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Prólogo

Aquí debe de empezar la historia que quiero que algún día se sepa. Hace tiempo que vengo buscando un momento tranquilo y hoy, precisamente hoy, y desde hace tan sólo algunas horas, se está produciendo el sosiego, el clima apropiado, la calma tranquila en un día soleado y con temperaturas cercanas a los 24º y éste, parece que puede ser ese momento para empezar.

Hubo un tiempo en que contar historias era cosa de escritores, intelectuales, profesores, periodistas o locos. Ahora escribe cualquiera y desde que sé eso, ¿porqué no yo? No tengo nada interesante que contar pero me gusta pensar que a pesar de que hay millones de libros editados que nadie lee, quedan historias ocultas, ocurrencias interesantes que nadie conoce y si pasa eso, y nadie le da importancia, ¿porqué no voy yo a perder el tiempo haciendo lo mismo que hicieron otros antes que yo? Esa y no otra es la causa para que, sin ningún sonrojo y también sin otra intención, de momento, me coloque delante de este nuevo juguete que recientemente me he regalado y voy a tratar de contar una historia nueva.

Sí, una historia nueva porque no creo que, como ésta, exista otra igual. No voy a hablar de mis cosas personales ni, aunque lo parezca, de cosas relacionadas con mi vida habitual. Voy a contar cosas que, estando en mi cabeza, no figuran en el inventario de acontecimientos normales y que se conozcan por el público de mi vida normal.

Lo cierto es que debiera planificar una trama y seguir un método que es, al fin y al cabo, lo que necesita cualquier historia que pretenda ser escuchada. No, no voy a hacer eso; no emplearé más método que el ir escribiendo lo que vaya surgiendo del teclado del aparato este.

INÚTIL SIN REFERENCIAS
Capítulo I. De aventuras y desventuras de Jaime San Martín Refreita

I.1. La Entrevista

Siempre recordaré el día que mi hermano sugirió que me presentara a aquella entrevista de trabajo. Lo haría de buena fe, pero me tomó el pelo como nadie lo había hecho nunca, con aquel anuncio del periódico: “Para Encargado de Almacén, se necesita persona con dotes de organización. Inútil presentarse sin referencias.”

Me lo soltó así: “¡Mira, Jaime! El trabajo que tú necesitas. Piden: Un Encargado de Almacén y no hacen falta referencias. Has de presentarte..., que seguro que es un trabajo adecuado para ti. Además, con dotes de organización, no hay otro mejor que tú”. Y me lo dice mi hermano, Alberto, que no trabajó en su vida y ya tiene 48 años.

Y yo, así de idiota, sin mirar el anuncio, cojo la dirección que me facilita mi hermano y voy y tan campante, me presento. ¡Qué vergüenza me hizo pasar el pijo que me entrevistó! Merece la pena recordarla:

“-Buenas..., venía por lo del anuncio.

- Ah, sí..., pase, que enseguida le atiende el Sr. Ayala...- Y sale el pijo aquél, muy repeinado, con camisa azul celeste y corbata de ahorcado, traje de Emidio Tucci, sonrisa y ademanes de anuncio de academia y gesto amable de vendedor del Corte Inglés, me saluda y me lleva a un despacho impersonal preparado para las visitas, donde se notaba que allí no se trabajaba normalmente. Las luces del techo, un enjambre de focos, más propios de una sala de exposición que despacho de una oficina, hicieron que reparara más en el techo que en otra cosa, salvo aquella banderita sobre una piedra irregular y barnizada, encima de la mesa. Con la banderita de España, una carpeta de cuero de sobremesa, sin nada encima: ¡ni un papel!, tres bolígrafos en un expositor como el que tenía mi padre en la comandancia pero éste, sin tintero en el medio y un cenicero con caramelos, de los que regalan en algunas Oficinas como en la Eléctrica a donde voy a pagar los recibos que devuelve el Banco, cuando no hay fondos. Ni un retrato, ni cuadros, ni cortinas de terciopelo. La banderita, me trajo viejos recuerdos del Ministerio y empecé por ahí:

-¿No tendrá esto relación con las Fuerzas Armadas? Mi padre tenía una banderita igual, en su despacho militar.

-Hola, ¿decía...? ¿Fuerzas Armadas? No, noo... por Dios. Ésta es una Empresa de Distribución... aunque en cierto sentido, somos un ejercito de personas con presencia en casi toda España o al menos, en todas las ciudades importantes.
¿Venía por lo del anuncio, verdad? Permítame, que le formule una serie de preguntas para cumplimentar este cuestionario antes de entrar en detalle, sobre el puesto de trabajo que deseamos cubrir.- (sacó unos papeles del primer cajón, que colocó encima del escritorio).

Preguntó datos de: nombre, apellidos, fecha y lugar de nacimiento, ocupación de mis padres, estudios con titulaciones académicas y universitarias y colegios a los que había acudido y referencias, al estado general de salud, como alguna operación, alergias y si tomaba somníferos para dormir y hábitos sobre tabaco, drogas y alcohol. Finalizado el cuestionario, hizo un rictus -más bien mueca- que me pareció una sentencia de desaprobación de mis cualidades para aquel puesto. Le respondí con otra mueca, pero más risueña y prolongada.

-Entonces... ¿sólo tiene titulación de graduado escolar?

-Bueno, yo no llegué a terminar nada. Dejé el colegio a los 16 años.

-¿Sabrá escribir a máquina, no?

-Sí, eso sí, pero no muy deprisa; que utilizo sólo dos dedos: uno de cada mano.

-Entonces... ¿tampoco tiene idea de informática?

-La verdad, no mucha. A veces voy con mi ahijado al Ciber, pero éso, a mí me aburre. Además, si quieres chatear hay que ir deprisa escribiendo y yo..., ya le dije.

-Y... ¿Tuvo alguna ocupación... en algún sector? ¿Cuál es su oficio?

-Bueno, tuve un Pub con unos amigos. Pero no nos fue bien y les cedí mi parte. Aquello duró casi dos años y yo hacía de todo. De todo menos fregar, que eso nunca me gustó. Pero servía copas, hacía la caja y me ocupaba de comprar las bebidas y la cerveza y también, de preparar los decorados para carnaval y final de año. Y quedaba…, que llamaba la atención; de hecho, me siguen llamando cada año para la ambientación del local para esas fiestas.

-Ya entiendo... Vd. viene recomendado por su padre.

-¿No decía que tiene despacho en el Ministerio?
Déjeme sus referencias, que las pasaré a Dirección y ya ellos le avisarán con lo que sea.

-¿Cómo referencias? En el anuncio... ¿no pedían... presentarse sin referencias? Yo no traigo ninguna referencia.

-Perdóneme, pero... no le parece que para presentarse a una entrevista de trabajo, además de la presencia física, como la que Vd. aporta, también se debe uno acompañar con aptitudes o conocimientos acordes al puesto que se pretende y si, por cualquier circunstancia, ¡la que sea! no se tienen aptitudes o conocimientos, ni tampoco ninguna experiencia en trabajos similares... ¿le parece pedir demasiado alguna referencia? Además de los datos que figuran en el carné de identidad y por la edad que Vd. ya tiene, supongo que también tendrá alguna referencia... yo no le pido que me aporte nada especial, simplemente sus referencias... ¡Las que se tengan!

…¡Mire!, yo llevo hechas muchas entrevistas de trabajo, pues para eso me pagan en esta Empresa
…Mi puesto, ni siquiera es en esta Delegación. Como podrá observar, este despacho no tiene pinta de oficina de trabajo porque aquí, no hace falta ningún despacho permanente de selección de personal.

¡Oiga! Yo soy una persona muy ocupada. Y tengo la sensación que ha venido Vd. a probar suerte por si le tocaba la lotería. ¡Pues no!

Esta es una Empresa privada y yo le estoy haciendo una entrevista para un importante puesto de trabajo y me encuentro... ¡Por favor! ¡Perdiendo el tiempo!, …perdiendo el tiempo ¡Sí señor!

-Es lo que ... ¡OIGA!, o tiene Vd. mucha cara, o es Vd. un idiota, ¡o quiere hacerme a mí!. Por Dios..., por... ¡ por favor!, ¡en mi vida me ha pasado nada igual!

-No se excite, que yo no quiero hacerle perder el tiempo. Pero su anuncio, que lo traigo aquí, dice: “Inútil presentarse sin referencias. ¡Está bien claro!

-¿Ha venido Vd. a tomarme el pelo?, o... ¡qué! ¡Sí señor!: ¡Inútil!, éso es lo que es Vd.: ¡Un inútil! Y el tío, además..., lo reafirma sin inmutarse; pero... ¡ por favor!

-Bueno, no sé... pero según mi hermano es éso, lo que realmente piden en el anuncio.

-¡Perdón! Siento que tampoco sepan leer Vd. y su hermano.. Discúlpeme y por favor... ¡VÁYASE!

-Ahora me voy, pero también... permítame Vd. a mí. Yo de trabajos, no se mucho; pero más inútiles que yo, conozco un montón y están todos bien colocados y con buenos sueldos. La verdad, nunca había pensado que para esos puestos se publicaran anuncios en los periódicos pero mi hermano, esta mañana me convenció y por eso vine.

-¿Será Vd. desvergonzado? ¡Inútil! Que además de hacerme perder el tiempo, me está sacando de quicio.

-¡LÁRGUESE DE AQUÍ! Por favor se lo pido... ¡Lárguese y no vuelva jamás por aquí!

-¡Seré inútil, según Vd.! Pero con más educación y no un pijo malencarado como Vd., por lo que estoy comprobando; Vd. con su traje de rebajas y esa corbata enroscada al cuello como se atan los caballos, quizá tenga muchas referencias, pero eso no le da ningún derecho a insultarme. Relájese y si admite un consejo, mande todo esto a la mierda y apúntese a un crucero de vacaciones. Están llenos de inútiles encantadores y verá que bien lo pasan. Adiós.”

