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En un rincón húmedo se encontraba agazapado, en la oscuridad que le brindaba aquel sitio oculto. En cuclillas y con la espalda pegada a la pared. Oyendo los terribles y agudos chillidos y gorgojeos que corrían a su alrededor.

Hacía esfuerzos por no respirar con fuerza para no ser descubierto. Era difícil porque en su pecho latía un corazón desbocado por el miedo y la visión de una muerte horrible a manos de los seres que lo buscaban. Sí, lo buscaban, a él y al objeto que llevaba consigo. El objeto que había robado.
Ahora le venían a la cabeza las palabras del hombre que le había encargado aquella arriesgada misión, “no vayas solo, busca compañeros o te matarán”; claro pero de haber encontrado compañeros hubiera tenido que repartir la recompensa y necesitaba aquel valioso oro, todas las monedas que le puedieran dar.
De repente entre todo el ruido, un silbido agudo llamó su atención e inmediatamente después una punzada de dolor extremo le sobrevino del pecho. No vió bien lo que era pero lo tenía clavado y olía a muerte envenenada. Miró hacia la oscuridad de donde provenía aquel proyectil mortal y vió unos ojos rojizos encima de una hilera de colmillos babeantes, que parecieron dibujar una sonrisa. De repente todo su cuerpo se tensó, lo habían descubierto, y posiblemente ahora estuviera muriendo a causa de algún terrible veneno. Entonces la criatura masculló algo en su lengua y emitió un agudo chillido que le heló la sangre, había dado la voz de alarma.

Se incorporó como pudo pero las piernas le temblaron y se desplomó sobre sus rodillas. Sintió como sus músculos se ponían rígidos y comenzó a vomitar. Quiso coger su cuchillo de caza pero no pudo, seguidamente cayó, dando con la cara en el húmedo y asqueroso suelo y todo se volvió negro.

Cuando despertó sintió un terrible dolor, y un sabor repugnate en la boca. Tenía todo el cuerpo dolorido y lleno de magulladuras, como si lo hubieran arrastrado una larga distancia. Aún tenía la vista nublada, pero poco a poco se dió cuenta de que se encontraba en una jaula. Sí estaba en una jaula pequeña y sucia, lo habían capturado. Comenzó a jadear asustado y a mirar de un lado para otro. Y entonces le asaltó una horrible duda, rápidamente hechó mano al interior de su camisa, ya no tenía lo que había robado, entonces ¿por qué no lo habían matado de una vez?. Pronto sabría el por qué, pues aparecieron sus captores. El hombre rogó que lo perdonaran y se agazapó como pudo en la jaula.
De nada sirvieron las súplicas, los dos seres que vinieron a por él, lo sacaron de la jaula, mientras le amenazaban en su extraña lengua. A rastras, lo llevaron a otra sala, mucho más grande y circular, con una gran mesa de madera, adornada con grilletes y restos de sangre y vísceras encima. Era una mesa de tortura.

