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Sacad las viandas que avisan:
¡viene la reina, está cerca!,
ya están cubriendo con lodo*
las buenas gentes que miman
a su graciosa mamá-Margót



La Reina Margót X se paseaba por las estrechas calles de la capital de Grasiria una vez al mes para ser alimentada y agasajada por los aldeanos que la adoraban por su gran generosidad. La Reina Margót estaba tan gorda que sus grasas embutidas entre las paredes de los edificios parecían una avalancha blanda y rosa a duras penas empujada por la guardia real y tirada por la caballería. Su avance podía encontrar resistencia en los recodos del camino y al tropezar con fuentes y balcones.

Por ello, todos los aldeanos ayudaban a su paso sosteniendo, por ejemplo, los pliegues del brazo o una papada especialmente larga que de otra manera sería demasiado peligrosa al dejarla bambolearse libremente. También ayudaban untando manteca o aceite perfumado sobre la piel de la reina. Siempre existía el riesgo de provocar un accidente o un aplastamiento pero si no se dejaba nada delicado fuera de las casas y se protegía todo adecuadamente, el festín mensual era un acontecimiento masivo en el que niños y abuelos disfrutaban como nunca.

No muy lejos de allí, en el gran dormitorio central del palacio real de Indorexia, descansaba la Reina Silvia I. La reina yacía desde su niñez sobre un trono horizontal acolchado de los pies a la cabeza con las plumas de treinta mil gansos. De apoyarse sobre una superficie más dura podía sufrir llagas o fracturas pues a su frágil esqueleto apenas le recubría una pátina de piel. Tan débil era su organismo que no podía hacer la digestión ni entornar los ojos con brusquedad.

Para conservar con vida a la Reina Silvia I, los habitantes de Indorexia se turnaban para agitar paños de seda enfrente de bandejas de deliciosa comida humeante dispuestas en círculo alrededor del trono. Gracias a la constante absorción de nutrientes contenidos en el aire, la Reina Silvia I tenía suficientes fuerzas, una vez al mes, para dictar una orden. Todo el mundo admiraba la austeridad y el sacrificio de la Reina Silvia I y estas órdenes eran acatadas con un gran respeto.

Una noche se armó un gran revuelo en el palacio de Indorexia. Una dama de compañía advirtió, por el movimiento de los párpados, que Su Majestad quería hablar. Los Consejeros de Palacio no daban crédito, ¡cinco días antes de lo previsto!; no querían extenuar a la reina pero temiendo que el asunto fuera de vital importancia convocaron una sesión de escucha extraordinaria y restringieron el acceso al gran dormitorio central antes del amanecer.

Las palabras de la Reina Silvia I fueron éstas: “Desearía ver a la Reina Margot”.

Esa misma mañana, cien jinetes y un diplomático partieron inmediatamente hacia Grasiria con alforjas tan llenas de comida como sus caballos pudieron soportar. El diplomático volvió con esta respuesta: “Su Majestad, Margot X, saldrá al encuentro de Su Majestad, Silvia I, en la Colina Central dentro de cinco días, antes de la puesta de sol”.

Los Consejeros de Palacio de Indorexia quedaron satisfechos con la labor diplomática. Dadas las circunstancias, ése era el mejor acuerdo al que podían llegar con Grasiria. ¿Pero cómo llevar a Su Majestad hasta la Colina Central sin dañarla?, ¿cumpliría Grasiria su palabra?. Los riesgos y las dificultades eran muy altos pero nadie se atrevía a cuestionar la orden de la reina.

En el reino de Grasiria los Primeros Ministros también estaban muy inquietos. Los gastos de viaje de la reina Margót iban a diezmar los ingresos del país y el pueblo se sentiría desamparado sin su presencia. Si no fuera por la firme decisión de la soberana de acudir a la llamada de su colega, de buena gana hubieran cerrado las puertas al cuerpo diplomático de Indorexia para siempre.

Y así fue como a los cinco días la comitiva de la reina Margót X, compuesta por tres escuadrones y doscientas bestias de tiro se encontró en la cima de la Colina Central antes de la puesta de sol con el cortejo de la reina Silvia I, formado por ocho damas de compañía que sostenían un enorme capullo de seda y algodón donde viajaba protegida su Majestad y tres Consejeros de Palacio expertos en interpretar sus más mínimos gestos.

Anclaron firmemente la plataforma rodante de la reina Margót. Después acercaron el capullo de seda de la reina Silvia y sus damas de compañía lo deshacieron capa tras capa con gran delicadeza. Cuando la inmensa soberana de Grasiria vio la figura casi muerta de la reina de Indorexia fue tanta su impresión que perdió el conocimiento y se desplomó sobre la reina Silvia I levantando una inmensa nube de polvo.

Los representantes de ambos reinos permanecieron inmóviles y sin decir ni una palabra. Cuando cayó la noche, el cuerpo de la reina Margót X seguía en el mismo sitio. El color de su carne iba tornándose azulado y sus pupilas no reaccionaban a la luz de las antorchas.

Por fin se alzó una voz que decía así: “¡Exijo una explicación”.


*En la lengua Grasiria, existía la palabra “Sisgót” que hemos traducido por lodo. Era una mezcla de grasa de cerdo, arcilla y esencias aromáticas que servían para lubricar las calles, remozar fachadas y perfumar el ambiente al paso de la Reina Margot X.

Texto agregado el 06-11-2007, y leído por 164 visitantes. (0 votos)


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