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Inicio / Cuenteros Locales / nanchogalarreta / Germanos de sangre - Cap. 3 - Antheus

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Este cuento y los otros tres capítulos de "Germanos de Sangre" forman parte de mi libro "Portarrelatos". © RNPI Nº 155707 - Junio 2008



ANTHEUS

Soñó que era bueno.

Cuando se cruzaban con él en la vereda soleada del Instituto Popular de Idiomas, todos los vecinos lo saludaban con una sonrisa, y desde enfrente los niños le gritaban: -"Hola Teus..!"
Soñó que tenía un perro, un cachorro Waimaraner Kurzhaarig (los de pelo corto) manso y obediente. Se llamaba Wolfi, en homenaje a Mozart.
Soñó que el "Centro Social y Familiar" le entregaba una plaqueta de bronce con letras mayúsculas y sobrerrelieve que decía: "Para Antheus Mertens, guerrero infatigable que luchó siempre por el bienestar y el progreso de tantas familias de este pueblo."

Despertó en el cuarto de arriba del Instituto. La "Turca" Amira dormía desnuda sobre una colchoneta del gimnasio. Su marido estaba de viaje, de otra forma hubiera tenido que despertarla de golpe, pedir un taxi por teléfono y hacer que volviera a su casa lo más rápido posible Se miró en el espejo recobrando la postura aséptica de Director del Instituto Popular de Idiomas y Presidente de la Fundación "Stays Abroad & Ago".
Era paradójico, pero si algo hacía que Antheus resultara pintoresco entre la gente del pueblo no era su porte gigantesco y sus enormes borceguíes. Era famoso su trato frío y distante con el vecindario. Se limitaba a saludar con una sonrisa a media boca, a veces con un gesto parecido al saludo de un vigilante. Pero lograba cosas-, decían todos. Con su prestigio creciente, el Instituto Popular de Idiomas tenía una certificación IRAM obtenida por la calidad de la enseñanza, aunque había perdido las Normas ISO 9000 y 9002 desde que se habían descubierto ratas en la planta alta. La Fundación también mostraba un ritmo pujante, porque muchas familias del pueblo se habían anotado como participantes. Pagando cuotas moderadas durante dos o tres años, conseguían estadía y trabajo en Europa o Medio Oriente, según las especialidades elegidas.

Acomodó unos afiches pegados fuera de escuadra sobre el panel de prensa del Instituto: "Tu familia merece un futuro mejor. Trabaja en el extranjero." Más allá, otro panel exhibía las fotos los que hasta ahora habían sido beneficiados con los programas de la Fundación. La más impactante era una copia color de 40 x 50 cm. de los Baldinelli en pleno, posando junto a las cintas transportadoras del aeropuerto Charles De Gaulle, en París. Liza Baldinelli era una mujer bellísima. Alexis, su marido, tenía rasgos croatas y una estampa firme, por eso los hijos del matrimonio habían heredado la sonrisa franca del padre y los ojos profundos de los Baldinelli. También había otras fotos espectaculares, como la de los Vugliano en Roma, y la pequeña serie de fotografías de toda la familia Estévez en los viñedos portugueses. Carlos Kuraf, el pequeño árabe vendedor de telas, aparecía fotografiado en el aeropuerto de Frankfurt, abrazado con Antheus. Era uno de los primeros participantes de la Fundación, además de haber cursado doce semanas de alemán en el Instituto Popular de Idiomas. En la foto, Carlos estaba a punto de embarcar hacia Senuf, sede de la famosa fábrica de ropa de trabajo. Había invertido todos sus ahorros en ese proyecto, y se comentaba que en cualquier momento volvería para instalar en el pueblo una fábrica de pantalones que daría empleo a mucha gente. Los pocos que observaban las fotos de Kuraf con detenimiento no podían menos que esbozar una sonrisa: el futuro fundador de la fábrica de pantalones aparecía en la foto con la bragueta abierta. Pero más allá de esos detalles que no hacían a la calidad del servicio, la Fundación ya contabilizaba cinco familias trabajando en el exterior, y eso le daba a Antheus un enorme protagonismo en la vida social del pueblo.
El programa de becas en el extranjero sorteaba anualmente un viaje y estadía gratuita en Europa para un grupo familiar. Cuando se conocían los resultados del sorteo, el intendente Funes organizaba una fiesta en la Cooperativa para felicitar y despedir a los ganadores del viaje.