Cuando salí de la entrevista, estaba tan encendido que si encuentro a mi hermano hubiera cometido cualquier barbaridad. No entendía nada... Ni tan siquiera supe, ¿por qué me insultó aquel tipejo? Qué dije o hice, para que me tratara así; no debí consentirlo ni siquiera en su propia oficina. ¡Pero bueno! ¡Fue increíble! Seguro que no era más que un don nadie, lameculos del Jefe. Yo seré inútil y no sabré informática, ni escribir a máquina, pero tampoco conozco la sirena del despertador cada amanecer y hago con el tiempo y con mi vida lo que me da la gana, en cada momento. Yo, seré un inútil, pero inútil para cosas tan inútiles como las que hacen tipejos como él. ¡Tenía que habérselo dicho! ¡Eso! Y también que era un imbécil, un esclavo y seguramente una mala persona y con tipos como él, no merecía la pena ni perder el tiempo, eso que a mí tanto me sobra.

Cuántos españoles entre 25 y 50 años, saben informática y escribir a máquina? Cuántos con titulaciones académicas y estudios universitarios? ¿Hace falta ser ingeniero para ordenar, colocar, cargar y descargar paquetes? ¿Estaba soñando o, acababa de despertar de una pesadilla?

Yo nunca miré las ofertas de empleo, porque nunca tuve necesidad de trabajar, que hasta la fecha, vivimos muy bien con lo de mis padres; en el círculo familiar y de amigos, en el que siempre me moví, es lógico que tengas un trabajo si has estudiado una carrera o aprobaste una oposición o tu padre tiene una Empresa, pero trabajar sin necesidad y por amor al arte, no conozco a ninguno. El trabajo es cosa de obreros, que careciendo de medios y patrimonio, necesitan el trabajo para subsistir lo que, hasta ahora, no era mi caso.


I. 2. Titulaciones: las habilidades

Careciendo de estudios y experiencia, ya sé que para ganar un sueldo, necesitaré aprender algún oficio que de peón y para ganar un sueldo equivalente al alquiler de un apartamento como el de mi hermano, mejor sigo como estoy. Todo el mundo sabe, que son los obreros quienes soportan la carga de verdad pero, para lo que ganan, si pudieran, no trabajaría ninguno; por tanto, desecharé cualquier oferta de trabajo donde exijan experiencia contrastada o para peón o burro de carga, que mi cuerpo ya no está para eso. Cierto que son necesarios los conocimientos y la experiencia y por eso precisamente, nunca me podré presentar como médico, arquitecto, fontanero, informático, mecánico o controlador aéreo pero, mis conocimientos de la vida podrían servir perfectamente para encargado de almacén, vendedor, animador de festejos, viajante de lencería de señora, portero de noche, conserje, ayudante de cocina y muchísimas cosas más, a pesar de mi falta de experiencia.

De más joven, decían que era un atractivo y apasionado surfista, con cuyo deporte recorrí playas y algunos países en situaciones complicadas de visados, pasaportes y prácticamente sin dinero para estancias y transporte de regreso de las que, siempre conseguí salir airoso y que, difícilmente solventarían muchos de esos yupís-pijos.

No poseo titulaciones, oficio, ni experiencia para un puesto de trabajo, pero soy un tipo mentalmente equilibrado y con suficientes vivencias de la vida, como para sentirme habilidoso, buen comunicador, entretenido, intuitivo y como dice la Yoko, “con mi pelo medio largo y rubio, mi ausencia de grasas y mi bronceado todo el año, bien podría ser contratado para filmar cualquier película de bucanero”.

Mis titulaciones, están en mis habilidades; desde mí mismo sabré moverme y actuar de forma efectiva y positiva y así, cualquier tarea será llevadera por pesada que resulte. Quizá tenía alguna razón aquel pijo maleducado, que me hizo la entrevista: mi perfil, no era el adecuado, que seguro esperaba a un candidato con una carpeta llena de títulos y certificados en un currículo repleto de mentiras y exageraciones y una actitud sumisa y ridículamente educada. Seguro que le molestó que me presentara con pantalón vaquero y en mangas de camisa y al sentarme, cruzara las piernas y me recostara a observar aquel enjambre de focos en el techo y sólo hiciera mención, a la maldita banderita y al despacho de mi padre en el Ministerio. Debí recordar lo maqueados y serios que iban mis amigos a pedir trabajo, siempre acompañados de alguna recomendación y un importante currículum adornado de falsas habilidades y mentiras grandilocuentes. Más de una vez, quedé perplejo ante la osadía de apropiarse de tantos conocimientos y virtudes, cuando fuimos compañeros del mismo colegio y compartimos los mismos suspensos. Pero necesitando el trabajo lo consiguieron y hoy, están todos bien situados.

Hay que adaptarse a la realidad de la vida, que mi familia y yo en cuestiones de trabajo, estamos absolutamente desfasados; en el fondo, hasta puede ser verdad que somos una familia de inútiles y no servimos más que para gastar, aparentar y hablar vulgaridades destripando y envidiando a todos los que se ponen en nuestro punto de mira o tienen un trabajo y cobran cada mes aunque eso, también es un asunto de posición. Los que trabajan forman un grupo, el más importante y los que no tenemos o tuvimos esa necesidad, por la razón que sea, estamos en otro. Los dos grupos son antagonistas y con vivencias e intereses encontrados. Si yo fuera el entrevistador, me parecería perfectamente normal que viniera un tipo como yo y me hablase con calma, relajado y de una forma tan natural; pero yo era el candidato al puesto y mi vestuario, compostura, desparpajo -si es que lo hubo, que ya no recuerdo- eran quizá más propios del entrevistador, que del entrevistado.

En ningún caso debo cambiar mis señas de identidad. Me tengo que ofrecer tal como soy, que parece la fórmula lógica de resultar competente y adaptarme al nuevo trabajo y mientras no lo consiga, mantendré mi habitual forma de vida desde la pose de grandeza familiar, con medios que pretendemos y no tenemos, pero que forman parte inequívoca de nuestra seña de identidad y de los que aunque desgraciadamente carecemos, hay muchos que sí lo creen. Y el desparpajo y conocimiento de “chismes” de los demás, mi libertad de horarios y el hecho de vivir sin hacer otra cosa que alternar por bares y chiringuitos, que es lo que más envidian los demás.

La gente que trabaja está tan ocupada, que no conoce nuestras miserias y son muchos los que envidian nuestra forma de vida. Desconocen los apuros que pasamos para malcomer cada día y las horas y kilómetros que empleamos recorriendo y explorando tiendas donde hay algo de calidad, rebuscando para encontrar algún saldo adecuado a nuestro vestuario. Ni las horas de cuidados y atenciones que dedicamos a nuestros cuerpos y mascotas en entrenamiento, ejercicios, maquillajes, lavados, peinados y cepillados para que, en cada lugar al que acudamos, resultemos divinos y la envidia de todos.

Sin descuidar estar informados: ¡La cultura! Hacen falta muchas horas de lectura para estar al día de lo que pasa. No vale leer sólo un periódico o una revista del corazón, para tomar el pulso a la sociedad. ¡Hay que leer todas las revistas y varios periódicos! No todos dicen lo mismo, ni recogen lo más interesante. Es necesario contrastar y especialmente descubrir la noticia que te permita hablar con voz propia, y esas noticias no son las que aparecen en las portadas. No; ni mucho menos. La noticia interesante es la que casi nadie conoce todavía y que será portada la semana siguiente. Hay que ir por delante y para eso, es necesario leerse todo lo que sale. Y si no sale, tener intuición y apoyándose en los indicios de algunas informaciones anticiparla tú. Es esa la única manera de mantener el interés hacia tí, hacia tu físico, dejando constancia de tus conocimientos, de tu posición.

Hay que ser consciente de que el acceso a toda esa información, cuesta una importante cantidad de dinero cada mes. Cuando vivían mis padres, rodaban por casa todos los periódicos nacionales y la mayoría de las revistas que le apetecían a mi madre y a mis hermanas. Yo también tuve todos los cuentos de T.B.O. Tío Vivo, Pulgarcito, Jabato Extra, Roberto Alcázar y Pedrín, Capitán Trueno, Mortadelo y Filemón, Rue del 13 Percebe, Asterix, y un largo etcétera que ahora no recuerdo, pero que de haber tenido algo de cabeza, los hubiera guardado y hoy tendría una importante colección. Cuando empezaron las estrecheces y la necesidad de estudiar muy bien las cuentas, también se cambiaron algunas costumbres, entre las que se incluyeron los gastos del quiosco. Aquí participa toda la familia, de forma que la captura de información, la realizamos de forma individual. Yo tengo como abastecedores principales de prensa y revisteo la clínica del perro, la peluquería y el café de la mañana. Únicamente adquiero en el quiosco el diario del domingo, por los suplementos que lo acompañan y que es la base de entretenimiento que tengo en casa para sestear el resto de la semana y que, entre los pasatiempos y reportajes y entrevistas a personajes de relieve, me permite tener la memoria entrenada y también aporta cierto lustre de persona conocedora e inmersa entre la intelectualidad. Además, los fines de semana, no debe uno dejarse ver por los sitios habituales. La gente de bien, va a la sierra o aprovecha para hacer excursiones. Los sábados y domingos, son los días que los trabajadores salen con sus esposas, en sus únicos días libres. Los señores y los pudientes, que no trabajan, los fines de semana conocen nuevos sitios, y/o practican deportes de moda. Yo no soy pudiente, pero tampoco trabajo, por lo que esa costumbre también me afecta. Los domingos, abren los bares, los restaurantes populares y los merenderos, pero no abren ni restaurantes importantes, ni teatros, ni locales de ambiente; eso sitúa a cada cual en el sitio que le corresponde.

