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The City

Entrar a una habitación oscura y desconocida siempre me ha producido una sensación horrible. El aire frío, la humedad, el polvo, la puerta de entrada con la pintura celeste descascarada y el picaporte oxidado, la alfombra del pasillo de un posible pasado persa, ahora de un exacto presente negro, el muro cubierto de hollín y en la sala de estar una descolorida mujer floreada sentada en un descolorido sillón floreado, bebiendo te de hierbas desde una descolorida taza floreada con el asa rota, mirándola, mirando el humo, respirando quedamente, levantando la vista, diciendo “Un poco tarde ¿No?”.

-¿Quién eres?- Uno dice, sin siquiera dejar los bolsos en el suelo.
-Te estaba esperando. Mi nombre es Isabel.
-¿La vecina?
-Ella también.- dice ella con una sonrisa y luego bebe un trago.- Bueno, ya que has llegado puedo decirte lo que hay que decir. En la cocina hay una libreta negra, hay dos teléfonos; el mío es el primero.
-¿Y el otro?
-Venga a saberlo una, es tu casa, tu libreta, tus números.

Nos quedamos un rato mirándonos sin decir nada, ella se levanta y llevándose la taza pasa a mi lado sin despedirse, pensé en decir algo sobre el hecho pero desde la entrada grita “La taza es mía, así que no jodas, yo no robo.”. Sus pasos no resuenan en el parqué, tan solo se escucha el roce de su vestido al quedarse enganchado con las enredaderas que pueblan la entrada.

Sin entender del todo lo que acababa de suceder deje caer los bolsos al suelo y salí al porche a ver donde era que efectivamente me encontraba y, de forma mas subconsciente pero no por ello menos fuerte, ver si la chica seguia alli. Al salir lo unico que encontre fue un pantano con algunos pastizales, un par de caminos de tierra (en muy mal estado) y el campo de mi vecina a lo lejos (en muy buen estado). De la mujer ni rastro, debio haber ido a su casa me dije a mi mismo, creo que en voz alta, el ultimo tiempo mis pensamientos se vocalizan sin mucha mediación de mi parte.

Me sente un rato en las escaleras del porche y fume el ultimo cigarrillo que me quedaba, inmediatamente este se hubo acabado me recrimine por no haber comprado más en el pueblo, por no haber comprado nada, tendría que resolver aquello muy luego si pretendía seguir viviendo en aquella pocilga.

Pensé en la taza, pensé en el te, pensé en donde podría conseguir agua para lograr aquel conjunto; me descubrí absolutamente ignorante de toda noción espacial dentro de aquel lugar; no sabia donde mierda estaba parado. Pensé en llamar a Isabel, me di cuenta que ni siquiera sabia donde estaba el teléfono y me encontraba demasiado cansado para buscarlo en aquella oscura casa de ventanas tapiadas. Dicte nota mental, abrir las ventanas, conseguir vidrios, buscar ampolletas.

Me quede sentado intuyendo el futuro, intuyéndolo específicamente desde mi estomago vacio que comenzaba a presentar fuertes quejas ante la ausencia de algo tan fundamental como era la comida. Me encargaría mañana, todo se puede mañana.

Aquella noche no dormí en mi habitación ya que a pesar de encontrarse electrificada la casa, no habían bombillas en buen estado; tanto fuera instaladas o guardadas. Aproveche una manta que tenia guardada en la camioneta, y movido por el temor a los espacios desconocidos y oscuros (y la imagen de Isabel que aun jugaba en mi mente como una parca floreada bebiendo te en el living), opte por cubrirme bien y dormir afuera. Me vi desagradablemente sorprendido por la sonoridad de la fauna del lugar y tuve mis primeras necesidades de concreto, neurosis avanzadas y todo aquello que conforma a la urbe. No me despertó gallo alguno, sino el sol en la cara.

