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EL GORDO ANDRÉS

Él era pintoresco, cómico, hasta poético, estudiante de literatura, que bajo sus opciones religiosas trataba aparecer o hacernos creer, con un escuálido concepto a literatura bíblica, su posición de testigo o creyente sobre nosotros. Y que nos hacia mas desertores de cualquier religión que optábamos o quisiéramos optar.

Era Andrés, todo gordo desproporcionado, flácido, deshonesto y su conchudez llegaba al límite de su fisonomía. Su primer apellido era Bello como personaje cómico televisivo, no tenía característica alguna, del apellido que llevaba. Fiel reflejo de su personalidad, era el segundo apellido: Contreras. Siempre quería estar en contra de algo, así no tenga la razón, o cuando le convenía. Era un comodín.

Su descomunal escultura era graciosa, lo paseaba con tranquilidad y desfachatez. Siempre lo veía llegar, y realmente no podía saber si caminaba de frente o al revés, o peor aun, cuando me lo encontraba de perfil, mi confusión era casi tormentosa, y es que a veces me preguntaba, como si su cuerpo me importara tanto, como haría para dormir en una cama de una plaza que el nos comentaba tan irónicamente, pobre cama, pobre colchón. Quizá en sus cinco años de estudiante universitario, en vez de cama le habrá quedado echo un barco, un barco después de algún combate, entre su estómago y su ansiado respirar, como si fuera a ahogarse.

Eso era él. Pantalón de tela color crema, aunque juraría que era blanco, camisa azulina con cuello rasgado, sonriéndonos con sus dientes que combina con su semblante pálido cobrizo, mangas sudorosas, chaleco guinda descolorido, con algunos huequecillos de dientes de ratón; zapatos negros del siglo pasado, que si hablarían se quejarían del nauseabundo olor que emana su desparramado pie con forma de tamal chinchano, todo rengoso pidiendo auxilio. Tenía medias blancas o que alguna vez fueron; peinado de biblia abierta, siempre removidas por el viento que con su tic acostumbrado, pasaba su mano echa peine por su grasoso cabello. Al mismo vuelo recogía sus lentes de soldador antiguo cuando la montura se corría hasta el pronunciado nudo que tenia en su nariz. Y para ver arrugaba su fisonomía, todo su frente se encogía como una pasa en algún manjar aceitoso.

Siempre traía su rollo de papel para cada instante. Empezaba por su frente y terminaba en su cuello que a veces daba la impresión que no tenía. Pobre, era tan obeso, que no podía hacer ningún movimiento brusco, porque pequeñas gotas emergían de su epidermis causándole un bochorno insoportable. No podía controlar su parpadear de ojos, ni moverse de un lado a otro, se refregaba la nariz como si quisiera sacárselo desde su cerebro.

Andrés Bello Contreras, hablaba de todo, era charlatán como ninguno, algo tenia que contar y convencer a las mujeres de sus patrañas, pese a su muletilla de repetir las palabras tres veces tres. Él era un señor orador. No podíamos creer algunos y de seguros despistados, los convencía, aunque a veces decía ser “pastor“ que por cierto no le creíamos, pero nos divertía su floro barato de barranquino salido del mar.

Metía su tremenda cabeza de cerdo, donde nadie lo llamaba, sus opiniones ligeras eran horrorosas, opiniones de temas que desconocía completamente, según él quería mostrar su sapiencia, pero cada vez golpeaban su autoestima con un portazo de indiferencia en su tremenda cara, y que con tamaña naturaleza, Andrés, de lo más normal seguía, como si eso fuera cotidiano. ¡Claro que lo era!, y aunque no podíamos negar que de esos portazos, alguna cachimba novata en menesteres de esa naturaleza, se rendía a sus pies de paquidermo africano.

En las clases de 8 de la mañana, con una sonrisa estúpida y sus explicaciones innecesarias, llegaba a las diez, todo fresco. Hacía laberintos para llegar a su sitio. Causaba la risa unánime del salón, porque no pasaba en la fila de las carpetas y que para mala se sentaba atrás, causando el barullo descomunal. No se calmaba ni siquiera con una llamada de atención, que en vez de un firmes, depositaba su humanidad en la escuálida carpeta de secundaria.

En los trabajos, siempre era el último. Tanto era su abuso con los profesores blandos, que les presentaba el dichoso trabajo cuando el ciclo terminaba y a punto de entregar registros. Y con la misma sonrisa, con su respirar agitado, refregándose la frente con sus manos voluminosas y con los tics característicos hacia lo imposible hasta que el profesor conmovido acudía al once salvador. Me hacía recordar al gordo Porcel con su cara de yo no fui, pero que seguiré haciéndolo, y es que así era cada sacrosanto ciclo.

Ay Andrés Bello Contreras tenías que ser, ni siquiera leías pero te atrevías a opinar como erudito de la literatura, ojeaba algún resumen de Santillana y ya era un sabio. Se atrevía a contradecir al profesor más ranqueado, hartos de sus preguntas innecesarias, lo apagábamos sarcásticamente, y como sabiondo con aires de superior se respondía el mismo. Se excusaba de cuanto error cometía, sin remediar en cuantos eran, quizás así creció, y hasta engordó, pero para todos nosotros, él vivía tranquilo, vivía su mundo y nos hacía partícipes de ello. Don gilerito con ese cuerpo, para envidia de cualquiera, él era el man, colocaba apodos a cuantas personas se le cruzaba, pero era él, el Gordo Andrés, inimitable como nadie.

Gabo
Noviembre del 2006

Texto agregado el 19-01-2008, y leído por 384 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-02-2009 Solo me gusto el titulo inkaswork
 
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