Además de dominar el cotilleo gráfico nacional y del territorio donde me muevo, regalo “vivencias y experiencias” con las que mantengo interesada y entretenida la concurrencia, de la que habitualmente me rodeo en las salidas. Quizá el elemento más importante sean los viajes. El conocimiento del mundo. Las estaciones de esquí, en invierno; la navegación, la pesca deportiva y el submarinismo, en verano. La base de mis relatos, aunque no lo digo, la saco de mis tiempos de surfista y lo adorno con lo que leo o veo por la TV. Todo esto que suena tan bien, lo disfruta tan poca gente, que no hace falta demasiado esfuerzo para “experimentarlo desde tu casa”. Con sólo ver la TV. y tener algo de imaginación, ya es suficiente. Es exactamente como sale en TV., aunque nunca, nadie, si conoce el sitio, es capaz de identificarlo con la realidad, salvo la torre de la Iglesia o la fachada de algún edificio insigne. Por tanto, hay tan sólo que tener algo de curiosidad y leer algún folleto de los que regalan en las Agencias de Viajes y en las Ferias y en los Hoteles. Es primordial describir con generalidades, que coinciden con todas partes, y puntualmente soltar algún detalle significativo, pero no el más importante, que eso lo ve todo el mundo. Algo que sin ser importante, te pudo llamar la atención por su originalidad y, especialmente, porque cautivó algún sentimiento personal tuyo (sensibilidad artística, espiritualidad, calidad en el servicio del hotel, donde –teóricamente- te hospedabas, etc.). Si además eres capaz de mencionar ese monumento o evento con el nombre original y en el idioma del lugar de donde estás comentando, aunque inmediatamente también hagas la traducción, tu relato gozará de toda la autenticidad y reconocimiento y despertando, de inmediato, la admiración y envidia de los tertulianos de ese momento, elevando tu status de viajero y persona de mundo, a la máxima categoría.
De cualquier forma, para la gente, son mucho más atractivos y espectaculares mis imaginarios viajes y aunque no sirven para otra cosa, al menos me ayudan a ligar y a través de ellos consigo ser saludado por mucha gente y de paso, tomarme todas las copas que me apetece, aunque muchos días no lleve dinero conmigo. Eso es lo efectivo.

Ahí están mis titulaciones. Y nunca presumí de ellas, además. Lo único que a mí me preocupa es la falta de dinero. No necesito otra cosa, ni coche, ni casa, ni amigos, ni siquiera trabajo. Sólo necesito un algo de dinero para cubrir estos gastos tan elementales, como comprar algo de ropa de vez en cuando, tomar algunas copas por ahí cada día –y son sólo vinos o cerveza-, dos o tres paquetes de cigarrillos a la semana y una pequeña cantidad para el sustento de casa. El equivalente al sueldo de un obrero sin titulaciones.

Las “aventuras vividas”, son las mejores para mantener las tertulias nocturnas, que es cuando mejor se pasa. Sobran aduladores que presumen de ser amigos de muy antiguo y que generosamente te obsequian con invitaciones de tabacos y licores, si “tus conocimientos y experiencias” despiertan interés. Para ellos, también es una forma de viajar y sólo pueden conseguirlo a través de tí. En el fondo, sus sonrisas y adulaciones, son sólo una mueca grotesca del placer que sueñan estar sintiendo, al considerarse inmersos en tu propio relato. Eso es lo que a tí te hace afortunado, culto y superior. Esta forma de pasar el tiempo también va creando ambientes, estableciendo de paso un pequeño territorio que, de alguna forma, te pertenece. La vida no deja de parecerse, más bien es lo mismo, a la vida animal en estado salvaje. Hay jerarquías, miedos y servidumbres. Y según donde estés situado, así te irá. El territorio es muy importante. No hay mecanismos especiales, o al menos yo los desconozco; pero sí intento que mi presencia se haga notar: para que me tengan en cuenta y también para ser respetado. No me gusta que tipos como yo deambulen por “mi territorio”; no hay sitio suficiente y yo no quiero batirme en competición con nadie. Si esto sucede, trato de ser superior y si no lo consigo, abandono antes de tener un enfrentamiento.

Pero como yo, no conozco personalmente a nadie. Sólo me conozco a mí y por lo que me pasa últimamente, tampoco lo suficiente. Sí suelo acompañarme de una surtida tribu de incondicionales, entre los que puedo incluir a la “familia” con la que comparto mi casa. En general, son gente desocupada, no muy exigentes ni tampoco interesantes, que se te pegan como parásitos, que beben, ríen y se alimentan física y espiritualmente de tí; una pequeña corte de incondicionales que, aunque aparentemente no te sirvan y muchas veces hasta te molestan, son imprescindibles para tu subsistencia. Sin ellos no eres nadie. Tu presencia pasaría desapercibida para todo el mundo y te sería muy difícil hacerte notar. Es el número, el grupo, la armonía, las conversaciones distendidas, ruidosas y divertidas lo que llama la atención de los demás. Precisamente, eso es lo que resulta más atractivo para la gente anónima, muy ocupada y sin tiempo para vivir.

Hace falta quien soporte tus malos humores, ría tus malos chistes y aguante pacientemente tu falta de recursos. Además, cuando hay un grupo numeroso, la mayoría de los hosteleros colaboran con invitaciones, olvidos generosos y agradecen sobremanera que sus locales disfruten de ambiente de calidad y con clientes asiduos.

Como sucede con las cosas accesorias y sin saber por qué, estos fieles no permanecen de continuo en tu entorno, salvo los muy allegados y la familia; pero de una forma natural, según unos desaparecen, automáticamente, otros ocupan su lugar, de forma que pasan los años y el grupo, al menos en cuanto a número, se mantiene. Viene sucediendo así también desde la época del Surf, que aquello era muy bohemio y acojonante.

I. 3. La Casa familiar

Menos mal que no tenemos que pagar casa y, aunque no muy a gusto, nos vamos entendiendo y compartiendo el poco dinero que disponemos e incluso, aunque no con excesivo entusiasmo, la realización de las tareas más necesarias. Toda nuestra relación social, incluso con la familia de nuestros padres, la mantenemos con y a través del bullicio de locales de hostelería. No recibimos visitas en casa, ni mantenemos relación de vecindario como cuando vivían nuestros padres. Somos una familia atípica en todos los sentidos, pues nos cobijamos, más que compartir, en un mismo domicilio, aunque comamos juntos y de lo mismo y no haya diferencias a la hora de preparar la comida e ir a la compra, tanto en lo económico, como en el trato familiar.

La casa, la tenemos distribuida tal como estaba en tiempos de mis padres. Ni se ha quitado, cambiado o modificado costumbre alguna. Por no cambiar, ni hemos sustituido los cristales rotos de los ventanales de la última planta, que no se habita. Tampoco cuidamos el jardín, ni los alrededores.

Desde el exterior parece más un paraje abandonado, que una casa habitada. En el interior, nos limitamos a dejar pasar el tiempo, limpiando y recogiendo únicamente lo imprescindible o lo que tú mismo has manchado, especialmente si notas que te está viendo alguien. La planta baja, la utilizamos todos para todo y es donde comemos y pasamos la mayor parte del tiempo. En la primera planta, están las habitaciones aunque sin cerraduras y medio dividida en tres partes: la que utilizan Ana y Alejandro, otra que utiliza Teresa y su hijo Tomás y la utilizada por mí, que ocupaban mis padres cuando vivían y que consta de dos habitaciones, un hall-vestidor y un baño. La segunda planta y bajo cubierta, es más un trastero al que hace bastantes años que no sube nadie. La parcela es bastante grande: tiene unos 5.000 metros y está cerrada por una valla metálica cubierta de cierre vegetal de casi dos metros de altura y muy tupido, que hace que sea muy difícil atravesarlo, con lo que no tenemos miedo a que nadie pase a través de él. Además de la casa, hay un viejo invernadero, una pequeña rosaleda con dos bancos de madera y una zona más frondosa de manzanos y arboleda silvestre.

Esta casa, ya no es morada apropiada ni para las palomas que habitan en la cubierta, junto a los fantasmas de la primera dinastía “San Martín Refreita”, que tan orgullosamente paseaba mi abuelo y después mi padre, por esos acuartelamientos militares donde ganaron medallas, honores y lo poco que poseemos. De noche, más que dormir, durante el verano tenemos bastante entretenimiento con la invasión de mosquitos que nos acribillan por todas partes. La edificación, de ventanales grandes y techos muy altos y cortinajes, alfombras y muebles de cuando la construyó mi abuelo, siempre estuvo al cuidado de varios criados que se ocupaban de la comida, de nosotros y también del jardín y de la casa. Hoy, que ya no hay criados, está más poblada que nunca; además de nosotros y los fantasmas que mi hermana Teresa y Tomás, están seguros de haber sentido y oído alguna vez, está invadida de toda la variedad de bichitos censados en varios kilómetros a la redonda. Hay cucarachas de varios tamaños, tipos y colores: negras, rubias, gordas, alargadas, con el lomo plano o encorvado, cabeza del mismo color que el caparazón o más clara; hormigas caseras y de hormiguero y que componen un abanico multicolor de razas y tamaños. Me sorprende lo respetuosas que son con el territorio. Cada uno, cada grupo, nunca invade el de los demás. Conviven sin conflicto de especies. Los suelos y las paredes, hasta una altura de máximo un metro, es territorio exclusivo de hormigas y cucarachas, aunque a veces he visto algún gusanillo, que creo es larva de alguna de estas especies, pero que no son habituales. El espacio aéreo, donde realizan acrobacias de entrenamiento y también como inspección de objetivos, está amenizado por insectos típicamente caseros y habituales de las casas rurales: moscas, mosquitos y de vez en cuando, algún abejorro. Las moscas, creo que son siempre las mismas y de la misma familia, pero los mosquitos, que rara vez llego a ver alguno, son diferentes en raza y tamaño. Los distingo por el ruido de sus motores, algunos como viejos reactores de guerra y otros, los menos, auténticos cazas de vuelo supersónico, pues antes de detectar el ruido del vuelo, notas el aguijón de la picadura; y tan veloces, que el manotazo instintivo que le largas a esa parte de tu anatomía ya castigada con el veneno y la succión de sangre, le eliminas las pocas defensas que le quedan con el mazazo que por añadidura, tú mismo te propinas. Los mosquitos, técnicamente están mucho mejor dotados que cualquier otro insecto. Pueden actuar con luz, a oscuras, sobre objetivos a la vista o incluso camuflados o escondidos por telas, ropajes o cubiertos por varias capas de cremas, ungüentos e incluso repelentes olorosos y bacteriológicos ideados como arma defensiva contra sus ataques. Nunca ves el cadáver de un mosquito. Sus actuaciones son rápidas, cortas y muy efectivas. Conseguido el botín y cumplida la misión, desaparecen. Para mí, todo esto forma parte de la casa y también de la familia. Habitan la casa desde antiguo y digo que disfrutarán de los mismos derechos que los demás. Que sepa, no hay ratones, aunque de ver alguno algún día, no me sorprendería nada. En el jardín si sé que hay topos, por los montoncitos de tierra que periódicamente van apareciendo, pero me dijo alguien que son muy beneficiosos y yo soy bastante respetuoso con la naturaleza. En los alrededores de la casa y repartidos por el jardín, también hay lagartijas, caracoles y animalejos típicos e inofensivos de la zona. También tenemos un galgo afgano, de fina estampa y pelo muy sedoso, muy elegante y distinguido, que parece un Lord. Para sacarlo de paseo, necesita sesión de lavado, peinado y manicura, pero por lo demás se pasa la vida sesteando como los demás. Vive en casa, pero sale a desahogarse en sus necesidades al exterior y lo hace al fondo entre la arboleda, sin que moleste a nadie. Es un experto cazador de moscas, que hace tumbado en el porche y las caza al vuelo. Sólo las caza. Cuando captura alguna, realiza unas muecas muy divertidas, en un intento de escupirlas sobre la tierra. Este perro tiene toda la fuerza y habilidades en la boca, pero no sabe escupir. Me gusta contemplarlo cuando caza moscas, por la rapidez en lanzar el bocado sobre el insecto, consiguiendo mayor velocidad y finalmente atrapándolo. A veces, intento hacer lo mismo con mis manos, pero casi nunca consigo más que cansarme y bracear como un idiota.

