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Había una vez un manzano-naranjo.
Este árbol rarísimo vivía en un valle muy grande en el cual, por donde uno mirara, se veían las frutas: manzanas grandes, pequeñas, machucadas, podridas, maduras, deliciosas. Manzanas, manzanas y más manzanas. Realmente, era una maravilla el colorido que tenía esa plantación. Parecía un lugar mágico como el horizonte, donde el mar se encuentra a escondidas con los planetas.
Por supuesto, había insectos. Mariposas y abejas. También se podía ver correr alguna liebre, algún ratoncito o algún perro. Era casi perfecto, como debería de ser.
Sin embargo, no todos eran felices ni vivían bien.
Allí nació aquel manzano diferente. ¡Pobrecito, cuando se le ocurrió aparecer con sus brotes al sol, mostrando sus cualidades! Orgulloso estiró sus ramitas, todavía frágiles, con sus primeras frutas. Se escuchó: “¡Manzanas color naranja!”... Se sentió una risa burlona.
Todos, absolutamente todos, se burlaban del arbolito. Lo bautizaron el manzano-naranjo. Para ellos, era una ofensa.
Anímicamente destruido, bajó sus ramas y trató de esconderse todo lo posible, para pasar desapercibido. ¿Qué culpa tenía él de ser distinto?
Los días pasaban y el manzano-naranjo estaba cada vez más agachado. Ni siquiera los animales se le acercaban; lo veían tan raro, pensaban que tendría alguna peste o que sería deforme o que... No sabían, pero nadie le hablaba ni le sonreía.
La pobre planta se sentía débil y enferma por la falta de cariño. Sus ramas perdían fuerzas y sus frutos eran cada vez más pequeños.
Un día, mientras el arbolito suspiraba su desgracia, apareció un pájaro en la plantación. Uno extranjero; al menos nunca lo habían visto antes por ahí.
Era un ave que estaba haciendo un viaje por el mundo. Había dejado su nido en busca de aventuras. La travesía le enseñó muchísimas cosas, más de las que cualquiera se pueda imaginar. Había aprendido distintos idiomas, diferentes vestimentas, maneras de comer y formas de amar. También había aprendido millones de historias: largas, cortas, de perros, de gatos, de mujeres, de niños, de nubes, de árboles.
"¿De árboles?", al escuchar ésto, nuestro amigo se interesó en este pajarraco viajero. Intuía que a lo mejor podía ayudarlo.
Esperó a que el visitante pasara junto a su tronco para hablar con él. Juntó coraje y le dijo:
- Dicen que conocés muchos cuentos.
- Así es - contestó orgulloso el pájaro. Él se sentía importante.
- También escuché que sabés alguna historia sobre árboles - tímidamente dijo el manzano.
- Eso también es cierto - mientras le contestaba, el pájaro voló hacia una de sus ramas y se sentó cómodamente.
- ¿No tenés ganas de contarme una? - le preguntó el arbolito; sin decirle que como estaba tan endeble, le pesaba un poco que se posara sobre su brazo.
- Pues bien, a ver... Dejame pensar... Ya sé, te voy a contar una historia que te encantará. Creo que...
- Por favor, contámela - se impacientó el pobrecito.
El viajero se acomodó, tosió y comenzó a contar:

En un país lejano, donde tienen creencias muy distintas de las nuestras, pensaban que no todo era como se veía. Investigaban, trabajaban, estudiaban para hacer cosas distintas; jamás vistas por nadie.
En realidad, el rey y toda la gente de ese país querían pasar a la historia, ser famosos, que el mundo los aplaudiera.
Así se pasaban la vida. Desde chiquitos iban al colegio con ese fin: ser investigadores.

El naranjo casi manzano estaba muy interesado. Como así también los demás árboles, insectos, pajaritos y animales que andaban por ahí. Formaron alrededor de él una ronda y se quedaron en silencio, escuchando la historia del pájaro viajante:

Por ejemplo, un día, una señora que cultivaba en un vivero varias clases de plantas, descubrió que la flor llamada orquídea se podía injertar, injertándola con una rosa. Y así nacía una "rosa-orquídea". Esta mujer se sintió orgullosa, porque su hallazgo era bellísimo. Fue muy respetada por todos.
Otro señor, trabajando con la madera, se dio cuenta de que si juntaba una cama con una mesa, se podían usar las dos cosas con el mismo mueble. Así bautizó a la "mesa-cama". De día, o cuando uno quería comer, le bajaba una tabla y unas patas y se hacía mesa.De noche, o cuando uno quería dormir, guardaba la tabla y las patas y tenía una cómoda cama. Si querías le agregabas un colchón. Este señor también pasó a la historia.

