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Inicio / Cuenteros Locales / juan-selva / La conspiración de las mariposas

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Hoy me desperté y me acordé del sueño que había tenido en la noche: cruzaba la calle para encontrarme con Ana Lucía, cuando, sin darme cuenta, un bus tamaño tiranosaurio Rex me había arrollado. Agónico sobre el suelo, veía como Ana Lucía se iba sin importarle y sentía como mis órganos se deshacían en mi interior. Cuando levante mi camiseta para apretarme el estomago, no puede evitar ver una extraña marca, algo parecido a un esculapio, con la diferencia que en lugar de serpientes, mi animal favorito, habían arañas, el animal al que más fobia le tengo.

En ese mismo momento, mi estomago exploto y vi como, de mi interior, salía refulgente una pequeña niña que, desnuda, me miraba con compasión y yo sentía ganas de matarla, (siempre he detestado que me miren con compasión). Ella me cantaba un pasodoble y yo sentía que la vida se me iba. En ese momento desperté. Sin sobresaltos, calmado, como nunca suelo despertarme. Eso no es buena señal.

Salí de casa corriendo, apresurado, desbocado. Como los caballos de las películas de John Wayne. Pero no, yo no era ningún vaquero, ni me perseguían los indios, ni era, mucho menos, un caballo, (mi boca es demasiado pequeña y mis dientes demasiado normales). Era yo, el mismo que siempre he sido, en la misma ciudad que siempre he estado. Ni un poco más, ni un poco menos. Yo, como siempre, yo. Mejor dicho, yo y mis otros yo.

Sobre mí, una avioneta sobrevuela y deja caer una lluvia de papeles. La curiosidad me puede y me quedo como un grandioso idiota esperando que los papeles caigan con cierta impaciencia por lo parsimonioso del vaivén aéreo de las hojas.

Me viene a la mente la imagen de muchas películas en la que dos enamorados disfrutan el caer de las gotas de lluvia mientras bailan o cantan alguna canción idiota, de esas que sólo se les puede ocurrir a los cretinos que hacen los guiones y que muy seguramente jamás han tenido una mujer a su lado porque no saben que el amor poco o nada tiene que ver con cantar o bailar debajo de la lluvia.

De cualquier manera sigo pensando en personajes vestidos de frac a los que la lluvia parece no incomodarles. Yo preferiría un perro mordiéndome las bolas, que bailar tap debajo de la lluvia. Pero al final de cuentas ni soy actor, ni mucho menos sé bailar tap, eso se lo dejo a los de los musicales cincuenteros.

Los papeles ya empiezan a estar al alcance de mi mano, pero mi miopía ayudada por mi falta de puntería, no me permite coger uno de esos papeles en el aire. Soy un maldito obstinado y así me toque contratar otra avioneta para que recoja los papeles y los vuelva a arrojar por los cielos, no pienso agacharme a recoger nada.

Después de una buena lucha contra mi falta de reflejos, logro, de manera más bien accidental, atrapar uno de los dichosos papeles. Lo que leo no me hace mucha gracia – Fabián, sonríe, es tu último día – repito en voz alta.

¿Por qué demonios un papel que cae del cielo tiene mi nombre?, ¿Qué macabra broma es la que me quieren jugar? Levanto otros papeles del suelo, a pesar que me había prometido no hacerlo, pero la verdad es que la situación lo obliga.

Todas las hojas dicen lo mismo, – Fabián: sonríe es tu último día –.

Sigo caminando como un sonámbulo de esas películas serie b que dan en televisión después de la una de la mañana. Creo que por mi cara de acontecimiento asustaría a un zombi de la Noche de los Muertos Vivientes. Pero de nuevo aclaro, no soy zombi, ni muerto, soy yo, el mismo que siempre he sido, en la misma ciudad que siempre he estado. Ni un poco más, ni un poco menos. Yo, como siempre, yo. Mejor dicho, yo y mis otros yo.

Un indigente se acerca y me sonríe con complicidad, como si supiera lo que me acaba de pasar. –Maldito hijo de perra – pienso, mientras me invade un profundo odio hacia el desgraciado callejero. Siempre he detestado la compasión y pero aún es sentir que siente compasión de ti una persona que merece toda tu compasión. No importa, seguramente, el morirá antes que yo.