Movido por el hambre tome la firme y segura decisión de realizar el viaje de dos horas hacia el pueblo. Me vi a mi mismo dentro de aquella vieja camioneta enfrentado a las piedras, a los baches, al polvo. Yo y ese vehículo nuevamente. No fue así. La camioneta no encendió

Nos quedamos mirándonos un largo rato, dos animales a punto de enfrentarse. Abrí el capo, y analice la situación. No, no sabia absolutamente nada, absolutamente nada. En algún lado de toda esa maraña habían muchísimos caballos guardados, apretujados, y yo era incapaz de agarrar una fusta, darles vida, convencerlos de llevarme al pueblo. Simplemente no podía, a pesar de haber estado rodeado toda mi vida de amigos que solo hablaban en siglas, números, velocidades. Yo era incapaz, solo entendía de libros y de música, y tampoco lo suficiente.

Deje a la bestia afuera para que el oxido se vengara por su ofensa y opte por la solución mas lógica; llamar a Isabel. Como siempre me sentí un idiota al encontrar el teléfono, que la noche anterior había buscado infructuosamente, al lado del refrigerador (muerto, obviamente), con la libretita a un lado. Disqué el numero y nadie contesto, volví a discarlo y obtuve el mismo resultado, la única respuesta que hubo fue una monumental queja de mi estomago que comenzaba a encontrar la situación francamente preocupante. Mire a aquella segunda bestia y me di cuenta que, al parecer, todos los objetos y seres de aquel lugar tenían planeado atacarme. Disque el segundo numero.

-Fue Isabel.-me dijo la voz de una niña.
-¿Fue Isabel que?
-La que te jodio el auto. Le gusta hacer cosas como esa, y la taza era tuya. Si fue ella, tan solo debió haber soltado uno de los polos de la batería, eso es fácil arreglarlo.
-Sí, creo que se donde esta la batería.
-Bueno, entonces arréglalo.
-¿Y tu de donde conoces Isabel?
-Todos nos conocemos de algún lado.- dijo y corto. Volví a discar el numero pero no hubo respuesta. Inmediatamente sentí un gusto metalico en la boca, unas profundas e inexplicables ganas de vomitar -todos nos conocemos de algún lado.

Sorprendido por los hermetismos de las personas que habitaban este lugar, elegí no cuestionarme la situación. Me dirigí a la bestia de metal para rescatarla del oxido, con una horrible seguridad que lo que realmente se veía amenazado por el oxido era mi sanidad mental, todo ello gracias a que las únicas personas que tenia para interactuar eran Isabel y la niña del teléfono.

Mis compras fueron pensadas para alguien solitario; tallarines, ración de dos meses; vodka, ración de tres meses (que solo durarían un mes); cigarrillos, suficientes para que jamás faltaran; café, no lo suficiente. Al irme del lugar esperaba no tener que tener que realizar el viaje por un buen tiempo.

Capitulo II

El ritmo de vida era más que apacible, monótono. Levantarse, beber café, comer tallarines, beber vodka fumar cigarrillos, beber café, beber café, comer tallarines, fumar café, comer vodka y tomar tallarines. Intentaba tocar la guitarra pero tenía las manos dormidas, constantemente dormidas. No supe de Isabel, no volví a saber de la niña del teléfono. Me sentaba en el porche, allí: contaba aves que pasaban, escribía en el polvo del suelo, trataba de ver formas en las nubes, me daba cuenta que no tenia imaginación alguna, miraba el pantano, me imaginaba una ciudad erigida entre los pastizales; autos pasar, cientos, miles, voces, gente gritando. Me quedaba dormido; ebrio normalmente.

Fue un sueño, o una alucinación, o una memoria mezclada con ideas. Suena el teléfono, es la niña y dice “Hazlo”, así, con vos alegre, esas voces que dejan claro que están sonriendo, “hazlo”, y ese hazlo es algo casi sexual y yo no se si sentirme horrible pues se que es una niña, y jamás la he visto, y cuando despierto estoy con Isabel en mi cama y me dice “Hazlo” y vuelvo a quedarme dormido.

Al mes se acabo del vodka y tuve que volver a enfrentarme al hecho de donde me encontraba, a mirar el pantano y verlo, realmente verlo y por ende verme. Era horrible; agua sucia, densa condensada, hediendo, animales muertos cayendo en descomposición. Había que construir una ciudad, una ciudad en lugar de aquel pantano. Ni Isabel ni la niña contestan el teléfono, yo tengo que construir una ciudad, tengo el dinero. Me estoy oxidando. Hazlo.

