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El Vuelo (parte 2 de 3)

No me molestó que me expulsaran de mi casa o, más bien, de la que había sido mi casa. Las deudas se acumularon, los dividendos no se pagaron, el banco reaccionó como se hubiese esperado. Lo único que sentí en ese momento fue una gran rabia porque algo distraía mi “hacer nada”, y lo entorpecería más aún, debido a que ahora debería hacer algo extra para satisfacer mis necesidades, no me bastaría con levantar el teléfono y pedir comida.

Salí de mi casa sin llevar nada más que la ropa que usaba en ese momento y comencé a caminar. Cada cierta cantidad de kilómetros me detenía en alguna esquina concurrida, me sentaba en el suelo y pedía limosna. Lo que la gente me daba era suficiente para comprar la comida que necesitaba. Me bastaba con unas piezas de pan, ya que ni siquiera era capaz de disfrutar un buen plato. Por las noches simplemente miraba los alrededores y escogía el sitio más abrigado para dormir, podía ser un puente, un alero de un edificio o simplemente al aire libre.

Ahora me es casi imposible recordar todo el tiempo que estuve vagando por las calles de la capital, porque cuando uno se dedica únicamente a hacer nada, y se escapa de ese estado sólo por la necesidad de vivir, el tiempo transcurre de forma diferente, incluso los kilómetros aplanados bajo los pies miden diferente al resto de los kilómetros. Tampoco me preocupaba de recordar puntos de referencia, como para saber por qué lugares anduve, ni cuántas veces pasé por cada uno de ellos.

Por la forma en que me movía y los vagos recuerdos que tengo de los momentos en que debía pedir limosna o comprar algo, creo que los dos años que anduve caminando me dediqué a dar vueltas alrededor de la ciudad, caminando en círculos en sentido contrario a las agujas del reloj, con la periferia a mi derecha y el centro de la ciudad a mi izquierda. En realidad siempre caminaba en línea recta, y sólo cuando creía que me faltaba poco para salirme de los límites de la ciudad (que era mi fuente de recursos para sobrevivir) giraba unos grados hacia mi izquierda. No sé cuántas vueltas habré dado alrededor de la ciudad durante todo el tiempo que estuve circundándola, pero deben de haber sido varias.

Las periferias de algunas ciudades del mundo, y en especial en donde me encontraba en esos momentos, tienen una característica muy peculiar. A pesar de formar parte del mismo círculo imaginario que establece los límites urbanos, los barrios ubicados en sectores diametralmente opuestos pertenecen a grupos sociales y económicos que también son diametralmente opuestos. Es como si los polos opuestos se repelieran. Recuerdo que durante mi periodo de vagancia la vida se me hacía más fácil cuando me encontraba en los sectores de bajos recursos. Eran menos los minutos que necesitaba gastar en hacer algo como pedir limosna o conseguir alimentos. La gente además me respetaba más, a pesar de las deplorables condiciones en las que me encontraba, incluso muchos intentaban hablar conmigo (aunque nunca les respondí). En los barrios más acomodados, en cambio, la reacción era de indiferencia, ignorando mi presencia y deseando que partiera lo antes posible, o directamente de rechazo, expulsándome con la complicidad de las fuerzas policiales.

Si mi ocupación principal era en esos tiempos el caminar por muchas horas, se podría argumentar que no estaba realmente “haciendo nada”, sino que estaba caminando. Eso sería cierto si y hubiese estado consciente de lo que hacía, e incluso si yo me hubiese impuesto la tarea de caminar, peo no fue así. Cuando algo se hace en forma maquinal, sin desearlo ni planearlo, incluso sin ser conscientes de lo que se hace, hacer eso es como no hacer nada. Me pregunto cuánta de la gente normal, aquella que cree estar todo el día haciendo muchas cosas, en realidad no está haciendo nada, no está deseando hacer lo que hace, y sólo lo hace. Mi estado era un caso extremo de una enfermedad demasiado común en nuestras ciudades, el vivir sin sueños, el vivir sin motivaciones, el vivir el día sólo porque salió el sol, el hacer las mismas cosas sólo porque ayer las hice.

Desearía poder contar con más recuerdos de mis reiterativos viajes de vagancia alrededor de la ciudad, creo que me aportarían experiencias invaluables, sobre todo acerca del comportamiento y la naturaleza humana. De cualquier forma, creo que mientras me dedicaba a hacer nada, aún algunas partes de mi estaban atentas a lo que sucedía a mi alrededor, porque definitivamente no terminé siendo el mismo hombre que un día decidió no hacer nada, el que se convenció de que sin sueños no valía la pena vivir una vida humana.

