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Inicio / Cuenteros Locales / luiscorominas / Conejo, pollo, aceitunas y dudas.

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Cuando tengo alguna duda, si tengo tiempo, voy siempre a visitar a mi amigo el casariego, griego y filósofo.

Llegué al filo del mediodía y tuve la suerte de siempre: preparaba la comida. Un conejo a la brasa y un pollo a la leña; tomates, lechuga, unos rábanos, pimientos verdes y aceitunas; para beber: vino.

Cuando tiró el hueso de la penúltima aceituna, le dije:
-¿No es curioso que todas las religiones se parezcan?

Tomó la última aceituna, se la metió en la boca, la saboreó y arrojó el hueso.
-Mira -me dijo-, se supone que salieron de África en pequeños grupos y que buscaron lugares cómodos para sobrevivir. De esos grupos nacieron otros que buscaron otros lugares y así se fue poblando la tierra. Cuando aprendieron a articular sonidos inventaron las palabras y de cada grupo nació una lengua; tan distinta de las otras cuanto era la distancia que los separaba en tiempo y en lugar.

Creyendo que mi amigo se separaba del tema, le dije:
-Sí, así entiendo que surgieron las distintas lenguas, ellas mismas se hicieron. Empezaron con onomatopeyas y siguieron con palabras simbólicas y luego de relación. Después vinieron los gramáticos y pusieron un poco de orden, y así hasta...

Mi amigo me interrumpió:
-Para allá voy, no te desesperes –terminó con un muslo y arrojó el hueso-. Todos esos grupos primitivos eran ignorantes, nadie podía haberles enseñado nada puesto que eran los primeros, y cada uno de ellos, por distantes que se encontraran, cuando tuvieron un poco de tiempo, se pusieron a pensar, cosa que ya podían hacer gracias a la lengua que le había dado nombre y presencia a la naturaleza. Pensaban sobre el posible origen de las cosas que tocaban, que veían, que saboreaban, olían y escuchaban: la tierra, el aire, el agua, el trueno, el relámpago, el rayo, el fuego, las piedras, los árboles, los frutos, las semillas, la lluvia, las nubes, el mar, las olas, los ríos, las fuentes, los reptiles, los peces, las aves, las montañas, el cielo, las nubes, las estrellas, la luna, el sol, el día, la noche, las inundaciones, los terremotos, las tormentas, los huracanes, los muertos... Todos, todos los grupos primitivos observaron la naturaleza y conocieron las mismas cosas.

-Ya, ya ya. Ya sé por donde vas –le dije a mi amigo-. Al conocer las mismas cosas, y teniendo cerebros iguales, no es raro que llegaran a conclusiones semejantes.

-Así es –prosiguió mi amigo-, de las distintas historias que se contaban surgieron los mitos, los ritos y las distintas creencias y prácticas religiosas. ¿Te extraña, ahora, que todas las religiones tengan puntos de contacto y que, de manera un poco distinta, se repitan en todas ellas los mismos conceptos y prácticas?

Moví la cabeza, terminé mi vaso de vino, le di un abrazo y me fui. Él me acompañó hasta la parada del autobús.

Cuando llegué a mi casa me sentí un poco menos confundido. Pensé que ya tendría tiempo de volver a visitar a mi amigo para aclarar lo que todavía, probablemente, no entendía. Un hueso de aceituna cayó de mi ropa y rodó, rodó por el suelo.

Texto agregado el 02-11-2007, y leído por 98 visitantes. (0 votos)


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