Con el verano, desaparecen todos los insectos salvo algunos organizados batallones de hormigas pequeñitas, que se quedan todo el año, laboriosas y a lo suyo, pero nada molestas.

En primavera y otoño, las estaciones más generosas y confortables para disfrutar y contemplar los exteriores de la casa, hacemos algún arreglo en el arbolado y abonamos y segamos la pradera que la rodea, para ya casi en noviembre quitar la hojarasca que invade la finca. En invierno, cuando los insectos se esconden, nos dedicamos a asustar el frío y los fantasmas, que también se guardan y se asoman entre las cortinas y por los cristales rotos que tiene la casa.

Cada invierno recuerdo el de aquel año: crudo y frío en el exterior y en nuestras cabezas, porque la casa en aquella época, era luminosa, cálida y familiar. Además de mis padres y mis dos hermanos, vivía con nosotros Hortensia, la cocinera, y Matías, que actuaba de jardinero, chofer y secretario de mi padre. Contra viento y marea Ana y yo decidimos viajar a Londres con Teresa y Alejandro, en busca de libertad y para afianzarnos como adultos y dar un escarmiento a mi padre, cansados de tanta disciplina, tanta puntualidad y tantos sermones. De aquí salimos cuatro, pero la vuelta fue espantosa para nuestros padres; Ana y Alejandro emparejados y Teresa embarazada. Fue muy problemático al principio, pero a los tres meses y después de no aparecer más que a por dinero, ropa limpia y algún atracón de comida, -siempre que no estuviera mi padre en casa- aquella caída de mi madre y la posterior operación de cadera, nos reconcilió a todos y mi padre, ya dispuso que viviéramos todos en casa. Ya van casi nueve años.

Ahora, es todo muy diferente: por primera vez, tenemos problemas de dinero y ninguno sabe hacer nada que pueda generar ingresos, ni un oficio que permita ganar algo cada mes, a pesar de que nuestros padres nos buscaron los mejores profesores y trataron de enviarnos a los mejores colegios (o a los más caros), al final ¿qué fue lo que aprendimos? ¿Qué es lo que sabemos? Nada, o al menos nada de lo que tenga valor en los tiempos actuales.

Ana y Teresa, estudiaron piano, pero... ¿saben tocarlo? También francés e Inglés... y cuando estuvimos en Londres, era yo el que tenía que pedirlo todo. Lo poco que sé, que no sé nada, también lo debo al Surf y sirve para viajar, que me entienden o por lo menos, consigo resolver las situaciones más elementales como comer, refrescarme, tomar un trago, buscar un taxi, encontrar una habitación y volver a casa sin demasiadas complicaciones. Es para lo único que sirve un idioma, digo yo. Pero ellas, que lo estudiaron y hasta tienen título que lo acredita, no son capaces ni de llamar por teléfono y a mí, que no estudié nada, me llevaban de intérprete. A mí me gusta la vida y si te gusta la vida, la llegas a entender y con ella, todo lo que te rodea: personas, animales y lo que se presente. Sólo hay que vivir cada instante, cada ocasión, cada segundo, cada situación. Ana y Teresa también estudiaron arte: románico, gótico, plateresco y jónico y no sé cuantos más. También hablan de literatura de los clásicos, poetas del siglo de oro y dicen amar el arte contemporáneo. Todo sandeces; lo dicen, como lo de los currículos, pero es todo mentira. Leen lo mismo que yo. Lo mismo no, que ellas, los periódicos ni los abren; revisteo y les vale cualquier cosa que tenga fotos en color y aparezcan modelos, moda o algún exceso en celulitis que pueda lucir cualquier famosilla conocida. Les vale cualquier revista, aunque sea de semanas atrasadas.

Desde que Hortensia se fue al pueblo con su madre, aquí comemos enlatados, pizzas, precocinados y demasiada basura. Menos mal que con los vinos baratos que tomamos por ahí, de paso nos obsequian con bastantes “aperitivos” y por regla general, salvo los fines de semana, el “aperitivo” también sirve de sustento y como ayuda para lucir cuerpos esbeltos y carentes de grasas. Se me escapa la vida, como cada tarde triste, como escapan los días y los meses. Y así un año tras otro, sin ningún sobresalto que rompa la rutina y el aburrimiento y especialmente, este vivir a duras penas que, desde que casi agotamos las reservas que nos dejaron mis padres, llevamos toda la familia.

No sabemos nada de cocina, coser un botón o hacer algo práctico como hacer funcionar la calefacción que tenemos en casa. Es de carbón (de leña y carbón), no tiene ningún mecanismo complicado, como botones, luces y cosas parecidas; solo dos puertas, una pequeña parrilla interior donde se coloca la leña y ya encendida, el carbón; dos relojes para la temperatura y la presión del agua y la bomba que impulsa el agua a los radiadores. Aparentemente, todo funciona: enciendo y enseguida se calienta el cuarto donde está instalada y gira la flechita de la bomba pero el calor, no llega al resto de la casa. Solo se templan los tubos que alimentan los radiadores, pero solo se caldean así que, como no hay dinero para llamar a un técnico, rasca frío y jódete, poniendo mantas. Sí, de verdad, soy un inútil, el más inútil de esta casa, porque soy el que me doy cuenta. Los demás, como no lo notan, tan panchos; Tampoco lo notaba yo hasta que me entrevistó el pijo aquel. No fue la entrevista. Fue la reflexión posterior sobre como encontrar un trabajo.

Empezaré por elaborar un currículo adecuado y a partir de ahí, buscaré la forma de encontrar un trabajo. Haré el currículo que la gente quiere ver, cuando se le solicita un trabajo. El próximo pijo que me entreviste, debe sentirse orgulloso, viéndome a mí, de encontrar un candidato tan idóneo para cubrir el empleo que ofrece


I.4. La Herencia

Hoy, estuvimos todos en la Notaría por la liquidación de los derechos de la herencia. Hace ya más de cinco años que Papá está enterrado y aunque, nacido algunos años antes, sobrevivió a Mamá casi tres años más.

No llegaron a compartir ni a disfrutar juntos, lo que fue acumulando mi padre a lo largo de su carrera militar y menos todavía, cuando lo jubilaron, enviándolo a la reserva, como consecuencia de la operación de cadera y fallecimiento de mi madre, unos meses después. Aunque todos lo dijeran, nunca me convencí de que volver a aprender a caminar y verse tan dependiente, fueran causas para un final tan inesperado; su mal era interior y de antiguo, que unido a la depresión que le supuso el hospital, derivó en tanta tristeza e inapetencia con que se acompañó las últimas semanas. Dentro de su fragilidad y forma delicada de moverse y de vivir, siempre fue una mujer fuerte y no recuerdo haberla visto con un catarro. Comía poco, pero de todo y no bebía más que agua. Como únicos excesos: sus rezos, la lectura y las reuniones que, dos o tres días a la semana, mantenía con aquel grupo de cotorras, compañeras desde la infancia. Su vida con mi padre, tampoco fue una carrera de aventuras y satisfacciones; solo se acomodaron el uno al otro y nos tuvieron más como consecuencia de dormir juntos, que por actitudes de cariño, que no recuerdo ninguna. No discutían, porque mi madre siempre hacía lo que a él le pudiera gustar. Se casó con un militar de importancia y se acomodó a él, como se acomoda una condecoración a la solapa de la guerrera para los desfiles. Mi padre, utilizaba la guerrera con las condecoraciones para actos importantes o cuando deseaba lucirse; para esos momentos, mi madre también era parte del decorado. Para no tener que colocarlas y quitarlas, se hizo un uniforme especial para el medallero, con -medallas y condecoraciones- en el lugar que les correspondía; para su despacho del Ministerio, utilizaba los uniformes de siempre, donde lo único destacable eran las estrellas de su rango y categoría. Supongo que utilizaba el mismo procedimiento para su vida amorosa: mi madre, en casa y para acompañarle en actos importantes y para los días normales del resto del año, con alguna ocupación derivada de sus compromisos y actividades, por las nulas explicaciones y horas que pasaba fuera de casa.

Los días de desfile, no se vestía y después colocaba las condecoraciones en el uniforme; se vestía con las condecoraciones y el estandarte expositor concebido para exhibirlas: La guerrera que, al igual que en las procesiones religiosas, el público y los fieles veneran culto y reconocimiento a determinada imagen, mi padre también se introducía en su interior y con sus pasos y movimientos, actuando de hombre anuncio de todos aquellos trofeos, se exhibía orgullosamente ante Jefes, compañeros y subordinados. En aquellos eventos, mi madre, en calidad de la esposa de, formaba parte del cortejo, como una condecoración más. Incluso nosotros hasta que, por vergüenza, ya jóvenes con complejos, nos negamos a acompañarles por los comentarios que nos esperaban en el colegio al día siguiente.

