Su cuerpo se desplazaba en este mundo, su carne formaba parte de la tierra, se atraían, se olían, husmeando rincones oscuros y desgraciados. Sus largos pies se estiraban, se paraban una y otra vez con ansias de llegar hasta el último rincón. Sus manos le dolían, su piel endurecida, una corteza que impedía el sentir puro. Sus ojos cansados, sus pies calientes y el sudor envolviéndola de arriba abajo.
Acongojado y encogido el cuerpo, escribía el espíritu quien deseaba relatar su historia. La historia de aquel a quien no ven, a quien no conocen.

Todo lo que traducen las manos, la voz del hombre de lo que escucha ahí dentro no siempre es real. La carne ama la tierra y se olvida de mí, escucha la mitad de lo que digo o no lo escucha en absoluto y en todo caso es incapaz de comunicar verdad absoluta.
Lo absoluto aún descansa en el misterio, hasta que el tiempo deje de existir.

Viajábamos en colectivo. M Suspiro y yo, las cortinas rojas manipuladas por las sombras, el sonido de los pájaros, las voces desconocidas y el silencio nuestro. Absorbidas por esa lectura íntima. Mis cabellos sueltos impregnados en la tela, las medias negras asfixiando mi piel, el sentir de un plástico, el viento violento, tinta, tinta formando palabras. Estiro mis dedos y se siente bien, espero que baje la noche y se borre este día caluroso.

Las ansias de llegar y esta vez con ganas de quedar, pero es llegar y partir de nuevo. Siempre ir arrancando las raíces; de tierra en tierra probando diferentes frutos bajo un mismo sol.

Atardecer, las nubes esponjosas y verde en cantidad, el arte puro.