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IV. Inspección general

Antes que nada, pensé que debía echar un vistazo al interior de la casa. Sabía que era propiedad de unos familiares de Ricardo, que solían pasar aquí parte del verano, pero hacía como dos años que había muerto el patrón y desde entonces, estaba casi siempre cerrada. No vi a nadie, pero tuve la sensación de que alguien se ocupaba de la limpieza y mantenimiento o era visitada con más frecuencia de lo que pensaba mi amigo. El calor de Agosto y la brisa silvestre y perfumada del bosque con toques a hierba seca y fruta madura, se sobraban para una atmósfera bucólica de tarde de verano, atractiva, limpia y perfumada, pero aquí también se notaba presencia humana, en cuidados y detalles como el jamón y los chorizos de la despensa y un sinfín de sensaciones que me lo indicaban. En cualquier caso, no debía importarme que estuviera habitada, más allá de reponer lo gastado o consumido durante mi estancia y antes de marchar, dejarla en las mismas condiciones.

La cocina y el cuarto utilizado para dormir, daban hacia el bosque en dirección sureste, como señalaba el sol que ya asomaba por la ventana; se accedía a estas dos estancias desde un salón central con algunos muebles tapados con sábanas y diferentes telas y donde colocamos los sacos de dormir, la primera noche. Descubrí los muebles y además de un tresillo completo y dos sillones de diseño diferente, una mesa y un par de muebles auxiliares para libros y licores, había un frigorífico combi, funcionando y con cervezas y algunos víveres en su interior. Más que salón, era el recibidor de la casa, con la puerta de entrada y puertas de acceso a un comedor con aires de importancia, a un saloncito como para ver telenovelas o hacer ganchillo, a otra habitación y a un pasillo que conducía al aseo, a otra habitación y a la planta baja. Todas las habitaciones tenían un aspecto muy similar a la que yo había utilizado, en espacio, mobiliario y cortinajes, aunque con modelos y motivos diferentes, en los diseños. Me llamó la atención, que todas las habitaciones contaban con orinal y un mueble de diseño tosco, pero gracioso, con espejo, jabonera, una palangana y una jarra alargada, como una jirafa sin patas. En el aseo: bañera con su cortina, inodoro, lavabo y un mueble auxiliar de acero y cajones con espejos y en su interior: crema para quemaduras de sol, cuchillas, jabón de afeitar y varias colonias y after shave rancios y de aspecto como de mercadillo de feria. No conocí las marcas de los productos que contenía el armario y tampoco vi nada de lo que utilizan las mujeres; tampoco cepillo, peine, secador o útiles y pasta para limpiar los dientes. Encima del armario de espejos, más de una docena de rollos de papel higiénico. Ninguna toalla ni tampoco, alfombrilla para los pies. No aprecié ningún vestigio, pero notaba algo que indicaba la presencia de una mano femenina en aquella atmósfera. Había cierto orden y una disposición en las cosas, que me parecían de difícil encaje en el comportamiento de un hombre.

Seguí inspeccionando en la planta baja, pero no encontré nada de interés salvo un enorme fregadero de cemento y en uno de sus extremos, lavadero de aspecto y ondulaciones como de una tabla de lavar, pero realizado en el mismo cemento y justo al lado, una moderna lavadora automática, tapada con un plástico transparente. Se trataba de un gran patio cubierto, del que salían habitáculos a modo de bodegas con trastos, herramientas y para diferentes utilidades: el techo de la primera bodega, estaba repleto de ganchos vacíos y en una esquina, una gran mole de piedra de granito, tallada a modo de sarcófago, que supuse para salar carne y alrededor, bancales, cuerdas y materiales propios de la matanza; en la siguiente, leña cortada y una pila de carbón para la cocina y en las dos últimas, aperos y útiles para trabajos con animales; colgados de la pared de acceso a las bodegas y a modo de decoración, ruedas y la plataforma de un carro y yugos, hoces, herraduras, guadañas y material agrícola, ya en desuso. Por primera vez, me di cuenta de que la casa formaba parte de un pequeño núcleo urbano, de unas 15 casas con tejados de pizarra y galpones pegados a modo de garajes o gallineros y un campanario distante y majestuoso al final de un camino serpeante y sinuoso que daba acceso a cada construcción. El pueblo no era visible desde la entrada de la casa, la cocina, ni la habitación donde había dormido y esta casa, era la única instalada junto a la carretera general, quedando el núcleo urbano más bajo y medio tapado por la vegetación del entorno. Serían como las 11 de la mañana y no había ninguna señal que delatase presencia humana, salvo el humo que asomaba de 3 chimeneas distantes y dispersas entre si.

Como en el monte, el fuego era el elemento más eficaz para dar señales de vida. No vi ni escuché nada que delatara presencia humana, pero el fuego era la señal inconfundible de que allí, había más gente. No estaba tan solo como pensaba. En los dos amaneceres en aquella casa, ya pensé que los gallos no estarían solos, pero no me había percatado de que había un pueblo y tampoco tuvimos demasiado tiempo para comentarlo. Nuestro objetivo no era ningún pueblo; desde el principio pensamos en el bosque y en la posibilidad de ver algún oso, aunque como quién va a ver un escaparate de peluches, se podría pensar ahora.

Tengo que hacer desaparecer las manchas de sangre del pantalón y lo mejor, será que lo haga en el fregadero del patio, como hacían las lavanderas hasta hace poco. Agua fría y jabón y de paso, también todo lo utilizado hasta ahora que, como poco, huele a sudor. Tenderé también en el patio y bien estiradito, que no vi ninguna plancha; hoy, no encenderé la cocina, ni abriré ventanas, ni haré ruidos y esperaré, por si recibo alguna visita.

Texto agregado el 07-01-2008, y leído por 680 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-01-2008 Muy observador...Es admirable que de un momento,de un instante de recorrer la casa y poco más,haya salido este texto de más de 1000 palabras sin aburrir,al contrario,sin ocurrir nada especial se mantiene la espectativa.Espero. australi-a
 
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