| Aquellas viejas piedras inertes,que parecián mudas,
 despiertan, hablan y cuentan,
 porque el hechizo de los siglos,
 paciente,
 esperaba las mágicas palabras.
 
 Y aunque el sol insiste en inundar.
 día a día,
 la catedral,
 con la especial luz de sus rosetones...
 
 Aunque el frío León, la tierra perdida,
 permanece con sus puertas abiertas.
 
 Unas manos,
 unas palabras,
 una fe,
 lo ponen al descubierto.
 
 Y dirán que era irremediable, evidente...
 pero esas palabras, esas mano mágicas,
 manchadas de tierra,
 de los pies a la cabeza,
 saben del lodo,
 de la tierra seca,
 de lo humano,
 y de lo divino.
 
 Y que lo importante, lo valioso, está debajo.
 
 Y que para llegar hay que excavar,
 profundizar,
 y no temer a mancharse.
 
 Y no es una espada el objetivo,
 que las herrumbrosas espadas de hierro,
 ya dieron su mineral a las plantas,
 por eso crecen tan verdes.
 
 Es el secreto de la vida,
 hondo,  profundo.
 
 Tanto, que al final lo tienes al lado.
 
 Pero había que mancharse, lavarse y volverse a manchar.
 
 Y cuando tu cara, cubierta de barro, piense que no hay más,
 tus bellos ojos  podrán  ver  que has llegado,
 al umbral.
 
 Donde sólo has de decir: Hola, soy... Sherazade.
 
 Y los dioses del Olimpo, y los otros, te dirán:
 
 Te esperábamos.
 
 Pasa a tus aposentos, desnudate, toma un baño aromático,
 y recoge tu vestimenta eterna.
 
 Te esperamos en la cena de los dioses, ma belle.
 
 Besos, muchos, suerte y buenos deseos, para ti, y para compartir.
 
 Juan.
 |