-Escuché que se está por realizar el sorteo anual, dijo Funes.
-Exacto, contestó Antheus. El 20 de diciembre. Ya tengo organizado el tema de la televisión, las radios, el diario, todo. El escribano viene de Buenos Aires.
-Ah, qué bien. Cuente conmigo para organizar la fiesta en la Cooperativa. Usted sabe que siempre nos hacen bien las noticias que hablan del éxito y el progreso de la gente del pueblo... ¿Otra cerveza?
-Cómo no, Funes. Pero esta la pago yo.
-Déjese de joder, hombre. Le debo unos cuantos favores.
-No me debe nada. ¿Usted lo dice por su sobrina Anabella?... ¿Por los cursos de idioma que le dimos en el Instituto?... Nooo... olvídese, Funes. La chica está contenta en Europa, tiene trabajo y veinte veces más oportunidades que acá... así que no me debe nada, ella se lo ganó.
-Gracias, Antheus, mil gracias por lo de Anabella. Pero bueno, no sé si recuerda... yo también le he dado alguna mano con sus impuestos atrasados y la habilitación para el Instituto y la Fundación. Y la verdad es que ahora necesitaría un gran favor, un favorazo...
-Hablemos claro, Funes.
-Sí, sí... en realidad necesitaría... bueno, usted regala algo así como una beca, un viaje y la estadía...
-De frente, Funes...
-Necesito que El "Oso" Narváez gane le beca. Necesito que se vaya, al menos, mientras yo sea intendente.
-¿Y por qué Narváez?
-Todo el tiempo me mete palos en la rueda, quiere desestabilizarme para pisar fuerte en la próxima campaña. Es ambicioso. Y la fuerza que está tomando esa fracción del gremio de carniceros me preocupa. Nos quiere desbancar de un negocio que siempre fue de la Cooperativa.
-Bueno, Funes, usted sabe que todo se puede, todo... pero siempre... plata mediante. Hay un escribano de por medio, es de Buenos Aires y eso no es nada barato, ¿está claro?
-Clarísimo, Antheus, Yo lo puedo manejar. Digamos... que la Muni hace una donación a la Fundación, como un aporte para el progreso de la gente, el apoyo a una causa noble... Digamos... diez mil dólares... ¿sí?
-Me parece más que razonable. Contestó Antheus con una sonrisa luminosa.
-Eso sí, la cifra que va a figurar es quince mil. Yo también tengo gastos, ¿sabe?

Antheus Mertens levantó la copa hacia el Intendente. Brindaron mirándose fijamente a los ojos.
-Buen viaje, querido Narváez, buen viaje... - dijo Antheus.
-Y una feliz y prolongada estadía, agregó Funes.

A las once de la noche del 20 de Diciembre sonó el teléfono en la casa de Patricia: era Antheus.
-¡Patri... felicitaciones!!! ¡Vos y tu familia han ganado la beca de la Fundación. Prepárate para viajar a Europa....!
Las manos y las piernas de Patricia temblaron al unísono. Agustín y Mauro, de 8 y 10 años de edad, miraban a su madre sin comprender por qué lloraba mientras hablaba por teléfono. Su marido, Pablo el "Oso" Narváez recién se enteró horas más tarde, porque trabajaba en la carnicería del supermercado GastaMás, y no volvería hasta la una de la mañana. La noticia no le cayó del todo bien, porque en realidad la idea de anotar a toda la familia en ese sorteo había sido de Patricia. El hubiera preferido quedarse en el pueblo y hacerse fuerte en la organización gremial de matarifes "De Carne Somos", opuesta a la N.E.R.C.A. (Nueva Entidad Regional Carniceros Agremiados), de tendencia oficialista.

Necesitaron quince días intensos y agitados para renunciar a sus trabajos, ir al Correo, redactar telegramas luchando contra la ayuda desganada del empleado. Con los pocos pesos que les pudo arrimar el tío Calisto compraron los pasajes en ómnibus hasta Buenos Aires, ya que a último momento se enteraron que no estaban incluidos en el programa.

Sándwiches para los chicos, un termo de jugos para todos y la Ruta 9.

A las ocho de la mañana se encontraron con Antheus en la Terminal de Retiro. El alemán había llegado en avión el día anterior para preparar todos los detalles. Un taxi los llevaría hasta la Embajada. Documentos, fotos, huellas digitales, pasaportes, un hotel de mala muerte en Constitución, el baño en el pasillo. Por suerte Antheus se encargaba de todo, y ante la menor dificultad recurría a algún funcionario conocido de la Embajada que le solucionaba el problema rápidamente.

Unos días después, se desplegó frente a sus ojos la extensa pista de cemento. A pocos metros, con la nariz hacia arriba, impresionante y plateado, esperaba el avión. El avión, que solamente habían visto en la tele, o en el cielo cuando no hay nubes y apenas se adivina un insecto brillante, una doble línea blanca que luego se va desvaneciendo. Al subir descubrieron que era mucho más ancho que el living de su casa, gigantesco, mullido y limpio. Les parecía mentira lo que les tocaba vivir. El avión carreteó y sintieron aplastarse las espaldas contra el respaldo de los asientos. Una vez pasada la impresión del despegue, se levantaron para mirar por las ventanillas el colchón de nubes blancas. Era difícil imaginar que allá abajo estaba la tierra, invisible y lejana. El paisaje se desplegaba ante sus ojos como un mapa, y cada tanto veían entre las nubes las costas arenosas y el mar, siempre a la izquierda, trazando un camino azul debajo de las alas plateadas. Hicieron escala en Río, Dakar, Barajas, y casi sin darse cuenta, Rolf Machado, el socio de Antheus, los esperaba en el aeropuerto de Frankfurt con los brazos abiertos.

