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I

Desde las altas torres aguijadas del palacio Cydonia se abarca la mitad de mar de la Tranquilidad, reflejando en su arena grisácea el resplandor azul de la Tierra, que sale desde detrás suyo en los días de verano lunar. Fuera, el silencio, roto a veces por las tormentas de polvo que forman volutas en la distancia y rugen lejanas un rumor como de olas, es capaz de devolver las miradas con tanta intensidad que refleja el contenido del alma de quien observa. Desde allí, de la balaustrada soportada por altísimos arcos ojivales de piedra gris, contempla ahora Ulés a dama Shalena mirar las estrellas. Llevan ya algunos minutos en silencio.


II

Los ojos de ella escrutan el paisaje, impasible su mirada gris ante el entorno en el que parece buscarse a sí misma sin éxito. Ulés, que en la corte es llamado “el niño”, observa su silueta serena recortarse contra el horizonte y la Tierra naciente. Qué azul, qué viva, qué cambiante resulta... Aunque es huérfano y no ha conocido a sus padres, su tutor en la corte le ha considerado siempre como a un hijo. Siempre ha empleado la libertad que le ha tocado en suerte en pasear por el silencio perfumado de los jardines del claustro, con su aroma etéreo de rosas negras... o en los balcones y ábsides superiores de las torres, mirando la Tierra.
No puede dejar de mirar a la dama. La tiara de diamantes negros que luce sobre su cabeza ligera, delicada, atrapa la mirada con su brillo oscuro como un alfiler de plata que sujetase un velo suave. El cabello plateado cae liso y bien peinado hasta la terminación de su espalda felina, ligeramente arqueada hacia atrás, sensual en el vestido negro de corte veraniego. Ella es como las estatuas del memorario de palacio que hay junto a la huerta: perfecta, serena, impasible, lisa; como uno de esos ángeles conmovedores sobre las lápidas en memoria a los que marcharon que se alzan en ese cementerio de almas...
Ulés suele pasear por el memorario. Se desliza silenciosamente de la sillería a la hora del coro, cruza el pórtico al huerto bajo las severas miradas de la estatuaria de los Sabios y pasa junto a la valla de cristal del huerto, donde florecen los espíritus de mil plantas diferentes. Atraviesa la puerta enrejada del memorario, la única estancia del palacio en que las almas no fluyen a ras de suelo y callan sus susurros etéreos.
Las criptas donde se guardan las lápidas memorarias, con las gárgolas que las guardan, terribles, con un rostro impíamente vivo y colmilludo, casi material, le contemplan en un silencio omnisciente. Aquí viene él a admirar en soledad el recuerdo de los seres que otros tuvieron próximos, consciente de que ninguna de las lápidas, ninguna de las estatuas de ángeles compasivos está para su memoria o su consuelo. Aquí viene él a dejarse herir por la paradoja de ser él el único que honra la pérdida de los que precedieron, precisamente él, el caballero sin precedentes...


III

Los pliegues del vestido negro de ella reciben en este instante unos reflejos azulados: la Tierra amanece lentamente. Qué tiene, eso lo ignora. No encuentra la palabra que pueda designar la forma en que ella le hace perder la serenidad, ansiar algo que ignora pero necesita desesperadamente.

Quizás la evita. Quizás la palabra es hermosa.

Asustado ante su blasfemia, baja la mirada por un instante: sentir es algo a lo que nadie debe acercarse. Menos aún ante ella, cuya serenidad imperturbable es su fama como princesa. Shalena parece darse cuenta, pues se lleva una mano lenta, suave y conciliatoriamente al nacimiento del cuello terso, allí donde él sabe que está la joya ovalada que cae sobre el inicio terso del pecho, justo entre la forma de las clavículas, pequeñas bajo la piel grisácea y morena, casi tostada. La comunicación silenciosa, volátil que se da entre ellos sin que ni siquiera sean conscientes urge a su interior a seguir removiéndose.
Su tutor conoce sus escapadas, pero no lo demuestra sino en indirectas. Le cuenta leyendas y parábolas sobre la Tierra, sobre las almas que osaron sentir y cayeron en el ansia de la vida, de la materia, sobre los que marcharon. Dice él que posiblemente sus predecesores fueran de esa clase y que posiblemente por eso sea huérfano: heredero de unos caídos. Él no acaba de creerlo. El tema siempre es evitado y nunca hay detalles. Aunque siempre ha estado atraído por la Tierra, por su azul y cambiante belleza, por su terrible y amorosa falta de serenidad. La casa de Cydonia nunca envía allí embajadas. Sólo las leyendas cuentan algo de ese astro misterioso, fascinante. Y dicen que es allí donde aquellos que se acercan a los pecados del sentimiento pagan sus culpas olvidando lo que son y aprisionados.