Llego a la universidad, allí Andrés y Leonardo me miran con diversión - ¿dónde dejó la cara hermano? – Dice Andrés con esa risita boba que le da los lunes – Tiene una cara de culo increíble - .

No me molesto en explicarle a él, ni a Leonardo, ni a Ana Lucía lo del papel que aprieto en el interior de mi bolsillo, ni mucho menos me molesto en explicarles lo del mi sueño, ni lo del indigente, ni nada, seguramente van a decir que soy un maldito paranoico, aunque siempre lo he sido. Van a decir que mi sueño fue culpa de una indigestión, que debo dejar de comer tanto por las noches. Dirán que lo del avión y los papeles debe ser publicidad de alguna telenovela nueva y que el seguramente el indigente pensó que sonriéndome, le daría dinero.

En clase, el profesor, un cretinazo de bigote amplio, con aires de nazi irredento, nos invita a escribir lo que hayamos soñado. No, no voy a escribir lo del esculapio con arañas, ni el bus destrozándome, ni la niña desnuda, ni mis ganas de matarla, ni mis ojos cerrándose y mi vida yéndose. No.

Al final, opto por escribir: Mi sueño: …

El profesor, que estoy seguro le encantaría tener una regleta en mano para ajusticiarme al estilo antiguo, como los de la película de Las Cenizas de Ángela, me mira por encima de la hoja que acabo de entregarle y me pregunta – Señor Giraldo, ¿se podría dignar a explicarme que carajos significa esto? – y levanta la hoja mostrándole a todo el salón mi hoja en blanco.

Yo, con el sarcasmo que siempre he tenido, le respondo que deje en blanco porque me hubiera tomado mucho tiempo pintar de negro toda la hoja con un mísero bolígrafo. Qué demonios iba a escribir si no soñé nada profesor Rodríguez.

El tipejo al verse en jaque, de hecho jaque pastor, se sonríe y me dice, - le voy a poner un cinco – y volteándose hacia el resto del salón continúo, - acuérdense señores periodistas, que existen lenguajes paralelos al escrito, tal como el señor Giraldo nos acaba de demostrar-.

Al salir de clase, Leonardo se me acerca a felicitarme por la osadía de haberme enfrentado al ‘Nazi’ Rodríguez, - usted si no tiene ni un solo pelo en la lengua, el viejo se jodió y no pudo joderlo a usted-.

No le voy a explicar que no quise contar mi sueño, porque eso me llevaría a lo del esculapio con arañas, el bus destrozándome, la niña desnuda, mis ganas de matarla, mis ojos cerrándose y la vida yéndose. No lo haré. Eso me llevaría a contar lo del avión, los papeles con mi nombre, el desgraciado indigente y mi paranoia.

- ¿Una cerveza? – pregunta Andrés dándome una palmada en la espalda. – No, Laverde, la verdad no tengo ganas -. Leonardo salta hacia atrás, - pero qué pasa, para que usted le diga no a una cerveza es que está enfermo o que algo lo preocupa, ¿qué sucede? -.

- No Leito, no me apetece ni mierda, debe ser la luna, o cualquier joda por el estilo. Mejor me voy. Si ven a Ana Lucía díganle que me llame por favor-. Inmediatamente me voy y se que Andrés y Leonardo deben estar hablando de lo extraño que me estoy comportando, pero que vaya si Fabián es atrevido, eso de enfrentarse al ‘Nazi’ Rodríguez no lo hacen muchos.

Me voy alejando y una extraña nostalgia me invade. Que idiota, como si mañana y pasado mañana y todos los días hasta fin de año no los fuera a ver. Al otro lado de la calle, Ana Lucía me llama y me invita a pasar. No. Ya pasó en mis sueños y no tengo en mente cruzar la calle, aunque ello implique caminar hasta mi casa. No quiero marcas de esculapios en mi estómago, ni vísceras ensuciando la calle, ni niñas saliendo de mi interior, ni nada de eso. No señor.

Finjo no verla y me siento a leer un libro de poesía barata. Siento asco con cada línea, pero fue lo único que se me ocurrió para no tener que cruzar la calle. El libro es de Alejandra. A mi me da asco la poesía de tus labios rojos como manzana, tu piel de ébano y todas esas vainas.