- ¡Bienvenidos a Eurgopa..! Les gritó Rolf en mal castellano en cuanto los vio asomarse por la manga tubular que los dejó junto a la cinta colectora de los equipajes.
Los Narváez ingresaron a las Oficinas Migraciones, mientras Rolf conversaba en alemán con un par de oficiales. Cada tanto, levantaba una mano hacia ellos en señal de saludo. Los gestos de Machado resultaban un poco ampulosos, pero se notaba que era un hombre educado y buen anfitrión.

-Hay un pequeño pgroblema, les dijo en cuanto pudo acercarse.
-¿Qué pasa?, se sorprendió Patricia segura de haber verificado que todos los documentos estaban en orden.
-Ustedes tenían la entrgada asignada por otrgo aeropuerto, pero ya está solucionado. Tomamos un vuelo de cabotaje y listo. Yo los acompaño, la Fundación se hará cargo de los gastos. Dejen que haga un sencillo trgámite y en un rgato seguimos viaje.
Machado se dirigió con los documentos de todos a otra oficina. Los Narváez lo veían gesticular y gritar en alemán a través de los gruesos vidrios. Al rato salió y dijo: -Vamos, el avión nos espera.

Una aeronave mucho más pequeña y menos confortable que la anterior estaba sobre la pista. Un colectivo con siglas ininteligibles los llevó hasta la escalerilla. Pablo, Patricia y los chicos, subieron trabajosamente, agotados por las dieciséis horas de vuelo que cargaban hasta allí. Rolf subió detrás, y mostrando los tickets de embarque a la azafata los acomodó en los cuatro primeros asientos.
El avión despegó en medio de la noche, y solamente vieron las luces de una ciudad extensa que iba quedando atrás.

Despertaron con las turbinas frenando al máximo sobre la pequeña pista. La madrugada dibujaba con trazos tenues campos cercados con listones de madera, y lejos, una ciudad. Había nieve por todas partes. Agustín y Mauro señalaban entusiasmados los techos nevados de los edificios. El avión apagó las turbinas y junto a muchos pasajeros que hablaban idiomas extraños, subieron al colectivo que los llevó hasta el aeropuerto.

Se sorprendieron al ver un grupo de hombres con mucho abrigo, gorros de piel y chaquetas militares. Entre ellos estaba Antheus.
-¡Hola Antheus...! ¡Hola, Teus!- gritaron los chicos. Antheus apenas sonrió, como siempre lo hacía en el pueblo. Rolf Machado presentó los documentos de todos, y tomando a Patricia del brazo, caminó decidido hasta la salida del edificio. El "Oso" Narváez iba detrás, llevado del hombro por Antheus. No se le ocurría preguntar nada, porque caminaban demasiado rápido.

Los esperaban dos autos, dos Mercedes de un modelo viejo, que creían no haber visto nunca. Patricia intentó subir al mismo auto que su marido, pero Antheus se lanzó al asiento trasero justo antes que ella, y le indicó con un gesto que subiera con los chicos al otro vehículo donde ya estaba ubicado su socio. Transitaron una media hora por una ruta angosta, y al llegar a un cruce, Patricia observó que el auto donde viajaban su marido y Antheus había doblado en otra dirección. Intentó gritar, le señaló a Rolf que había un error, pero éste le tomó el brazo con fuerza, y pasando el otro por sobre los hombros de los chicos le dijo en tono monocorde: -Tranquila, todo está bien.

Unos cinco kilómetros más tarde el auto se detuvo frente a una casona de paredes blancas y techos de tejas. En la entrada había un cartel que Patricia no pudo comprender. Bajo la galería, dos hombres vestidos con chaquetas de cuero y gruesos cinturones se acercaron al vehículo. El chofer se bajó y abrió la puerta del lado de los chicos.

-Aquí vivirán los niños hasta que encontremos una residencia definitiva para ustedes, dijo Rolf. Estarán muy bien, es una granja especializada.
Patricia lo quiso apartar de un empujón y tirarse del auto, pero ya el chofer había hecho descender a Mauro y Agustín. Machado la tomó del pelo empujándole la cabeza contra el asiento. Con la otra mano le tapó la boca y ni siquiera pudo gritar, mientras el Mercedes arrancaba a toda velocidad.

Despertó en una habitación con ventanas estrechas. Una salamandra a leña hacía que el frío fuera soportable. Se incorporó en medio de mucha confusión. Ahora recordaba el viaje, la llegada, los autos que se separaron, los niños que habían sido bajados en una granja... también la mano fuerte de Machado que le tapaba la boca. Le pareció recordar que habían detenido el auto y el chofer le había colocado una inyección en el brazo. Nada más.
El piso de la habitación estaba helado, con excepción de la alfombra que sobresalía apenas unos centímetros de la cama. Buscó sus zapatillas, pero no las encontró. Estaba a punto de desesperar cuando se abrió la puerta.
-¡Patricia...! ¡No lo puedo creer..!
Era Liza Baldinelli, su vecina. Mejor dicho, un fantasma de lo que ella recordaba de la hermosa Liza. Los pómulos salientes, los ojos hundidos y el pelo sucio. Patricia la recordaba casi siempre vestida con ropa deportiva, pero ahora Liza tenía un ridículo vestido de raso negro, muy escotado y con un tajo que llegaba casi hasta la ingle. Estaba maquillada toscamente, y la emoción le había hecho soltar lágrimas que trazaban sobre su rostro dos gruesas líneas negras. Abrazó a Patricia con fuerza y soltó el llanto. Tenía un perfume intenso, que apenas disimulaba el olor a humo y tierra impregnado en el pelo. Patricia le contuvo el abrazo durante un minuto, dejando que Liza se desahogara.

