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El Vuelo (parte 1 de 3)

- ¡Te vendo una puesta de sol, amigo! – exclamó animado el pequeño y moreno muchacho, haciendo gala de una gran energía y espíritu comerciante.

Me encontraba en el Caribe, casi en el horario en el que el sol se pone. Nada me impedía caminar unos pasos hacia mi izquierda y sentarme sobre las blancas arenas a disfrutar del espectáculo. Fue quizá el espíritu juguetón que me provocaban mis primeras vacaciones en años el que me hizo seguirle el juego al niño.

- ¿Y cuánto pides por ella?
- Sólo cuatro dólares, amigo.
- ¿Me garantizas que será la mejor que se puede obtener por estos lugares?

La cara del muchacho cambió hacia una expresión mucho más seria. Si hubiese estado tratando con un comerciante de artículos reales, habría jurado que él estaba sacando cuentas, o intentando recordar cuántos productos tenía en stock, y en qué estado éstos se encontraban.

- Esa le costará diez dólares – respondió finalmente manteniendo su seria expresión.

Contra cualquier lógica, mis largos años de aficionado al póquer me aseguraban que el chico no mentía, que al menos él creía lo que decía. No tenía en ese entonces problemas de dinero, y tampoco extrañaría diez dólares por mucho tiempo. Finalmente me decidí a aceptar su propuesta, ya que en el peor de los casos, habría regalado el dinero a un niño que se merecía eso y más, como pago a una perfecta actuación, o a causa de los azares del destino que le impusieron una cuna que le obligaba a vender sueños a turistas extranjeros.

- ¡Acepto! – dije entusiasmado por ver cómo él reaccionaría, mientras le entregaba el dinero.
- Acompáñeme y siga mis instrucciones sin preguntar. Si quiere aprovechar bien esos dólares, sólo confíe.

El chico tomó mi brazo y me condujo hacia un estrecho callejón, alejándonos de las arenas y del resto de los turistas, y adentrándonos en lo que parecía ser la verdadera ciudad. Me sorprendí preguntándome por qué no había visitado antes esos rincones, ya que siempre me jactaba ante mis amigos de hacer turismo real, y no sólo conformarme con lo que las ciudades preparan como sus vitrinas. Nos detuvimos frente a un puesto que vendía comida al paso, mientras el muchacho decía – Don Pepe, un corto especial – y le entregaba al comerciante tres dólares.

- Tiene ron, coco y algunas otras cosas - me dijo, entregándome un pequeño vaso de plástico desechable, el que contenía un turbio licor. Estaba a punto de devolverle el vaso cuando recordé mi compromiso de seguir sus instrucciones, lo miré a los ojos y él, como adelantándose a mis dudas, me tranquilizó – Bébalo con confianza, le aseguro que no se va a arrepentir.

Tomó nuevamente mi brazo y me condujo hacia unas calles aún más estrechas, giramos algunas veces y finalmente perdí el sentido de la orientación. Me comencé a preocupar, no estaba seguro de poder volver al hotel sin ayuda, ni tampoco sabía si podía confiar en la gente que transitaba por ese sector. Cuando estaba a punto de pedirle que volviéramos a la costa, de decirle que podía quedarse con el dinero, una música atrajo mi atención. El sonido provenía del fondo de un callejón, desde un edificio de dos pisos con unas familiares paredes de piedra pintadas de blanco. A la entrada del edificio colgaba, meciéndose tranquilamente al viento, un letrero de madera en el que se podía leer: “Amaneceres y Atardeceres”.

Caminamos hasta la entrada del edificio, mientras la música aumentaba su volumen y mi cuerpo comenzaba a perder el equilibrio, seguramente bajo los efectos del licor de hacía unos minutos atrás.

- ¿Desea que lo espere para acompañarlo luego hasta un taxi?
- Si, por favor – Respondí mareado, mientras una mano extraña me tomaba del brazo y me conducía al interior del edificio.

Bajamos unas escaleras, me acomodaron en un sillón en una esquina y perdí tranquilamente el conocimiento, al ritmo de la hipnotizante música, la que ahora sonaba sólo a unos metros de distancia.

***

Siempre he tenido miedo a volar, incluso en los modernos aviones de pasajeros. Cuando me subo a una de estas máquinas me entrego a las capacidades de técnicos, ingenieros y pilotos, me repito que no me queda más remedio que confiar en ellos y hasta logro disfrutar de los viajes.