- ¿Vos estuviste en ese lugar? - preguntó el árbol.
- Sí, pero no me gustó - contestó el pájaro.
- ¿Por qué? - gritaron todos los manzanos a la vez.
- Porque era todo exageradamente extraño.
- Seguí contando - le pidió un caracol que se asomaba de su casita.
Así, el gringo siguió con el relato.

Un muchacho estaba harto de comer manzanas y naranjas. Esas eran las únicas frutas que había en ese país.

- ¿Ni siquiera pomelos? - preguntó asombrado un gusanito.
- Ni siquiera - contestó el pájaro-viajero, que continuó contando:

Por eso, él muchacho pensó: "Voy a inventar un manzano cuyas frutas sean una mezcla de manzanas con naranjas; o al revés, un naranjo con unas gotas de manzana en los frutos y así cambio sus gustos".
Puso manos a la obra y separó de su plantación cuatro arbolitos, para empezar su investigación. Trabajaba contento noche y día, sin cansarse, porque estaba muy entusiasmado. Se imaginaba los sabores que podía crear y eso le daba fuerzas para seguir.
Una tarde vino una plaga de langostas. Miles y miles de ellas; era como una nube impenetrable. Esos bichos le arruinaron todo el trabajo al muchachito... ¡Tantos días de experimento desaparecieron con la voracidad de los insectos!.

- ¡Uy, qué triste! - dijo el manzano-naranjo.
- Sí, qué triste - repitieron los demás árboles.
El pájaro continuó:

Además, cuenta la gente de ese país que el muchacho se esfumó con las langostas. También dicen que un pájaro, uno de mi familia, se llevó en el pico muchas semillas del experimento y que en algún lugar del mundo, debe de haber alguno de estos árboles tan extraños.

Todos, asombradísimos, miraron al manzano-naranjo. Y abrieron la boca sin poder hablar.
- ¿Yo? - dijo tímidamente el manzano - ¿Yo puedo ser uno de ellos?
- Creo que sí - contestó el pájaro - Mi abuelo, que también viajaba como yo, contó que una vez vio uno por acá. Debió de ser tu padre, pero lo trataron tan mal por ser distinto, que se murió de tristeza. Lo que mi abuelo no me dijo, fue que dejó una semillita... Seguramente sos vos.
Los árboles, los animalitos y los insectos se sintieron muy avergonzados.
Además, ¡que importante era el manzano-naranjo!. Venía de un país lejano, donde vivía gente rara que mezclaban las cosas para conseguir cosas que fueran mejores.
Desde ese día, los demás no lo volvieron a molestar más, empezaron a tratarlo de manera excelente; había pasado a ser el mimado del grupo.
El arbolito se sintió tan reconfortado, que pronto recuperó su energía y su vitalidad. Sus ramas fuertes se estiraron al sol, y sus manzanas color naranja crecieron grandes y relucientes.
Los dueños de la plantación, que jamás se habían fijado en el manzano-naranjo, lo vieron y se acercaron. Curiosos, tocaron sus ramas, sus frutas y dijeron: "¡qué extraño es este árbol!, probemos sus frutas". Tomaron una manzana-naranja, la pelaron y se la comieron. Les pareció muy rica, sabrosísima.
Desde entonces, no solamente el manzano-naranjo revivió, sino que fue muy conocido en todo el mundo. Y tuvo muchos arbolitos y arbolitos.
Nunca se supo, adónde se fue el "pájaro-viajero". Dicen que terminó de contar la historia y desapareció.
A lo mejor, algún día alguien lo encuentra por ahí, ¿no?

Texto agregado el 13-12-2007, y leído por 703 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
13-12-2007 ES UNA HISTORIA MUY HERMOSA Y REVITALIZANTE despierto
 
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