- ¿Dónde estamos? preguntó.
En Ucrania. Y aunque no lo creas, jamás vamos a salir de acá...
-¿Quéeeee? Nooo, pará, paráaaa, Liza... ¿Cómo que no podemos salir? Hay que hablar con alguien, con la embajada, qué se yo...
- Olvidate, Patri... Antheus nos vendió, sí, tal cual te lo digo, nos vendió como esclavas por siete mil dólares a Dimitri Sokolov, el dueño de este prostíbulo. Y también vendió a tu marido y a tus hijos....
Patricia sintió que se ahogaba. ¿Cómo.... qué cosa, a mi marido y los chicos?
-Shhh... hablá bajo, porque Sokolov da vueltas todo el tiempo por las habitaciones y se pone ultra violento si ve que hablamos mucho entre nosotras... te lo digo con conocimiento de causa...
Liza se levantó la blusa y le mostró un moretón redondo y verdoso sobre las costillas. Los ojos de Patricia parecieron fugarse de su lugar, y comenzó a temblar. Liza siguió hablando en voz baja, apresurada, haciendo evidente un profundo temor.
-Todo lo que nos prometió Antheus en el pueblo es mentira, lo real es esta pesadilla, este lugar siniestro. Nos hizo bajar en París, a Alexis, a los chicos y a mí... nos sacaron fotos en el aeropuerto, y después con el pretexto de un problema de papeles nos hicieron embarcar en un vuelo a Kiev. A partir de ahí ya no pudimos defendernos, porque Antheus y su socio tienen todo arreglado con las fuerzas de seguridad y Migraciones. Yo terminé en este lugar, Alexis trabaja a once kilómetros de aquí, en la planta nuclear de Chernobyl, reconstruyendo la segunda capa de hormigón que están colocando desde el accidente del Reactor 4... y los chicos... creo que los chicos trabajan en una granja-escuela... Seguramente están helándose en el campo desde las seis de la mañana hasta la noche... no, no puedo creer lo que nos está pasando. Es terrible, Patri, pero creo que no tenemos muchas opciones salvo esperar que algún pariente se preocupe por nosotros y haga ruido... pero todos creen que estamos trabajando en Europa, felices, y esperan que volvamos al pueblo triunfantes... no se imaginan lo que es esto... por lo pronto te doy un consejo: ni se te ocurra enojarte o intentar nada, aquí estamos demasiado lejos y aisladas, y sé de gente que ha muerto por intentar escapar...
Liza salió de la habitación sin hacer ruido. Patricia pudo adivinar el pánico en su mirada. Se sentía aturdida y prefirió tirarse en la cama revisando con la mirada la pequeña habitación. Estaba demasiado cansada para pensar, y el peso de la situación la hizo quedarse dormida, sin reflejos para cubrirse con las mantas de lana gruesa que le habían dejado. Por eso se despertó con frío.

Una mujer gorda de rostro colorado, vestida con chaqueta de piel y pantalones de trabajo, abrió la puerta de un empujón. Detrás de ella, golpeando los hombros contra el marco de la puerta entró un campesino, resoplando todavía el vapor helado del exterior. La mujer lo empujó sobre la cama y se retiró cerrando la puerta con llave. El hombre cayó pesadamente al lado de Patricia. Ella intentó levantarse, pero el tipo la sujetó del cuello con determinación, arrastrándola debajo de él. Tenía olor a alcohol fuerte, blanco, diferente al vino serrano que a veces tomaba el "Oso" Narváez. Prácticamente le arrancó el vestido haciendo crujir las costuras, y Patricia, desacostumbrada a la brutalidad, tuvo que aceptar con impotencia ese sometimiento sin leyes que le marcaba más crudamente que nunca su desamparo. La línea que la separaba de su historia, de su gente, estaba siendo dibujada ahora por esa lengua que la recorría desde las orejas hasta su centro entre las piernas. Tuvo que soportar el ahogo debajo de un cuerpo de más de cien kilos rematado en esa extensión rígida, que buscaba ardorosamente su sexo y la penetraba sin contemplaciones. Hasta que el gordo-animal o el animal-gordo dejó derramar en su interior el esperma guardado durante tres meses de trabajo insalubre en la central nuclear y diecisiete años de convivencia con su mujer alcohólica y reservada, para derrumbarse finalmente roncando junto a ella. No habían pasado quince minutos -que Patricia aprovechó para sobreponerse de la impresión vivida y acomodarse un poco la ropa- cuando la gorda de chaqueta entró nuevamente a la habitación. Sacudió al campesino con rudeza, haciéndolo despertar de golpe, y casi sin dejar que se terminara de levantar los pantalones, lo sacó a empujones de la habitación. Sin pausa, hizo entrar a un soldado con la cabeza rapada. No tendría más de dieciocho, tal vez veinte años. La gorda cerró la puerta y el recién llegado comenzó a quitarse la ropa mientras observaba detenidamente a Patricia. Ella dedujo que si no oponía resistencia no sufriría tanto, y en cuanto terminó de desvestirse se acomodó en la cama mirándolo fijamente. El soldado se le acercó y sin mediar palabra la dio vuelta de boca sobre la almohada para tomarla desde atrás. Patricia descubrió que el dolor físico era más intenso que todo lo imaginable, pero resultaba todavía mayor por saberse aprisionada entre esas paredes heladas. Y al dolor se sumaba la certeza de que jamás volvería a ver a Mauro, ni a Agustín, ni a su marido. No pudo menos que llorar, mordiendo y empapando la almohada con racimos de lágrimas inútiles. Su jornada de padecimientos recién comenzaba, porque parecía ser fin de semana, y un grupo creciente de hombres se amontonaba alrededor de la barra del bar improvisada en la planta baja.