Cuando empecé a abrir los ojos, mi sentimiento era exactamente el que habría tenido al despertar de una siesta en la mitad de un vuelo. Recordaba perfectamente los últimos momentos antes de entrar al edificio, sabía que me encontraba en un sillón en una esquina de un sótano perdido en algún callejón en una ciudad caribeña. Las posibilidades eran varias, todas en mi contra, desde un asalto hasta un rapto, sin embargo ya estaba entregado y confiaba en mi destino. El muchacho me prometió la mejor puesta de sol del sector, yo confié en él, yo le pagué por un sueño, y quizá estaba en la mitad de él. Increíblemente aún confiaba en el chico, y estaba seguro que él me estaba esperando a la salida del edificio.

“Amaneceres y Atardeceres”, recordé el letrero con el nombre del lugar, mientras terminaba de ejecutar el casi eterno acto de abrir los ojos. Ante mí se dibujó la silueta de un hombre de color, de mediana estatura, sosteniendo una bandeja con un vaso en su mano izquierda, mientras limpiaba presuroso con su mano derecha una mesa que se encontraba delante del sillón que me acogía. El mesero me dirigió la palabra.

- Bienvenido. Por favor sírvase esto, cortesía de la casa – dijo acercándome el vaso.

Esta vez era un pequeño vaso de vidrio, desde donde se adivinaba que el turbio contenido sería el mismo que me tumbó en el sillón en el que en ese momento me encontraba.

- No se preocupe – me dijo al ver mi reacción ante el contenido del vaso – el primer trago puede producir malos efectos, pero los siguientes los disfrutará mucho, confíe en mí.

Otra vez escuchaba esa petición, todo el mundo me pedía que confiara en ellos. No creo que otra persona en mi situación lo hubiera hecho. No sabía por qué, pero yo confiaba en esa gente, incluso antes que ellos me lo pidieran. Algo en ellos me parecía demasiado familiar.

- Está bien, le creo – le contesté, mientras alargaba mi brazo para alcanzar el pequeño vaso. - ¿En dónde me encuentro?
- Amaneceres y Atardeceres. ¿Qué lo trae por acá?
- Pagué por una puesta de sol y me trajeron hasta acá – dije sonrojándome, pensando que el mesero se reiría de mi estupidez.
- ¿Cómo la prefiere? – respondió manteniendo su amable expresión.

¿Se pueden tener preferencias para las puestas de sol? Supongo que sí, pero en ese momento no esperaba una respuesta como esa, ¿qué podía contestar? Sólo atiné a responder lo primero que se me vino a la mente.

- Me prometieron la mejor del sector.
- Lo trajeron al lugar indicado, en seguida se la traigo.

La música comenzó a sonar nuevamente desde mi derecha. Los músicos no se veían, de hecho no se veía nada más que penumbras más allá de unos metros alrededor. El sitio estaba oscuro, miré mi reloj, y aún faltaban unos minutos para que el sol se escondiera. Recordé que me encontraba en un sótano, y volví a sentir un poco de miedo, no a la gente, sino a la oscuridad. Sé que suena tonto temerle a la oscuridad, pero ella representa lo desconocido, y temerle a lo desconocido no suena tan tonto.

Me encontraba en esas reflexiones, mirando hacia mi derecha en búsqueda del origen de la bella música, cuando escuché unos pasos al frente, caminando al ritmo de los acordes de la guitarra. Instintivamente miré al origen de los pasos, hacia abajo. Lo primero que vi de ella fueron sus pies, estaban descalzos. Eran pies normales, de tamaño medio y bien proporcionados. Lo que me impresionó fue la forma en que ellos se movían, parecían ser uno con la música, avanzaban con pequeños pasos, a menudo se detenían, giraban sobre la punta, retrocedían, parecían conversar entre ellos, un pie con otro, conspirando en contra del inocente espectador (que era yo), obligándolo a mantener la vista fija en ellos, impidiéndole observar otra cosa diferente a aquella hermosa pareja que danzaba feliz.

Se encontraba ya a sólo un metro de distancia cuando un pensamiento me sacó del estado hipnótico en el que me encontraba. “Sobre los pies debe haber un resto de cuerpo”, fue lo más complejo que mi mente pudo elaborar en esos momentos. No necesité más que eso para comenzar la tarea de levantar mis ojos, de ver en qué terminaban esos pies, o desde dónde colgaban, si son más conservadores. Mis ojos se negaban a dejar de mirarlos. Creo que ella se percató del esfuerzo sobrehumano que estaba realizando, ya que dejó de bailar. Entonces pude alzar la vista, sólo para quedar aún más sorprendido de lo que ya me encontraba.