Al ver aquello el pánico se apoderó de él y comenzó a sollozar y a retorcerse intentando escapar de las garras que lo atenazaban. Rápidamente aparecieron más criaturas que ayudaron a colocarlo en aquella macabra mesa. El chasquido de los grilletes resonaron en la tenebrosa oscuridad de la sala.
Hubo un breve silencio en el cual sólo se escuchaban sus penosos jadeos, y entonces una figura envuelta en túnica negra se acercó lentamente hacia él. Se quedó de pié mirándolo, un alargado morro lleno de pelo y verrugas se asomaba entre las telas negras, y dos grandes incisivos de roedor destacaban entre hileras de colmillos. La criatura alzó una garra huesuda con la que lo señaló y comenzó a hablar con rabia en su terrible lengua. Babeaba y escupía con ira. A continuación levantó la otra mano en la que sostenía, un medallón con una piedra verde, que brillaba con intensidad. Era el objeto que había intentado robar. De repente alzó ambos brazos al techo y un clamor de agudos chillidos emergieron de la oscuridad de la gran sala.
Entonces la malvada criatura hizo una señal y las cadenas que lo atrapaban se tensaron dolorosamente. Gritó de angustia. No podía pensar en nada, el miedo le nublaba la mente. Entonces notó que le arrancaban las botas de piel, dejando su pié desnudo. Levantó la cabeza como pudo, y lo que vió lo horrorizó. La criatura de la túnica sostenía un tosco cuchillo curvo, y lo acercó a la planta de su pié. Sin piedad comenzó a cortar desde el dedo anular hasta el talón, lentamente con saña. El gritó que emitió el hombre retumbó en todas aquellas estancias subterráneas, para deleite de los malignas engendros que las habitaban.
La tortura se alargó durante lo que parecía una eternidad, entonces su oscuro torturador se acercó a su vientre y alzando el cuchillo primero hacia arriba, y lanzando lo que parecía un ensalmo, lo dirigió sin piedad hacia abajo.
Justo en ese instante una flecha atravesó la cabeza de la criatura, haciéndola caer al suelo. Un tumulto llenó la sala, una bola de fuego explotó muy cerca y un olor a carne quemada lo inundó todo de repente. Sonidos te metal cortando carne, de metal contra metal, alaridos, gritos humanos. A su alrededor estaba produciéndose una sangrienta batalla y él apenas podía ver nada. Y después del primer tumulto todo se hizo un poco más silencioso. Fue entonces cuando oyó una voz potente, que ordenó que lo liberasen.
Una hermosa aparición se paró justo encima suya. Era una hermosa mujer de largos cabellos rubios. Hizo un ademán con sus gráciles manos y todos los grilletes se abrieron. Lo ayudó a incorporarse y pudo ver mejor la escena. Cuerpos de apestosos seres, se amontonaban por el suelo y dos figuras seguían de pié. Uno era un hombre alto de complexión fuerte que sostenía una gran maza y otro un jóven de aspecto ágil que llevaba un arco. Ambos corrieron hacia donde ellos estaban.
El hombretón, mientras sostenía en alto el medallón con la piedra verde, les dijo a sus compañeros, que ya tenía lo que buscaban y que debían abandonar el lugar cuanto antes. Vieron que el hombre que habían sacado del potro de tortura, no podía andar a causa de las heridas que tenía en las piernas, así que, sin más, el guerrero de la maza cogió al hombre herido y se lo cargó en la espalda como si fuera un fardo.
Corrieron por numerosos túneles, mientras oleadas de aquellos seres rata saltaban sobre ellos.
Hubo un momento de confusión y cogieron al jóven del arco, apuñalándolo sin piedad. La mujer gritó desgarrada viendo como asesinaban a su hermano.
El grandullón le gritó que ya no se podía hacer nada. Pero ella no le oía ya. Extendió los brazos y comenzó a entonar un cántico. El túnel por el que iban comenzó a temblar y empezó a desplomarse sobre ellos, una gran cantidad de rocas cayó y el hombretón solo pudo apartarse, saltando a un lado. Pronto el túnel quedó bloqueado y nada más supieron de la hermosa mujer.
Por tres veces blasfemó el grandullón, pero se puso en pié volvió a echarse al hombro al herido y corrió tanto como pudo.
Al final alcanzaron la salida de aquel ediondo agujero. Durante largo rato anduvieron hasta que las fuerzas le fallaron al hombretón y calló de rodillas. Comenzó a gritar y a maldecir, con lágrimas en los ojos, la muerte de sus compañeros. En ese instante el hombre torturado y herido cogió suavemente su cuchillo y sin piedad se lo hundió en el cuello, como había hecho antes con tantos animales que había cazado, para rematarlos. Su víctima cayó ahogándose en su propia sangre. Una vez se aseguró que estaba muerto, rebuscó hasta que encontró lo que había ido a robar, el collar con la piedra verde brillante.
Ahora podía ir por la recompensa que le correspondía, ahora podría alimentar a sus hijos, ahora podría buscar un remedio para su mujer enferma, solo que quizás a partir de este día jamás volvería a conciliar el sueño.

Texto agregado el 29-10-2007, y leído por 403 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-04-2009 Un cuento extraño, sin final hollywoodense, donde se manifiesta no la maldad del protagonista sino su necesidad, muchas veces no se es perverso por vicio; existir es en ocasiones un problema y se tiene que actuar sin tomar en cuenta los valores morales, pues las necesidades básicas son primero, como en la vida del antihéroe de este cuento. Muy bien planteado el conflicto y el final es sorprendente. ¡Felicidades! Heraclitus
30-10-2007 muy bueno =) jime0625
 
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