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A Humberto lo conocí en un bar que yo solía frecuentar en aquellos tiempos. Humberto era un hombre increíblemente grande y desproporcionado, era un ser grotesco, pero no torpe como se podría pensar.
Aquel día el bar se sentía como si estuviese cerrado, se notaba un aire inusual de angustia y Humberto estaba sentado solo en una mesa mientras yo, en la barra como era mi costumbre, me preparaba para mi primera cerveza. No era la primera vez que lo veía por ahí, pero si era la primera vez que lo veía tan borracho. De pronto se vino a sentar a mi lado y me invito una cerveza, me dijo que se llamaba Humberto y que le agradaba conversar con personas solitarias como yo y que quería saber en que había estado pensando todo ese rato. Como no podía contarle que hace un rato había asesinado a alguien, decidí interrogarlo yo a él y como estaba borracho no me costo ponerlo a hablar sobre su infancia. Fue a través de ese interrogatorio que me entere que Humberto había tenido una infancia bastante inusual, ya que su padre se había suicidado por miedo a él, a su propio hijo. Humberto acarreaba con una enfermedad desde su nacimiento y era ella la responsable de su descomunal tamaño y de sus deformes facciones. Su padre le tenía miedo ya que a Humberto le daban ataques de ira y se desquitaba con él. El padre sufría de depresiones y un día decidió quitarse la vida y se tiro del quinto piso del edificio en que entonces vivían. El pobre de Humberto que para entonces tenía dieciocho años recién cumplidos fue culpado por la muerte de su padre y estuvo preso ocho años en las afueras de Santiago. En la cárcel no tuvo los problemas que la mayoría de los hombres enfrentan, ya que gracias a su descomunal tamaño nadie se atrevió a meterse con él, al contrario cuando ya llevaba casi un año ahí, se tornó, gracias a sus ataques de ira, en el hombre más respetado y logró establecer una gran cantidad de contactos durante su estadía. Después de cumplir su sentencia regresó a su hogar pero su madre que apenas lo reconoció lo rechazo con odio y Humberto tuvo que vivir en las calles por un buen tiempo hasta que se topó con un viejo amigo de la cárcel, el cual le ayudo a conseguir trabajo. Ahora Humberto se encontraba a mi lado tomando un vaso de cerveza y limpiándose las lagrimas de sus mejillas. Al retirarme de esa escena sentí como si entre los dos hubiera o habría de haber un gran lazo, pero lo ignoré y me fui a acostar a mi departamento que quedaba a un par de cuadras. Después de esa noche en el bar, me seguí frecuentando con Humberto por un buen tiempo. Pero la suerte de Humberto iba de mal en peor, hasta que un día fue arrestado nuevamente por posible asesinato. Dos años pasaron hasta que el verdadero asesino se entregó voluntariamente y Humberto pudo respirar aire fresco nuevamente. Cuando supe esto lo contacte de inmediato y le conseguí una habitación en un barrio modesto cerca de mi departamento. Durante el tiempo en que Humberto había estado encerrado yo ya había cometido tres asesinatos más y cuando salió ya tenía otro en mente, era una muchacha, más bien una prostituta, pero no era que yo odiara a las prostitutas, sino más bien era el deseo de matar gente insignificante y no ser descubierto. Pero todavía habría de esperar un tiempo más, quizás un mes o dos hasta que el día indicado llegara. Durante esa espera yo trabajaba de mesero en un restaurante de buen nombre, en donde no me hacían preguntas mientras llegara a tiempo. Cuando no trabajaba me juntaba con Humberto para enterarme de que su suerte aún no mejoraba y que pronto tendría que abandonar la habitación por falta de pago. El escuchar la miserable suerte de Humberto producía siempre una gran ira en mis adentros y una noche decidí cometer de una vez por todas el maldito asesinato. La muchacha trabajaba en las cercanías de la habitación de Humberto y por lo tanto también de mi departamento lo que hacía de todo esto una situación un tanto peligrosa, pero a esas alturas ya no