***

Cualquier descripción que pueda ser colocada en palabras, e incluso en imágenes sería injusta con ella. Estoy seguro que eso a ella no le importaría, y sólo es por ello que me atrevo a describirla, víctima de las imperfecciones de mi lado humano.

La mejor comparación que en el momento habría podido entregar es con un hada, pero no como las pálidas y casi desabridas hadas de las historias de nuestra niñez. Ésta podría describirse como un hada caribeña, si es que logran imaginarla. Estaba vestida con una tela delgada, de color blanco, su vestido era hermoso, de una simpleza extraordinaria. El color de su piel era único. Era morena, pero de un tono rojizo, cercano al color de la arcilla cruda. Su piel brillaba bajo la tenue luz que provenía de algún lugar sobre nuestras cabezas. Su cabello era ondulado, de un castaño oscuro, el que hacía un perfecto juego con sus grandes ojos negros. Sus labios eran el molde perfecto para la sonrisa que dibujaba su rostro completo, no sólo su boca.

Algún lugar oscuro de mi cerebro comenzó a tejer la idea de que me encontraba en un prostíbulo, y que me estaban presentando el material desde donde podría seleccionar con quién pasar la noche. Me avergoncé y bajé la vista ante la idea. Aún ruborizado me atreví a volver a mirarla, sólo para terminar de convencerme de que su belleza era angelical, que iba mucho más allá que cualquier expresión erótica. Se sentó a mi lado, sentí su aroma envolviéndome en una nube irreal, mezcla de exótica belleza y presencia divina.

- Cierra los ojos, la puesta de sol está por comenzar – dijo con una voz acorde al resto de ella.

Casi maquinalmente respondí a la orden. Suavemente al inicio, pero aumentando en velocidad, sentí que el sillón comenzaba a caer, junto conmigo y mi acompañante.

- No los abras, sólo espera un momento más.

Sentí que comenzábamos a desacelerar, mientras mi corazón comenzaba a acelerarse, ansioso por lo que mis ojos verían al abrirse. Nos detuvimos.

- Abre con calma los ojos, poco a poco y sin asustarte. Confía en mí.
- ¿Qué voy a ver?
- Aquello que viniste a buscar, y quizá algo más.

Un color rojizo empezó a filtrarse por entre mis párpados, a medida que los abría. Tenía la vista recta, hacia el frente. Mis ojos terminaron de abrirse sólo para seguir descubriendo sorpresas. Cuando me percaté de lo que veía, mis mano derecha de aferró instintivamente al brazo del sillón, mientras la izquierda fue tomada cariñosamente por ella, quien la sujetó entre las suyas, la acarició suavemente y la besó apenas rozándola con sus labios, mientras cerraba sus ojos.

Ese beso fue suficiente para tranquilizarme, al menos para calmar el miedo que sentía. El sillón se encontraba sobre un pequeño terreno rocoso de no más de cuatro metros cuadrados de superficie, y suspendido a una altura increíble. Era como si una pequeña isla circular de cuatro metros cuadrados, con un sillón en su centro, se hubiese elevado hasta los cielos, formando una altísima montaña cilíndrica que subía más allá de las nubes.

Recordé la sensación de haber estado bajando varios minutos, justo antes de abrir los ojos. Sentí vértigo, el estómago se me revolvió y me debo haber colocado tan pálido como un muerto, porque ella me miró con expresión compasiva, y me acarició el cabello con suavidad.

- Faltan unos pocos minutos para que comience la puesta de sol, ¿no te la querrás perder cierto?

Tomé una gran bocanada de aire y me atreví a mirar nuevamente hacia el horizonte. La altura a la que nos encontrábamos era aún mayor a la que inicialmente había estimado, se lograba incluso distinguir la curvatura de la tierra. Todo iba en contra de la razón, mis pocas neuronas activas me indicaban que la temperatura debía ser menos de 60 grados Celsius bajo cero, que no había oxígeno para respirar, que no se podría sobrevivir más de unos segundos en esas condiciones, pero ahí estábamos, ella el hada caribeña y yo, el turista que compra sueños. No había nada más que hacer, me dejé llevar por la situación, me olvidé de la razón por un momento, confié en mi piloto y me entregué al espectáculo.