IV

Dama Shalena se agita levemente, parece saber lo que está pensando. Estar allí, tan cerca suyo, a solas. La dama no suele acompañarse de cualquiera, sólo de aquellos cortesanos sagaces y perceptivos, embajadores y ministros capaces de manejar cualquier discusión, incluso sin saber nada sobre el particular, sin ofender a nadie, sean cuales sean sus ideas y agradando en la mayoría de los casos a sus oyentes. Se rodea de aquellos imbuidos del don de la intuición y de la lógica. ¿Cómo ha llegado él a acercarse tanto?
Sus brazos largos y esbeltos, desnudos del hombro al codo, donde nacen los guantes de suave tela negra, se mueven graciosa y lentamente en un balanceo suave, tranquilo y acogedor. Cierto es que toda la corte se admira de la sorprendente capacidad de alguien tan joven, de ahí el apodo que dan a Ulés. Discute a menudo con claridad y concisión, y aunque se le amonesta muchas veces por su precipitación, a la larga, suele tener la razón de su lado. Quizás es eso lo que le lleva a ella a admitirlo. Quizás ignora que las discusiones son para él poco más que un juego, que no dialoga con ninguna técnica, que su capacidad es algo espontáneo... Quizás no sabe que peca de curiosidad ni que toda su dialéctica se esfuma ante la forma suave, rosada y pálida de los labios de ella cuando se entreabren en una sonrisa o tan sólo en una palabra.


V
El inmenso globo azul y blanco, con su mosaico cambiante de espirales está en su cenit. La sala marmórea del balcón refleja en su suelo pulido, en sus formas sinuosas al subir en espiral por las columnillas de soporte de la barandilla, ese brillo desconocido... Atrapados... en ese brillo feliz se hallan aprisionados quizá sus antepasados, los caídos. Los ojos castaños de él se pierden, se ahogan en incomprensión mientras todo él se estremece en el esfuerzo de controlar sus pensamientos y mantenerlos dentro de las restricciones. De alguna forma en su interior lo sabe, sabe que no es malo conocer lo que allá arriba, en el espacio azul, en las espirales de algodón, se puede encontrar. Sabe que no está nadie atrapado allí, sino en su propia alma, donde él se halla. Ulés sabe por qué sorprende a otros más sabios con su discusión, por qué acaba por estar en la verdad...
Imperceptiblemente tiembla su pecho. La dama, reflejo azul y tibio en su mejilla morena, se gira hacia él. Sus ojos grises brillan entre un rosado suave y un azul intenso desconocidos en todo el reino. Ulés se aparta aturdido ante la imagen mientras una idea nueva florece en el fondo de su consciencia. Lágrima, una lágrima.
Incapaz de asimilar el impacto, no puede retenerse por más tiempo. La prisión ha durado demasiado, demasiado el negar el pensamiento, demasiado el fingir que nada hay más allá de la ley, del dogma... Demasiado pensamiento en un momento en que todo se desvanece y sólo ella y el caos que él es se mantienen nítidos y brillantes al reflejo de la Tierra contra la oscuridad, el vacío y el silencio.



