| March 6, 2001; Miami; FLA. García
 “El último mandado”
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 El anciano trataba de cruzar la avenida, esperando en la esquina por la luz verde.
 Su cuerpo endeble y tambaleante se erguia con los últimos vestigios de el orgullo de toda una vida de trabajo.
 En su apartamento, su esposa y compañera de 30 años de matrimonio esperaba, postrada en la cama, por los remedios.
 Los hijos hacia tiempo que no venian del norte a visitarlos.
 El anciano se apoyaba en un bastón con una mano, en la otra mano cargaba una bolsa con los remedios, que habia salido a comprar para su compañera.
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 Durante quince minutos esperó pacientemente, a que el tráfico le permitiera cruzar al otro lado de la avenida.
 Dos veces tuvo que volver, luego de iniciada la travesía a través de la franja de transeúntes, pues la velocidad de sus pasos no le alcanzaba para cubrir la distancia y llegar al otro lado antes de que cambiara la luz, de verda a roja.
 Los coches se lanzaban delante de el, cortándole el paso, gritándole insultos y lanzándole bocinazos.
 El pobre anciano miraba desesperado el otro lado de la calle y no sabia como llegar a cruzar esos miseros quince metros del río de autos.
 Nadie le cedía el paso, ni aminoraba la marcha para que cruzara, estaban todos demasiado impacientes con llegar a sus destinos.
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 Los motoristas adquieren una actitud de impasibilidad ante la humanidad cuando se sientan encima de sus máquinas.
 Se sienten invulnerables.
 Tienden a olvidar que una vez ellos también caminaron, o tendrán que hacerlo algún día, o quizás sus hijos o sus padres o sus abuelos.
 Pero en Florida, nadie camina, a nadie le importa que los caminantes son de carne y hueso, que no tienen paragolpes ni cinturones de seguridad, ni toneladas de hierro y acero que los protejan.
 Cuando ven a alguien caminando, lo observan con altanería, como si caminar fuera un delito despreciable.
 Debe ser, que esa es la única vez durante sus míseros días, en que se sienten superiores.
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 Luego de esperar otros quince minutos, el anciano decidió tentar su suerte por lo que sería una última vez.
 Esperó la luz verde y luego con valentía se lanzó a recorrer sus últimos pasos.
 Cuando estaba a la mitad de la calle, un auto en alta velocidad, que doblaba a la derecha en la luz roja, (en Florida eso está permitido), le alcanzó de pleno y lo lanzó al aire.
 Cuando cayó agonizando con todos sus huesos rotos, el auto ya estaba lejos.
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 A la vista de la sangre corriendo, entonces si, pararon los autos a su alrededor, curiosos, a mirar.
 La sangre sobre el alfalto, tiene ese poder de atracción.
 Alguien desde su celular llamó a la policia y en cinco minutos una ambulancia y dos patrulleros llegaron al lugar.
 Lo cargaron en una camilla, cubierto con una sábana blanca y se lo llevaron a la morgue.
 Otra vez la interminable hilera de autos, llenos de impaciencia agresiva, continuó su flujo interminable.
 El tráfico de las 5 de la tarde no puede parar…
 
 
 A. Garcia
 
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