- No veo nubes, ¿es normal o las quitaste para mí?
- Te prometimos la mejor puesta de sol, y eso te estoy entregando. ¿Te gusta?
- Es precioso. Todo encaja, desde el color del cielo hasta el de tu piel. ¡Me encanta!
- ¡Mira! Ya comienza.

El sol comenzó a bajar, a sumergirse, mientras el agua se teñía del color de la piel de mi hada, ella empezó a tararear la misma melodía hipnótica que antes escuchara en el edificio, muchos kilómetros allá abajo. Cuando ya una cuarta parte del sol había sido engullida por el océano, ella me miró y me preguntó mi nombre. Se lo dije, y luego comenzamos una muy larga y profunda conversación. Hablamos sólo de mí, de mi vida, de mi ciudad, de mi empleo, de mi futuro, de mi soledad, y finalmente de mis sueños.

- Ellos te trajeron hacia mí, y hacia este espectáculo – me dijo durante la conversación.
- ¿Al decir ellos te refieres al muchacho moreno que me convenció en la playa?
- No, estoy hablando acerca de tus sueños, ellos te trajeron acá, sólo piensa en eso.
- ¿Qué quieres decir?
- ¡Mira! Te vas a perder la mejor parte.

Después de conversar por horas, o al menos esa era mi impresión, faltaba aún el último cuarto de sol por sumergirse en el mar. No me extrañó, después de mis últimas experiencias, ya estaba preparado para cualquier cosa, hasta para un sol que tarda horas en terminar de ponerse en el horizonte.

- ¿Ves? – Me dijo con una hermosa sonrisa y ojos juguetones – por eso las aguas del Caribe son las más tibias, el sol se queda más tiempo calentándolas para que peces y humanos las disfruten más.

Al terminar de decir esas palabras, ella me guiñó un ojo, besó tiernamente mis labios, y perdí el conocimiento mientras sentía nuevamente la sensación de caída libre, ahora mucho más brusca que la primera vez.

***

- Aquí tiene, tres dólares.
- Gracias muchacho, y cuida mejor a tu amigo, mira que el ron de estos lugares se les sube muy rápido a la cabeza a los extranjeros.

Alcancé a observar al taxi alejándose luego que el muchacho me ayudaba a bajar y me acomodaba sobre una banca junto a la calle, de espaldas al seguro mar y tocando tierra firme con mis pies. Mi cabeza dio vueltas sólo por un minuto más y luego se aclaró y me sentí incluso descansado.

- ¿Me podrás explicar lo que sucedió? – le dije tímidamente al muchacho.
- Acabamos de realizar una transacción comercial – dijo usando un vocabulario inesperado para su corta edad. – Usted compró un servicio por diez dólares, los gastos fueron de seis dólares, tres para el hombre en el puesto de comidas y tres para el taxista, luego de lo cual me quedo con los cuatro dólares que inicialmente le dije que le cobraría.
- No me refiero al dinero, quiero que me expliques lo que sucedió.
- Si no está conforme le puedo devolver sus cuatro dólares. Los otros seis ya no se los puedo recuperar, pero acá tiene los cuatro si no le gustó el servicio.
- ¡Si me gustó! Sólo quiero saber qué fue lo que sucedió – le grité al muchacho.
- ¡Ve como no quedó conforme! Si ni siquiera sabe lo que sucedió, entonces ¿cómo puede decir que le gustó?

Era inútil, ese muchacho era más astuto que lo que su edad expresaba. No deseaba darme información y no lo haría aunque estuviera toda la noche intentándolo. Lo convencí de aceptar otros diez dólares de propina y le dije que se marchara, para poder quedarme un momento a solas con mis reflexiones. Comenzó en mi mente una confrontación casi despiadada entre mi razón y mis percepciones. La primera me decía que nada había sido real, que había caído víctima de algún alucinógeno y se habían reído de mí. Mi irracionalidad sólo me decía que algo había cambiado desde ese momento, y que mi vida ya no podría continuar como la conocía. Las imágenes del hada caribeña se me aparecían, veía su sonrisa por todos lados, sentía su aroma aún a mi alrededor. Mi cuerpo aún olía a ella, pero mi razón me explicaba que podría ser cualquier perfume barato aumentado por los efectos alucinógenos de la droga que me hicieron beber.

