|  Lo conocí aquel verano en el que tanto necesitaba reírme y él fue el medio para lograrlo. 
 Desde el principio presentí que iba a ser un enigma, cientos de preguntas quedaban sin
 
 respuestas ante su imperturbable serenidad. El misterio que rodeaba su persona me fue
 
 atrapando irremediablemente, su autodominio, su dar sin darse demasiado, su limitado
 
 compartir. Yo, que soy de abrir el alma, me sorprendía copiando sus actitudes, me reprimía.
 
 Su casa ordenada, pulcra, sin nada fuera de lugar era su perfecto reflejo como lo eran sus
 
 prefijados horarios, su rígida rutina, sus estructuras inamovibles.
 
 Mi interés en él fue creciendo y comencé a sentir la ineludible necesidad de descubrir qué
 
 se escondía detrás de ese equilibrio que me crispaba los nervios, o al menos aprender la
 
 fórmula para alcanzarlo. Totalmente independiente, autosuficiente en su soledad, para mí
 
 representaba mirarme en un espejo al revés. Fantaseando llegaba a preguntarme si en
 
 esa figura humana había sangre, había vida. En fugaces momentos pensaba que sí pues
 
 tenía una enorme capacidad para disfrutar del sexo. No importa su nombre, yo lo bauticé
 
 “JUAN QUÉ ME IMPORTA”.
 
 Nos veíamos regularmente hasta que se produjo una ausencia de dos o tres días.
 
 Reapareció telefónicamente comentándome que había estado enfermo. Yo pensé ¡Aleluya,
 
 Ésta es la mía! Me ofrecí - siempre ofrezco - llevarle un excelente remedio para su
 
 congestión, aceptó a regañadientes, lo que me obligó a concurrir a la farmacia  para
 
 averiguar cuál podía ser. Cuando entré en su casa lo encontré perfectamente prolijo ¡hasta
 
 era prolijo para enfermarse! Me pasó por la mente mi cocina desastrosa, mi desamparo, mi
 
 uniforme de enferma (soquetes, un pulóver encima del pijama) mi cara desolada, mi
 
 impotencia, el miedo a ser despedida aunque el termómetro marque 39°. Fui en plan de
 
 samaritana; quería dejarlo limpio, medicado y fortalecido, pero curiosamente terminé
 
 cenando algo que él mismo preparó, luego de lo cual me agradeció mi visita y me fui con la
 
 sensación de estar enfermándome.
 
 Luego de otros fracasados intentos continuaba pensando con envidia “no tiene mujer, ni
 
 hijos, ni familia, nada lo ata y está en perfecto equilibrio ¿cómo hará?”
 
 Una tarde lo vi sentado en un bar, llenaba carillas, su cara era diferente, traslucía dolor,
 
 pérdida, sufrimiento y... ¡lloraba! ¡JUAN QUÉ ME IMPORTA podía llorar! Él lloraba y
 
 yo, paradójicamente me sentía magnífica. Estuve mucho tiempo observándolo hasta que
 decidí acercarme. Al verme su expresión cambió, guardó nerviosamente las hojas en el
 
 portafolios y en un segundo volvió a ser el mismo. Pensé que la escena anterior había sido
 
 un sueño. Su risa contagiosa, su fino humor, el gesto amable, su habitual serenidad. Otra
 
 vez JUAN QUÉ ME IMPORTA.
 
 Él ya formaba parte de mi vida pero el misterio seguía sin develarse. Ya estaba resignada y
 
 hasta dudaba que la escena del bar hubiese sucedido. Una noche en su casa,
 
 mientras él ordenaba papeles en la cocina, entré en una cuarto repleto de cosas. Cuando lo
 
 advirtió se puso notablemente incómodo.
 
 -¿Esto es lo que buscabas?- preguntó agresivamente. No pude emitir palabra, ese cuarto
 
 era un absoluto desorden, lleno de polvo, objetos encimados, fotos tiradas en el piso,
 
 parecía como si hiciese años que alguien no entraba allí. Cerró la puerta con llave y
 
 tiernamente me tomó de la mano. Nos sentamos en el sillón del living y el silencio se hacía
 
 eterno. Tomó mi mano y la besó.
 
 - Sé que buscás mi alma hace rato pero ella está encerrada en ese lugar, yo lo decidí así y
 
 ahí seguirá. Es mucho más fácil -
 
 Pasaban las semanas y el episodio de esa noche nunca  más fue mencionado. Desistía ya
 
 de poder hacer algo más cuando una tarde en que llegué a su casa más temprano,
 
 impulsivamente decidí tomar la llave del cajón y entrar en la habitación. Mi cuerpo
 
 temblaba y no podía dominarme, el olor a cerrado era insoportable. Abrí las ventanas y
 
 comencé por las fotos, Lo vi sonriente, abrazado a una hermosa mujer con un bebé en
 
 brazos, lo vi chiquito tomado de la mano de una señora que supuse sería su mamá, lo vi con
 
 un hombre grandote de actitud posesiva, lo vi con compañeros de escuela, con grupos de
 
 amigos. La expresión de su cara era totalmente diferente a la que yo conocía. Apilé las
 
 fotos con sumo cuidado y las dejé a un costado. Encontré entonces arrugados recortes de
 
 diarios: “Accidente fatal. Muere una mujer y su pequeño hijo. El marido se encuentra
 
 grave”. Fotos de un auto destrozado, su nombre. Sentí frío. Acomodé los recortes encima
 
 de las fotos. Encontré las cajas, una llena de juguetes, otra con ropa infantil doblada
 
 cuidadosamente; papeles, documentos y decenas de hojas escritas desprolijamente. Aunque
 
 me daba cuenta que estaba invadiendo su intimidad leyendo frases que encerraban una pena
 
 y un dolor inmensos, no podía dejar de hacerlo. Con gran esfuerzo y un terrible sentimiento
 
 de culpa, estaba por abandonar la habitación cuando él llegó. Se enfureció, comenzó a tirar
 
 las cosas por el aire, rompiendo algunas que antes miraba. Me insultó, me echó de su casa
 
 pero no me fui, no podía moverme. Frenéticamente metía las cosas en bolsas que luego
 
 llevaba a la calle. Lo único que guardó fueron las fotos y algunos documentos. Yo iba tras
 
 él, parecía poseído. Me miró con odio.
 
 - ¿Qué hacés acá todavía? Te dije que te fueras - No respondí, lo seguí al baño. Estaba
 
 pálido, vomitó tomado de mi mano, Lo ayudé a incorporarse y lo acompañé al dormitorio.
 
 Lloraba como una criatura abrazándome, desesperadamente murmuraba nombres, hablaba a
 
 borbotones. Cuando por fin pudo relajarse se quedó dormido. Me recosté a su lado y
 
 también me dormí. Al despertarme ya no estaba. Lo encontré sentado en el sillón del living.
 
 - ¿Por qué hiciste esto? ¿Cómo hago ahora? - Parecía vencido.
 
 - ¿Cuánto tiempo hace que pasó? -
 
 - Cinco años. No pude afrontarlo ni puedo hoy. No quiero creerlo. No puedo -
 
 - Tal vez éste sea el comienzo, tal vez hayas perdido mucho tiempo pero que es hora de
 
 enfrentarte con la verdad -
 
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