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Amalia, se llamaba Amalia y cantaba como ella sola.
La conocí en mi primera juventud y lo nuestro fue fatal. Una cosa del fatum. Claro.
Las semillas que los portugueses dejaron en mi casa, una vez cuando vinieron hace quinientos años, son hoy flores cortas en número pero que lucen bien hermosas. Y digo yo si no sería ese ligero perfume lusitano el que, embriagándome sin ser yo consciente, me puso en la misma senda que a Amalia. Y así, claro, luego fue sólo cuestión de tiempo que nos conociéramos.
Era un día lluvioso, frío como sólo podría serlo en este pueblo del demonio, y de pronto, unas punzadas agudas de lo que yo creí un laúd, hirieron el aire espeso de la habitación. Barco negro. Gaivota. Ai moureria.
Ay, ay Amalia, qué para bien hiendes el silencio, decía yo, qué hermosos quejidos, qué hondos pesares. Cuéntamelos todos.
Sus grandes, enormes pulmones, se vaciaban maravillosamente dentro de mis oídos y caían en cascadas dentro de mí. Dentro, dentro y cada vez más dentro. Fuera llovía mucho pero dentro caían cascadas. Era un universo de cuerdas en vibración, la energía transformada en belleza exhalando por esa boca suya que no era una boca sino una señal de la existencia de dios. Ay, Amalia.
Y claro, me enamoré. Pero desquiciadamente. Con la mente desquiciada, efectivamente, puesta en un barco que no regresaba y en un marinero de mis amores tragado por las aguas. Qué pena, qué magua.
Amalia me condujo lejos, fue un día. Tomó mi mano, me arrancó de la isla y me llevó volando por encima del Atlántico. Y al llegar a Lisboa, una tarde rojiza y fría vino a recibirnos. La luz incendiaba Alfama, el aire llevaba cuchillas y el Tajo nos miraba impertérrito.
Fin de año, año de la Exposición Universal. Avenida Fontes Pereira de Melo. Me hice una foto junto a la placa y la piel salió pálida y la nariz colorada. Cené una hamburguesa y bebí vino espumoso, y dormí en una pensión de segunda que a mí me pareció el colmo del lujo.
En ese nuevo año que entró, murió Amalia. Su cuerpo, claro.
Él se volvió al polvo y ella, su voz, al tiempo, a la eternidad.

Texto agregado el 25-11-2007, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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