Capitulo III

Todo huele horrible aquí, los pantalones sucios, ella se acerca y dice:

-Cada calle da vuelta sobre un eje y cada eje es un yo, un otro, y cada otro es un nosotros que se despega y se desarma.- sonríe se va y yo intento lo mismo pero me hundo en el pantano. Sueño o no lo hago.

Ella se acerca y dice:

-¿Acaso toda agua es un útero? Tienes que acercarte más para oír. .- te acercas y aprietas tu oído contra el pecho de la niña, la abrazas pero esta se libera y corre, despiertas con Isabel a tu lado, ella duerme, hay marcas de heridas en su espalda, como si la carne se hubiera vuelta vieja, se hubiera abierto para dejar fluir la sangre sucia, la sangre muerta . Comienzas a poner piedra sobre piedra, primero es un trazo en su espalda, luego llega hasta su culo; decides que debe haber una ciudad. Hazlo.

Se drena el pantano, y uno a uno comienzan a aparecer hombres y mujeres anónimos, todos cargan piedras cemento y todo desde el eje comienza a girar rápidamente.

-Simetria, necesitamos simetría.- dice un hombre que ha asumido como capataz.-
-Si tu logras que uno de tus pensamientos sea simétrico, la ciudad va a ser simétrica, ¿por qué vivir en algo que no es como uno?¿qué no es como una espalda? Recuerda recuerda recuerda “El azar siempre se logra a si mismo como idea al negarse o afirmarse”, lo que sea que aquello signifique..-dices entre un balbuceo neurotico, discando un numero, luego el otro, uno, luego... y el te mira, hace un gesto enojado, e intenta irse, pero lo agarras con fuerza y comienzas a ahorcarlo.-Lo siento señor, a veces sucede que pierdo el control.- Y se va musitando algo para si mismo.

Ella se acerca y dice:

-Hace frío, abrázame a mi esta noche.- y crees recordar abrazarla pero nuevamente aparece Isabel, y las heridas de su espalda, que comienzan a crecer, a encostrarse y tus ojos se cierran y ella desaparece para volver a aparecer entre las recién formadas calles de la ciudad, como una fantasma de ropas floreadas que pasa sus dedos por los edificios y no dice nada, pero llega un día en que te mira a los ojos, en la cama, sobre ti y te dice:

-No lo hagas, si ella sigue así, ni tu, ni yo, ni nadie va a salir de aquí. Necesitamos que el agua vuelva a correr, lo necesitamos. Tu crees que puedes entrar salir, salir y jugar con el orden de todo. Han metido sus manos en aguas mas profundas de lo que les corresponde. Una babilonia de aguas negras, ya lo veras..- y ella se orina sobre ti mientras se ríe con una risa horrible y tu intentas reír pero en ves comienzas a llorar porque recuerdas que hace unos días la niña a través del teléfono, podías oír su voz, la niña diciéndote:

-Todo se resume en los instantes que nadie ha escuchado. Hay ciertas cosas que residen en el silencio, que van mas allá de lo que una palabra puede decir; son las palabras creciendo y girando sobre si mismas más allá de toda comprensión; y cada sensación, cada actitud va más allá de lo que tu mente logra asir. Es cosa de dejar que las calles se expandan quebrando el silencio y así este dejara de existir, y la piel tendrá una voz. Arena y polvo en la suela de los zapatos, la estática se disipara y encontraremos la armonía.

Se lo comentaste a Maria, crees haberlo hecho, ella comenzó a llorar, luego a reír, luego hicieron a hacer el amor, luego jugaste con las heridas de sus espaldas y de pronto ella se vuelta y te dice.

-¿Ahora amas una roca?
-¿Una roca?
-Si, una roca, y la subes por la montana tan sola para verla caer y aplastarnos a todos.

