Duermo sobre el monte, sobre la parte más alta del valle que ya conoces de oídas, sobre eso que me ha puesto frente a un sueño que empecé desde antiguo…
Y mi miedo es un duende que vive debajo de la cama sobre la que duermo. Y algunas noches, de esas que son inolvidables, ese pequeño entecillo me jala los pies, se apodera de mí y manipula mis pensamientos de tal manera que no puedo dormir. Pero me he dado cuenta que ese duendecillo no es tan malo como parece, a pesar de ser tan feo del rostro.
Parte de su bondad radica en hacer que yo tome conciencia del futuro posible y del instante en el instante mismo en que me acecha. Y, dicho se a de paso, ese duendecillo siempre carga una bolsita llena de unos polvos que, cuando los inhalo, me hacen entrar en un estado de preparación, de penitencia y de valentía. Él mismo, con sus polvos esos, me da el antidoto para vencerlo.