José contemplaba sentado en los escalones de su porche, la lluvia fina y pertinaz que lavaba el bosque del polvo del verano. Uno de los mayores placeres que él sentía era relajarse, abandonarse al frescor que llegaba del aire húmedo y oler el aroma de la tierra recién mojada, sedienta por los extremos calores de ese verano
Que bien se sentía!!! Era tan fácil ser feliz, costaba tan poco hacer que los sentidos se relajasen!! Observaba su pequeño reino, paseando los ojos casi entornados por su jardín que a cada momento adquiría colores mas intensos. Verdes que recorrían toda la gama de tonalidades ,brillantes por las gotas de agua que lamían las hojas
El empredado del camino de entrada, también reflejaba el gris cenizo del cielo en el agua que se estancaba entra las piedrecillas. Y que maravilloso sonido tenía el silencio. Porque creo que usted sabe que el silencio tiene un sonido que según quien lo oiga es placentero o terrorífico. José apenas captaba un rumor de millones de gotas que caían como si se hubiesen puesto de acuerdo en no molestarle en su éxtasis
Por un instante no se lo creyó. No entendió que en ese paisaje tan perfecto, algo, una cosa mínima, alterase su melodía. Pero así era, un invasor, irrumpió en su paraíso de verdes y aguas
Fijo la vista, enfoco con precisión ya que el abandono le había provocado sueño, y definió claramente la figura de un perro. Si, señor. Un perro!!!
Bueno, aquello con 4 patas y rabo parecía un perro. Un montón de pelos canela y de hocico blanco, parecía un perro. Lo que le impedía tomar una decisión definitiva era lo mojado que venia el animal, marcado por lunares de pelos mas mojados que otros
El perro se detuvo. Ambos se miraron.
José tenso el cuello para erguirse. El perro bajo el rabo y lo coló entre sus patas
El hombre arqueo las cejas molesto. El animal ladeo la cabeza expectante. La lluvia caía sobre el animal. Temblaba. Sus 4 patas apenas lo sostenían. Pero José no se dejo enternecer. Aquella cosa peluda había entrado en su Reino sin permiso.
Con suavidad, lentamente, José metió la mano entre las hojas de un geraneo gitano cuyas ramas colgaban por los escalones del porche, y tomando un guijarro minúsculo lo tiro de pronto hacia el animal. Jamás habría intentado dañar al perro. Seamos justos, porque José no mataría una mosca. Pero que caray! Debía irse de allí.
El perro solo vio el movimiento del brazo, y eso le basto. Ya llevaba bastantes cicatrices en su cuerpo, para conocer lo que significaba ese arco que hacían los brazos humanos
Antes que cayese la piedrecita ya estaba unos metros atrás.
Eso es, pensó José, las cosas ya están claras. Yo aquí seguiré con mi deleite de los sentidos y usted señor perro, en su sitio.
El animal se detuvo en la entrada, como sabiendo que el Reino tenia limites. José se sintió atrapado en la mirada del animal. Unos ojos comunes, sin matices poéticos ni nada que se pareciese, observaban a José. El animal estaba agotado, hambriento, solo el agua de la lluvia corría entre su hocico y calmaba su sed. Se sentó en sus patas traseras, porque sencillamente no se sujetaba en pie. Y miro a José.
Usted cree que los animales hablan con las miradas? Pues José empezó a creer aquel día
Si la decepción por el abandono y las humillaciones tiene ojos, esos son los del perro mojado y canela. Si el hambre y el frió tienen ojos, son los del perro de José. Si la piedad tiene mirada, es la de José. Ahora si que estaba irritado el rey del Reino. Como podía sentir piedad por un vulgar chucho invasor de jardines!!!
Aquella tarde de finales del verano, lluviosa, cadenciosa y aromática a tierra húmeda, le había cobrado el precio del placer a José. Le había provocado un bochorno de piedad que ya había olvidado en sus años de lucha con el sistema
Aquella tarde, ambos, José y el perro, unieron sus destinos unos cuantos años, sin ambos saberlo.