En las celebraciones posteriores a los desfiles y cuando los humos y aromas de puros los licores, se adueñaban de la atmósfera del recinto, igual que la niebla densa, que oculta la luz y la belleza del paisaje, esposas y niños acompañantes, abandonábamos la celebración, quedando los protagonistas y sus más allegados para la auténtica celebración, en la que se desposeían de la guerrera con los trofeos y hasta de la corbata, arremangándose y desabrochando un par de botones de la camisa, para tener la garganta más suelta para el canto, las risas y los aplausos. Las esposas o al menos mi madre, cuando nosotros ya no participábamos, siguió con la misma costumbre de abandonar la celebración después de la comida, dejando a mi padre hasta que aparecía a altas horas de madrugada, bastante descompuesto y no con demasiado buen humor. Al día siguiente, sólo se llegaban a comentar anécdotas de lo ocurrido durante la realización del desfile. Lo que pasaba después, siempre fue un misterio para mi madre y para nosotros.

Fueron unos buenos padres y nos dieron todo lo que tenían. Formaron una pareja que, con momentos buenos, que seguro que tuvieron y también con contratiempos que no les sobrarían, permanecieron juntos hasta el final de sus días y nunca les conocí una palabra más alta que otra. Si no se querían como los actores de las películas, al menos se respetaban y tuvieron tres hijos: mi hermana, mi hermano y yo.

Mis padres y los de Alejandro y Teresa, eran muy amigos; su padre y el mío, compañeros de promoción. Cuando fallecieron, sus hijos eran apenas unos adolescentes y pasaron a vivir con nosotros, ocupándose mi padre del seguimiento de sus estudios y también de administrar lo que les habían dejado en herencia y lo que pagó el seguro por el accidente. Mi hermana y Teresa, todo el mundo cree que son hermanas; parecen gemelas y a veces, hasta tengo la duda de si mi padre y la madre de Teresa, fueron algo más que amigos, por la forma que tuvo mi padre de redactar el testamento. Parece como que tiene que haber algo detrás, algo más, que nosotros todavía no hemos visto. No es que cambie las cosas, pero sabiendo donde estás, puedes actuar de otra manera.

Si Teresa fuera mi hermana, cambiarían algunas cosas. Ya conocíamos lo importante del testamento y de hecho, ya pulimos todo lo que dejó en acciones y dinero, pero hasta hoy, no dispusimos de la escritura notarial que lo certifica y que dice así: Alberto, Ana y Jaime, reciben como herencia de sus padres... la casa y finca... inscrita y registrada en el... a partes iguales. Quedan como usufructuarios de la casa, los tres citados herederos, que compartirán con Teresa... y su hijo Tomás, hasta que éste tenga la mayoría de edad... La propiedad no podrá ser vendida ni enajenada, en ningún caso, hasta la efectiva mayoría de edad de Tomás... Cualquier cambio de la situación personal de Teresa... y su hijo, como consecuencia de contraer matrimonio, traslado de domicilio a otra ciudad o cualquier otra circunstancia que les beneficie, tanto a ella como a su hijo, la faculta a abandonar los beneficios de este derecho de domicilio, siendo restituidos en el momento en que deseen volver. Estarán integrados en la casa familiar con los mismos derechos y obligaciones que los demás propietarios, contribuyendo de igual forma que los demás al mantenimiento y disfrute de la propiedad. Una vez obtenida la mayoría de edad de Tomás..., Teresa... seguirá disfrutando de la posibilidad de uso de la vivienda, salvo que ésta, por acuerdo de sus legítimos propietarios, decidieran venderla o darle cualquier otra utilidad, en cuyo caso quedan obligados a entregarle el equivalente del valor de una octava parte de la misma...

¡Esa es otra! ¿Herederos de qué? Hay una casa y una parcela donde se puede construir una mansión pero, por lo menos, hasta dentro de 10 años y que Tomas cumpla los 18, ni tocarla y ¡Encima encárgate de la limpieza y de mantener la nevera llena! Entiendo su cariño a Tomás, del que yo mismo soy el padrino, pero mi padre, que ahí no intervino mi madre ya fallecida, tuvo que actuar movido por algo más.

En todo este tiempo, desde que murió y conocimos su legado, ninguno de nosotros hizo preguntas, ni nunca se habló del tema, pero tiene que haber algo detrás para que mi padre actuara así: incluyendo en el reparto de la herencia a una persona ajena a la familia, en contra de los intereses de sus hijos legítimos. Recuerdo que después de la muerte de mamá, sufrió una transformación absoluta en su comportamiento hacia nosotros. Si antes era serio, severo y a menudo autoritario, también era tierno, dialogante y muy condescendiente con nuestras travesuras y caprichos, aunque nunca pudo con nuestra vida de malos estudiantes. Pero la boda de Ana, su preferida y para quien soñaba algo mejor que casarse con Alejandro, le volvió retraído, desconfiado e incluso cruel, en la forma de tratarnos. También nos sorprendió que al casarse Alejandro, fue él quien convenció a todo el mundo para que Teresa y su hijo recién nacido, vinieran a vivir a casa.

¿Qué había en su cabeza para ese comportamiento? Se puede entender que acogiera a Teresa y a Tomás, por su situación de madre soltera y también porque de alguna forma y desde el accidente de sus padres, se sentía responsable. Pero… ¿lo del testamento? Se me ocurren solo dos posibles razones: Una, que Teresa o más bien los padres de Teresa, le hicieran alguna petición que desconocemos y que él, hombre de honor y de palabra, cumplió con disciplina militar, como un deber; y la otra, referida a nosotros, a todos nosotros incluidos Alejandro Teresa: Quizá también nos vio como a una pandilla de inútiles, incapaces de administrar sus propios bienes y utilizó a Tomás para garantizarnos la subsistencia hasta la vejez, privándonos de abundancias y aventuras, pero asegurando un techo y un sitio donde vivir.

Parece que fue ayer, pero miro a Tomás y veo el calendario que marca nuestro tiempo. No vivió aquello y ni él ni su madre se pueden dar cuenta, que las madres ven otras cosas en los hijos, pero su hermano, mis dos hermanos y yo, tenemos en Tomás nuestro baúl de los tesoros. En él, se guardan nuestras propiedades, nuestros recuerdos y también el mapa de nuestra decadencia. Con su llegada y a través de él, fuimos privados de nuestras propiedades, nuestros sueños, nuestros proyectos y también nuestras ilusiones vitales. No tiene ninguna culpa, ni tan siquiera por él, se nos privó de nada; lo utilizó mi padre como guardián de todos nuestros tesoros. Nuestra decadencia, se germinó al mismo tiempo que Tomás y coincide exactamente con él, biológicamente hablando, porque el esperma de aquel desconocido y melenudo inglés, escocés, irlandés o lo que fuera, al mismo tiempo de dejar preñada a Teresa, también selló nuestro futuro. ¡Vaya orgasmo el de aquel hijo de la gran bretaña! Bien abundante para dejar jodida con Teresa, a su hermano Alejandro, a la mujer de su hermano, su cuñada Ana y también a los hermanos de su cuñada que somos mi hermano Alberto y yo y también a mis padres. Una proeza de suficiente tamaño como para matar de vanidad y orgullo al cabrón más pintado, sea inglés o de cualquier parte.

Lo cierto, que tenemos una finca y vivimos en la casa de siempre, pero desde que prescindimos de los servicios de Hortensia y de Matías, nadie volvió a limpiar los cristales, hacer una limpieza a fondo ni siquiera, a podar los árboles del jardín. Si tenía un valor de diez en aquella época, hoy no vale ni tres. Hasta huele mal. Aquí malcomemos, mal dormimos, malvivimos y nos maltratamos cinco seres sin ilusión, sin objetivos, sin conocimientos y sin alegría. Y no se puede culpar a ninguno, porque actuamos todos de la misma manera: perezosos, egoístas, pasotas y nada comunicativos. Si tenemos que decirnos algo, aprovechamos cuando estamos por ahí divirtiendo a los demás, a cambio de un vino de garrafón. Ellas lo llaman tinto de verano, para que al mezclarlo con gaseosa, se llene más el vaso. Me sorprende y también hasta me jode, que en la calle resultemos interesantes y hasta creo que divertidos. El muermo, la angustia y también la envidia, forma parte de nosotros, igual que las ojeras o las arrugas. Para salir, las tapamos con maquillaje para ofrecer la imagen que, creemos, nos hace interesantes. Es todo falso: Ni somos, ni tenemos, ni valemos para nada. Eso lo sabía mi padre cuando hizo el testamento, intentando hacernos el último favor. Siempre presumí de comerme el mundo, pero si trato de compararme con él, como hice en ocasiones, me siento un imbécil y tan inútil, que no tengo derecho ni a llevar su apellido. Era un Señor, un Militar con prestigio y relaciones, entre la gente de su nivel. Yo soy un papa-natas que para pasar el tiempo y satisfacer mi ego, he tenido que rebajarme a la ultima escala social: pícaros y desocupados, como yo, sin medios ni oficio, entregados al chismorreo y siempre buscando algún incauto al que podamos sablear con nuestras mentiras y apariencia grotesca de grandes señores, que ría nuestros chistes sin gracia, oiga nuestras falsas aventuras y de paso, nos invite a una copa.

Oigo mi interior que me dice: Jaime, tu padre, que te dejó jodido y el tipejo de la entrevista, que se atrevió a llamarte inútil, ¿no te estarán diciendo algo más? Si no lo dicen, están provocando una mala digestión y eso puede ser positivo. Mi cabeza anda revuelta y me siento mal. Tan mal como nunca me sentí hasta hoy.

Tengo más de 35 años y nada, aunque ahora vivamos más y mejor, vivimos de otra manera: duramos más años, hay menos enfermedades y al morir, si sucede antes de los 80 años, no se muere por trabajar como un animal para poder comer; se muere por excesos: hipertensión, cirrosis, cáncer, infarto, sida y algunos, bastantes, de pena, abandono o indigencia por falta de trabajo y de recursos. A mí, no me debieran afectar todas esas cosas aunque algunos aspectos, me puedan rondar cerca. Hasta ahora, todas las tomas de tensión que se me hicieron, dieron niveles bajos y rayanos a la denominación de individuo hipotenso. Al principio y antes de conocer exactamente el significado de esa palabra, hasta me sentaba mal que me lo dijera el sanitario que me tomaba la tensión, contestando por lo “bajini, y tú: hijoputa, por si acaso”, una grosería benévola y bien intencionada pero con todo el veneno de que era capaz. Bebo y fumo pero no me excedo, aunque sé que debiera dejar de alternar con vinos baratos y de mala calidad y tendría que dejar de fumar.

