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Compañera de viaje

Hacía horas que trataba de dormir, pero a pesar de mi insistencia en cerrar los ojos, el zumbido del motor y la constante agresión de una calefacción demasiado alta para mi gusto, me lo impedía. Traté de ver por donde íbamos, y la negra respuesta que recibí a través del vidrio me indicó que aún rodábamos por el desierto.

Quien haya viajado en bus desde Santiago de Chile a la ciudad de Iquique, sabe de lo que hablo: más de veinticuatro horas de trayecto, en las que las primeras ocho, tienes algo que mirar, pueblos y ciudades ora pequeñas y polvorientas, ora con hermosas tonalidades de verde que dan cuenta de las bondades de sus cultivos, viñedos y paisajes. Luego, solo variaciones de ocre, amarillo y café que señalan el ingreso al desierto más seco del planeta.

De pronto sentí que la marcha se hacía diferente, y el bus se detuvo. Finalmente parecía que había logrado dormir unos minutos. Quise averiguar en que pueblo estabamos detenidos, pero solo percibí oscuridad alrededor del autobús. La puerta se había abierto, aún no podía establecer si para dejar un pasajero en aquella soledad, o si por el contrario, un solitario se incorporaba a nuestra compañía. Si es que se puede definir como compañía un grupo de seres taciturnos, somnolientos y desarrapados que lo único que tienen en común es su deseo de dejar el incómodo transporte lo antes posible.

Primero percibí su perfume, delicioso aroma que la precedió en su ingreso. Luego fui cautivado por sus cabellos largos y sedosos que caían sobre sus hombros, su sensual y menuda figura y por la sonrisa que esbozó al inundarme el espíritu con la melodía de su voz:

----¿ Está libre este asiento? --- Preguntó.

---- Eeeh, po, po, por supuesto ---- Balbucí como idiota.

Me entretuve los cinco o seis minutos siguientes inventando insultos con los cuales calificarme. ¡¡Menuda impresión se habrá llevado de mí!! Pensaba sin mirarla, pero fuertemente consciente de su presencia. Cuando calculé que había pasado suficiente tiempo, la miré de soslayo y la vi bajar los ojos divertida, con una mueca de picardía en sus carnosos labios. ¿Me había estado observando? Creo que enrojecí hasta las orejas, me avergonzaba el hecho de que ella parecía divertirse a mi costa.

¿Hasta donde viaja? --- Se interesó.

Voy a Iquique, dije, muchas horas de viaje aún. ¿Y Usted?

También llego hasta Iquique, me informó. Vivo enterrada entre huesos viejos, tumbas y cacharros antiguos.

Espero que mis viejos huesos no hayan atraído su interés profesional, Señorita….

Paula Palacios, me dijo con la sonrisa a flor de labios. Y no, son sus huesos lo que me atrajo, Señor…

Arteaga, deslicé, ----Jesús Arteaga.

La miré abiertamente y estreché su mano con formalidad y la lleve a mis labios, Encantado de conocerle Paula, seguramente la veré en la ciudad. Mi seriedad, resultó cómica para la joven, que se hallaba en completo dominio de la situación gracias a mi evidente turbación. Finalmente opté por reírme y poco a poco recuperé mi aplomo y pude gozar de su conversación y agudo sentido del humor.

Con alivio, recibimos la parada del bus en la ciudad de Caldera, miré mi reloj y comprobé que ya era de madrugada, por fin pude descender y estirar mis maltrechos músculos. Al ayudarle a bajar Paula mantuvo su mano en la mía mientras caminábamos hacia el Restaurante que permanecía abierto para los viajeros, que como nosotros necesitábamos un refrigerio. La temperatura a las cuatro de la mañana estaba considerablemente baja. Paula aceptó encantada una taza de té y yo pedí un café negro y fuerte.

