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El Viaje.

Llevo aproximadamente 22 horas sobre el bus, está amaneciendo y la carretera se ofrece silenciosa y fría. A lo lejos miro el océano inmenso y casi infinito que es el desierto. El bus se desplaza suavemente, pero rápido. Mis piernas están acalambradas y tengo el cansancio característico que se siente cuando recorres una gran distancia en una misma posición. En el asiento que está al otro lado del pasillo hay una chica, joven, mucho más joven que yo, la diferencia de edad debe ser de unos diez años. Ella duerme, es guapa, lleva una falda verde y una chaqueta de mezclilla, también tiene unos audífonos enormes. Tiene la cabeza apoyada contra el cristal. Viaja sola. El bus se sacude un poco y ella despierta, al abrir los ojos tiene una expresión de sorpresa como si el desierto fuera un lugar que no esperase ver en su camino. Luego se quita los audífonos, se acomoda el pelo y se queda pegada ante el paisaje que le ofrece la carretera. Su imagen me deja hipnotizado, no sé si es por el vaivén del bus o por lo mucho que se parece a Laura. Luego se da vuelta y me descubre mirándola. Yo debo poner alguna cara divertida o me debo sonrojar, porque ella primero me mira con desconfianza, pero después me sonríe, yo le sonrío de vuelta y vuelvo a concentrarme en la fría carretera, luego ella se coloca los audífonos nuevamente y se acomoda en su asiento cerrando los ojos. Entonces pienso en el largo viaje y como hace un par de días atrás me despedía de Marcelo, mi amigo, tal vez mí mejor amigo, quizás el único. Recuerdo la cara de Rosario y sus ojos hinchados de tanto llorar y yo sintiéndome culpable de todo, sabiendo que en el fondo todos me culpaban a mí, y quizás, aquella noche no debí haber salido de casa, tal vez no hubiera ocurrido el accidente y no hubiera atropellado a aquella muchacha. Ahora intento resolver esto que llevo por dentro pero que sin duda, ya no tiene solución. Lo curioso es que a pesar de todo me siento a salvo. Sólo, pero en movimiento y la marcha me sirve, me hace sentir que el viaje tiene sentido y que la carretera y el frío son el saludo de bienvenida a un lugar desconocido. La chica vuelve a despertar, cada vez estamos mas cerca de la ciudad, bajamos por una colina, la ciudad, aún dormida nos espera con el mar como telón de fondo. Ella se despereza, estira los brazos y bosteza tapándose la boca con la mano, vuelve a cerrar los ojos. Pienso en Laura, mi hermana, en todos los consejos que me dio, en el abrazo de despedida. Cuando estés listo, llámame, me dijo. No sé cuando estaré listo. Entramos en la ciudad y la marcha se torna más lenta. Algunos pasajeros despiertan. La chica guarda los audífonos en un bolso que tiene en el asiento que está a su lado. Mira con cierto aire melancólico las calles por las que nos desplazamos, como si volviera a casa después de una larga ausencia. Llegamos al Terminal de buses. Estamos en las postrimerías de septiembre, me encuentro en la ciudad de la eterna primavera, pero hace un frío terrible. El cielo tiene un tono rosáceo que te hace sentir que estás frente a un atardecer, más que a un amanecer. Veo a mucha gente en el Terminal. Siento el aire salino en mi cara que me hacen recordar la proximidad del mar. Vuelvo a ver a la chica, lleva dos maletas enormes, yo viajo ligero, así que decido ir a ayudarla. Mientras lo hago miro el cielo, ahora es naranjo y pienso que es un día perfecto para empezar, todo de nuevo.

Texto agregado el 11-11-2007, y leído por 94 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-11-2007 El protagonista se sumerge en recuerdos pero también va describiendo las sensaciones y el ambiente que lo rodea, el final tiene un toque de esperanza “un día perfecto para empezar, todo de nuevo” Buen texto ***** rosadel_viento
 
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