Hace un buen rato que no dices nada importante, otros hablan por ti, te has vuelto un espectador callado, de sus heridas, de los hombres anónimos que surgen durante el día a pie desde los caminos, que una ves cae el sol desaparecen y de la niña que se acerca, te besa, y te deja dormido en los brazo de Isabel. Demasiado oxido, decides quemar la bestia de metal, encuentras que la forma que arde es bella y llamas a la niña para que se siente a tu lado, se quedan uno al lado del otro en el porche, acaricias su pelo, ella mete su pequeña mano en tu pantalón y dice:

-Todo acaba en el fuego algún día.- y nuevamente vuelves a Isabel.

Capitulo IV

El capataz entra un día a hablar sobre el trazado de las calles, te encuentras con la niña en el comedor, ella te lo esta chupando, el dice algo sobre perversión, sin pensarlo, vas a buscar un cuchillo de la cocina y lo clavas en su pecho, el te mira a los ojos y un ruido horrible surge desde su garganta (y en cierta forma te provoca placer). Vuelves donde la niña, le dices “Te amo, después me encargo del cuerpo” y juegas con su pelo castaño mientras miras su cara de inocencia perdida. Le dices “Te amo” a Isabel y buscas el orificio de su culo.

Nadie se dio cuenta de la ausencia del capataz, nadie jamás se dedico a escuchar lo que decía. Se continua, si alguien aparece o desaparece no tiene importancia, se continua sin importar lo que suceda, cada dia vuelve a iniciar y a reiniciar el proceso. El trazado es un proceso evolutivo, la altura de los edificios se determina por los deseos, por el sol de cada día, incluso por una tirada de unos dados.

-¿Mas a la izquierda?.-dice uno- Se vería mas bonito ¿o no?
-Hay un árbol
-¿Qué árbol?
-Ese.-apuntando un arbusto-
-Se corta
-Mejor a la derecha
-Izquierda
-¿Se deja al centro?
-¿Rotonda?
-Rotonda
-¿Y después?¿Izquierda?
-Derecha.

Yo me siento en el porche a mirar la situación. A veces aparece la niña, entramos a la casa. A veces por la noche vamos con Isabel a recorrer la ciudad, ella dice “cada calle duele” y yo lo se. La niña me lo recuerda con su cara de dolor cada ves que se acuesta conmigo, es la espalda de Isabel en su mirada, es la taza de te quebrada sobre la cama, es la casa hediendo a sexo, a te de hierbas.

Le prendí fuego, llame a Isabel; no contesto, llame a la niña, no contesto. Extrañe el vodka, me corrí una paja mirando la casa arder y fui a caminar por la ciudad.

Capitulo V

Un día comenzó a llover y el agua comenzó a colarse dentro del edificio. Llovía en forma horrible, llovían gotas negras y vi aparecer en medio de la plaza animales teniendo sexo; entre razas, entre sexos, algunos hombres los miraban mientras hacían comentarios con sonrisas maliciosas. Los árboles ardían y no se quemaban. Grite en la soledad y humedad de aquel edificio, nadie escucho mi grito entre los truenos.

Vi a Isabel arrodillada en medio de esa escena, parecía rezar, tenia un rosario de cuentas en sus manos y su vestido era blanco. Tuve miedo, miedo a salir. Deseaba tanto hacerlo, ir allí y arrancarla de ese espacio, rodearla con mis brazos, decirle “dejemos esta cárcel, ya no la necesitamos”; fui incapaz. Los animales, los árboles, la lluvia, la oscuridad. Isabel era la muerte y aquel rosario eran las hebras de los hilos. Tuve miedo.

Capitulo VI

El otro día volvió a aparecer el capataz para hablarme de una inexactitud en el trazado, de lo ilógico de cómo estaban sucediendo las cosas. Ahora, sin ningún instrumento con el cual agredirlo, me limite a gritarle que me dejara tranquilo, que se quedara muerto y tranquilo como yo. Me acurruque contra la esquina del húmedo, frió y mal construido edificio de nuestra ciudad y soñé con ellas, de las cuales no sabia nada desde hace aproximadamente un mes. Vomite un par de veces antes de lograr conciliar el sueño; extrañaba el vodka, lo que sea que hubiera estado tomando tenia mi estomago destrozado.

Habían pasos, risas de noche. Siempre, nunca, todas las noches. Yo las salía a perseguir y me perdía en mi- nuestra- inmensa ciudad. Terminaba desplomándome y quedándome dormido en la calle, sucia polvorienta y entre mi propio vomito, mierda y orina. Extrañaba la orina de Isabel.