VI

La serenidad y el mito dejan paso a la turbación. Ella ladea la cabeza con los rasgos suaves encogidos en una angustia mientras Ulés, asustado, empieza tomar consciencia de lo que ocurrirá. La forma esbelta empieza a perder solidez mientras Shalena observa la Tierra con un gesto melancólico y un nuevo crimen se desliza en brillo por su mejilla.
Antes de que la lágrima se separe y llegue a tocar el suelo se vuelve a él, ya casi desvanecida, y habla aunque ningún sonido se escucha en la sala, pues su voz ya está en otro lugar. “Ya no puedo más” parecen decir sus labios y su hermoso rostro compungido. Sólo el brillo azul de sus iris permanece un instante antes de confundirse con el fondo de la Tierra, que sobrepasa ya la mitad de su curso. Shalena se ha desvanecido.
El joven cortesano no es capaz de asumir el impacto. La revelación de su angustia, del encierro que también él comprende, la tristeza, la confianza que ella ha depositado en su último momento en él caen sobre su mente como un jarro de un agua fría desconocida... como también cae su desaparición.
Sus pensamientos se agolpan, palpita su cabeza y algo en su pecho y sus brazos parece querer reventar ¿Qué ocurre? Desde los cortinajes que ocultan una pequeña escalera lateral emerge un ministro de cabello y ojos grises, la toga vuelta sobre un brazo, legajos bajo el otro, todo él un dedo extendido, terso y huesudo, acusador. “Corruptor, has destruido la casa de Cydonia”.



VII

La conmoción le satura. Antes de poder asimilar la extrañeza que percibe de sí mismo la culpabilidad le golpea y una nueva palabra desconocida nace en su mente ¿La ha... matado? ¿Ha caído ella por su culpa? Como una oleada de fuego, algo emerge de su mente y de su vientre hacia la cabeza. Las palpitaciones repentinas de su cuerpo se aceleran. No puede aceptar eso... ella ha sido sincera, no ha sido él. Aunque ella podría haber captado eso de él, no puede aceptarlo... ¿Es la verdad un crimen? La locura que le revoluciona no puede ser justa, aunque quizás eso pensarían los que le precedieron y cayeron la Tierra de las leyendas...
Piensa en su tutor, se pondrá furioso. La espiral de pensamientos se precipita hasta colapsar su interior. Palabras desconocidas, profanas, nacen sin cesar en su mente mientras su alma material palpita y se retuerce.
Siente un calor azulado y, al alzar su mano ante el rostro, ve a los guardias avanzar hacia él a través de la palma. Se vuelve entre la confusión y el miedo hacia la Tierra, su último y amado consuelo. Un estremecimiento le recorre con tanta fuerza que siente en cada parte de su ser el deseo de vibrar como un alma encarnada. Y cae entre el violento y amoroso azul: en una llamarada de materia viva, en una erupción de amor caliente Cydonia y el reino perfecto de Selene desaparecen. La última conciencia es la de que la restricción, la represión y la ignorancia se han esfumado... es, quizá, libertad lo que le llena y le destruye. Ulés cae tras Shalena.

Epílogo

Oscuridad y el calor de un ambiente cargado y cerrado. El brillo eléctrico de un despertador digital. Terminó de despertarse y comprobó la hora. Las cinco y media otra vez. Sueños, otra vez.
Fuera se había iniciado una lluvia que repicaba insistentemente contra el cristal de la habitación. Miró por la ventana, apoyando la cabeza contra el cristal. Estaba frío y la humedad se condensaba en su superficie. La luz anaranjada de las farolas le traía las imágenes de los charcos y sus ondas desde seis pisos más abajo como las gotas, el cristal y los reflejos le traían los recuerdos deshilachados de los sueños mezclándose con los de la realidad en una madeja complicada.
Cada vez que le asaltaban aquellos sueños sentía la certeza de ser alguien distinto a quien era, de tener una misión que no podía discernir entre las brumas del olvido. Dio una última mirada al reloj. El calendario digital indicaba treinta y uno de noviembre de 20.... . Se fue al lavabo.
Se lavó la cara para quitarse la confusión que siempre seguía a aquellos despertares y se miró al espejo: media barba y desaliñado. Sentía la necesidad de aclarar sus recuerdos. Pensó en escribir algún relato. Hacía un mes que había desistido de escribir, pues nadie se interesaba por sus extrañas creaciones. No obstante, recogió las gafas olvidadas junto al vaso con el cepillo de dientes y se precipitó en la oscuridad del pequeño salón. Se sentó y encendió el ordenador. La estancia se iluminó con el resplandor fosforescente de la pantalla y la máquina activó directamente el procesador de textos. Mientras los recuerdos de su vida y sus sueños... o sus vidas se entrelazaban, comenzó a escribir.

Texto agregado el 23-03-2003, y leído por 486 visitantes. (1 voto)


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