. Éste, temeroso, emitió ipso facto un comunicado lamentando la atrocidad sufrida por Yalima.

—Tienen que atrapar y juzgar a los responsables.

Así lo hicieron.

—Cambiar las leyes de Zululandia para que condenen y castiguen explícitamente acto tan depravado.

En comité de urgencia se elaboraron las nuevas leyes.

—Velar por la seguridad y cumplimiento de tales estatutos.

Se creó de inmediato un cuerpo policial exclusivo para ese tipo de crímenes.

—Ahora deben darnos doscientos mil barriles de petróleo como pago al gasto militar de desplegar nuestras tropas en aras de la humanidad.

—¡Ni hablar!

—¡Ah, pues se siente!

Volaron entonces los aviones sobre territorio zululandés, vaciando sus panzas sobre las ciudades y aldeas...

—Poblados.

—¡Ah, buenas, personaje doña Dolores! ¿Ya cenó?

—Sí, aún tengo el flan de huevo en la garganta, pero no quería perderme el final. Siga, siga.

Bien, entonces sobre las ciudades y po-bla-dos, mientras la infantería iba rematando la faena a ras de tierra. La capital, fue tomada a los cinco días y el régimen dirigente depuesto. Se instauró un gobierno provisional elegido por la comunidad internacional hasta la celebración, el siguiente año, de elecciones democráticas en las que podían votar todos los que no fueran caníbales, adúlteros o antiamericanos.

—Y España mandó la fragata Numancia a vigilar.

—Se equivoca, personaje doña Dolores, que en Zululandia no hay mar.

—¿Y entonces no mandamos nada?

—No, pero uno de los generales estadounidenses tenía ascendencia gallega.

—¡Ah! Ya decía yo que no nos íbamos a quedar con los brazos cruzados ante los desmanes de los salvajitos. ¡Viva España!

Vale, pues que viva...

Texto agregado el 30-07-2002, y leído por 1352 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-10-2008 Veo que lo escribiste en 2002, la historia no hace más que confirmar los hechos que denuncias. neige
27-10-2008 Una sátira mordaz del mundo en el cual nos esta tocando vivir. Es excelente, felicitaciones por tu forma tan ingeniosa de escribir. neige
10-02-2004 jajaja, muy bueno tu cuento sobre las intromisiones de USA en otros países. Un abrazo Pinocho
04-04-2003 No es intrascendencia, alqutun, es sarcasmo. Vlado
09-12-2002 Está bien escrito pero no me pegan mucho esas interrupciones culinarias que le quitan interés al tema y tratan de hacerlo intrascendente alqutun
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