-Esto te va a ayudar, le dijo Liza abriendo la puerta en un intervalo y dejándole sobre la mesa de luz una bolsa de papel madera.
-Gracias, le dijo Patricia al descubrir en su interior una variedad de sándwiches toscamente armados, una botellita de vodka y una crema lubricante.
-Te dan una de estas cada dos días, agregó Liza en voz baja - Yo voy guardando lo que me sobra. Si necesitas más, avisame. Vivo en la primera habitación a la derecha después del baño.- Liza salió rápidamente, mirando antes hacia ambos lados del pasillo.

Nunca supo cuántos inviernos pasó en aquel paraje desolado. Tal vez fueron solamente dos, quizás tres si contabilizaba los ataques de tos, los golpes que a veces le daba un cliente borracho, hombres que hablaban una lengua incomprensible y rígida, hombres con olor a pescado, a cebollas y ajos, que le impregnaban la boca de semen y vodka barato. Su única felicidad consistía en lavar su escasa ropa en la pileta de la planta alta, colgarla y comprobar que el sol la había secado. Encontrarse fugazmente con Liza, que llevaba allí más tiempo, sólo para recibir noticias confusas de su marido y de sus hijos, noticias que a veces parecían ciertas, a veces un manto de piedad puesto sobre sus hombros para que no se quebrara definitivamente. Únicamente sabía que estaban cerca, a pocos kilómetros de allí, y le contaron que el "Oso" se había encontrado con el marido de Liza, porque los hombres vendidos por Antheus terminaban irremediablemente trabajando en la central de Chernobyl.

Un automóvil lujoso, con los faros "rompe-niebla" encendidos, estacionó una tarde en el patio de abajo. El hombre corpulento descendió con paso resuelto marcando la nieve semiderretida con sus zapatones Caterpillar nuevos: era Antheus.

En la mente de Patricia se dibujó un resplandor de libertad. Lo observó desde la baranda de la escalera conversando con la gorda y con el encargado del bar. No había clientes. La tarde era lluviosa, pero contrariamente a los últimos días, no hacía frío pese a las nevadas. Cuando vio que Antheus subía las escaleras corrió rápidamente a encerrarse en su cuarto. Se puso a acomodar la ropa, a pasar un trapo sobre la cómoda, a limpiar sus zapatos, tomó un trago de vodka, se maquilló con los escasos elementos que tenía, y dejó que su mirada se perdiera en la nieve a través de la ventana. Hasta que finalmente la puerta se abrió.

-¡Hola Patricia...! Se te ve bien, dijo Antheus
-La voy llevando, sí, estoy bien...- contestó ella disimulando la angustia. - Quería hablar con usted. Pero hace mucho que no se lo veía por aquí... realmente lo extrañaba....
-¿De verdad?
-Sí, supongo que habrá tenido sus razones para dejarnos aquí...
-Así es Patricia, tuve enormes problemas para alojarlos en Europa, tuve problemas con Migraciones, con la Embajada, vos te imaginarás que yo hice lo mejor posible...
-Por supuesto, Theus, y disculpe que lo llame como le decían los chicos allá en el pueblo. Yo sé que quería lo mejor para nosotros...
-Vamos. Debes estar sufriendo mucho y lamento enormemente esta sitiación... Paseamos un poco y conversamos, ¿sí? Quiero que veas lo más lindo de este país. Tiene cosas increíbles...