Miré la hora y mi reloj me indicaba que habían transcurrido menos de quince minutos desde que me alejé caminando con el muchacho hasta ese momento. Miré hacia el horizonte y el color del cielo delataba un sol que recién se había escondido, tal como correspondía al paso del tiempo real. Recordé el color del mar tiñéndose de ese tinte que veía, el mismo de la piel de mi hada, pero observado desde las alturas de un cielo sin nubes. Rápidamente miré hacia el cielo con la vaga esperanza de encontrarlo totalmente despejado. Había muchas nubes repartidas al azar por todo el cielo, otro punto a favor de la cordura.

En el fondo sabía que la lucha estaba ya ganada por la razón, incluso antes de comenzar, por eso me aseguré de memorizar los hechos y diálogos, y sobre todo las imágenes de la puesta de sol y de mi hermosa hada, tal como las había vivido, antes que fueran ensuciadas por la cochina y mezquina razón, la que inevitablemente terminaría por tragarse esa experiencia, cubriéndola con su manto de sabias y cuerdas explicaciones.

Ya con los últimos tonos del color de su piel escondiéndose en el horizonte emprendí mi caminata hacia el hotel. La cálida brisa marina se sentía fresca en mis labios, los que aún ardían con el beso de despedida, con el húmedo contacto con un ser divino, de otro mundo. Me imaginaba a algún ser de la antigüedad, algún mortal del antiguo imperio romano teniendo un encuentro amoroso con sus diosas. Lo entendía a la perfección, incluso en ese momento pensé que esas viejas leyendas de amores entre mortales y diosas podrían haber sido reales. Yo había tenido un encuentro con mi Diosa de las Puestas de Sol, y no la olvidaría tan fácilmente, incluso aunque la razón la fuera haciendo cada vez más terrenal, su imagen duraría en mi mente por mucho tiempo. Ella me había mostrado una pequeña ventana hacia su mundo, me había regalado una experiencia en sus dominios, en los cielos desde donde todo se ve diferente, incluso uno mismo.

***

Tal como lo esperaba, esa primera noche en el hotel comenzó la batalla que definiría mi vida desde aquellas vacaciones hacia adelante. El resultado de la confrontación me parecía claro desde el inicio, la real interrogante era cuánto tiempo estaba dispuesto a mantener abierta la puerta hacia lo desconocido, hacia ese mundo de sueños que mi hada (¿imaginaria?) me había enseñado.

No tenía sentido continuar el resto de mis vacaciones y decidí adelantar mi viaje de regreso a la gran ciudad, a enfrentarme con mis conocidos miedos, mi rutina y mis estables, lógicas y perfectamente explicables realidades. Aún recuerdo lo fría que me pareció mi amplia oficina cuando volví a entrar por su puerta. La exquisita decoración de las oficinas principales, en la que tanto dinero habíamos invertido junto a mis socios del estudio de abogados, parecía una fría fórmula matemática aplicada sobre los colores de las paredes, en la selección de los muebles e incluso en los temas y colores de las pinturas que adornaban los muros. Mi mente jugó a desbalancear la ecuación que regía esa perfecta fórmula de decoración, alteré imaginariamente los colores de tal forma que el tono base fuera ese color rojizo de la arcilla que me recordaba su piel. No encajaba. Ese color no encajaba con mi fría oficina. Me acerqué a la ventana, esperando encontrar colores que me calmaran, pero sólo me encontré con la gris visión de la polución cubriendo el valle urbano. Mi oficina se encontraba en el piso más alto de la torre más moderna de la ciudad. Recuerdo muchas veces haberme parado al lado de la ventana y haber observado a la gente de la ciudad con una sensación de poder, casi como hormigas a las que podía aplastar cuando lo quisiera. La altura me pareció ridícula cuando volví a pararme en mi ubicación de antiguo dios. Nada podía ahora compararse con los vivido (¿o soñado?) junto a mi hada caribeña.

El sonido del aparato telefónico sobre mi escritorio me sacó repentinamente de mis reflexiones.

- Me enteré que habías vuelto antes del viaje. ¿Qué sucedió? – preguntó inocentemente mi mejor (y quizá único) amigo, quien era además uno de mis socios, sin sospechar lo que sucedía en mi mente.
- Pensaba llamarte en unos minutos, sucedieron algunas cosas, pero ya te contaré – mentí sólo para intentar ganar algo de tiempo.
- ¿Almorzamos juntos?