La brillante iluminación del restaurante me permitió observar a mi nueva amiga en todo su esplendor, usaba un vestido largo y algo anticuado que ocultaba en parte sus curvas, pero el cuerpo joven y vigoroso se adivinaba al caminar. Sus ojos verdes estaban enmarcados por largas pestañas y una melena color castaño claro le proporcionaba el marco adecuado para su armonioso rostro en el que destacaba una nariz grande, pero que sin embargo le confería carácter al conjunto.

En la agradable atmósfera del local y reconfortados por la bebida caliente nos sentimos cada vez más a gusto y parloteamos sin parar hasta que llamaron a abordar. En aquellos quince minutos sentí que la conocía de muchos años y me atrajo especialmente su inteligencia y jovialidad. Me trataba como a un igual, la diferencia de edad no parecía importarle, éramos dos seres conectados no solo por la charla sino por un lazo espiritual indefinible que se da sólo con algunas personas afines. Química le llaman.

¿Tiene familia en Iquique? ----Inquirí para mantener la conversación.

--- La tenía, pero ya no, mi Madre murió en un incendio --- Susurró con sentimiento.

---¡Que lástima, lo siento muchísimo!--- Dije, rozando su mano como para confortarla.

Sonrió con tristeza, pero al momento sus ojos se clavaron en los míos con fiereza. ---¡Estoy segura que el incendio fue provocado! --- No podré descansar hasta que los culpables se arrepientan y la verdad se conozca--- continuó en voz baja.

Sus ojos brillaban humedecidos y cabizbaja se estremeció por un instante. Me daba cuenta que a medida que transcurría nuestro dialogo crecía mi interés, la profunda pena que le producía el recuerdo, me impulsó a ofrecerle ayuda.

Paula, --- comencé, --- yo soy periodista y estoy viajando para recopilar antecedentes para un reportaje sobre las Salitreras y los años de esplendor de la Pampa, quizás pueda buscar alguna información que le ayude en su propósito…

¡Gracias! --- respondió --- Ya veremos si cuando nos separemos se va a acordar de mi y su ofrecimiento.

Le aseguré que nunca la olvidaría, y que por supuesto que mi oferta era seria.

De vuelta en nuestros asientos no podría decir quien estaba a nuestro alrededor, de hecho prácticamente no recordaba haber visto a nadie desde que Paula apareció en el bus. Este rodaba estable y constante ahora por la ruta costera, quedaban al menos dos horas de oscuridad aún y bastante más para acercarnos a la próxima ciudad. Paula se acomodó en el asiento de la ventana y apoyó su cabeza en mi hombro; ¿Puedo? Susurró.

Debo haberme dormido, pero de pronto un rayo de sol vino a desbaratar mis sueños y lo primero que noté fue la ausencia de Paula. Miré el reloj y comprobé que marcaba las seis quince, estabamos aún lejos de Antofagasta, la próxima parada. Habrá ido al baño, pensé.

El auxiliar se afanó al rato con las bandejas para entregar el desayuno, un vaso de té y un minúsculo sándwich de algo parecido al queso. Cuando llegó a mi lado le consulté por la pasajera que había abordado antes de Caldera. Me miró con cara de pregunta y aseguró que solo había bajado un pasajero en esa parada, por lo demás Ud. Ha venido solo todo el viaje, me espetó.

Una línea de hielo recorrió mi columna y quedé mirando como idiota por segunda vez en el viaje, esta vez al joven de ojos saltones y enrojecidos que con la camisa de uniforme arrugada me miraba boquiabierto sin entender nada.

Mecánicamente recogí el vaso de té y el pan, depositándolos en la bandeja. Estaba intrigado, desilusionado y confuso: ¿Habrá sido un sueño? O el auxiliar me trataba de jugar una broma. Aún percibía en el ambiente el sutil perfume que emanaba Paula. Concluí que ambos se habían confabulado para el engaño. Al llegar a Antofagasta se aclararía el entuerto.

Nada se aclaró en Antofagasta ni en ninguna otra parte.