Intentaré moderarme y también iniciarme en caminar o hacer algo de ejercicio, a diario, pues desde que dejé el instituto, no volví a echar una carrera, saltar sobre cualquier parapeto, ni por supuesto, sudar la camiseta realizando ejercicio. Y lo del sida, ahí sí tomo precauciones cuando coincido en alguna relación nueva pero, a veces, pienso que en este aspecto somos todos víctimas casuales e involuntarias de la mala suerte. No tomo precauciones con mi pareja habitual ni ella tampoco pero, a veces surgen oportunidades y nunca se sabe; ahí, siempre quedan cabos sueltos y podría colarse un problema en cualquier instante. Dejaré de pensar tantas tonterías aunque con las cosas que me están sucediendo, no hay manera de vivir y dormir tranquilo. Agotado el dinero, sin un trabajo ni una ocupación como el surf, con todo lo que representaba, solo quedan los recuerdos y parte de la casa en la que vivo como propietario, pero de la que no puedo disponer a pesar de que, con la mitad del valor que representa mi parte, podría garantizarme una vida cómoda, divertida y sin remordimientos muy alejada de la situación y los pensamientos, como los que me invaden últimamente.

I. 5. Viaje a Londres

Mi padre y el tipejo de la entrevista apuntaban en la misma dirección, al menos en las sentencias finales que llegué a captar de los dos. Han pasado años entre una y otra, pero el diagnóstico es el mismo: “Jaime, eres un inútil y tan siquiera sabes cuidar de ti. No, no es de ahora, no. Esto me viene, nos viene, desde aquella nefasta experiencia del viaje a Londres; desde antes de partir ya éramos unos vagos irresponsables y faltos de cualquier conocimiento, por elemental que fuera, para poder sobrevivir. No era sólo cosa mía. Era cosa del grupo. Estábamos contaminados unos con otros y resultásemos idiotas, engreídos, vanidosos, vagos e inútiles, como grupo y también a nivel individual. No fue la boda de mi hermana con Alejandro, ni el nacimiento de Tomás. Al fin y al cabo, yo ya contaba con eso; era lo lógico que tenía que pasar. Mi hermana y Alejandro ya hacía tiempo que tonteaban y se bebían los vientos mutuamente. Mis padres, si no se enteraban, era porque para ellos éramos como hermanos y entre hermanos, no suelen suceder esas cosas, pero si los hubieran visto en las salidas de los fines de semana, también se hubieran dado cuenta. Yo nunca me atreví a comentarles nada. No era mi problema y además, de alguna forma, envidiaba a Alejandro de la suerte que tenía el tío para pasarlo bomba sin ningún esfuerzo; todo lo contrario de lo que nos pasaba a todos los chavales en aquella época. A mí me pudo pasar exactamente igual con Teresa. Me salvó, que cuando ella ya era una hembra que llamaba la atención y provocaba que todos los tíos se la comieran con los ojos, era aún un avergonzado mozalbete, sin otro atractivo que mis granos de acné y un miedo atroz al ridículo. En aquella época, Teresa se burlaba de mis incipientes pelillos que afeitaba con tanto entusiasmo y despreciaba mi físico huesudo hasta que, ya pasados algunos años, nuestros cuerpos alcanzaron cierto equilibrio, ella por su belleza y el mío por la figura robusta y bronceada de surfista; entonces sí que me buscaba y no la despegaba ni un instante de mí. Nuestro trato era tan familiar, que aunque sabía que andaba detrás de mí, nos comportábamos con “cordialidad de hermanos” y así lo entendía todo el mundo. Íbamos a bailar, salíamos en pandilla, pasábamos mucho tiempo juntos, pero sin tocarnos y dejando absoluta libertad de movimientos, igual que con mi hermana, la hermana de verdad.

Además de hacerle pagar por aquellos primeros desprecios, también influyó que, ya algo mayores, a mí no me gustaba la forma de comportarse de Teresa: demasiado presumida e infinitamente pija; tanto, que resultaba hortera. Iba de diva, de estrecha y escogida y por fortuna, yo siempre me enrollaba mejor con el grupo de los surferos. Éramos una tribu aparte: en la forma de vestir, de relacionarnos y sobre todo, de vivir. Cuando decidimos viajar a Londres lo dejé bien claro; iba con ellos, pero en ningún caso como acompañante de nadie. Viajaríamos juntos, comeríamos y dormiríamos en los mismos sitios, pero yo actuaría en algunos casos como si fuera solo. Teresa se apuntó al mismo plan, pero no se supo controlar y ahí empezaron todas nuestras desgracias: la cautivó la cerveza, el polvo blanco y aquél rudo pelirrojo, con pintas de vikingo. Dos horas de madrugada y preñada. Seguro que ni se enteró, aunque por vergüenza, a mí me confiesa que no se acuerda y a las amigas y conocidos, les dice que fue una historia romántica que duró apenas tres semanas y que ella deseaba ese final, tal como pasó. Quería un hijo, pero no deseaba marido. Y la forma más sencilla y la manera de evitar cualquier complicación en el futuro, era tenerlo con un desconocido que le gustara, pero del que no volvería a tener noticias el resto de su vida. Eso es lo que cuenta. Lo que pasó fue que bebió demasiado, quiso darme celos y, como no le hice ni caso y estábamos medio borrachos, se dejó y... el resultado Tomás.

Una borrachera. Ni placer, ni orgasmo, ni noche de sexo, ni nada de nada. Estábamos juntos, bebíamos juntos. Nos unimos a más como nosotros, pero no españoles y ni ella ni yo, nos acordamos del cómo y del cuándo pasó. Fue dentro del local donde estábamos bebiendo, bailando y fumando. Entramos juntos y juntos volvimos al hotel. A ella la sobaron, la besaron y quedó preñada. No se acuerda si fue en la entrada de los lavabos o a la salida contra la pared del local. Yo no tuve ningún contacto carnal con ella, ni con otras chicas. Sí hubo algún toqueteo bailando, pero sin ningún interés o, al menos por mi parte, porque no me acuerdo, aunque si recuerdo que no perdí la consciencia en ningún momento. Además no hubo ninguna conversación con nadie. No sabíamos inglés. Yo era el que pedía las bebidas, pero más por señas que de palabra. Teresa, ni eso. Recuerdo que sonreía y ponía la cabeza de lado, como ensimismándose del ambiente. Resultaba graciosa y aquellos gestos debieron ser los que provocaron que, un ruidoso grupo de chicos y chicas que estaban a nuestro lado, nos sonrieran y se dirigieran a nosotros con gestos amables de asentimiento y brindis. Pero no entendimos nada y lo único que consiguieran de nuestra parte, eran sonrisas entrecortadas y pequeños balanceos al ritmo de la música y pasado algún tiempo, intercambio de cigarrillos. Querían “Ducados” y nosotros llevábamos tabaco inglés. Hay que ser idiotas y tener poco experiencia. Por ahí empezó el baile, aunque yo apenas me moví de la barra. No sé que tenía aquella cerveza, que me tuvo sujeto sin levantarme del mismo sitio, por lo menos 2 horas; nunca me había pasado. Teresa sí bailó. Debió de bailar con cada uno del grupo con que iniciamos los saludos y con todos los que se le acercaron. El melenudo que creo padre de Tomás, no era del grupo situado a nuestro lado.

No hubo más días como aquél y a la vuelta, Teresa venía embarazada. Cuando emprendimos el viaje, acababa de tener la regla, según confesó al notar la falta y en todo el tiempo que estuvimos juntos, que fueron treinta y ocho días, en todo momento, estuvo acompañada por su hermano Alejandro o por mí. Menos mal que nunca nos acostamos, ni siquiera un roce casual. Ahí quedó todo y no se volvió a comentar; tampoco con mi hermana ni Alejandro de lo que pasó. Mejor lo que no pasó, a pesar de los resultados. A veces, me siento como si fuera culpable y en parte por no haberla protegido. Menos mal que Teresa, siempre dejó bien claro que no estábamos juntos y que, únicamente, nos encontramos para volver al hotel como habíamos quedado previamente. Ni me siento culpable ni, mucho menos, responsable de nada pero, tengo una sensación, una carga molesta, un no sé qué, que me acompaña desde entonces. Es otro jodido estigma de mi incompetencia, de mi inutilidad.

Si la vida es, en general, una consecuencia positiva, un avance de las cosas o, por lo menos durante los periodos de desarrollo y plenitud, como el que en los últimos 20 años debo de estar pasando yo, ¿por qué sólo alcanzo a experimentar lo negativo? Quizá lo malo, no es lo negativo; es lo que está parado, lo que no avanza, de ahí esa sensación de inutilidad que puede representar mi vida. Pero hasta ahora, no me he dado cuenta; no he percibido nunca esa sensación. De hecho, hasta consideraba que era un tipo cojonudo. Por encima de lo normal. Algo pasota, pero más avispado y competente que la mayoría de los que conozco. Cierto que no tengo un trabajo y todo lo que hice hasta ahora ha sido vivir de mis padres. Pero, escaseces aparte, siempre me he mantenido a una altura social de cierto nivel. No tengo estudios ni titulaciones, pero creo que doy la talla en cualquier reunión y mis comentarios y divagaciones, que salen siempre de forma espontánea y natural, como opiniones personales o como informaciones ciertas y adecuadas, son recibidas de buenas maneras y crean tertulia. De hecho, me buscan o me están esperando casi siempre, de ahí mi facilidad de comunicación en los ambientes de bares, tanto nocturnos como del resto del día. No me conozco en campos profesionales, porque nunca trabajé, pero estoy seguro que puedo ser tan competente como el primero. Lo que pasa es que no tengo aprendizaje y sin aprendizaje no hay experiencia y sin experiencia, a mis años no hay trabajo. Esas son las referencias que pedía el pijo de la corbata. Y supongo que una vez dentro de lo que sea, con el aprendizaje de la tarea que te pongan, también viene el aprendizaje de las formas y el vocabulario concreto de esa actividad, porque cada sector tiene sus formas, sus palabras, su forma de expresarse. Cuando hablaban de referencias, yo creía que era otra cosa. Al decirme mi hermano que pedían un tipo sin referencias, ya yo no le creí. Le hice caso por probar, pero estaba seguro que aquello, tenía que tener algún significado. Cuando lo ponían, era por algo. Una cosa, cualquier cosa, se dice, se menciona por lo que es, sin más. No se añade una coletilla con lo que no lleva o no necesita, porque eso está entendido de antemano. Si se menciona que no necesita tal cosa, es porque se trata de algo nuevo, donde se ha suprimido precisamente eso que se resalta que no necesita. Por ejemplo, los teléfonos o los ordenadores, que muchos no llevan cables. Cuando dicen sin cables, es que la conexión la han sustituido por otro medio, el que sea y, ese aparato nuevo funciona sin cable, cuando hasta ahora, siempre llevaba cables de conexión.

