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28 de noviembre.

Miré mis manos ensangrentadas con una dicha que nunca había sentido, mi cuerpo colmado de un asqueroso olor a adrenalina me provocó un placer delicioso, no podía creer esa sensación, cada vez que volteaba a verme al espejo, un deleite narcisista llenaba mi cabeza de depravaciones inconcebibles, me sentí divino, me contemplé como un ser etéreo creado en alguna mitología majestuosa de algún imperio utópico. Era una obra de arte irrefutable, la codicia de cualquier artífice, todo estaba en su lugar, el cuerpo en perfecta posición, los labios con un impecable entreabierto trigonométrico, los ojos completamente abiertos observándome con suavidad, el cabello desaliñado, las uñas desquebrajadas por la lucha, inmaculados charcos de sangre con un aroma mundano, notas musicales canonescas danzando con el efímero aire frío, imágenes circense caminando en mi demente conciencia, carcajadas gentiles, aplausos perpetuos, distinguidas felicitaciones... y sólo quería un café.

Nos citamos a las nueve de la noche en su cafetería, ya no había nadie, ella ordenaba la alacena como solía hacerlo y acomodaba las mesas de una manera compulsiva, yo observaba todos sus movimientos desde la ventana, con un puñado de rosas que arranqué del jardín de una casa adinerada, no tenía idea que la miraba, se veía tan bella, tan plácida, no quería interrumpir su ritual introspectivo pero deseaba también abrazarla, compartir sus sosiego, me decidí por la segunda opción. Abrí la puerta de caoba e inmediatamente volteo con una sonrisa dibujada en su rostro, caminé hacia ella con mi mirada siempre sobre sus ojos y le entregué las rosas, un gesto consagrado dio pie al beso más exquisito que hasta hoy he recibido, sus labios húmedos resbalando con los míos, una textura sutil y una calidez orgásmica, me perdí con ese beso por completo, lo sentí eterno.

Nos sentamos frente a frente en una mesa mientras platicábamos estupideces, su voz era perfecta, armonía pura, era inevitable admirar cada frase que emanaba de su boca, me pedía que dijera algo pero yo sólo lo negaba con la cabeza, no quería arruinar sus versos banales que me complacían como nunca antes. Se levantó y con su blanda voz me preguntó si quería beber algo, el momento era ideal para un café, sin pensarlo le pedí uno; caminó hacia la cafetera y tomó dos taza, preparó el café, el aroma enterneció la velada y yo me sentía fascinado, fue un momento memorable. Puso las dos tazas sobre la mesa y se sentó hablándome de las técnicas para preparar un buen café.

2 de la mañana y la charla continuaba con la misma intensidad, le pedí otra taza de café, se levantó sin ton ni son, al llegar a la cafetera a la estúpida se le ocurrió decir – Oye no es reproche pero ¿me vas a pagar las tazas verdad? – en ese momento pensé que era una broma pero su rostro no mostró coherencia con mi teoría, al contrario un porte encrespado la coloreo de rojo carmesí, no podía creer lo que pasaba, fue un momento engorroso, un silencio gélido violentó como puñalada esa tertulia celestial.

Tenía toda la disposición de pagarle las tazas de café para aliviar la gala, pero empezó a enloquecer rápidamente, cambió su actitud de mujer amante a un engendro demoníaco intolerante y sarcástico, digno de una novela de García Márquez; parecía poseída por algún tipo de ente infernal que buscaba incitarme a mi incomprensión. Intenté serenarla con frases razonables pero esto intensificaba su ira, su dulce voz se trastornó en un grotesco lenguaje ofensivo. Respiraba profundamente para templarme, sin embargo, ella se sentía cada vez más indignada, le dije que sí le pagaría el café pero me condenaba de provechoso, ya no podía soportarlo más, era humillante y descorazonada; dejé unos billetes sobre la mesa y caminé hacia la salida pero ella se abalanzó sobre mi lanzándome unos golpes en mi estómago, luego me arañó con un odio inconcebible, me defendía evitando sus manos hasta que me empujó hacia la barra y me escondí detrás de ella. El tiempo se detuvo por completo, sólo escuchaba mi respiración precipitada y mil voces en mi cabeza que me invitaban a hacer algo estúpido, después de todo, únicamente me estaba defendiendo, peleaba con mi conciencia, sometía mis deseos, hasta que ella grito una revelación denigrante, asquerosa, ese fue, el momento crucial, el momento en que mi bondad se desprendió de mi cuerpo y la mutación ahora fue mía. No conocía este lado oscuro que me invadió en ese instante, me sentía tan bien, tan lleno de vida; tomé un cuchillo que estaba en los cubiertos y salté de atrás de la barra con facilidad, caminaba hacia ella con temple y personalidad, mis pasos eran firmes, de absoluta convicción. Como me deleité mirar el cambio de sus gestos furiosos a un gesto de temor categórico, me sentí majestuoso. La tomé del brazo y la tiré al suelo con fuerza y con mi siniestra la estrangulé con una dicha mefistofélica, mientras mi diestra le apuñalaba el vientre sin control, su sangre caliente salpicaba mi faz, tenía una sapidez apetitosa.

Dejó de moverse por fin, eran las dos de la mañana y me levanté de la mesa para ofrecerle otra taza de café, se veía nervioso, la cita no iba bien, prendí la cafetera y entré a la cocina para lavar la taza, me sentía incomoda pero no quería que se fuera, necesitaba saber más de él. Salí con las taza limpias y cuando miré a la mesa se había ido. ¿Cree que fue el estrés?...

- Creo que necesitamos desaparecer a ese hombre de tu imaginación –

Gustavo Sosa Márquez
Maguss

Texto agregado el 29-11-2007, y leído por 76 visitantes. (1 voto)


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