Luego de 15 días en Iquique y recorriendo las salitreras hoy tristemente abandonadas. Después de muchas horas de conversación con familiares de los mineros que dieron esplendor a la industria y husmeando en los diarios antiguos, el museo y un sin número de publicaciones; estaba al cabo finalizando la etapa de investigación.

Tras reunir y guardar la información recopilada, acepté la invitación de uno de mis colegas de la Universidad de Tarapacá para presenciar una curiosa ceremonia: El funeral de un Bombero.

En Iquique, es tradición que a los combatientes del fuego se les despida con un ritual nocturno, que culmina con una procesión en la cual el malogrado Bombero es llevado a pie por las calles iluminadas solo con antorchas hasta el mausoleo que el Cuerpo de Bomberos posee en el Cementerio Nº 3, le acompañan en esta despedida las sirenas de los carros y una lluvia de pétalos de flores y papel picado. Se trata de una ceremonia emotiva y vistosa. Ya en el Campo Santo, cada uno trata de situarse donde pueda entre las tumbas, para seguirla desde un sitio cómodo, lo que causa confusión entre los espectadores que llegan en gran cantidad.

Me encontraba junto a mi amigo cerca de un pequeño muro, sobre el cual nos subimos para tener una mejor visión, cuando un grupo de espectadores irrumpió empujándose y de pronto perdí el equilibrio cayendo sobre unos arbustos detrás del mausoleo. Sin poder evitarlo, di de bruces sobre una de las tumbas. Mientras trataba de incorporarme, observé el borroso nombre en la derruida cruz: Paula Palacios Jeria 1954-1976.

El lenguaje se hace estrecho para describir el impacto que me produjo el nombre. Nunca he creído en las casualidades o en coincidencias. Recordé de inmediato la advertencia de mi amiga Paula, la del autobús “Ya veremos si cuando nos separemos se va a acordar de mi y su ofrecimiento.”

Cuando Pepe, mi amigo, llegó a mi lado pensó que mi estado se debía a la caída y se esmeró en atenderme y sugirió que fuéramos al Hospital para hacerme un chequeo. Obviamente deseché la idea con amabilidad y el resto del ritual me mantuve absorto en mis propios pensamientos, aumentando injustamente la angustia de mi buen amigo Pepe.

Al término de la ceremonia el Comandante de Bomberos nos invitó a una cena en el Círculo Español lo cual me dio la oportunidad de conocerle. Bruno Sharaffia bordeaba los setenta años y tenía más de cincuenta como Bombero, había estado en más incendios que nadie en Iquique, su trayectoria le había llevado a declarar en juicios e investigaciones como perito en su calidad de investigador de siniestros.

Vivamente interesado le comprometí a una entrevista para hablar de su pasión: el combate de Incendios y la historia del único Cuerpo de Bomberos voluntarios del mundo. Por supuesto mis motivaciones eran tan inverosímiles como poco relevantes. Al hombre le sedujo la idea de un reportaje que destacara a los Bomberos de Iquique.

Me sumergí nuevamente en los diarios antiguos hasta dar con la historia del incendio en el que había perdido la vida una mujer de apellido Jeria, la que fue sindicada como suicida. Escuetamente el periodista, ya fallecido, daba cuenta de que una depresión había impulsado a doña Marcela Jeria a tomar la fatal decisión. Su única hija, Paula, se encontraba estudiando en Arica y don Efraín Palacios, prestigioso empresario y político participaba activamente en la lucha por la alcaldía. La Sra. Marcela sufría de soledad y su sumió en una depresión profunda la cual culminó con el incendio voluntario de su vivienda luego de tomar somníferos. El incendio destruyó cuatro casas y la carencia de agua dificultó la tarea de los bomberos. Proseguía una serie de informaciones relativas a la investigación policial, la congoja del esposo y el gran dolor de su hija.

En la página siguiente estaba mi amiga Paula, en blanco y negro mirándome acusadora con sus hermosos ojos desde el amarillento papel. Al pie de la fotografía se destacaba: Paula Palacios no acepta la versión policial: “Mi madre no era una suicida”.