***

Me encontraba sentado al borde de una calle en uno de los barrios más acomodados de la ciudad, cuando ocurrió el hecho que cambiaría una vez más el rumbo de mi vida. Un hombre de mediana edad se acercó a mí caminando junto a un oficial de policía, de seguro para expulsarme de su reluciente bario.

- Mire oficial, acá está el vago – dijo el habitante de el sector, quien vestía una flamante tenida deportiva.
- ¿Tiene alguna queja respecto de él? – respondió el policía, quien parecía ser un hombre maduro y justo.
- Soy abogado, y le pido que por favor lo detenga por vagancia.
- ¿Es usted un vago? – preguntó el oficial, mirándome a los ojos.

En mi mente aún resonaba la palabra “abogado” recién pronunciada por el hombre más joven, algo me recordaba esa palabra, algún concepto perteneciente a un mundo lejano y ya casi olvidado. No respondí, no mostré ninguna señal de haber comprendido lo que se me preguntaba.

- Lo ve oficial, además es un enfermo mental, debe llevárselo de acá.
- ¿Comprende usted lo que le estoy diciendo? – me preguntó el oficial, una vez más mirándome directamente a los ojos.

Después de mucho tiempo de hacer nada no es fácil intentar hacer algo. Moví los ojos, sólo los ojos, sin girar la cabeza y miré fijamente hacia los ojos del otro hombre, quien rápidamente apartó la mirada.

- Abogado – fue la única palabra que logré pronunciar.
- ¡Por favor lléveselo de una vez! – insistió el hombre, sin esconder una mueca de repugnancia en su cara.
- Lo siento amigo, pero va a tener que acompañarme – la voz del policía sonó casi compasiva.

Como caminaba casi todo el día, mi estado físico era bastante bueno, por lo que me levanté con una agilidad inesperada para un vago. Mi apariencia física seguramente representaba bastantes más años de los que en verdad tenía. Esto causó asombro en el hombre que acompañaba al policía, quien posó su vista en mí, mirándome con detención por primera vez. Su expresión cambió completamente, desde la repugnancia hacia el asombro, en el momento en que me reconoció.

- ¡Deténgase por favor oficial! – le dijo al policía, quien me estaba acompañando fuera de la vista del noble ciudadano.
- ¿Qué sucede ahora? Me lo estoy llevando lejos de su barrio, ¿tal como usted lo quería, no?
- ¡Creo que conozco a este hombre!

Yo me encontraba dándole la espalda, cuando él me llamó por mi nombre. Si hubiese sido necesario pensar para responder al llamado, no habría podido hacerlo y la continuación de mi historia habría sido completamente diferente. Instintivamente giré mi cabeza y lo volví a mirar.

- ¿Qué te sucedió? ¡Mira cómo te encuentras! ¡Eres un estropajo! ¿Dónde te metiste todo este tiempo?
- Abogados – fue lo único que pude responder.
- Por favor disculpe todas las molestias y deje a este hombre conmigo, yo me haré cargo de él – le dijo al policía, quién parecía ser el más confundido con toda la situación.

Me tomó del brazo y me dejé levar, tal como algunos años antes lo había hecho un pequeño muchacho de color, allá lejos, en una ciudad del Caribe. Me condujo hacia un moderno condominio y entramos a su casa. Pasamos directo hacia una habitación, llamó a una mujer a su servicio y le ordenó que me bañara y vistiera con sus ropas. La mujer se quejó por la tarea asignada, cosa que ahora me parece natural, y accedió a hacerlo sólo luego que el hombre le aseguró que yo era un abogado, antiguo amigo, socio y compañero de universidad, y que me había enfermado durante los últimos años.

Qué estúpido suele ser el comportamiento humano. La sirvienta quedó tranquila luego de la explicación dada por mi amigo, y cumplió la tarea de volverme a hacer lucir como un ser humano, casi con delicadeza y tratándome como a un gran señor. Mis estudios de leyes y mi trabajo como abogado y socio de su jefe no cambiaban en absoluto el hecho de haber estado vagando los últimos años y de encontrarme tan sucio, lleno de infecciones y parásitos como cualquier otro mendigo, e incluso en condiciones peores que ellos, sin embargo ella quedó tranquila con la explicación, pensando que mi condición social anterior actuaría como desinfectante, eliminador de parásitos o alguna otra cosa parecida.