Ella se dejó llevar del brazo por las escaleras hasta el patio de abajo. Se aferró a ese hombre que representaba la única llave hacia la libertad. Antheus hizo un gesto ante la gorda y el encargado. Se acercó a un BMW plateado que estaba estacionado frente al portón de entrada y abrió las puertas con un control remoto.
-Adelante Patricia... le dijo con gentileza.
Recorrieron un camino rural desolado, apenas se cruzaron con otro auto que hizo destellar las luces altas en señal de saludo. A medida que se acercaba la noche el paisaje se iba poblando de granjas y casitas, hasta que ingresaron a un poblado donde se advertía bastante actividad. Tomaron por una avenida arbolada que bordeaba un río ancho y plateado. Había bares, similares a las cervecerías que Patricia había visto una vez que hicieron un paseo con el "Oso" por las montañas. Al llegar a una de las más elegantes, Antheus detuvo el auto en el estacionamiento, que tenía una hermosa vista sobre el río. Encendió el equipo de música del auto, y comenzó a escucharse la “Pequeña Serenata Nocturna” de Mozart, con una calidad sonora impresionante. Oprimió un par de botones y los asientos se reclinaron accionados por un motor eléctrico.
Patricia creyó que estaba soñando despierta.


-Enseguida vengo, dijo Antheus -, y salió del auto dirigiéndose a la barra del bar. Patricia aprovechó para distenderse un poco, pero su cabeza daba vueltas buscando la manera de recuperar a Pablo y a sus hijos. Se secó unas lágrimas inoportunas con la manga del saco. Tenía que aparentar toda la frialdad del mundo. En un par de minutos, Antheus volvió con una botella de vino francés, una bandeja de bocadillos calientes de muy buen aspecto y dos copas de cristal que tenían grabado el nombre del restaurante. Ella no pudo ocultar el hambre acumulada, y se lanzó a devorar los bocadillos de pescado, carne y verduras exquisitamente preparados.
-¿Tienes frío?
-No, dijo Patricia.- De todos modos Antheus encendió la calefacción del auto. Dentro del confortable vehículo, el frío exterior de la noche y la vista impactante del río quedaron reducidos a una película muda que se desarrollaba frente al parabrisas.

-Mi padre tiene dinero, y propiedades.- continuó Patricia. - Quiero volver a mi casa, con mi marido y mis hijos.
-Por supuesto, Patricia, por supuesto, -dijo Antheus mientras servía el vino en las copas y le acercaba una a Patricia. -Es interesante lo que me dices, porque he invertido en ustedes una pequeña fortuna... je ...je... pero no me arrepiento. Lo más importante en este momento para mí... eres tú... siempre te he tenido un enorme afecto, es más, siempre me has resultado muy atractiva...

Mientras hablaba, Antheus pasó la mano derecha por detrás de la cabeza de Patricia. Ella intentó incorporarse un poco en el asiento, pero Antheus se lo impidió.

-Mira qué lugar, el río, este restaurante de lujo, que muy poca gente puede conocer. Es un lugar para exclusivos... este vino cuesta aquí más de lo que tu marido gana en un mes de trabajo en la carnicería del supermercado...
- Eso no me importa, le replicó ella con dureza. Pero al mismo tiempo apuró un generoso trago de vino y dejó que su nuca se apoyara sobre la mano abierta de Antheus.

El gesto fue suficiente para el alemán. La tomó con fuerza del pelo y en un solo movimiento arrastró la cabeza de Patricia hacia abajo, hacia su miembro erecto. Ella sintió que se ahogaba con cada empujón de ese trozo de carne rígido que buscaba su garganta. Luego el alemán se dio vuelta de golpe en el asiento, cayéndole encima encima, besándola en la boca y separando sus piernas desesperadamente.
-"No, Antheus... basta por favor, no se confunda" – pretendió murmurar Patricia. Pero su negativa quedó en el aire como una simple formalidad, porque el alemán, forzando todo lo que pudo la lengua en su boca y sin soltar sus cabellos, ya le había abierto el vestido que llevaba, mientras con otra mano le desplazaba la bombacha hacia un costado para penetrarla, dejando muy en claro quién era el dueño de la situación.
-Me encantan las mujeres que primero dicen que no, generalmente son las más putas... je je..., ironizó mientras Patricia gemía a cada sacudida y el auto entero se hamacaba apenas iluminado por las luces de neón del estacionamiento.

¿Sabes una cosa? Eres una buena chica, te estás ganando el regreso a ese maldito pueblo. Pero eso sí: no hables de más... ¿eh Patri? no olvides que tienes unos hijos pequeños, muy bonitos... así que... calladita y a disfrutarlos. Además... creo que a tu marido no le gustaría saber lo que estuvimos haciendo, je je...
-Sí, está claro, puede confiar en mí.- dijo suavemente Patricia abrazándose a él hasta que el alemán dejaba escapar en su interior un efluvio de semen. Tal vez esa situación se había originado años atrás, en las fiestas de la Cooperativa del pueblo cuando Antheus, como al pasar, la sacaba a bailar y la abrazaba con alegría en la pista de baile llena de gente. Pero entonces aquello sonaba a diversión simple y llana. Ahora él se mostraba tal cual era, sin medias tintas. El juego había ingresado en la fase final. Y Patricia había decidido salir de ese lugar a cualquier precio.


En uno de los últimos asientos del avión viajaban Patricia, el "Oso" Narváez, Agustín y Mauro. Todos estaban demacrados y despiertos en medio de la noche. El vuelo era sereno. Dos filas más atrás viajaba Antheus durmiendo tranquilamente. El pacto extorsivo había sido sellado: nadie hablaría al llegar al pueblo, y además, recibiría dinero de los padres de Patricia.