Seis meses mas tarde el mismo periodista informaba que en un viaje de estudios al Lago Chungará la Srta. Paula Palacios falleció en un accidente carretero junto a otros dos estudiantes. En la página de sociales, destacaba el próximo matrimonio del alcalde Efraín Palacios con la Srta. Olga Balbontín, ambos se mostraban consternados por la desgracia, que enlutaba a la familia.

Con fotocopias de los artículos, concurrí a la cita con Bruno, en su amplia oficina de la Plaza Prat, sede de la Jefatura del Cuerpo de Bomberos de Iquique. Durante las dos horas siguientes lo llevé a recordar el caso que me interesaba, y en el que Bruno había tenido una importante actuación: había sido nombrado perito para la investigación técnica del siniestro.

Trató de evitar el tema durante gran parte de nuestra conversación, claramente incómodo. Son cosas pasadas, me decía, ya no tiene importancia lo que yo haya pensado o actuado; ya van casi treinta años. Nada puede hacerse. Además los muertos no tienen derecho a pataleo. --- Concluyó.

Finalmente se decidió a contarme su versión, un relato pleno de tristeza, de culpa y que según su propia definición lo llenaba de vergüenza. Dolorosamente como quitando capas de piel quemada, la verdad comenzó a aflorar, tras años de esforzarse por olvidar.

Recordaba perfectamente el incendio, había sido el primero en el cual debió actuar como perito investigador para el primer juzgado de Iquique. Tenía 39 años y se había graduado como técnico en investigación de incendios en Brasil, becado por el Cuerpo de Bomberos. Su ex compañero de juventud y de partido, Efraín Palacios estaba destinado a ser el próximo Alcalde de Iquique. Habían estado conversando días antes acerca de su postulación y creía con firmeza en que su amigo sería un aporte para la comunidad.

Cuando recibió el nombramiento como perito para investigar las causas del incendio, fue a la oficina de Efraín a darle el pésame en persona. Se encontró con un hombre destrozado por la muerte de su mujer; lo peor, según su amigo era el hecho que Marcela se había suicidado. Le agradeció efusivamente sus condolencias y le aseguró que si era elegido alcalde, tendría una muestra de su amistad y gratitud asegurada. Lo acompañó a la puerta y le encareció que fuese cuidadoso en su informe para no perjudicar su carrera política.

Bruno se detuvo un momento en su relato y fijó sus ojos velados por las lágrimas en los míos: --- Te prometo, que en ese momento creía absolutamente en el dolor de mi amigo, en su amistad y su honestidad. --- Dijo, sus manos jugaban inquietas sobre la mesa.. ---- Pronto la investigación me guió hacia un hecho incuestionable: El incendio había sido provocado. Lo que la investigación no me podía aclarar era quien había provocado el siniestro --- Prosiguió.

---- En ese momento tanto la hija, Paula, que se encontraba estudiando en Arica, como mi amigo no estaban en la casa. Solo cabía atribuir a la depresiva Marcela la autoría del hecho… y de hecho así lo hice constar en mi reporte, finalizó Bruno.

---- Como es natural, lo conversé con Efraín y me aseguró que el día del incendio estuvo desde temprano haciendo campaña y recorriendo diversos sectores con su chofer; se enteró por informaciones de radio del incendio. Así, amigo mío, fue como me involucré en este tema, indicó Bruno.

Asentí, alentándolo a seguir.

---- Pero lo peor lo viviría meses después. Continuó --- Una tarde al llegar al cuartel de bomberos, me esperaba una hermosa joven. Era Paula, la hija de mi amigo Efraín, había averiguado que yo hice la investigación y esperó por horas para verme. Lo primero y casi lo único que me dijo fue “Mi Madre no se suicidó, la mandó a matar mi Padre”. La categórica afirmación me tomó por sorpresa. Sentí que algo parecido a la culpa, comenzaba a aflorar en mi fuero interno. Había confiado ciegamente en mi amigo, y por ende omití explorar otras posibilidades en mi informe. ---- ¿Tiene alguna base en la que apoye esa acusación? --- Le pregunté.