Obviamente la reflexión anterior no corresponde al momento que les estoy narrando, ya que difícilmente podía pensar mientras era aseado por la amable mujer y mi mente aún no se acostumbraba a hacer algo distinto de nada. Mientras ella me vestía con ropas de mi amigo, la palabra “abogado” seguía repitiéndose en mi mente, junto a algunas imágenes de lugares y personas de mi pasado humano.

***

De acuerdo a lo que más tarde me comentó mi amigo, le tomó cerca de un mes conseguir que yo volviera a actuar y comunicarme como una persona casi normal. Al principio, los primeros días, no hablaba. Luego consiguieron que nombrara las cosas y pidiera con buenos modales lo que necesitaba. Lo más difícil fue mantenerme haciendo algo, si me dejaban tranquilo en algún lugar, sólo me quedaba allí parado, sentado o recostado y volvía a mi familiar “no hacer nada”. Intentaron dejarme viendo televisión para que me interesara en algo, pero eso significó un retroceso: ahora lo puedo afirmar con toda autoridad, es increíble lo que se parece el ver televisión por horas al “no hacer nada”.

Luego de un arduo trabajo por parte de mi amigo y de sus sirvientes, llegué a un estado en el que no causaba repugnancia y en el que era capaz de mantener conversaciones casi normales.

- Imagino que ahora podrás explicarme cómo fue que llegaste al estado en que te encontré – me dijo mi amigo un día.
- Perdí los deseos de vivir – le contesté de una forma tan tranquila y natural que yo mismo resulté sorprendido por el sonido de mis palabras.
- ¿Fue luego de nuestra conversación sobre tus vacaciones en el Caribe?

La cadena de los pensamientos que invadieron mi mente en ese momento fue tan impresionante (al menos para mí, que lo estaba viviendo) que me dejó tendido en el sillón de la sala, con la vista perdida en una pared y con el riesgo de caer nuevamente en el estado del que me habían conseguido sacar. Los últimos días los había dedicado a reaprender cómo vivir entre la gente nuevamente, conversar, desenvolverse, pero aún no había recordado los detalles de mi vida anterior, ni menos aún qué era aquellos que me había llevado hacia las profundidades.

Me vi como el abogado que solía ser, jugando a ser dios en las alturas de mi despacho, luego me observé en el vuelo que me llevaba a disfrutar de mis vacaciones, luego me vi en las playas de arenas blancas, luego, mientras mi corazón de aceleraba sin saber aún por qué, vi la imagen de un pequeño muchacho de color que me guiaba por las estrechas calles de una ciudad desconocida, pero vagamente familiar. Finalmente recordé la melodía que dictaban los acordes de una guitarra, un aroma indescriptible, unos pies danzando mágicamente y por último se formó en mi mente el rostro de mi hada caribeña, con la imagen de fondo de una lejana puesta de sol vista desde las alturas.

En esa escena me quedé estancado por horas. Mi amigo estaba muy asustado, suponiendo que yo vivía una recaída, pero la situación era completamente diferente, ahora estaba haciendo algo, estaba recordando lo sucedido, estaba recordando cada detalle de su rostro, de su vestido, el sonido de su voz, el calor de sus labios.

- No te preocupes – le dije al percatarme de su preocupación. – Sólo estoy recordando lo que sucedió en ese viaje. Déjame un momento a solas y ya continuaremos esta conversación.
- ¿Seguro que estarás bien?
- Seguro amigo, y gracias una vez más.

Bastaron sólo esos minutos de recordarla para darme cuenta que aún amaba a esa mujer, sin importar si ella era o no real. El tiempo de soledad que le pedí a mi amigo no fue para seguir buscando recuerdos, o para reflexionar acerca de lo que había sucedido, fue sólo para disfrutar sin ser molestado del recuerdo de su imagen, de la puesta de sol y de los momentos vividos. Recordaba el juego de colores entre el sol, el cielo, su piel y el mar tiñéndose a medida que el astro lo invadía. Recordaba además la melodía que acompañó esos momentos. Ese cuadro, las imágenes, la música y los aromas, me produjeron el placer más grande que he conocido durante mi vida, el goce estético que emanaba desde esa mezcla no podría nunca ser superado, sólo sería igualado.

