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La noche apenas comenzaba cuando decidí ir en su búsqueda. Al salir a la calle comprobé que la gente me ignoraba por completo, sumergidos en su ir y venir hacia cualquier lado. Yo me sentía sospechoso y por eso tardé un par de minutos en emprender mi marcha, pues no lo hice hasta que comprobé que el camino era seguro. No podía descuidar los detalles, era de suma importancia que nadie memorizara mi vestimenta, o alguna seña particular, pues lo que estaba decidido a hacer esta noche iba más allá de los límites del escarnio al que me exponía. Era de vital importancia si quería recobrar la calma que había venido perdiendo en los últimos días, a raíz del asesinato del Pelos: quería vengar a mi amigo.

Tomé un taxi por considerar que era más seguro y rápido, sin importar los pesos de más que tendría que desembolsar al fin y al cabo. En el camino fui conversando con el chofer del clima, los nuevos impuestos, el tráfico y temas que no suscitaban en mí el mayor interés. Traté de sonar lo más casual que pude pero me era imposible no voltear obsesivamente hacia todos lados, pensando que en cualquier momento se aparecería su figura grande y obscura en medio de la noche. Creo que el taxista llegó a sospechar algo pues me preguntó qué iba a buscar yo a esos barrios “de mala muerte” según su criterio. Es verdad que yo iba en búsqueda, en su búsqueda, y no quería encontrarlo antes de tiempo pues me resultaba más fácil pensar que lo encontraría como siempre, en el desolado parque donde iba por las noches a meterse polvo blanco hasta sangrar por la nariz. Él no me esperaba (como yo no lo esperaba en mi viaje dentro del taxi, de ahí la inquietud) y sería mejor para mí llegar desapercibido hasta donde le imaginaba, sin generar griterío ni tumultos.

Le pagué treinta y siete pesos al taxista con un billete de cincuenta. Se despidió de mí con un mensaje que interpreté como un aviso del destino “disfrute el mundo joven, antes de que se acabe”. Y luego se fue, dejándome en el estómago el sentimiento de una mano que me arañaba por dentro, aferrándose a una idea equivocada que, con una sacudida de cabeza, alejé del todo. La luna lucía espléndida colgada en el cielo y por un momento sentí algo sobre mi; como su mirada. Se cruzó con la mía y nos quedamos viendo un rato, taciturnamente… Intuí que llegaba la hora y comencé a caminar. Por aquella colonia la gente compraba en las esquinas gramos de sueño en polvo, o viajes sin salir de su casa pero yéndose lejos de su cuerpo. Era uno de los tantos lares olvidados y marginados que tiene la ciudad. De esos de los que todos sabemos pero nadie dice nada, como un secreto a voces. Se respiraba en el ambiente un cargado olor a marihuana y opio que salía de las casas, cuyas ventanas tapiadas dejaban mucho a la imaginación. Lo conocíamos desde siempre como el valle de la perdición y le hacía honor a su nombre.

Pero esa noche todo era diferente. No iba allí como en otros tiempos a conseguir un gramo de esto o de aquello. La pistola trabada entre el cinturón y mi barriga me recordaba a cada paso que yo venía a matar a un hombre. Si es que Heurístico era un hombre. Desde que lo conocía se dedicaba a vender cocaína de la más baja calidad, para comprar con eso una mejor para su consumo propio. Había sido judicial y por eso nadie se metía con él, pues tenía fuertes nexos con los policías que rondaban la zona con billetes vendándoles los ojos. Siempre fue un ser detestable, con aliento de perro, mirada de buitre, cara de sapo y panza de amante de la comida rápida. Que con un par de jalones de coca quería golpear a medio mundo, y se creía en la cima de la existencia, que baleaba a quien quería cuando quería y como quería. Yo siempre creí que vivía en un mal viaje que le hizo desertar filas. Por eso le aguantaba sus bromas pesadas y sus excesos. Pero no fue si no hasta que mató al Pelos, que se ganó mi total desprecio y juré acabar con él.

