La jornada laboral comienza siempre de la misma forma. El marcador me contesta siempre lo mismo _1188. La manera en que me reconocen en Recursos Humanos. Con la firme intención de evitar, al menos un día, la misma platica, con la misma señora, reviso la fila de cincuenta almas esperando que el señor marcador les recuerde su código. Al menos un par de ellos, esta en sus “veintialgo”. No sé si será mi impresión, pero lucen tan apagados como los demás, aunque intenten sonreír frecuentemente. Le atribuyo esto a que llegaron antes que yo. Imagino que les brillaban los ojos, que sus chistes eran otros, su forma de desplazarse no era tan parsimoniosa. Aquí comienza mi dilema, mi empeño, mi recalcitres por no volverme una más…
Los vientos de octubre aparecieron, tarde, como los últimos años, en noviembre. Aún, su efecto en mí, sigue siendo el mismo, un optimismo que a veces parece inútil, pues intento contagiarlo, aunque sea a la veinteañera que tengo por compañera, quien sumergida en su propio mundo, simplemente me sonríe y continúa hojeando periódicos.
Será que soy una especie en extinción en este lugar. No aspiro a quedarme para ser honesta. Sé que hay un lugar en este planeta donde debo estar, ni idea tengo de cuanto tiempo pasará para encontrarlo; empero, esa duda, es la que mantiene vigente y sin dejarme contagiar de los ojos opacos, chistes raros y esa manera parsimoniosa de desplazarse, no solo por estos pasillos con olor a desinfectante barato y excremento de roedores, sino por el mundo que allá afuera me está llamando a gritos.