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UNA DE TEOS.



Y siempre habrá
una helada botella
de la mejor cerveza,
esperando en la tienda
que está enfrente.

Pepe Murillo (en la borrachera de anoche)


Esto es increíble, para batir un record de esos Guiness. Ciento ochenta minutos demostrando algo que hasta el más estúpido de los hijos de Adán sabe: Dios no existe.

¿Dónde estaba el DIOS el de las grandes letras, de rebordes dorados conocedor de cada uno de los misterios humanos, incluyendo la verdadera edad de las mujeres? (por cierto ¿cuantos años tienes? ¿Solo Dios lo sabe?) ¡Puros cuentos Charros! Él, o algo parecido a Él, se encontraba ahí con sus miles de millones de años, frente a mi, frente a mis míseros cuarenta y cinco años, tres días, veinticuatro minutos, tres segundos, más los que se acumulen está semana.

Si le creyera a los teólogos, Él debería tener toda la Sofía del mundo – o del barrio, uno nunca sabe-. Sin embargo, la imposibilidad de que Él, el Dios de mis padres y mis hijos que no han nacido, existiera era un hecho científica y contundentemente probado y saboreado. Así lo demostraba el teorema de Beberecua, la de ese pinché circulo cuadrado que nunca le había entendido al paranoico maestro de matemáticas en el bachillerato.¡Oh¡ mi amada prepa cuatro.

Todo hubiera sido distinto si, Él, desde un inicio, me hubiera hecho caso; después de su llegada con rayos y truenos (una verdadera entrada teatral tipo Woody Allen, Deus ex machina) le había recomendado leer El Manual del perfecto ateo, pero no lo hizo. Es más creo que es analfabeta, aunque fue a la escuela, pero era una pública. ¡Hágame usted favor¡ Craso error que deberá pagarse caro.

Después de una tremenda perorata, suya y mía, Él ya me había hartado y no le quedaba más remedio que aceptar mi veredicto: ¡Él no existía! Era un espejismo, una quimera, como el del famoso método de descular hormigas que yo había adquirido en uno de esos maratones nocturnos televisivos que te venden hasta la madre del muerto si te dejas y apendejas.

En eso estaba cuando súbitamente apareció ante nosotros un ángel; un descardo ángel no macho, no hembra, si no todo lo contrario; que nada tenía que ver con aquellos de los Belenes de mi muy, pero muy, lejana infancia. Y con reverencias y todo un ceremonial tipo Santo Sanctorun le entrego en mano un rollo chapeado de oro, con incrustaciones diamantinas (o algo parecido, no todo lo que brilla es oro, ni la zorra se ve su cola, ni el zorrillo su fundillo. Dirían los viejos enterados de estos menesteres, que no tiene nada que ver con esto, pero que suena bonito) y Él, grito: - “!Eureka! (¡Vaya¡ Dios no es tan original como en un principio pensaríamos, Arquímedes dixi ) tengo la prueba irrefutable, de que yo si existo”.

- “Lo siento -respondí lacónicamente- tu tiempo ha terminado y, por ende, cualquier apelación es denegada”. Fue una sentencia que me hubiera envidiado cualquier juez de cualquier sala, de cualquier distrito y de cualquier fuero, (modestia al lado).

- “Lastima de tipo” -pensé- al verlo tan cabizbajo y meditabundo con tantos y tantos años a cuestas, (y sí Dios tuviera suegra) no pude menos que compadecerme y fijar una nueva fecha para otra discusión. Sería al día siguiente a las 25 horas con sesenta y un minutos. “Dios lo puede todo, excepto cambiar su fecha de nacimiento ” había escuchado a un viejo monseñor del Seminario Diocesano así, que un pequeño alargamiento de día y de hora no sería ningún problema.

El lugar de la cita: el viejo café Madoka, en el centro de la muy vieja y querida ciudad de Guadalajara. Me despedí y salí con destino a la tierra dejando atrás aquel sitio que a falta de otro nombre llamare guarida; no sabes cuantos ladrones hay en el cielo, dicen los que saben, que hay más rateros allá que justicia en un juzgado; por cierto querido Dios les encargo a "tus angelitos" los espejos y el estereo que desaparecieron de mi carro misteriosamente en esa cueva de Ali Baba.

Y como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, el día siguiente fue extraño para todos, excepto para mí, porqué el día duró veinticinco horas y a los 61 minutos de esta vigésimoquinta hora me encontraba puntual, en el café, que misteriosamente no había cerrado. ¡Este si era un verdadero milagro¡, comparable sólo a que me pagaran mis deudores. Sin embargo, ni señales de tormenta, rayos o algún otro hecho fuera de la anormal normalidad. “Esto demuestra, bien a las claras, –pensé yo- que la impuntualidad no sólo es atributo femenino”. A lo lejos escuche una sirena, gritos y mire a la gente corriendo hacia la avenida Juárez. Algo Morocotudo había pasado.

Al voltear y de la nada me encontré con un mensajero de los correos nacionales, los que tienen el lema de: “veloz como la tortuga”. El mensajero, por su aspecto andrógino, me recordaba al ángel del pergamino dorado. Me hizo firmar un libro y me entrego un sobre lacrado. Al abrirlo me encontré con una hoja blanca en que extrañamente fueron apareciendo caracteres góticos que decían, en incorrecto español:

“Ijo mio e sido atropellado y muerto cuando me dirigia a nuestra sita. Te ruejo me escuses y tengas a bhien pagar lo seyos de esta epistola lla que, como supondras, los de la crus no me dejaron ni quinto, hasta las tarjetas de credito me robaron los muy jijos... Ciempre he tenido mala suerte con la crus. En fin te encargo a mi canario y a mi perro mientras regreso, sólo tardo tres días.
Atentamente: dios. (SIC)

Pague, por el viejo tacaño, que esto si era dolor, y pensé: “bueno por lo menos en esta muerte no le dejaran estigmas en el cuerpo y le pagara el seguro, que lo más seguro es que se lo ponga tablas y al final Él le salga debiendo, esos del seguro el “Patito feliz” si que saben hacer las cosas.

En mis manos tenía, entonces, una verdadera bomba, la carta era la prueba definitiva: ¡Dios ya no existía! Finalmente, con esto, todos los ateos de mi mundo, ciudades y pueblos aledaños, lo que incluye a los ateos de Mendoza, con su población satélite de Godoy Cruz, en el lejano reino de la plata, podíamos respirar tranquilos... ¡Gracias a Dios¡, y al borracho que lo había atropellado, ¡Él no existía! Bienaventurados los que no creyeron, porque de ellos será el reino de la teología, per secula seculorum. Amen.

Zapopan, Jalisco. México. Invierno de 2007.

Texto agregado el 04-02-2008, y leído por 278 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-05-2008 Pues mira que para no creer en Dios, lo conoces bastante, porque sabes hasta de sus milagros. Jajajaj. Muy irónico y muy divertido. Sofiama
10-04-2008 eres fantástico, apreciado amigo.5* jardinerodelasnubes
31-03-2008 Me gusta much el humor que tienes y comulgo con margarita-zamudio******** Un abrazo Victoria 6236013
30-03-2008 jajajaj, dentro de todo me ha causado mucha gracia por la forma en que está impregnado el relato, su modo tú me entiendes, es genial.........5 on-line
21-03-2008 Hasta dios se reirá con tu cuento, algo irreverente, pero con gracia. Conocí a un ateo que decía. "Soy ateo, gracias a dios". Buen relato. margarita-zamudio
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