Esa noche volví a soñar. Fueron varios años sin tener sueños, ya sea despierto o dormido, y el efecto de ese sueño fue reconfortante. Me soñé junto a ella, disfrutando juntos en el “Amaneceres y Atardeceres”. Mi sueño no pudo recrear tan perfectamente como lo hubiera deseado el ambiente del lugar, sin embargo fue más que suficiente para hacerme despertar feliz a la mañana siguiente, con deseos nuevamente de hacer algo, ¿pero qué?

***

- Me alegra verte levantado. ¡Te ves bien! – me saludó mi amigo a la mañana siguiente.
- Ni te imaginas como me siento – respondí alegre – y todo te lo debo a ti.
- Ya tendrás la oportunidad de agradecérmelo, por ahora me interesa saber si has decidido lo que piensas hacer.
- Lo que me llevó al estado en que me encontraste fue la pérdida de mis sueños, de mis motivaciones y de los deseos de hacer cosas. Al pensar que mi sueño no era real, se me agotaron por años las ganas de vivir, y debo evitar que eso suceda nuevamente. Ahora he descubierto algo que me da nuevas esperanzas, creo amigo que estábamos equivocados y mi sueño si es real.
- ¿Qué quieres decir? ¿Esperas que te siga la corriente para que no vuelvas a caer?
- No, no espero nada de eso. Sólo entiende bien mi razonamiento: mi sueño es tan real como todo lo que pienso, mi sueño puede ser sólo eso, puede ser sólo un sueño, pero eso no lo hace menos real. Puede que el fondo, el contenido, aquello que se sueña no sea real, pero el sueño que lo evoca si lo es. Descubrí que el sólo sueño, incluso de manera independiente de la realidad que él evoca, la que puede no existir, es suficiente para mantenerme con deseos de vivir. Un sueño, por inalcanzable que pueda ser, es motivación suficiente.
- Aún no entiendo lo que deseas hacer. ¿Pretendes retomar tu vida como si nada especial hubiese sucedido?
- No podría, aunque lo quisiera. Debo descubrir la verdad o mentira que hay dentro de ese sueño. Incluso si descubro que fue un engaño, e incluso si luego de investigar no descubro nada, quedaré más tranquilo y podré vivir de los recuerdos, pero mientras no descarte totalmente la pequeña posibilidad de que algo de lo que recuerdo sea real, no podría volver a vivir tranquilo.
- Está bien. Al menos eso suena mejor que vagar sin rumbo por las calles.

Estaba decidido, no sabía si encontraría algo, si volvería a ver los mismos lugares, incluso si éstos aún existían o no. Lo más importante en ese momento era intentarlo, estaba saliendo por fin del estado que me mantuvo muerto en vida durante los últimos años, y no deseaba volver a él. Incluso aunque me enterara que mi hada nunca existió, al menos el calor de su recuerdo me inspiraría.

Comenzaron los preparativos de mi viaje, desde conseguir los pasajes hasta la reserva en el hotel. Mi amigo me prestó algo de dinero, el que me debería alcanzar para algunos días en la ciudad, más allá de eso correría por cuenta mía. En ese momento yo no contaba con ningún bien, estaba literalmente en la calle, pero gracias a mis últimas experiencias vividas, esa condición ya no me asustaba como antes, de hecho muchas de las cosas que antes consideraba como necesarias para vivir, me parecían ridículas. La otra gran lección que había aprendido durante los últimos años, y que en ese momento estaba reconociendo, era la humildad. Me recordaba sintiéndome un dios desde las alturas en mi despacho y llegué a odiarme. Me prometí nunca más actuar de esa forma.

A medida que el día de mi partida se acercaba, mi ansiedad aumentaba. Ya casi no podía dormir imaginando cómo encontraría la ciudad. Intentaba recrear el camino por el que el muchacho me había arrastrado, luchaba por recordar los rostros del muchacho, de don Pepe, quien atendía el puesto de comidas al paso y del mesero de “Amaneceres y Atardeceres”. Para recordar el rostro de ella no necesitaba de ningún esfuerzo, más aún, muchas veces al día me sorprendía imaginándola a mi lado, soñando despierto con su presencia.

En ese momento me quedaba aún más claro que cuando uno vive haciendo cosas el tiempo transcurre en forma diferente, el esperado día de mi partida parecía nunca llegar.