le tenía miedo a nada. Ese día salí del trabajo a las diez de la noche y me dirigí directamente al bar a tomarme unas cervezas. Me quedé un rato esperando a Humberto, pero no apareció, así es que a las once y media me dirigí al departamento de la prostituta. La muy caliente me recibió con mucho ánimo y puso el dinero que le di sobre la mesa. Nos dirigimos a la pieza (ya que después de haber tenido tantas visitas en ella creo que ha dejado de ser completamente su pieza). Se desnudó rápidamente y con una gran sonrisa, mientras yo me dedicaba a mirarla y a pensar sobre su penoso futuro. A veces la muerte está tan cerca y uno ni siquiera la siente, pobre muchacha. Me desnude completamente y me tire sobre ella, hicimos el amor repetidas veces hasta que me canse y tire el condón por la ventana que daba hacia un callejón. Me vestí y espere hasta que ella hiciera lo mismo. Cuando estaba enropada nuevamente le pedí que se tomara un trago conmigo y juntos fuimos al living-comedor-cocina y justo cuando se agacho para recoger la botella de whisky que yacía en el piso le pegue un tiro en el costado de su pequeña cabeza con mi pistola, cayó al piso sin vida y como una muñeca de trapo, luego le cedí mi pistola y se la puse en la mano mientras la sangre brotaba con gran euforia como si celebrara esa esperada liberación. Por lo menos pensé que había muerto sin miedo. Tomé la plata y me largué de esa endemoniada escena. Me fui a tomar un trago al bar. El bar estaba casi vació a excepción de cinco idiotas que se reían como imbeciles en una de las siete mesas que proporcionaba aquel bar. Cuando me sirvieron el trago, en la barra como de costumbre, le pregunté al barman si es que Humberto se había aparecido por el bar en mi ausencia y para mi asombro el tipo me dijo que Humberto había pasado por ahí justo tres o cuatro minutos atrás con la noticia de que estaba comprometido con una muchacha que conocía hace unas semanas. Prendí un cigarro y sonreí pensando en que quizás el pobre de Humberto sería feliz después de todo. Me tomé el vaso al seco y le pregunte al tipo si conocía a la muchacha y este me contesto que claro que la conocía y a fondo, ya que era una prostituta que él frecuentaba muy seguido y que vivía en el barrio. El cigarrillo se me cayó de la boca y por primera vez sentí algo de culpa en mi vida. Actué con serenidad, pagué la cuenta y me fui primero a mi departamento en busca de un arma, me puse mi pistola de emergencia en los pantalones y me dirigí de vuelta al departamento de la prostituta. Mientras subía las escaleras de aquel inmundo edificio rogaba porque Humberto no la hubiera descubierto, nadie podría sobrevivir a la culpa de dos suicidios y menos el pobre de Humberto. Cuando llegué al piso de la muchacha note que la puerta ya estaba abierta, me acerqué y miré para adentro, la vista era penosa. Humberto lloraba de rodillas junto al cadáver de su prometida. Nunca habría de presenciar un llanto tan desconsolador como aquel en mi vida, era como el llanto desesperado de una ballena que acaba de perder a su hijo, pero aún más real que aquel. Humberto me miró a los ojos y aquella cara de él parecía irreal, como fuera de forma y sus enormes manos estaban llenas de sangre que no le pertenecía. Por fin me decidí a hacer algo, a acabar con aquella vida, con aquel dolor. Saqué mi pistola al aire y me acerque a un lado de Humberto, naturalmente no me puso resistencia alguna y mientras lloraba y preguntaba porque, la bala le reventó el cerebro de una forma casi artística.

Texto agregado el 02-04-2004, y leído por 197 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-06-2005 sangrienta manera de liberar al instinto de matar... bueno pero con poco trabajo..... fefi
12-01-2005 Vaya... me mantuvo en vilo la narracion. La ternura de lo oscuro. Bien trabajados los personajes. Es excelente y recomendable. Vale. bartlebymex
30-12-2004 Que crudo, pero está bastante bueno. La idea me gustó, aunque la puliría un poco. zim
 
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