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Pronto amanecerá otra vez y habré exprimido al intelecto. ¿Acaso será mi PC la culpable? Empiezo a dudarlo, mientras clavo la mirada, en el reflejo casi imperceptible del monitor. El sonido de las aves despertando viene de la ventana y me susurra lo mismo todas las veces: hallo un vacío injustificable, pero cristalinamente cierto.

Todo tipo de acontecimientos ocurren minutos antes de irme a dormir, cuando las noches alargadas por el trabajo, me obligan a extender el insomnio más allá de lo que soporta mi reloj. Un insomnio que de plano sufro también de día. Pensándolo bien, podría decir que lo insignificante se magnifica durante aquellas horas de letargo. Aunque también, cierto es, que divago un poco.

Yo noto, por ejemplo, que el sol gira sobre su cama -la enorme vía láctea- y hace que la gente que sale a comprar el pan aparezca de la nada. La Luna se voltea como si ambos estuvieran de pleito y al mismo tiempo las luces de mi vecino se apagan. El Sol y la Luna: cosa complicada. Son la única pareja que conozco que a pesar del divorcio inminente, siguen ahí, uno al lado del otro formando el día y la noche. Complicidad totalitaria y en paralelo tan útiles uno lejos del otro.

En el momento que mis neuronas van abandonando las actividades que me clavaron en la silla toda la noche, me inclino por la naturaleza. Efímera la encuentro sobre el cemento. Y descubró particularmente, el olor del rocío delicioso y placentero. Cual adicto, me levanto de la silla, viajo hacia la puerta aún semi entumecido, y en tanto logro destrabar el cerrojo que me separa del descubrimiento, me perfuma la somnolencia desde unos metros a lo lejos, sobre la única plantita que me queda en el único jardin externo que adorna la oficina. Esas gotitas de rocío me ilusionan, pero supongo que son la salvación de aquella planta, por que yo casi ni la riego, sólo la observo.

Luego toma su lugar el cielo. Giñándome el ojo me da energías. O más bien soy yo el que busca energías en su inalcanzable altura. No lo sé. De costumbre lo miro en noventa grados por quince segundos, antes de regresar a mi silla.

Y cuando lo hago, ya nada se ve igual. Los colores aparecen sobre las revistas, los recortes de folletos, la botella de agua, la agenda, el mouse, el display del monitor, mis cigarros, la funda que resguarda mi cámara digital, las paredes de mi estudio, los afiches colgados, los escaparates y hasta el color gris de mi impresora láser, se tornan diferentes. Simplemente noto que aparecen. Y desaparece el velo pixeleado que soporté de madrugada. Definitivamente estoy en otro lugar todas las veces que atravieso estos desvelos. Me la hicieron otra vez mis percepciones desordenadas.

Si el nivel de resignación es fuerte, entonces todo abandono llega aproximadamente a las seis de la mañana. Si de pronto, las obligaciones superan el medio kilo en la conciencia, continúo con el martirio. Cuando ese el caso -que casi lo siempre lo es- se da inicio a la "etapa de las voces".

Sonidos interminables me acompañan. Las voces duran hasta después del acurruque entre las sábanas. Más allá de las ocho de la mañana. El proceso termina en definitiva a eso de las diez, cuando es imperdonable para mis quehaceres seguir renunciando a volver al día a día.

Esas voces sí que son extrañas. Pero también son como un espejo invisible. No son otra cosa. Ni sonidillos cualquiera, ni rosan con los polifónicos de mi celular -lo que sería por demás motivador-. No son trampas de mi cerebro con respecto de la música durante la madrugada. No vuelven a traer ninguno de los veinte chasquidos del encendedor, mucho menos, alguna de las tocidas que me explotan en el pulmón.

Toman la forma de mi nombre, "- Mariaaaanoooo" dicen.

Yo preferiría que hablen conmigo ¿no? Un diálogo, a esa hora me aliviría. Pero no. Dale que dale con usar mi nombre. Una y otra vez, en miles de formas, en cientos de voces, sólo mi nombre. ¡Qué creativo mi cerebro!

El detalle es que mi nombre viene con significados distintos. Concentra cadencia, demora o agilidad, pronuncia los reclamos de mi alma, desde los desconocidos rincones de la soledad. Reclama, induce, motiva, decae, recrea o destruye.

Y normalmente, viene con voz de mujer.
Y cada mañana, cerrando la amanecida, no me reconozco en esas connotaciones...
¡Mariano!
¿Mariaaaanoooo?
!Marianoooooooo!
¡Maaaariaano!
- Repiten y repiten.

Texto agregado el 18-11-2007, y leído por 280 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
17-02-2008 Cada uno rige su propia vía lactea, esa que se ordena en torno a nosotros, de manera que dialogamos una órbita plena de imágenes. quilapan
28-11-2007 interesante relato...original, me gusta.***** nocheluz
22-11-2007 Interesante y complejo relato, donde creo reflejas una manera de ser casi bohemia, que a veces tiende a "irse" y luego el toque de los astros o la inevitable realidad, que te dan un tiron y cortan tu vuelo, que aseguro, retomaras mas tarde ***** eidanios
20-11-2007 Me pareció bueno, en especial por el final. TheWillow
18-11-2007 Muy bueno OrlandoTeran
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