También creo que no significa lo mismo la palabra “referencias” para un Banco, un puesto de trabajo o una cita amorosa. A los tres sitios puedes ir sin referencias, pero incluso aportando “habilidades” que te permitan un primer contacto, a continuación exigirán referencias y en cada caso, muy posiblemente se referirán a cosas distintas. Bueno, o no. Quizá unas buenas referencias del Registro de la Propiedad, sirvan para los tres, aunque matizando mucho. Lo de “Inútil sin referencias” sí que tiene miga. Si soy el de la corbata, hubiera asesinado al inútil de pantalón vaquero que, de verdad, sí era yo. Tenía razón el tipejo aquél. Si señor, es justo reconocerlo y lo tengo que reconocer. Me ven como un inútil, aunque no quiera admitirlo, porque no lo soy.

I. 6. La Casa del Mouro

6.1.Sementales y cuidadores

Está bien poner las cosas en su sitio y si viene al caso, admitir lo que te viene encima. Pero hay matices: hay cosas que parecen, pero aunque las apariencias sean incuestionables, la realidad puede ser muy diferente. Vale que, en momentos, puedas llegar a sentirte “inútil” por algo hecho con una intención y te sale todo lo contrario de lo que esperabas; incluso tan mal, que hasta parezca con la intención de demostrar la habilidad que se tiene para ser totalmente inútil. Pero, normalmente, las cosas no son así y cuando suceden, no dejan de ser accidentes o meras casualidades. Y poniendo las cosas en su sitio, no se debe admitir a la primera, un “sambenito de mercachifle” como el de aquel don nadie de la entrevista de trabajo.

Las ataduras tejidas por mi padre al redactar el testamento e impedir la posibilidad de disponer de la herencia, como debiera corresponder a herederos adultos, libres, autónomos y suficientes, me di cuenta de que, aquella sensación de melancolía y pena que expresaba al mirarme, no eran achaques de la edad ni sentida ausencia de mi madre; no, su melancolía era una forma callada y triste de transmitir su pesar, quizá de no haber conseguido otra cosa, otras posibilidades de formación y preparación, para nosotros. Mi padre murió orgulloso de sus antepasados, de su carrera militar y de sus logros profesionales y sociales, pero se fue con mucha pena de no dejar una descendencia acorde a la trayectoria familiar de su apellido y eso, no supo o no quiso explicarlo de palabra; lo hizo en los últimos meses de su vida con su actitud silenciosa y cansina y aquellas miradas profundas y sin otro gesto que la tristeza y quizá la pregunta del ¿por qué? en el fondo de su pensamiento. Mis sospechas se confirmaron al conocer el testamento y a pesar del aturdimiento que se siente en ese momento, hice el propósito de tomar el testigo de la responsabilidad que representa llevar los logros y honores de los antepasados, a las generaciones que nos sucedan. A partir de aquel momento, actuaría con madurez y responsabilidad, como hubiera hecho mi padre. Hasta entonces, quizá había sido un “viva la virgen” indolente y despreocupado pero aquello, tan solo era por una falta de estímulos y ahora, ya había otros motivos.

La vida enseña cosas que no están en los libros y no siempre, lo que te reclama la familia y la sociedad en la que te desenvuelves, es lo más adecuado. Está bien, que te machaquen con que las cosas tienen que seguir un orden y sólo ése, es el camino correcto. Lo que establece y aconseja la sociedad y la familia, seguramente es lo más adecuado para que el sistema funcione correctamente, pero también hay otros caminos y si se encuentra la vía apropiada, quizá proporcionen una vida más intensa, más cómoda, más placentera y desde luego, mucho más atractiva.

Siempre tengo como referencia los recuerdos de verano que, hasta aprox. los 16 años pasaba con mis tíos en la Cordillera Cantábrica, en aquella casona del paraíso.

Mis tíos, lo son por parentesco cercano de mi padre con el propietario de la casa. Ambos tienen en común el apellido Refreita; se llama Baltasar Antonio Refreita del Mouro, aunque todos lo conocen por Antón del Mouro. Se dedica al ganado de carnes en una explotación familiar, con más de cien animales entre terneros, vacas y toros (algunos como elefantes y de más de mil kilos, que empleaban de sementales), algunos caballos y más de diez perros de raza, entrenados para la caza.

La casa, a la se conoce como “la Casona del Mouro”, es un destartalado palacete-castillo de reminiscencia medieval por su torre almenada y su iglesia, que domina una porción importante del valle, en un paraje natural con prados, tierras de cultivo, un río no muy caudaloso pero con abundancia de truchas y, en una de las laderas, un frondoso bosque de árboles enormes al que íbamos muchas tardes con intención de cazar pájaros. Se llegaba a la Casona, por un calzada empedrada y suficientemente ancha, para que se cruzaran sin dificultad dos autobuses y con cerramiento, a cada lado, de muros de piedra y una prolongada fila de árboles claros, gruesos de tronco, copa achatada, ramaje espeso y horizontal y grandes hojas, que cubrían de sombra todo el recorrido.

Me trasladaban en coche, pero soñaba una entrada a caballo, con traqueteo de cascos sobre el empedrado y seguido de una compañía de guerreros. Así debió suceder alguna vez, porque el nombre de Mouro, le viene de haber sido habitada o construida por algún Jefe Moro, antes de la Reconquista, según la leyenda popular. Al fondo y ya cerca de la casa, los muros se abren en un amplio abrazo que bordea las distintas edificaciones, delimitando mediante arbolado y cultivos de jardín, una serie de zonas para disfrute y esparcimiento. Tanto el camino de acceso como el vallado del recinto de edificaciones, era una zona no transitada por animales, salvo las puertas de acceso a los establos, situados en la planta baja.

La casona central y que daba carácter al conjunto, era una construcción en piedra, sólida y distribuida de forma rectangular, con un gran patio-corral, al que asomaban corredores con balaustrada de madera y en el que, durante el día, siempre había gran trajín de gentes y animales. En ese patio, se “cubrían las vacas en celo” por toros de tamaño desproporcionado en peso y dimensiones. Ataban a la vaca por la cabeza, a un poste de madera muy grueso clavado en el suelo e ideado para ese cometido, por las empalizadas situadas a cada lateral que impedían moverse al animal y, una vez bien sujeta, aparecía el semental con aspecto tranquilo y manejado con delicadeza, por el cuidador que lo dirigía y dominaba, únicamente a través de indicaciones de voz, como conversación pausada y amistosa y asiendo con firmeza, la correa sujeta, de una parte a la cornamenta y de otra, a la anilla enterrada en los orificios de la nariz del animal.

Una vez el toro en la parte trasera de la vaca, la olía varias veces y a menudo, acompasaba con suaves y prolongados lengüetazos, al tiempo de levantar la cabeza y realizar graciosos gestos de nariz, como sonrisa burlona, chulesca y simulando brindis de faena al auditorio, al mover el hocico hacia los lados. Este juego de olfateo y cata degustativa de los fluidos de la vaca, en pocos segundos lo colocaban en posición de ataque y en una embestida bestial en potencia y rapidez, se colocaba encima de la vaca introduciéndole un vergajo del tamaño de un bastón de jubilado, aunque de más grosor en la base del vientre.

El acto de cubrir la vaca, a veces representaba dificultades a partir de la segunda sesión. Un mismo semental, solía atender dos o tres vacas cada día, espaciando algunas horas entre una y otra. A cada vaca, por término medio, se le permitían dos satisfacciones, que recibían de muy buen grado aunque no se les permitía mirar ni recrearse con las caricias de lengua ni otros contactos. Para el segundo acto, el toro casi siempre necesitaba del cuidador para dirigir su miembro a la vagina de la vaca. No eran problemas de enfoque, de ganas o de que la vaca hiciera movimientos de rechazo; faltaba potencia y actuaba a medio gas, ninguneando en intentos desenfocados como un boxeador a punto de caer por k.o. técnico. El acto del toro encima de la vaca, apenas dura unos segundos y resulta chocante que no quede aplastada por una mole de tanto peso. Cuando el toro se apea, quedan tranquilos los tres: la vaca, que ya no se nota inquieta, ni realiza movimientos de satisfacción o reproche; el toro, que ha perdido toda la agresividad y se entrega amistoso al cuidador y con paso tranquilo, de nuevo sigue sus pasos y éste, por ultimo, en un acto de colaboración tan íntima, que se le nota a gusto y confraternizado con el animal.

6. 2. La casa

Del exterior de la casona del Mouro, destacan las balconadas centrales de la segunda planta rematadas, en sus cuatro esquinas, en una tercera planta con dos almenas, una torre redonda y la iglesia coronada en pináculo de campanario y una cruz de hierro, que también hacía las veces de pararrayos.

Del pasado y como referente feudal de importancia, se mantenía la Iglesia como centro parroquial para celebraciones y festivos y cada domingo, un reducido grupo de viejas vestidas de negro, aprovechaban la misa para informar a la familia de sucedidos y cuchicheos de la comarca. La Iglesia y el puesto de sementales, convertían aquel recinto en centro obligado de peregrinación de la mayoría de los habitantes de la comarca al que, por razones tan opuestas como un entierro, una boda, un bautizo o para dejar preñada a cualquier hembra de la cabaña ganadera, les obligaba a acudir en algún momento del año. Había cordialidad y cierta pose de dependencia sumisa en los saludos de los parroquianos a los propietarios de la casa, como agradecidos por invadir un territorio privado sin autorización lo que, algunos, compensaban agasajando con los primeros frutos o alguna especialidad casera recién elaborada como biscochos, empanadas y dulce de manzana, que aceptaban de buen grado y con muestras de simpatía y agradecimiento pero acentuando la pose y el rango diferenciado de la familia.