Ana Lucía me reclama – ¿No me viste?, ¿No me escuchaste?, estaba al otro lado de la calle -. – Lo siento, estoy un poco distraído-. Me va un beso, frío y seco, y me dice que se tiene que ir, que hablamos después y yo no puedo evitar sentir rabia. Estuve a punto de cruzar la calle y morir, sólo para que ella me dijera que se iba.

Al frente, veo un hombre moreno vendiendo cigarrillos. De repente me da antojo de fumar. No importa si lo deje hace seis meses. Hoy es un día raro, me da derecho de hacerlo.

Espero a que no venga ningún carro en mil metros a la redonda y cruzo la calle, compro el cigarrillo y me devuelvo feliz, voy pensando que logré cruzar la calle, que estoy vivo. Estoy tan absorto festejando mi logro, que me olvido de caminar. Una corneta me recuerda que existo y cuando caigo en cuenta veo que estoy parado en mitad de la calle y un bus tamaño tiranosaurio Rex viene hacia mi. Es tarde. Me protejo la cabeza con las manos, como si eso fuera a evitar que el bus me acabara.

Salgo volando y aterrizo unos metros después. Todo me duele, especialmente el abdomen. No levanto la camisa, no quiero ver la marca funesta. Giro mi cabeza hacia el bus y veo que en el parachoques hay un esculapio, pero que en lugar de serpientes, hay arañas.

El estomago me cruje y me retuerzo del dolor. Escucho voces conocidas, son Ana Lucía, Andrés y Leonardo. Vienen gritando. Ana se agacha y me abraza. En ese momento me doy cuenta que llevan unos paquetes con regalos y que todos llevan mi nombre. Estuve tan ocupado con mi paranoia que me olvidé de mi propio cumpleaños.

Ana me da un beso, húmedo y caliente, –Aguanta, ya viene la ambulancia – me dice, y advierto las lágrimas en sus ojos.

-Te quiero – le digo.

Ella quiere responderme, pero tiene un nudo en la garganta que no la deja hablar.

En ese momento siento un dolor horrible en mi estomago y no puedo evitar pensar en Alien, especialmente en el momento que el bicho sale del estómago de Sigourney Weaver. Pero no es así. Lentamente, como una explosión de mariposas, como una conspiración de esas pequeñas hadas, veo como de mi estómago sale una niña desnuda que me mira con ternura. – Qué te pasa – me pregunta.

Yo la miro y sonrió. – Nada – le respondo.

No quiero tener que contarle lo de mi sueño, lo del bus, lo de una niña desnuda saliendo de mi estomago, lo de mis ganas de matarla, lo de mis ojos cerrándose, lo de la vida yéndose, lo del avión, lo de los papeles, lo del indigente, lo del profesor, lo de la cerveza con Andrés y Leonardo, lo de Ana Lucía al otro lado de la calle, lo de mi cumpleaños olvidado. No. No quiero.

Texto agregado el 06-12-2007, y leído por 1042 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-08-2009 Perdón: Subliminal, por supuesto. caparlopos123
29-01-2009 ah! cosa mágica y magistral... cosa onírica y desgraciada... una mierda leer esto y sentir cómo chorrea la sangre de los labios... cómo se abre el abdomen y salen niños por él... niños que pudimos haber sido.... niños que nunca seremos... cosa bárbara leerle en la fragilidad y melancolía de estos días.... petalosamarillos
11-12-2007 interesante..juanselva...muy interesant y a la vez cautivador... servio
10-12-2007 Increible compadre, un señor don relato, bastante funesto y con ese dejo satírico-irónico que me encanta, aunque debo agregar tres cosas!!! 1.MIL ARAÑAS POR LO DE REALISMO MÁGICO (ahhhh como te retuerces verdad?) 2. "hermano, donde dejo la cara"??? era esa una versión bizarra de mí? y 3. Le huele a mierda la boca después de hablar de labios rojos como manzana... jajajajajaja, que maldito! 5* fefnerbermellon
07-12-2007 Esta vez tu pluma se nueve con estilo en el cauce de un realismo mágico muy acendrado y atrapante. Es un gusto leerte. Mil arañas, perdón, mil estrellas para ti. zepol
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