“El cuarto se inmovilizaba en la penumbra, ordenado y silencioso. Todo parecía detenerse, eterno y muy noble. Eso era la vida...” (M.L.Bombal)



Bajo esa intransigencia permanecía sumida en las entrañas de los muros. Como una prolongación, sus extremidades se ramificaban en aquel recinto de cuadros y espectros. El cuerpo del febo formaba una curva de oro que ascendía hacia la cama en imperceptibles hilos amarillentos. Debajo, gruesas alfombras mullían la suavidad de sus pisadas vistiendo y desvistiendo el paso de los días, donde roídas cortinas caían en cascadas de telas y cordeles desde los ventanales. Mientras, su silueta era un espantapájaros carnoso y moribundo dentro de una cubeta de soles, bajo dos aterradas bolillas aceradas que descubrían la vida en una interminable sucesión de sueños y espacios...

Ana Cecilia. ©