De un día para otro no vino mas gente a construir, todo quedo estable y hubo frió, mucho frió. No hubo alcohol, no hubo cigarrillos, no hubo comida, no hubo café, no hubo forma de salir de aquí, no hubo teléfono, no hubo forma de caminar, no hubo deseos de respirar. Me senté en la plaza principal y grite, grite llamando a la niña, grite y llore, y volví a llamar, y solo escuche risas que sabia estaban en mi cabeza. Volví a vomitar pero esta vez debido al síndrome de abstinencia. Me odie a mi mismo y la odie a ellas. En algún momento me desmaye.

Soñé que me encontraba junto a la niña, que la abrazaba, que la mantenía junto a mi y que le preguntaba su nombre y ella me decía “Isabel, siempre lo fue”.

Al otro día ocupe las pocas fuerzas que me quedaban para dirigirme a la casa de Isabel, pregunte por ella y me dejaron esperando afuera (debido muy probablemente a mi apariencia). Apareció una mujer mayor, muy diferente tanto a la niña como a la Isabel que yo había conocido.

-Disculpe, usted no es Isabel.- dije yo.
-La única que hay aquí señoriíto, ¿Qué desea usted?.- me dijo con una mirada de asco.-
-Busco a Isabel, usted no es Isabel, su espalda, déjeme ver su espalda.
-¿Qué? Claramente no puede ver mi espalda.-dijo enojada.-
-Isabel tiene una ciudad en su espalda, mírela, esta allá.- dije mientras apuntaba a la ciudad. En ese minuto vi el fuego.

Corrí, intente hacerlo. Caí al suelo, una, dos, tres veces. Lloraba y gritaba su nombre. Aparecieron personas, siempre anónimas desde la casa de la falsa Isabel y me sujetaron. Ardía, Isabel ardía.

-Déjenme ir, se nos quema.
-Nada se quema.-Me dijeron.
-La ciudad ¿no la ven?
-Solo hay un pantano allí.
-No, ahí esta escrito su nombre ¿No lo ven? I-Sa-Bel.

Me agarraban y por mas que quería soltarme no era capaz, no tenia fuerzas, ellos, los anónimos, si. Grite fuerte “¿Quién mierda fue? ¿Quien la quema?” mientras miraba con odio a aquella vieja mentira que se quedaba mirándome con repulsión desde la entrada de su bella casa, en su bello campo, donde seguramente las tazas tenían dos asas, no una, sino que dos. Solo la podía mirar con odio y gritarle “ Todo acaba en el fuego algún día, todo se consume.” y pedir que así fuera.

Capitulo VII

Las piezas de hospital son frías, secas, llenas de luz fría y seca, con enfermeras vestidas con delantales blancos fríos y secos. La comida consiste en sopas calientes, pero tan frías, tan secas como todo. Las flores que ponen sobre las mesas, a la entrada de las puertas son plásticas, si no lo son, están muertas, o marchitas, de una forma y otra, frías secas. Los doctores tocan tu espalda con instrumentos fríos, te lavan con agua helada y te dan pastillas que intenta hacerte creer que todo aquello es húmedo, en alguna forma, que el agua fluye entremedio de todo eso, entre las flores, enfermeras, sopas y mala televisión.

Si miras por la ventana ves una campiña, toda verde. Es falsa. No te lo dicen, no te dicen nada. Es falsa. 134 jardineros trabajan todo el día para mantenerla verde y exacta. Horriblemente simétrica. Les he gritado, los he mandado a la mierda y les he pedido que dejen entrar el agua de las alcantarillas a aquella mierda de campiña. Me han vuelto a subir la dosis y he pasado unos días durmiendo, soñando en Isabel, la única e irrepetible; ciudad, mujer y niña. Al despertar me han preguntado que había soñado, los he mandado a la mierda, les he dicho que ya no le temo a la oscuridad, que es necesaria para oxidarse en forma correcta y que tengo trabajo que hacer; construirme una ciudad donde vivir con mis fantasmas.




Texto agregado el 13-11-2007, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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