Por un instante recordé los hermosos ojos de Paula cuando ¿la conocí? Y con fiereza afirmó ---“¡Estoy segura que el incendio fue provocado! --- No podré descansar hasta que los culpables se arrepientan y la verdad se conozca.”
Con un gesto le invité a seguir su relato y aparté por un momento mis propios recuerdos.

---- La joven verdaderamente estaba convencida de lo que afirmaba, la fuerza de sus ojos desmentía lo menudo de su cuerpo. ---- Siguió Bruno

---- En ese momento la insté a concurrir a la Policía y lamenté no poder ayudarla. ---- Expuso Bruno con voz triste. Nunca volví a verla, --- continuó. ---- Dos días mas tarde, en un viaje de estudios al Lago Chungará la Srta. Paula Palacios falleció en un accidente de auto junto a otros dos estudiantes ---- Si mi amigo, ella perdió la vida y yo gané una pena inmensa y la culpa que me acompañó todos estos años, porque en mi reporte omití incluir que Marcela murió en su cama, en el segundo piso y el incendio comenzó en la cocina, en el primero.

Con un suspiro, Bruno se desplomó en su asiento, hundido como un globo pinchado. Sus hombros se estremecían en espasmos. Caminé hacia la ventana y le di la espalda unos minutos para no avergonzarlo más con mi propia tristeza.

---- Efraín murió hace algunos años, por un cáncer terminal, ---- reanudó Bruno su relato ---- y prácticamente con sus últimas fuerzas me confesó que Marcela estaba determinada a dejarlo, por sus malos tratos y por el abandono en que tenía a su familia a causa de sus ambiciones políticas. Esto habría sepultado sus aspiraciones de llegar a Alcalde y no podía permitirlo. Su chofer arregló todo. Efraín no quiso enterarse, solo pagó y siguió adelante con su carrera política. Primero como Alcalde y después como parlamentario pagó con creces el favor y el posterior chantaje. El cura que le dio la extremaunción está al tanto de esto, pero bajo secreto de confesión. ---- Concluyó Bruno

¿Y que hay del chofer? ¿Se supo algo de él? ---- Pregunté

--- El sujeto era un matón, fue asesinado en una riña de bar hace unos diez años. Es lo que yo sé. Como comprenderás; los delitos si los hubo; están prescritos, los actores fallecidos. Solo quedan las culpas los pesares y la vergüenza. De todos modos ha sido un alivio para mí entregarte este testimonio, sólo espero que esta trágica familia descanse en paz y pueda perdonarme allí donde estén. ---- Terminó Bruno su relato.

Al día siguiente, fui al cementerio, y dejé flores en las tumbas de madre e hija, luego coloqué una pequeña placa sobre la lápida de Paula. Solo decía “Conocí la verdad, tenías razón, solo falta tu perdón. Tu compañero de viaje”
©Corguill

Texto agregado el 10-11-2007, y leído por 717 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
16-11-2007 Valió la pena la invitación.***** ¡MUY BUENO! tequendama
15-11-2007 Perdón...sos un gran narrador- lagunita
15-11-2007 Claro que me gusto y mucho, fue sensacional leerte, soy una gran narrador , es una muy buena historia que me encanto leer, y que saboree con gusto, gracias por invitarme.***** saludos lagunita
13-11-2007 Excelente relato que da para una película, narrado con sencillez te lleva de la mano hasta el final para conocer el desenlace. doctora
12-11-2007 Hacía mucho tiempo que no me dejaba atrapar por la lectura en forma tan completa. Ninguna discordancia me apartó de la lectura, todo fluye, la narración sigue un ritmo constante que permite descripciones de ambiente, de personajes y sus emociones . Me gustó mucho. Te felicito .Gracias por acercarme, hubiera perdido mucho. ninive
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