Doña Clotilde siempre usaba el mismo vestidito los Domingos. El ritual había sido perfeccionado a través de los años , pero la roja vestimenta fue original desde su génesis. El té la esperaba a la derecha en su temperatura ideal, abiertas las ventanas de la casa, y en frente una butaca de cojines donde descansaría sus pies durante el viaje. Ella en la mecedora blanca, y el álbum en sus piernas.

Empezaba la aventura con imágenes de sus 15 anos. Fotos de la familia, la misa, la fiesta. Proseguía con fotos de jóvenes amistades con ropa de invierno, cigarrillos y cortes de pelo hace mucho fuera de moda. Las siguientes paginas detallaban aquel viaje a Europa e Israel que hizo con su abuela hacia tantos años atrás. El Foro, el Coliseo, la torre Eiffel. Monte de los Olivos, La Pared del Oeste, y la Iglesia del Sagrado Sepulcro.

Siempre atrasaba un poco estas páginas como evadiendo llegar a la verdadera razón del rito, sin embargo, igual que al tiempo, llegaba a lo inevitable.

Doña Clotilde tomaba un poco de té, y giraba la página a donde comenzaban las fotos de ella y Carlos en el día de su boda: Se perdía en la visión de la salida de la Iglesia. Las próximas fotos eran de su luna de miel en Acapulco. Una tomada por el Conserje del Hotel San Cristóbal de Las Aguas justo antes de dirigirse a su habitación y dormir juntos por primera vez. El, de elegante camisa blanca y pantalones de lino, ella, un precioso vestido rojo. En las siguientes paginas, Carlos la cargaba sonriente dejando en juego tantas huellas sobre la arena.

Difícil avanzaba mas allá de estas fotos. Se lo proponía para otro día, pero sabía bien que al igual a los últimos 21 años, el próximo Domingo prepararía su té, movería su butaca, y en su máquina del tiempo visitaría a Carlos.