- En cuanto lleguemos lo mato, lo denuncio... - le decía Pablo a Patricia en voz muy baja.
- No, Pablo, son una mafia, y se van a vengar con los chicos. Nos vamos a ir a vivir a otra parte, ¿sí?
- ¿A dónde nos vamos, Mami? - preguntó Mauro semidormido.
- A ninguna parte. A casa, mi amor. Todos vamos a casa.
- ¿Te hicieron mucho daño? le preguntó Patricia a su marido.
- Estoy muy debilitado. Estuve en la planta nuclear, creo que recibí radiación, fijate el pelo y las uñas, casi se me están cayendo. Pero ya me voy a recuperar. ¿Adónde te llevaron a vos?
- Me hicieron trabajar en un negocio de artículos regionales. Pasé hambre y frío, pero estoy bien.
- Los voy a matar, Patricia. Tuvieron a los chicos encerrados en un criadero de pollos. Están asustados, han pasado mucho miedo...
- Tranquilo amor, ya estamos regresando. Tenemos que disimular un tiempo en el pueblo y olvidarnos de lo que pasó para proteger a los chicos. En cuanto sea posible nos vamos bien lejos.
El "Oso" la abrazó. Patricia se reclinó en su hombro y se quedaron dormidos, vencidos por el agotamiento.
Se despertaron con las voces de la azafata anunciando el aterrizaje. Respiraron con emoción y alivio al ver que sobrevolaban campos y sierras conocidas. En unos minutos más estarían pisando de nuevo su propia tierra.

Bajaron del avión en silencio, seguidos de cerca por Antheus. Al llegar al Sector de Equipajes los sorprendió una exclamación que venía desde la sala donde el público esperaba a los que llegaban. Al darse vuelta descubrieron un enorme cartel que decía "Bienvenidos!", sostenido por muchas manos de gente conocida. Alcanzaron a divisar al Intendente Funes, al gordo Calisto, al "loco" Gunther, al Pastor Rosales y muchos amigos y vecinos del pueblo. No pudieron ocultar la emoción y estallaron en lágrimas: toda su historia estaba allí, esperándolos.

Los bocinazos rodeaban la camioneta que transportaba a los Narváez desde el aeropuerto hasta el pueblo. Cada tanto, algún auto se ponía a la par del suyo para saludarlos estruendosamente. El remisse que conducía a Antheus iba en el medio de la caravana, aunque pasaba desapercibido por más que el alemán sacaba los brazos por la ventanilla queriendo acaparar la atención de la gente.
A Funes, la llegada de la caravana al pueblo le recordó la época de su reelección como Intendente, la gente saludando, miles de papelitos volando por el aire. Solamente los rostros sombríos de los Narváez contrastaban con la euforia general. Antheus, por el contrario, se dedicó a desplegar un abanico de mentiras a través de conferencias, cocktails en el Instituto y notas en el diario local, destinadas a difundir el éxito de las familias que todavía estaban trabajando en el exterior al amparo de los convenios de la Fundación.

Unos días más tarde, Patricia recibió el llamado tan temido.
- Hola querida, cómo estás... Emmm... bueno, quería continuar con lo que empezamos allá... qué te parece?
- Mire Antheus, tenemos que hablarlo mejor. Venga por mi casa a eso de las tres de la tarde, que los chicos están en el colegio y mi marido trabajando...
- Me parece fantástico, contestó el alemán.

A las tres menos cinco minutos, Antheus cerró la puerta del Instituto. La siesta del pueblo era sagrada así que la calle estaba desierta. Mirando el reloj con ansiedad, comenzó a cruzar la avenida hacia la casa de los Narváez. En dos minutos estaría con Patricia, y en diez, en su cama.


Enzo Baldinelli se sentía en infracción por haber salido a buscar una pizza en la ambulancia municipal. Por eso volvía lo más rápido posible hacia el Centro de Salud Nº 9. Al doblar por Mariano Moreno para encarar la avenida apenas pudo adivinar una sombra a contraluz que golpeaba contra el capot, luego contra el parabrisas y volando sobre el techo de la ambulancia caía pesadamente en el asfalto. Tuvo miedo, y al ver la calle desierta bajó del vehículo transpirando. Cargó con un esfuerzo sobrehumano el cuerpo de Antheus y reinició la marcha a toda velocidad, esta vez con destino al Hospital de Urgencias de la Ciudad.

Los médicos aplicaron todos sus conocimientos, toda la tecnología sobre el físico del grandote alemán, cuya historia clínica estaba caratulada "Coma medicamentoso con pronóstico reservado". Tenía una buena pre-paga, así que no escatimaron operaciones para reparar huesos y tendones, traqueotomías, respiradores y cánulas por todas partes. A los doscientos cincuenta y cuatro días, Antheus Mertens abrió los ojos.

La "Turca" Amira, provista de un barbijo y un gorro de quirófano color verdoso, le tiró un beso con la punta de los dedos. Antheus la miró sin reconocerla.