***

Me desperté de una siesta en la mitad del vuelo. Había soñado algo, pero no podía recordar lo que era. Durante ese pequeño momento que existe entre el sueño y la vigilia, esa tierra de nadie que nos suele engañar con irrealidades que aparecen de la nada, se formó en mi mente la idea de que todo lo vivido durante los últimos años había sido ese sueño que no podía recordar, y que aún me encontraba viajando a mis primeras vacaciones en años, que aún no conocía la ciudad caribeña en donde aterrizaría el avión en el que me encontraba. Al principio me sentí aliviado al suponer que nada de lo vivido había sido real, sin embargo bastó con percatarme que, de ser así, se agotaban las posibilidades de volver a ver a mi hada, para que mi corazón diera un brinco, impulsado por una mezcla de dolor y decepción.

A medida que la vigilia le quitaba el espacio al sueño, las cosas se fueron aclarando. Efectivamente me encontraba despertando de un sueño, y en ese sueño era en donde todo había ocurrido, desde el encuentro con el muchacho hasta la recuperación de mis años de vagancia, incluso cuando me dormía en el avión estaba durmiéndome dentro del primer sueño, pero al despertar estaba despertando de ambos. Las experiencias vividas con ella las había soñado, nada de eso había sido real.

“Nada de eso había sido real”. Esa frase me sonaba demasiado familiar, algo de lo que había ocurrido dentro de mi sueño estaba ahora ayudando a formar una nueva idea en mi mente. Mi sueño fue real, quizá no el contenido, pero el sueño en sí fue muy real, tal como había ocurrido dentro de mi sueño, ahora estaba sucediendo en mi vida, eso demuestra que tan real puede ser un sueño. Si no fuera así, entonces ¿cómo el contenido de uno de ellos podría estar afectando mi vida?

A medida que los minutos que nos separan del momento en que dejamos de soñar aumentan, las sensaciones e incluso los sentimientos que esos sueños nos han provocado mientras los vivíamos comienzan a desaparecer, a olvidarse y a parecer más como cuentos o historias leídas que como vivencias propias. Eso era lo que esperaba que me sucediera luego de despertar, sin embargo esos recuerdos parecían intensificarse a medida que el tiempo transcurría. Lo que en mi sueño había sido casi una obsesión, el deseo e incluso amor por esa mujer, se estaba traspasando a mi vida. Dentro de mi sueño existía al menos una pequeña posibilidad de que ella fuera real, de haber podido reencontrarme con ella, pero ahora que sabía que todo había sido sólo un sueño, esa posibilidad quedaba completamente descartada.

Faltaban aún varias horas de vuelo para llegar a destino, pero ya no sentía deseos de llegar, ya no me sentía motivado. Recordé mi período de vagancia dentro de mi sueño, recordé que había llegado así de bajo porque había perdido los deseos de hacer cosas, porque pensé que un sueño (en ese caso despierto, producto de algún alucinógeno) había sido irreal. Me estaba comenzando a ocurrir lo mismo, estaba comenzando a desmotivarme por un sueño que sabía que sólo había sido un sueño. Ahora que estaba preparado, ya sabía como salir de esa situación antes incluso de entrar, de caer en la depresión a la que podría llevarme.

Me conformé con la idea de lo real que era mi sueño y lo que él provocó y seguía provocando en mí. Ella, mi hada caribeña, seguiría siendo el centro de mi vida, incluso sabiendo que ella podría ser sólo el producto de un sueño despierto que había ocurrido dentro de un sueño dormido.

La turbulencia que se produjo al atravesar unas nubes muy altas me sacó bruscamente de mis reflexiones. Me aferré al asiento del avión, tal como anteriormente había hecho al sillón en las alturas. Miré instintivamente a mi izquierda, a mi otra mano, esperando verla a ella, esperando sentir el suave contacto de sus labios rozando mi piel. Sólo me encontré con la visión de un hombre gordo que dormitaba en el asiento del lado. Controlé mi respiración, hice un gran esfuerzo y me entregue a la confianza en el piloto y los ingenieros que diseñaron el aparato que me mantenía artificialmente a treinta mil pies sobre el océano.

Conseguí relajarme y me dispuse a disfrutar del resto del vuelo. Busqué una música que me ayudara a descansar, seleccioné el tema Ommadawn de Mike Oldfield, cerré mis ojos y me dejé llevar por las mezclas de música africana, algunas frases en galés, guitarras y flautas, todo mezclado y subiendo en intensidad, hasta llegar a un clímax en el que me encontré imaginando una vez más los pies de mi hada bailando al ritmo de la percusión de fondo. No estoy seguro si luego me dormí o no, sólo sé que desperté al escuchar el aviso del comandante, informándonos que ya descendíamos y lo agradable que se presentaba del clima en el aeropuerto destino.

