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Ardor divino


“La ventana era todo lo que tenía”, pensaba yo. Sin televisor, ni radio y mucho menos una PC. Acostado en una cama, rodeado por una ciudad de máquinas, pantallas, cables conectados en mi pecho, en mis costillas y, claro, en mi cabeza… Encerrado, aislado, inválido hasta los dientes.
Pasaron unos días hasta que desperté. Tenía el cuerpo entumecido. Una curva muy rápida me llevó allí. Golpe duro, pared de acero. —Comportarse como un estúpido resulta en un débil enfoque. —Me decía mi padre. Tiempo para reflexionar era todo lo que tenía. “¿Qué me iba a pasar ahora?”, me preguntaba. Algunas mañanas le echaba la culpa al carro, pero ese era yo, el arrogante hijo de puta que soy, no tan invencible como pensaba. Mi familia no sabía de mí y mis amigos menos porque ya no tenía a nadie. Miraba hacia fuera, quieto.
Todo el día observaba por la ventana, y veía los ciclos, todos los actos. Me encantaba el escenario: un colmado, una oficina de abogados, un chinero, y un parqueo; toda clase de gente de todas las filas de la vida; veía dolor, sufrimiento, felicidad… ladrones, amantes, traficantes, limosneros. Interactuando, en ritmo, viviendo choques increíbles. Las hojas del roble colgaban frente al circo urbano, hojas que besaban mi ventana y cantaban canciones con el viento.
—¿Sería posible mover esta nave espacial un poco más cerca de la ventana, Estela? —le pregunté a la enfermera.
—Claro, Patricio, mi amor, pero me temo que necesitas ayuda. Yo me encargo, no te preocupes. Seguro que te sientes mejor hoy, ¿verdad?
—Gracias, sí, un poco… Por favor, déjela abierta.
Ella, probablemente en sus cincuenta… era tan buena conmigo. Sin embargo, apuesto un dedo que en su época era un diamante en la hierba: alta, esbelta y de cara angelical. Unos minutos más tarde un pequeño equipo entró a la habitación, y me movieron más cerca de la ventana.
—Te gusta mirar para allá afuera, ¿eh, Patricio? ¡Ah!, cuánto me gustaría pasarme un día como hoy afuera. Está hermoso, ¿no crees?
—Así es, Estela —le dije, con mis ojos todavía fijos en el circo, ahora con un lente más amplio.
Vi un niño limpiabotas, probablemente de ocho a diez años. Se movía rápido, brillaba los zapatos rápido y guardaba su dinero a la misma velocidad. Podía ver que él estaba orgulloso, afinado; una fundación en él, una montaña donde las olas de un océano feroz podían intentar moverla por millones de años, sin éxito alguno. Él era grandioso. Sonreí imaginándome a mí limpiando zapatos.
Estela me dejó en la misericordia de hermana morfina. Poco tiempo después empecé a perderme otro atardecer, otra noche más sin mi amada Anabelle. Lentamente bajé las velas y navegué hacia el letargo, escuchando los pajaritos azulejos pitar y tocarme una última canción.

El niño brillaba mis zapatos como un maestro artesano. El sol me sonreía desde el cuero marrón. Las nubes escondidas detrás de la enorme cortina azul. El viento dulce y tierno me bañaba de brío.
—Dime, grandioso, ¿por qué me voy a morir? —le pregunté al niño.
—¿Y usted no lo sabe? —Dijo, abriendo su caja con un movimiento tajante.
—No, no lo sé. ¿Quién sabe eso? —le contesté.
El limpiabotas empezó a hacer círculos en el cuero con betún. El desfile transitaba a toda máquina frente a mí con el eco de las bocinas de los carros. Él alzó sus ojos grises.
—¿Sabe cuáles son sus virtudes? —preguntó.
—No, no sé —contesté.
—Pues por allá le dirán.
Anabelle y yo caminábamos por la playa virgen. Agarrados de la mano. Alicate, el labrador, correteaba por la espuma blanca, nos escoltaba por la arena fría de la mañana mientras los cangrejos blancos nos saludaban y nos daban la bienvenida.
—Anabelle, ¿cuál es tu virtud? —Ella sonrió y sus ojos se llenaron de estrellas.
—Amar es mi virtud. —Y ambos sonreímos, y nos besamos.
—Nunca dejaré que algo te pase. Siempre estaré ahí para ti. Siempre. —le dije al oído…


“Qué hermoso es el rocío de la mañana”, pensaba yo. Recordaba que cuando niño viajaba con la familia por las montañas, y a mi madre le encantaba el vaho de los helechos y la grama bestial. Estela me aseaba con cuidado. Pena que no podía sentir su arrojo y la nobleza con que ella lo hacia, como si fuera su hijo. El día despejado y el circo urbano permanecían en mi ventana tocando su sinfonía. Y empecé a repasar la pura realidad: “siempre fue difícil ser buen hijo. Nunca pude ser lo que veían en mi cubierta. Grandes confusiones nacieron en mí. Por amor o por orgullo, a temprana edad empecé a vivir y, como siempre me explicaron que iba a quedar solo en la vida, así lo planee. ¿Por qué no vivir solo, no pertenecer a ninguna generación, ninguna época, solo respirar y caminar la tierra? Quizás nací así, defecto de fábrica. Constantemente a gusto con los extraños, todo un monstruo social. Pero Annabelle sí me amó, me soñó, me lloró y caminó conmigo siempre. Y juntos nos hicimos peritos vulnerables, porque ambos creíamos que en la vulnerabilidad vivía el verdadero amor.”

Ella ya no respira.

—¿Estela?
—Dime, Patricio.
—¿Usted cree que después de morir, mi alma encontrará la de ella? — Una lágrima cayó del borde de su ojo, y de repente se fue en llanto.
—Pensé que no lo sabías aún, Patricio. No sabes lo mucho que he sentido tu dolor y el yermo de tu vida. —Entonces tomó mi mano y me la besó. —Pobres niños—. Y empecé a llorar con ella, lágrimas que por muchos años estuvieron prisioneras, esperando el día en que algo o alguien abriera las puertas y las dejara libres. Estaba listo para morir, listo para reunirme con mi amada Annabelle. Estela me dio un último adiós, y con una mirada honesta me despedí. Me dio un beso en la frente y me dijo: —Te veré en los sueños—. Me inyectó y se marchó.

Texto agregado el 30-12-2007, y leído por 350 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
06-09-2008 Me ha encantado. justine
11-05-2008 Muy buen texto, de los que me gusta leer..con ese toque tragico que tiene la vida, ese sabor a dolor-muerte-amor que en algun momento nos traspasa a todos..Morirse con la ilusion del reencuentro, o mas aun, morirse teniendo a quien reencontrar, envidiable. Un texto prolijo, bien escrito, conmovedor. Me ha gustado mucho. Saludos. Mildemonios
01-04-2008 La vida y sus mil formas; creo que el personaje amaba la vida, pero ya no había manera de aferrarse a ella. Me gustó mucho este cuento. Placer en conocerte. aicila
21-03-2008 Excelente cuento loudei, me atrapó muchisimo, pude vivir la experiencia de ver la vida como quien está en el teatro apreciando una obra. gracias por haberme invitado y disculpa la tardanza de mi lectura, pronto te seguiré leyendo, saludos y cuidate, acá te dejé mis 5 puntos, pues los mereces!!!! Desouls
10-03-2008 Logras que la situación del protagonista atrape al lector, un buen cuento. nefftali
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