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Inicio / Cuenteros Locales / robertbores / FABULACIÓN DEL FUEGO O LA VERDAD DE UN CUENTO

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Mientras la noche escondía la fruición del deseo, el dormitar del insomnio, la sorpresa y el susto, la muerte escurridiza hermanada con el azar, como un negro presagio el aullido resonó en todo el bosque. Sonó como un tembloroso rumor desconocido, tan extraño como agobiante.
---.Será el lobo, -dijo el conejo- asustado.
--- El lobo no, -sentenció tajante el jabalí,- que le conocía bien,
----Es un ulular más intenso, lejano, pero mucho más largo, inacabable- afirmó el zorro- ; no es el lobo.
---Dejaros de cháchara – terció la tortuga, cansada de buscar agua- lo que hace es calor ¡ mucho calor!.
---Ese aullido es el viento de la tormenta de verano al rozar entre los riscos de la montaña – habló el altivo ciervo-.
---No, no es sólo el viento- aventuró el silencioso lince de mirada penetrante.
Y la noche, junto a la frialdad del alma muda de la bestia, siguió reinando sobre resplandor y penumbra, halo y destello, silencio y ruido, sobre conciencia e inconsciencia; entre el golpe y el eco sorpresivo.
Al amanecer, la ardilla, encogida por el desconocido e inesperado rumor, agitó nerviosa los largos caireles de sus puntiagudas orejas. A su lado, el oto, el viejo sabio que lo entendía todo, con un movimiento pendular de su estremecido cuerpo, movió los párpados de sus ojos imperturbables – no sé, no sé, susurró dubitativo...
Luego de contemplar el inusual gesto del búho, el zorro, la ardilla, y la tortuga, no consiguieron reprimir su creciente inquietud :
---Que hable, pidió la liebre.
---Que nos diga qué pasa – apoyó el rechoncho tejón.-
Después de retornar el silencio, el croar tembloroso de la rana les envolvió a todos, perdidos en la incertidumbre que acrecienta su temor, un temor cuya causa intuye el viejo búho ; es .-dijo.- como si el día rebotara en una amalgama de horas luminosas, sin claros ni transparencias. Una explosión de aire caliente, fuliginoso y pesante. ¡ El fuego ¡ retronó en su cerebro.
Pero la noche, a pesar de la luna que luce extrañamente blanca, es una rara noche de luminosidad rojiza , de una desconocida serenidad sin calma.
Cuando la perdiz y la paloma tiemblan en el nidal, protegidas entre el rastrojo, hasta hacía muy poco cimbreante espiga, la noche, el manto que sosiega la impaciencia, propicia la suerte, aumenta o sacia el apetito salvaje, rabioso y desbordado, borra de la enramada el aleteo sorpresivo, para extender de nuevo, un silencio tan duro como sonoro.
Arriba, en el roquedo, en el observatorio natural del hermano lobo, el mismo lobo, emula aquel aullido penetrante huido desde abajo, que huye escapado de la niebla.
---No es uno de los nuestros – les dijo a los otros lobos – observadores displicentes, esfinges impasibles, que siguen escuchando con la atenta frialdad de los más fuertes.. Ninguno de ellos se movió, ni preguntaron nada, ni Lobato, el jefe, consideró oportuno decir más. El lo intuyó, igual que el viejo autillo que mora en la densa espesura allende el bosque. Esperar, esperar, pensó, hasta que todos, acuciados por la desesperanza, comiencen a trepar.
Y así, la noche, la matemática negrura de las horas, paseará su sobra inviolable sobre penacho y tronco, charca y río, surco y besana, sobre la nava y la muga, barranco y llano. Sin prisas deseadas, su aura apacible, vestida de sosiego, palpará con los largos dedos de su blanca mano, la sombra sobre sombras de los cuerpos, las cosas y la nada.
No cazará esta noche la jineta, Ni hozará el jabalí en el légamo oloroso. Ni el raposo posará su paso afelpado sobre la piedra lisa, ni el conejo saltará sobre el mullido y quebradizo tallo de la hierba más fresca. No gazapeará la libre. Más, el lobo, dormitará con su sueño expectante ,tan leve como la misma levedad, sin que altere su sosiego la manada.
Se acabará la noche, la pupila fluorescente de su día, de un mundo intimo, maravilloso y tierno, desarraigado y duro, como la zozobra que anida hoy, en esos seres. El día volverá, si vuelve, que el lentisco abrasado ya estremece los primeros árboles; las llamas comienzan a ser ascuas.
Y así, la noche, rodando entre el segundo, el minuto, y la hora, marcará sin olvidos o demás omisiones, la desconocida historia de los instantes perdidos, ociosos o agrisados, de un viento ocasional y bien aprovechado. Negativo del alma de la bestia, alma sin revelar, que de verdad existe, aunque por su boca, no hable. ¡ qué bien expresan sus ojos cuanto dicen ¡
De noche y de día crepita la madera en un infierno que purifica de toda la ignominia el alma de la bestia, el alma irracional. ¿ El alma irracional ?
De pronto, el aullido del hombre lobo, sirena enloquecida, resuena estridente, penetrante, pero inerte. ¿ Dónde está la conciencia ? La razón ¿ dónde ?
Arriba, más arriba, cada vez más arriba ¿ Hasta dónde ?¿Hasta cuando? se pregunta Lobato.¿Qué clase de animal es este hombre que prende el fuego, para más tarde, aullar enloquecido para apagarlo ?
Llueve ¡ por fin ¡ La justiciera estación del tiempo acrisola la tierra. La lluvia empapa el pelaje del estremecido cuadrúpedo, huérfano de nuevo. Luego, después, más tarde, mucho más tarde, la noche mitigará el horror de lo impensable, la incertidumbre del pavor, la muerte incontestable; como mudo testigo de la solercia del hombre; de la bestia más excelsa.

Robertboresluís@hotmail.com
PdA l994

Texto agregado el 21-10-2007, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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