***

Las correas transportadoras de equipaje pueden ser hipnotizantes, luego de estar más de una hora mirándolas girar y acarrear su contenido una y otra vez. Mi equipaje no apareció. Había soñado varias veces que, durante alguno de mis viajes, esto me sucedía, que me quedaba sólo con la ropa que usaba en ese momento y nada más. Esos sueños eran pesadillas, siempre la pérdida del equipaje marcaba sólo el inicio de una serie de situaciones de mala suerte. Me tranquilicé pensando que eso me ocurría sólo en los sueños, y no había razón alguna para preocuparme.

Cuando salí del aeropuerto ya era de noche. Fui directo a conseguir un taxi, tarea que me tomó más de media hora.

- ¿Dónde se dirige amigo? – Me preguntó el alegre taxista - ¿Lo llevo a su hotel?
- No tengo reservación, debo buscar un hotel. ¿Me recomienda alguno?
- ¡Va a ser una tarea difícil amigo! No creo que encontremos algún hotel con habitaciones disponibles.
- No puede ser – le dije – en la agencia de viajes me aseguraron que en esta época del año no era necesario hacer reservaciones.
- Tal parece que en su agencia de viajes no sabían del festival de cine que se realiza desde el año pasado. Comenzó ayer y está toda la ciudad vuelta loca con los artistas y periodistas que han venido de todo el mundo.

Partimos buscando en los buenos hoteles, continuamos con los de mediana categoría, terminamos buscando en moteles baratos y residenciales, y no encontramos ninguna habitación disponible. Ya estaba bastante avanzada la noche y no faltaban muchas horas para el amanecer cuando le pedí al taxista que me dejara en la costa, al borde de la playa. Esperaría hasta el amanecer y luego, con la luz del día, continuaría con mi búsqueda.

- Tenga cuidado amigo, no se fíe de toda la gente que vea.
- No se preocupe, creo que puedo sobrevivir unas horas acá. ¡Que tenga una buena noche!
- Gracias, igual para usted – se despidió con una blanca sonrisa destacando sobre su oscuro y alegre rostro.

Las luces de la ciudad brillaban a mi derecha, mientras a mi izquierda se adivinaban las blancas arenas y delgadas palmeras que adornaban una hermosa playa tropical. Caminé algunos minutos hasta que encontré sobre las arenas un pequeño bar circular de madera, con un rústico techo de paja. La barra estaba atendida por un joven moreno, casi un niño, de sonrisa y modales amables y alegres, como toda la gente que había conocido en la ciudad.

- ¿Qué le puedo servir amigo? – dijo con un marcado acento caribeño.
- ¿Tienes algo de comida que me puedas servir?
- Puedo prepararle una mezcla de frutas. ¿Le gustaría?
- Si, por favor.

El dulce sabor de las frutas tropicales invadió mi boca y mi mente. Luego de probar esa mezcla de frutas comprendí inmediatamente la alegría que expresa esta gente. Recordé los cálidos labios de mi hada caribeña. Si hubiese tenido que colocarle un sabor a esos labios, habría escogido esa dulce mezcla frutal que estaba probando.

Le pregunté al joven por las frutas que había en mi plato, y sólo recuerdo muchas letras “g” y letras “n” formando largas palabras. Creo que una parte de la magia de los sabores que resultan de esas combinaciones de frutas es que nosotros, los mortales no caribeños, no somos capaces de memorizar sus nombres para luego poder reproducirlas. Sólo imaginen a algún industrial de los productos alimenticios que lograra dar con la fórmula de alguna de estas mágicas pociones, y que luego la comercializara mundialmente, en cadenas de comida rápida. Ahora imaginen que eso mismo ocurriera no sólo con la comida, sino que con la música, con el arte, con el clima, con todo lo que crea la cultura de esta gente. Poco a poco este sector del mundo se perdería, sus mejores elementos serian robados por las comerciantes manos de una cultura de comercio global. La cuna de mi imaginaria hada dejaría de existir, al menos tal como la conocemos. No tengo dudas de que eso ocurrirá algún día, sólo espero que ese día tarde lo más posible en llegar, y que la alegría de esta gente sea capaz de sobrevivir luego del robo.

... continúa ...

Jota

Texto agregado el 22-11-2007, y leído por 152 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-11-2007 Jota, sabés que tu estilo me gusta, en este relato, la extensión no se siente porque se lleva perfectamente en el interés que despierta cada etapa. Espero el 3!***** cromatica
 
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