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Reconstruir

Alta, regordeta, el pelo rubio sobre los ojos.
A punto de darse una ducha, un cigarrillo más
Una tregua de humo.
Abre la puerta ventana del balcón, sale
A la noche con estrellas
* * * * *
El botones habría dicho que la mujer llamó esa noche varias veces a la recepción solicitando más o menos las mismas cosas que todos esos norteamericanos: vino tinto del bueno, bombones que había visto en la confitería pegada al hotel y también un perfume. Cuando le alcanzó esto último, se acordaba ahora, tenía una copa en la mano, aunque no estaba seguro porque no era la única mujer sola en el hotel esa noche.
* * * * *
Su hermano Eric en Alabama se mostró bastante reacio a hablar sobre ella. Después de enterarse de lo sucedido hizo un largo silencio que pareció deberse, eso cree el empleado que lo llamó, a no entender qué hacía su hermana en un país como la Argentina. Como si esa comunicación buscara culparlo de algo, más renuente que al principio, se encargó de expresar, en su manera más absurda de pronunciar las palabras para que fueran entendidas por un no nativo en esa parte del mundo, que había visto a Susan por última vez hacía tres años, en el velorio de su padre. Por último remarcó que vivían muy lejos uno del otro.
* * * * *
Su infancia busca la Cruz del Sur y ahí está.
Ahí está ella, de hotel en hotel, tiempo alquilado.
Su carrera, el porvenir, un hombre, otro,
Un hermano en cualquier parte, un hijo ya resuelto,
El padre muerto.
* * * *
El barman, muy prolijo, tenía anotado: domingo seis, habitación 202, llamado veinte y treinta: un whisky doble con hielo. Veintiuna cuarenta y cinco: lo mismo. Veintitrés veinte, cargado a la habitación 202, consumido en la barra: porción doble de torta de chocolate. Consultado sobre el aspecto de la turista, el hombre dijo que a esa hora del domingo toda la gente sola huele triste de la misma manera. No hay quién no se quede mirando fijo sin oír una nota del pianista que la cadena tiene que contratar por especificación en todos los bares.
* * * * *
John, el hijo de veinte años recién fue localizado en la casa de su novia, donde pernocta algunos días de la semana, cuando el cuerpo de su madre iba camino a la morgue judicial. El joven, visiblemente ofuscado por recibir semejante anuncio a las tres de la mañana, alcanzó a informar el número de celular de la persona que, él creía, era la actual pareja de su madre. “Lamento no poder ayudarlos con semejante lío. Cuando mami esté de vuelta, yo me encargaré de su lugar final, no lo duden” dijo en inglés, pero nadie lo escuchó.
* * * * *
Su madre independiente, perdida por la tristeza
De las agendas sin ella.
* * * *
La mucama que se encargó de su habitación durante la semana que permaneció en el hotel, lleva en una libretita las novedades del turno, porque no es la primera vez que ocurren estas cosas y –aclaró paciente- nos tienen una hora haciendo memoria. En letra despareja, el día del hecho constaba: Las almohadas siempre debajo de la cama, ventanas abiertas para que no supiéramos que fumaba en ese sector de habitaciones en los que no está permitido hacerlo. Dos cartas escritas por la mitad tiradas en el cesto del baño, a disposición de la policía si las piden, y demasiado perfume en la ropa interior.
* * * *
En el silencio del domingo nocturno
Mira el cielo, tiene memorias uruguayas:
Las Tres Marías y aquellas nenas ya sin nombre
Que la buscan para jugar a las esquinas.
* * * * *
El taxista que la trajo del aeropuerto cuando llegó, se presentó espontáneamente cuando oyó la noticia en el programa de Julio Lagos. Le quedó el nombre, estaba seguro que se trataba de ella. Linda mina, veterana pero bien conservada, comentó al gerente que no anotó nada. Hablaba castellano con fluidez. Me dijo que vivió cinco años en Montevideo cuando era chica porque el padre fue embajador. Pero no hay caso, esta gente no parece lo que es. Agregó un secreto a media voz: llevo una almohada en la valija porque de otro modo no puedo dormir. La vi triste, se lo dije: tiene los ojos colorados. Y mire lo que son las cosas, jefe. La rubia no contestó enseguida, pero antes de bajar me pagó, quince dólares de propina no es cosa de todos los días, y confesó: aunque no lo crea, estoy en el mejor momento de mi vida, amigo, en el mejor.
* * * * *
Fuma, escucha una trompeta muy muy lejos
Quizás una sirena que se acerca o tal vez sólo imagina.
La luna llena demasiado cerca, su mano extendida,
La mujer rubia cae ya sin balcón, no sabe
Que cae cae cae cae cae
Que se llovizna que se deshoja que se termina.

Texto agregado el 27-11-2007, y leído por 170 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
04-10-2008 de pelicula. anablaumr
13-01-2008 me ha gustado el texto. Luego leeré otro. Gracias vagamundo
09-01-2008 Me gustò el estilo y la forma original con que narraste el texto. doctora
11-12-2007 Me gusto mucho tube que leerlo dos beces para entenderlo pero es muy bueno juancalmado
 
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