A mí no me duele verte clavado en una cruz,
me duele que te hayan reducido a eso simplemente,
me duele que te limiten en un libro,
en un mundo,
que te vendan por unos cuantos pesos
en curiosas figuritas de madera,
de cera, de mármol y otras más,
que andes de aquí para allá
en imágenes de papel
como símbolo de buenaventura y talismán.
Y ya no meduele, me prendo de rabia,
al ver en tu casa
mujeres rezando con lenguas de serpiente,
y hombres que con una mano
se persignan y en la otra
preparan la quijada
para el próximo ataque.
Sé que a ti también te duele
que en tu nombre se hagan guerras,
se realicen conquistas
y matemos a nuestro hermano.
Cómo son de irónicas la cosas,
eres de todos y todos
te han hecho propiedad privada,
hasta te han puesto precio,
has sido una víctima más de lo estereotipado,
eres delgado, gordo, con barba
y sin barba, alto y bajito,
güero, morenito, negro y hasta verde,
humano y hay quienes afirman
que eres extraterrestre.
Ahora eres un dios para los ricos
y otro para los pobres.
El mejor regalo que pudiste darnos fue la libertad,
y de que nos sirve
si no podemos liberarnos de nosotros mismos.
Has sufrido tantas mutaciones
que ya no se sabe quien eres en verdad,
te han puesto tantos nombres que aturden a uno,
eres Jesucristo, Alá, Buda
Mahoma, Quetzalcoatl, Jehová,
y otros más,
yo prefiero llamarte Dios.
Para mi no eres ese dios enojón,
iracundo, caprichoso y orgulloso,
eres todo bueno,
para el santo y el pecador,
para el triste y el alegre,
para el joven y el viejo,
para el creyente y el hereje,
para el introvertido y el extrovertido,
para el ganador y el perdedor,
para el que es y el que no es,
para el hombre y la mujer,
para el que reza y el que espera,
para el que ama y el que odia,
para el día y la noche.
Eres para mí, Dios.