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Soy tremendamente fea, que digo fea, soy horrorosa. Cuando mi hermana era pequeña, llevaba a amplificar en la fotocopiadora de la esquina, la foto de mi credencial de la escuela y la utilizaba como mascara para pedir calaverita. Eso lo cuento solo por decir algo, mi historia esta repleta de anécdotas que a cualquiera le romperían el corazón menos a mí.
En realidad no sería tan grave si además, adentro de este horrible cuerpo, habitara solamente un alma. Pero no es así, debajo de este pelo hirsuto y encima de estos pies adoloridos y enormes, nos apretujamos con pena siete individuos. Afortunadamente no siempre coincidimos todos, unos van y vienen mientras el otro toma una siesta o se pone enfermo.
Yo no los conozco bien pero les he puesto sobrenombres que me permiten recordarlos y convivir con ellos. Digamos que me toca siempre poner orden, soy la única capaz de conservar la cordura en los malos momentos. La vieja sorda se pone histérica, al madre abnegada tiene la horrible manía de tejer ante cualquier provocación, el niño voceador compone eslogans para vender periódicos y los escupe a gritos con increíble destreza. Pero también aquí vive gente decente y sensata, mi germano Efraín que murió ahogado cuándo yo era niña y ha venido a refugiarse en este marasmo, o la niña miope que apenas articula palabra pero que siempre sonríe y por supuesto Camilo, un hermoso perro azul que siempre se sintió incomprendido en un mundo de perros de colores comunes y corrientes.

Hoy me caso con un hombre tremendamente guapo, que aspira a administrar cómodamente la fabrica de cigarros que heredare al morir mi padre. Todos estamos nerviosos y uno por uno se asoman por estos ojos míos que no han parado de llorar en toda la mañana. La vieja sorda se ha tropezado al salir del baño y nos ha hecho daño en la rodilla, Camilo olfatea a lo lejos las cuarenta piezas de jamón que se hornean en la cocina, la madre se palpa mi vientre y piensa que pronto muy pronto hará realidad sus fantasías oscuras, el niño voceador ha salido al balcón hace un rato a anunciarle a los que pasan desde el menú hasta el nombre de la orquesta, mientras la gente volteaba a verme entre divertida y apenada.
Es horrible, siempre ha sido horrible sentir como me invaden y se adueñan de mi hambre y de mis zapatos, pero el día de hoy es particularmente insoportable. Efraín es el único que ha podido consolarme un poco y me dice que a pesar de todo luzco bien. Lo dice tanto y de tantas maneras que he terminado por creer que miente. Claro que miente, lo se yo y lo sabemos todos al mirarnos al espejo, con este vestido blanco que resalta las deformidades de mi cuerpo de tilapia congelada.
La niña miope entrecierra los ojos tratando de adivinar si esa figura horrible es real o es producto de su visión enferma y desordenada.


Conforme transcurre el día hemos ido y venido, cargando este cuerpo tumultuoso por la casa. Recibido visitas inoportunas y consolando a mi madre que tampoco ha parado de llorar (mi hermano se ha ofendido un poco porque esta seguro de que hoy esta mas triste que el día que lo enterraron).
Me han maquillado y peinado tratando de componer un poco mis ojos medio bizcos y el cabello ralo y escaso. La niña miope palmotea entusiasmada pensando en el día que le tocara a ella casarse, yo le digo que no, que su vida es esta y que al igual que yo y que los demás, esta condenada a compartir la cama y las lentejas con la madre, con el babeante Camilo, con la vieja sorda, con Efraín, con el niño periodiquero y para colmo conmigo que casi siempre estoy de malas.


Al fin me he tranquilizado un poco, mi madrina me ha traído un caldo caliente que comemos con entusiasmo todos menos la vieja sorda y que Camilo remata con grandes lengüetazos. Miro por la ventana el jardín adornado y la gente que ha empezado a llegar, Mi padre fuma un cigarro tras otro y su olor desagradable llega hasta mi habitación causándonos nauseas.
Viene mi madre a buscarme y me mira de arriba a bajo satisfecha. No precisamente orgullosa, quien podría sentirse orgullosa de haber parido esto, pero si conforme del buen trabajo realizado por la gente que contrato para arreglarme.


Bajo la escalera despacio y todos los demás bajan conmigo, nerviosos, contentos, sedientos, roncos, llorosos, con la rodilla adolorida. Miro el retrato de mi abuelo colgado en la pared y percibo que me guiña un ojo divertido; la mitad de mis habitantes responden con una sonrisa.
Ahí esta mi novio, apuesto y moreno que mira distraído por la ventana. Me digo que esto no es tan malo, que alguien tiene que cuidar de mi, de nosotros. Me detengo a media escalera, la vieja sorda pregunta la hora, la madre canta una canción de cuna, Camilo agita la cola imperceptiblemente, la niña miope le sonríe al niño voceador. Mi hermana menor se ha acercado como siempre a coquetear con mi novio, como si no se hubiera enterado que al menos hoy, debería guardar las apariencias. No me importa, en unas horas estaré en una playa lejana a solas con mi marido; bueno a solas es un decir.
Respiro fuerte, Efraín aprieta mi mano y comenzamos a caminar a la ventana.

Texto agregado el 06-11-2007, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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