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Un viejo sueño

Mi verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador...
Giovanni Papini.
...que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.
Borges.

“Cinco mililitros de morfina” dijo el doctor mientras la enfermera sacaba el aire de la jeringa. El viejo no tardó en despertar.
Aquel extraño sueño lo perseguía todas las noches desde un buen tiempo atrás, el suficiente como para olvidar el día exacto de su inicio. Ya estaba harto de aquellas palabras del doctor, de la enfermera, y por sobre todo de la aguja que se sentía tan real como el pinchazo que siempre intentó darse para comprobar la veracidad de lo que vivía.
Los primeros tiempos no le daba mucha importancia, pensaba que era a causa de su enfermedad. Tal vez eran las pastillas que tragaba casi obligado por su hija. Ah... su pobre hija, se sacrificaba tanto para cuidar al pobre viejo que ni caminar podía. ¡Qué esfuerzo tenía que hacer para llegar al baño solo! Y otras veces, cuando llegaba, ya era un poco tarde. La vergüenza que sentía era incontenible.“Parezco un niño de dos años” decía, aunque no recordaba nada de su niñez. “Si, son las pastillas. Estos malditos remedios que sólo sirven para hacerme saber que estoy enfermo”.
La vista, la agilidad motriz, el habla; casi todo le fallaba. La cabeza tampoco le funcionaba bien, a veces le llamaba a su hija con otro nombre. Una vez ella lo vio hablando solo o con él mismo frente al espejo. El sólo quería hablar con alguien pero nadie tenía tiempo, al menos eso le decían pero él sabía bien que simplemente no querían. Nadie, excepto su nieto que de vez en cuando se acercaba a hablarle. Al principio creía que su madre lo mandaba junto a él como castigo. El niño sólo se sentaba a su lado y su mirada inocente se clavaba en su querido abuelo, que se negaba a creer que aquello era un gesto de amor.
Recordó esa tarde. El niño lo miraba con la misma curiosidad con que observaba a las hormigas del patio. Intentaba descifrar por qué a nadie le interesaba ese pobre viejito de voz ronca y pausada. Lo seguía mirando. Sus ojos eran claros como los de un cachorrito. Sus cabellos completamente blancos y suaves. Su rostro le mostraba la crueldad del tiempo.
“Abuelo, ¿por qué se te arruga la piel?” preguntó el niño con tono inocente.“Todo lo que el hombre no pueda contestarte, el tiempo lo hará” dijo el viejo sin parpadear.
La respuesta de su abuelo lo dejó con más dudas aún pero también despertó un deseo de abrazarlo y no se contuvo. Bajó de la silla en la que estaba sentado y lo abrazó con tanta fuerza que creyó que las lágrimas que le cayeron a su abuelo eran de dolor, hasta que sintió que unos brazos mucho más grandes, pero también más delicados, lo acorralaban. Ese día estuvieron hablando hasta muy tarde y fue la primera de otras tantas conversaciones que llenarían de alegría el corazón de ambos.
Era el sueño que nunca imaginó soñar. Este acontecimiento no lo olvidaría. Aunque era difícil olvidar lo que todos los días se repetía con la misma exactitud con que transcurren las horas. Mas su niñez, su adolescencia, su primera novia, su casamiento, sus amigos, nada de esto logró vencer al olvido, como si antes de su enfermedad no hubiera existido. Sin embargo, todo lo que le ocurría desde que había empeorado su salud, lo recordaba casi perfectamente.

Se levantaba muy temprano y no hacía casi nada, no había mucho que olvidar y tampoco había tanto para recordar a excepción de aquellas largas meditaciones que consumían las horas. Aún así, no recordaba una cosa.
Él sabía que alguna vez soñó algo. Era un sueño tan anhelado, que logró romper las barreras del inconsciente y presentarse ante él en el mundo donde no conseguiría sobrevivir. “Soñar es vivir” pensó alguna vez.
Y así, la mohína realidad o tal vez otra cosa logró ahogar el deseo del viejo. Sin embargo, él intentaba impasible revivir aquel sueño, exhumarlo del laberíntico cementerio donde se entierran las memorias. Después de unas horas la resignación logró vencerlo.
La tarde se hizo oscura, ya estaba cansado, no hacía falta mucho para cansarlo, llegó la hora de dormir.
Con pasos cadenciosos arrastraba su rostro por la vida que a cada segundo se le hacía más corta.“Al fin la cama” dijo y se dejó caer sobre ella.
Con la mirada en el techo se sacó la prótesis dental de la boca y lo puso sobre la mesita de luz que estaba a su derecha.
Los párpados se le cerraron lentamente y de la misma manera se volvieron a abrir. El doctor y la enfermera estaban en la sala, nadie más.“¡Doctor, doctor!, ya despertó...” dijo la enfermera casi gritando.“¡Otra vez!” pensó el viejo.
Esta vez el sueño era tan profundo que no lograba despertar y hasta llegó a confundirlo con la realidad. Y que es la realidad si no un sueño más, una pesadilla de la cual no conseguimos despertar.“¡Su pulso doctor!...”espetó la enfermera desesperada.
“Mierda” se le escapó al doctor.
El viejo intentaba despertar, esta vez el sueño le causaba mucho más dolor que un simple pinchazo de aguja. La cabeza le dolía, la respiración se aceleraba y a la vez se hacía frágil, forzosa.
“Doctor, doctor” profirió de nuevo la enfermera. El viejo quería despertar, tenía que hacerlo, ya no soportaba más. Giraba la cabeza de un lado para el otro. Dolor, dolor. “Ayuda” suspiró el viejo. No podía más. La cabeza le daba tumbos. Cerraba los ojos con la esperanza de despertar pero no, sólo la oscuridad le acompañaba en ese instante.
“Morfina” dijo el doctor. Y esta palabra sonó como un alivio para el viejo, sabía que después de esto despertaría. Y así lo hizo, despertó en su cama, el velador había quedado encendido, intentó apagarlo, pero el sueño lo consumió. Cerró los ojos sin temor, quizá porque sabía que ya no volvería a soñar.






































RUBÉN ROMERO







































































Texto agregado el 18-11-2007, y leído por 98 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-12-2007 buen bueno***** alejandrocasals
 
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