Un par de semanas más tarde, la fortaleza física del alemán aportó lo suyo, los análisis se normalizaron rápidamente, y le fueron retirados todos los aparatos que lo habían mantenido vivo hasta el momento. La misma ambulancia que lo había atropellado lo llevó de regreso al pueblo.

Como no podía ser de otra manera, Funes decidió organizar una recepción de bienvenida para el Director de la Fundación. Pero por consejo de los médicos desistió de hacerla en el salón de la Cooperativa, para llevarla a cabo en el mismo edificio del Instituto Popular de Idiomas, donde Antheus tenía su vivienda.

Fueron pocos los que faltaron. Había bocaditos, cervezas, pizzetas y empanadas. El salón estaba colmado y hubo quienes debieron esperar un rato para entrar a reemplazar a los que, hartos de comer, se retiraban aburridos por los discursos. Varios oradores hablaron largo y tendido, desde el Intendente Funes hasta la enfermera que atendía al alemán desde el día del accidente, quien manifestó su alegría y asombro por verlo con vida a pesar de la gravedad de las heridas. Como representante de las familias beneficiadas por las becas de la Fundación, le tocó hacer uso de la palabra a Pablo el "Oso" Narváez, quien había asistido al acto muy elegante, junto a su mujer Patricia y los dos niños.

- "Al cumplirse un año de nuestro regreso, y en nombre de los vecinos de este pueblo, quiero agradecer todo lo que este hombre ha hecho por nosotros, los que pudimos viajar y conocer el mundo abriendo nuevas perspectivas a nuestro futuro."
Mirando a Antheus con cinismo, Narváez tiró de una cinta descubriendo la placa que el "Centro Social y Familiar" había donado en homenaje al ilustre vecino y donde podía leerse: "Para Antheus Mertens, guerrero infatigable que luchó siempre por el bienestar y el progreso de tantas familias de este pueblo."

La gente, de pie, ovacionó el gesto de Narváez y empezó a corear en voz cada vez más alta el nombre de pila que usaban los niños del pueblo: "Téus... Téus... Téus...!!!!".

Desde su silla de ruedas, con la cabeza colgando hacia atrás y la mirada perdida en el cielorraso del Instituto, Antheus Mertens dejó escapar de su boca entreabierta un hilo de baba y pareció sonreír.



Texto agregado el 26-01-2008, y leído por 336 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-04-2008 Lo mas importante que rescato de tus escritos es como va entrelazando entre los habitantes del pueblo, historias fuerte y espantosas como ésta que seguramente ocurren y seguirán ocurriendo mientras exista gente crédula y personajes siniestros como Teus. Tremendo capótulo y un libro muy pero muy entretenido para tus lectores. Vuelvo a felicitarte. Un beso y mis estrellas. Magda gmmagdalena
19-04-2008 sin paliativos. Excelente!!! Tu narrativa tu creatividad está a años luz de cualquiera. Un placer leerte, un auténtico placer... Y seguiré!claaaaro. Pero mañana sin mas tardar!!!! josef
06-04-2008 ¡¡¡Uffff!!!! Amigo, este cuento me dejó aterrada y con una desazón amarga en el alma. Afortunadamente, fue el último que leí, ya que si lo hubiera hecho de primero, habría terminado odiando a los 4 alemanes de la novela, porque, quizás, no hubiera podido evitar que un sentimiento de prejuicio se hubiera instalado en mí ser. La verdad es que esta historia es desgarradora; a diferencia de los otros tres personajes descritos: Starke, el hombre que se refugia en su música y en su cielo nocturno por la incomprensión de la gente del pueblo; Guigue, otro extranjero victima de la incomprensión humana al ser juzgado por algo que él dijo que iba a suceder, y al no hacerse realidad el evento esperado, pues la gente hace lo que cree tener derecho a hacer: juzgar sin razonar las consecuencias; Gunther, otro alemán sometido al juicio de la humanidad. El caso del personaje de este capítulo: Atheneus, es lo opuesto. Esta vez, es el extranjero del país desarrollado que se aprovecha de la ingenuidad del pueblo y ejecuta esas acciones tan indignas y tan infrahumanas en contra de gente inocente del pueblo que creía en él. Un sentimiento de indignación, de espasmo psicológico y espiritual se apodera del lector al analizar ese acto asqueroso del personaje en cuestión. Al final, me imagino que el mensaje de los 4 capítulos en su totalidad es el cuestionamiento al comportamiento, se podría decir morboso, de la especie humana. A uno, como lector, le queda un gran sentimiento de tristeza en el corazón y una desazón en el alma y uno se pregunta: ¿habrá algo en la especie humana que nos lleve a ser tan crueles? Mira, yo estoy consternada con la historia, por lo cual, creo que tu narrativa es excelente porque si logras despertar estos sentimientos en tus lectores es porque sabes manejar las emociones humanas, y eso sólo lo puede hacer un gran escritor en general, y un excelente narrador, en particular. Te felicito por tu gran obra. Te recomiendo que de llegarla a publicar, este capítulo lo dejes de último. Gracias por haberme invitado a leerte. Tu historia en su totalidad, merece respeto. Un abrazo. Sofiama
 
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