No podía evitarlo, debía retomar mi vida normal si no deseaba enloquecer. La rutina era la única salvación que en ese momento parecía posible. Si lo desconocido me provocaba temor, entonces la rutina debería darme seguridad, al menos eso era lo que mi lado racional me repetía incansable.

- Déjame adivinar – dijo mi amigo, bromeando mientras nos sentábamos a la mesa de nuestro restaurante de costumbre – te expulsaron del país por armar revueltas políticas, o porque se enteraron que fumaste marihuana cuando estudiábamos en la universidad.
- Nada de eso – respondí, simulando un tono ofendido.
- Ah! Entonces fue una mujer

Silencio. ¿Qué podía responderle? ¿Podría confiarle a él toda la verdad? ¿Me creería un loco?

- ¡Me parece que acerté! ¿Acaso por fin alguien ha atrapado al soltero más codiciado de estos lugares? – se seguía burlando mi amigo.
- Nadie me ha atrapado… al menos no en el sentido que tú lo dices.
- No hay muchos otros sentidos en que una mujer pueda atrapar a un hombre. La atracción es física o es algo más personal. Ahora, teóricamente, creo que ambas cosas pueden darse juntas, aunque no conozco casos reales – agregó riéndose al pronunciar la última frase.
- Existen otras formas, aunque no estoy seguro de poder explicarlas.

Mi amigo tomó su teléfono móvil y llamó a su secretaria – Por favor cancela las reuniones de esta tarde – le dijo – se me presentó algo urgente.

- Creo que éste será un almuerzo muy largo y difícil de digerir. Soy todo oídos amigo.

Me acomodé en mi asiento, inspiré profundamente y me entregué a la confianza en mi amigo, esperando que no me creyera tan loco como para dejar de serlo.

- Imagina la mujer más hermosa que puedas, luego multiplica por dos su hermosura y añade una porción extra de sensualidad. Agrega una voz y una expresión tal que con sólo mirarla y oírla te enamores de ella. Hasta ahí podría ser un caso muy difícil de hallar, pero podría ser real. Ahora envuelve todo lo anterior en un ambiente mágico, añade unas características de divinidad, acompaña todo de colores y música irreales, situaciones imposibles, visiones fantásticas. Si logras imaginar todo eso, quizá consigas comprender cómo me siento.
- Me has logrado impresionar. He conocido varias mujeres que cumplen algunas de esas características, pero todas juntas, creo que es imposible.
- Amigo, cuando hablo de magia, de situaciones y visiones fantásticas, estoy hablando en el sentido literal, no es una exageración. Voy a correr el riesgo de que me consideres loco, te voy a contar con todo detalle lo que me sucedió en el Caribe, y luego tú verás si decides internarme o seguir siendo mi amigo.

***

No podría haber sido de otra forma. La reacción de mi amigo fue la que se esperaría, incluso si yo mismo me hubiese detenido a pensarlo con mayor detención, hubiera pronosticado ese comportamiento. Debo reconocer que él era un muy buen amigo, sus comentarios a mi explicación fueron casi delicados, nunca desconfió de mí, sólo explicó sus racionales argumentos, casi los mismos que yo antes había encontrado, sólo que nunca había deseado creer.

Mi razón se levantó y pareció cobrar fuerzas al escuchar sus sabias explicaciones. No había otra explicación lógica más que la del alucinógeno, alguien se había reído de mí. No encontramos una razón que lo justificara, pero era la única posibilidad.

Cuando volví a mi solitario hogar mi mente estaba más tranquila, pero mi corazón se sentía mucho más triste, se negaba a aceptar que ella no existía. Casi no comí y me recosté a dormir. Esa fue la primera de una larga serie de noches que vendrían sin regalarme sueños. En ese momento perdí la capacidad de soñar, incluso dormido. Al principio no lo noté, incluso, gracias a la conversación con mi amigo, conseguí dormir más relajado que las últimas noches, pero no soñé esa noche ni las siguientes noches durante mucho tiempo. Como ya me enteraría pronto, había perdido la capacidad de soñar no sólo dormido, sino que también despierto. La lógica negación de un acto ilógico me estaba quitando otros actos ilógicos que solemos realizar naturalmente día a día, y que nos ayudan mucho más de lo que creemos, a soportar la predictiva causalidad de nuestro vivir.