Eso guiaba mis pies en medio de la obscuridad, por el camino que recorrí en son de paz tantas veces. Pero ahora desembocaba en furia y sangre caliente agolpándoseme en la cara, mientras me abría paso por el parque desierto. A veces el viento empujaba alguno de los juegos infantiles y su chirrido me hacía ir cuerpo a tierra, donde la pistola me lastimaba al caer dejando un ardoroso recordatorio. Pero mientras me acercaba a la resbaladilla, sitio de reunión de Heurístico con sus amigotes, me parecía más delator el sonido retumbante de mi corazón adentro de mi pecho, que las maniobras usuales del viento. Caminé hasta llegar al lugar y no vi ni escuché a nadie. Una parte de mí prefería eso y la otra caía en una dolorosa frustración. Decidí esperar unos minutos, luego de los cuales nadie se acercó, lo cual me hizo tomar la decisión de partir. Quizás otro día sería más apropiado para realizar mi delito, y entonces emprendí el regreso. La obscuridad se había adueñado de todo así que era difícil ver mis pasos, mi única guía era un farol que se encontraba en la salida del parque. Entonces sentí que algo me sujetaba el hombro y me detenía en mi andar. Inmediatamente un cañón de pistola se me encajaba en la espalda mientras una voz decía “Te dije que si regresabas te pasaría lo que al Pelos”. Era la asquerosa voz de Heurístico que, iluminándose con una lamparita de tres pesos en mano, echaba abajo todo mi plan. Se me ocurrió decir “no me hagas nada”, pero decidí no rebajarme. Prefería morir de pie que vivir arrodillado, como dijo El Che. Rápidamente mi mano fue hacia la pistola que, mitad dentro de mi pantalón, clamaba justicia. Y así se sacudió en la noche el sonido de un disparo. Despojándome del simple respirar. Dejando a mi cuerpo caer en la fría noche, cobijado apenas por la luna que me viera morir. Quizás tenía razón el taxista, quizás.

***

Jirones rojos envolvían mi cuerpo, fuera de él todo se consumía en negrura. Fui cayendo en espirales cada vez más violentas hasta tocar fondo. Ahí escuché muchas voces que susurraban. Eran tantas que su bullicio se volvía exasperante y difícil de contener. Hablaban de odio y de muerte, de resurrección y de vida eterna. Me era imposible seguir una sola de las voces pues los cientos de ellas se interrumpían entre sí, clamando y gritando desesperadamente. Antes de esto yo cantaba. Antes de esto yo reía, e inventaba historias. Antes de esto corrí tragando el aire entre risotadas. Más pronto de lo que creía terminé muerto.

Ingreso a la vociferación, hablo todo lo que antes había callado. Lo saco de mí como litros de sudor. Me despojo de mundo, de vanidad, de pudor y de decencia, mientras un hormigueo cálido se me trepa y revuelve mis carnes. No pude evitarlo: me mataron Pelos. Ni siquiera pude evocar tu recuerdo vengado, o la imagen mía de vengador. Sólo me interné en las fauces del lobo como tributo humano ¿Habrá servido de algo? ¿Sirvió de algo nuestra muerte? Quizás seremos un número más en la estadística, mientras para miles no existimos. Nuestros cuerpos serán abono de otras plantas que llenarán de vida al mundo, ¡quizás cuando seamos pasto podamos disfrutar y ser felices! ¿Quién sabe? Sólo nos resta terminar de morir, ser olvido. Algún día morirán los opresores, es el destino intrínseco al que nos exponemos en el juego de vivir. Yo elegí y terminé así, por más que otros aconsejaran disfrutar la vida: no pude. Preferí irme pensando que al mundo aún le quedaba una esperanza, a quedarme viendo cómo se consumían las opciones, cómo se iban los amigos. Y así morí, Pelos; y ahora que te tengo frente a mí, y ahora que te abrazo, y ahora que nos volvemos eternos y nos imprimimos el alma el uno en el otro: nace la hoguera y su llama incandescente nos renovará. Nos regresará al flujo inmenso del universo en donde viajaremos sin preocuparnos por asuntos mundanos. Estaremos mucho más allá, en donde para volar y sentir el fuego en las venas no necesitamos hierbas, ni pastillas, ni polvos que nos hagan caer en delitos sobrenaturales. En donde seremos un eterno solo de guitarra de la canción que cuenta nuestra muerte inútil, nuestra muerte innecesaria, nuestra muerte inaccesoria, nuestra muerte al fin. Y sentiremos las mariposas en la panza. Reiremos estertóreamente. Nos diluiremos. Seremos eco. Seremos la paz. Y amaremos. Por eso no digas nada, no. Ni siquiera pienses. Sólo déjate llevar: que me hiciste venir desde muy lejos para volverte a ver…

Texto agregado el 26-10-2007, y leído por 177 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-11-2007 No pude despegar las "posaderas" de la silla. La lectura me mantuvo a la orilla... Aún siento el estómago arrugado. Aplausos, Axterion... Aplausos para usted. mon_reloaded
26-10-2007 Pues, déjame decirte que me gustó, me gustan tus cuentos, son la onda y te quiero mucho más a ti!!! hartos besos, mon amour! pachita_rex
26-10-2007 Axterion, es curioso porque yo tambien tengo un cuento titulado Reencuentro. Voy a leer el tuyo y luego lo comentaré gcarvajal
 
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