Al día siguiente desperté descansado, física y mentalmente tranquilo y dispuesto a retornar al curso histórico de mi vida. Mi cuerpo y mi mente podrían haberlo hecho, pero había algo que me faltaba, no tenía ninguna motivación, nada que me impulsara a levantarme para comenzar un nuevo día como los de antes... y no lo hice. Me quedé recostado en mi habitación, no hice absolutamente nada más que respirar, hasta que el hambre y otros deseos biológicos me obligaron a levantarme de mi lecho. No contesté el teléfono, no vi televisión, no leí libros ni periódicos, sólo volvía a recostarme con los ojos cerrados hasta que otra necesidad biológica me sacara de ese estado.

Ahora me pregunto si en esos momentos tenía ganas de hacer lo que hacía, es decir, sólo recostarme con los ojos cerrados, sin pensar ni imaginar, o sólo lo hacía sin desearlo. La mejor respuesta que puedo obtener es que no tenía ganas de hacer nada, y eso era lo más cercano a no hacer nada que se me ocurría. Si hubiese podido escoger, habría desechado hasta mis necesidades biológicas.

A la mañana del tercer día de llevar ese nuevo estilo de vida, si así se le podía llamar a mi nueva condición de no hacer nada, apareció por la puerta de entrada de mi apartamento la señora de la limpieza, quien tenía una copia de las llaves, y que realizaba sus labores un par de veces por semana. Mi estado debe de haber sido deplorable, su reacción fue de mucha sorpresa.

- ¿Qué le sucede? ¿Está enfermo? ¿Quiere que llame un médico?
- Sólo retírese. No vuelva a venir por favor – le contesté sin siquiera levantarme de mi cama.

Ella tenía mis datos de contacto, por lo que no me extrañó que en la tarde del mismo día apareciera por la misma puerta mi socio y amigo, para averiguar lo que me sucedía.

- Como no contestabas mis llamadas me imaginé que te encontrabas mal, y que querías estar solo un tiempo, luego de nuestra última conversación, pero creo que te estás sobrepasando.

Es difícil mantener una conversación si uno no tiene deseos de hacerlo, si lo único que motiva la emisión de los sonidos es sólo conseguir que quien escucha realice las acciones que nosotros estimamos más convenientes, y no una comprensión del fondo de los temas que se intercambian. Esa era mi situación, no deseaba conversar con él, sólo quería que se fuera lo más rápido posible, y me dejara otra vez con mi “no hacer nada”.

- Por favor déjame solo.
- ¡Pero hombre! ¡Mira en qué estado te encuentras! ¿Acaso no te has convencido que todo lo que viviste fue una fantasía, un estúpido sueño?
- No quiero volver a repetirlo, por favor márchate.
- ¡Está bien! Me iré y no volveré a menos que tú me lo pidas. Creo que necesitas ayuda, piénsalo.
- Adiós – terminé diciendo, sólo con la intensión de acelerar su partida.

Mi amigo había dado en el clavo. Mi problema era exactamente ese, me había convencido de que lo que había vivido era una fantasía, un estúpido sueño. Eso además había despertado en mi un comportamiento extraño, una especie de reacción en cadena. Si ese sueño era imposible, entonces todos los sueños eran imposibles, soñar era imposible, y vivir sin sueños es vivir sin motivaciones y así no se puede vivir, o, mejor dicho, sólo se puede vivir el sentido biológico de la vida.

No contaba el paso del tiempo, pero calculando mi consumo diario (que era muy bajo) y las capacidades de mis tarjetas de crédito, creo que estuve en esas condiciones por un par de años antes de caer un nivel más abajo.

... continúa ...

Jota

Texto agregado el 21-11-2007, y leído por 242 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-12-2007 Una narración que atrapa, por el estilo, por las imágenes, más bien mágicas, y que trata de un problema generalizado en las sociedades modernas donde el afán de acaparar dinero y poder anulan los sueños más íntimos que son sin duda el alimento del alma ,con los que sin ellos hasta llegamos a desaparecer...Seguimos..Hasta ahora excelente. churruka
09-12-2007 Me adhiero al comentario de cromática. margarita-zamudio
22-11-2007 Wow! no me resultó extenso, sí, absolutamente fascinante! tienes una tremenda capacidad para inducir al sueño desde las letras, con contundencia y levedad al tiempo. De hecho, estaré esperando la parte II. En tanto, volveré a disfrutar de ésta. Un saludo y abrazos con estrellas, Jota. Adriana cromatica
 
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