La torre redonda, que utilizaban como bodega y despensa familiar, era una gozada visual de penetrantes sensaciones olfativas, que visitaba desde el primer día, con la disculpa de ir a por el vino para la comida. De construcción circular en piedra y sin ventanas, desde el exterior simulaba un muro compacto cerrado y el interior, en un ambiente fresco y luminoso por la luz que filtraba la separación y aberturas con que estaban colocadas las piedras de la pared. No tenía tabiques ni más divisiones que tres ambientes, bien diferenciados y separados por plataformas de madera, unidas por sólidas escaleras del mismo material; la más baja para bodega, con dos cubas de madera junto a la puerta de entrada y de donde se sacaba el vino de diario, algunas cajas con refrescos y cervezas y otras de envases vacíos y estantes sobre la pared, repletos con botellas de vino de marca y varios tipos de licores; en la siguiente superior, un frigorífico grande y tres arcones congeladores con cartelitos clasificadores para: carnes de caza y de la matanza anual, verduras y hortalizas de la propia huerta y dos maseras de madera: una para pan y derivados y otra, para preparados caseros, dulces y miel y más estantes sobre la pared, con enlatados y conservas; y en la plataforma más elevada, jamones de distintas añadas de curación, cecina de vaca y filas de diferentes embutidos; contra roedores y visitantes incómodos, contaban con un sistema de amarre al techo muy sofisticado con hilos de acero desde el techo, sujetando pequeñas plataformas, en cuya parte baja inferior, se situaban los gachos de sujeción de jamones y barras de embutido y en los laterales perimetrales, a modo de cortinita de madera, un saliente que impediría cualquier intento de acercarse a los ganchos o al embutido colgado. Me llamó tanto la atención que pregunté a mi tío y me dijo que, si cualquier roedor, si en un hipotético golpe de suerte consiguiese llegar hasta la plataforma, al intentar traspasar la cortinita de madera perimetral, caería al vacío sin posibilidad de alcanzar la comida. A pesar de ser un recinto compacto y aparentemente cerrado, durante el día, no se necesitaba más luz que la que filtraban las fisuras de la pared, por las que, en ningún caso, había espacio para paso de pájaros, ratones o cualquier otro animalejo pero, suficiente y adecuado para mantenerlo fresco, aireado, libre de ruidos y en una atmósfera de penumbra y temperatura constante de max. 17ºC en verano, lo que también impedía que hubiese moscas o cualquier otro tipo de insectos. Desconozco si se había construido con el único fin de servir de bodega y despensa pero, en cualquier caso, resultaba el recinto más interesante de la casa.

Cada almena, a la que se subía por una estrecha escalera de caracol, contaba con 4 habitaciones grandes, un salón central y un aseo. La más desvencijada y peor tratada, la utilizaba la familia como vivienda y en la otra, pernoctaban invitados y visitantes. Cada habitación, con chimenea de leña para calentar los inviernos y que, sus inservibles y medio quemadas puertas, no impedían una permanente y desagradable sensación de corriente de aire. El mobiliario, de maderas torneadas y de grandes proporciones, resultaba incómodo y demasiado solemne y en las camas, de gruesos colchones de rancios olores y lanas apelmazadas, era difícil encontrar posición y calentarse, a pesar de la carga de mantas y cobertores que cubrían almidonadas sábanas acartonadas por el frío y la humedad. Chocaba y me costaba los primeros días pero, enseguida me acostumbraba y hasta me infundía cierto aire de superioridad austera, que caracterizaba a la familia.

La primera planta de la casona, en forma de herradura, estaba delimitada en dos zonas: la más oscura, sombría y escondida, para trabajadores y personal de servicio y la mejor equipada, vistosa y soleada, reservada a propietarios e invitados, aunque las comidas, cenas y desayunos, se realizaban sin ninguna distinción en la cocina donde se preparaba la comida. Contaba con una gran mesa central y estaba equipada de cocina de hierro para carbón y leña y la típica “chariega de fuego de leña en el suelo” encendida incluso en verano y que, además de para calentarse, utilizaban como centro de reunión y chascarrillos. Junto a la cocina, 3 cuartos con dos camas y una taquilla de chapa y un aseo con ducha para empleados y acceso directo a la torre y a los establos.

6. 3. Abejas y colmenas

Las balconadas y el corredor sobre el patio central, donde se apareaban los sementales, albergaban la zona más noble de la casa, destacando la gran solana acristalada en la parte más soleada, equipada con varias colecciones de novelas y algunos libros antiguos de escaso valor y mobiliario confortable para lectura y entretenimiento pero, que apenas utilizaban salvo para planchado y arreglo de ropa. Desde el interior de la solana, dos habitaciones y un aseo con baño, bien equipados y reservados para invitados ilustres, que nunca se utilizaban y en el resto, 3 grandes salones con capacidad para sentar bastante gente y apropiados como comedor o reuniones de importancia, vestidos de tapices y cuadros de gran tamaño y muebles antiguos de proporciones y acabados con reminiscencias feudales y cierto aire de nobleza, con equipamiento y decoración acorde al uso: cabezas y cornamentas de trofeos de caza, cuadros de bodegones y mobiliario de comedor, en el salón situado junto a la cocina; tapizados y sillones de fumador en madera y cuero, alrededor de mesitas de centro, distribuidas para posibilidad de varias y diferentes tertulias al mismo tiempo, en el gran salón de chimenea, con grandes cuadros con motivos religiosos de pintores anónimos o firma desconocida, algunas plantas de interior y un aparatoso y desafinado piano con pianola, que nadie sabía manejar y el más pequeño, que utilizaban en fiestas y celebraciones, con retratos y fotos familiares como elementos de decoración destacable.

La vida familiar, se desarrollaba en la segunda y tercera planta, dedicando la planta baja al almacenamiento de víveres, bodegas para usos relacionados con la actividad y una parte, la situada debajo de las habitaciones, como establo para toros y terneros. Contiguo a un lateral de la casa, más establos con vacas y donde también guardaban los perros y los caballos y seguido, los silos de abastecimiento de piensos y almacén de forrajes y justo detrás, una columna de varias colmenas de abejas.

Me dedicaba con mis primos, a espiar los apareamientos de los toros, a gatear en busca de los mejores frutos por los muchos y variados árboles frutales y a conocer y disfrutar todo lo que albergaba aquel paraíso, en un ambiente de naturaleza salvaje y libre, además de salir con escopetas de perdigón, al bosque cercano y también, parte de aquella propiedad. Salíamos con intención de cazar perdices o codornices pero, como casi nunca ojeábamos ninguna, tirábamos a los pájaros que encontrábamos en el camino. Nunca maté ninguno; no por ganas, sino por mi mala puntería.

En mis últimas vacaciones, me responsabilizaron de una especie de sabotaje (mucho peor) totalmente involuntario pero que, por mi torpeza, acabó con las colmenas y las abejas en aquella casa. No recibí un solo reproche, ni una palabra que reprobara mi conducta pero, para mí, fue tan grave que no me atreví a volver y por primera vez, me día cuenta de lo ignorante que andaba por la vida y de oportunidades que había perdido hasta ese momento; ahí nació mi afición a la lectura y la necesidad de saber como funcionan y se comportan las cosas, las personas y los animales: ¡Intentar saber algo de cómo funciona el mundo!

Era época de sacar la miel de las colmenas y acompañé a Alfredo, a recoger la miel que se les extrae cada año. Se realiza sacando una parte de la miel almacenada y para evitar picaduras y riesgos innecesarios, hay que vestirse con una especie de traje espacial, rematado con una escafandra con visibilidad a la altura de los ojos, además de botas y guantes para tapar cualquier hueco por donde puedan introducirse las abejas.

Hay que espantar las abejas de la colmena para, en el momento de quitar la miel, no herir o matar ninguna y ésto, se consigue introduciendo humo desde la parte inferior, colocando un caldero con brasas, a las que se añaden trapos y materiales de deshecho que provoquen humo. Al poco de colocar el caldero, las abejas escapan del humo y la colmena queda prácticamente vacía, permitiendo trabajar cómodamente; no en el exterior, pues en la huída del humo, su primer destino y en plan guerrero, es atacar al intruso vestido con traje espacial.

Según Alfredo, sacamos más de cuarenta kilos de “aquella cosecha de oro líquido”, que trasportamos a una de las bodegas de la casa, donde prensamos, estrujamos y colamos hasta dejar en condiciones para envasar en tarros de cristal. Quedaban varios recipientes llenos de miel líquida y varios panales de cera, en posición de escurrir hasta las últimas gotas, junto a las herramientas y utensilios, utilizados en la extracción. Acabamos de noche cerrada, con bastante calor y muy cerca de las veinticuatro horas. Era el final del verano y después de cerrar la bodega, todavía nos paramos de charla con alguno de la casa y cuando ya nos despedíamos para ir a la cama, me di cuenta que había olvidado la cartera con la documentación, en las ropas utilizadas en el vaciado de las colmenas y no estando seguro de volver día siguiente, como aún tenía la llave en el bolsillo, decidí volver a recogerla. Así lo hice, sólo que, además de coger mi cartera, abrí de par en par, los dos ventanales de la bodega. Había concentración de un fuerte olor a miel y pensé que, al día siguiente, allí nadie podría entrar sin emborracharse de dulce; los ventanales, a más de un metro de altura desde el suelo, estaban protegidos por sólidos barrotes de hierro y no había forma de que nadie entrase desde fuera.

Al día siguiente y cuando fueron a traspasar la miel a envases más manejables, había una alfombra de abejas muertas cubriendo todo el suelo. No quedaba rastro del dorado líquido: ni en los recipientes llenos la noche anterior, ni en los panales colocados para escurrir, ni en los utensilios utilizados en la extracción: una cucharón con un lateral afilado como una hoz, dos cuchillos medianos de cocina, coladores, varias cucharas grandes, dos palos de madera y los recipientes con la miel y los panales de cera. Había desaparecido hasta el olor, aunque si quedaba una agridulce sensación de campo de batalla, con ese olor nauseabundo que acompaña la derrota y la obligación de hacerse cargo de los heridos y los cadáveres. Al menos esa es la sensación que aún hoy tengo en mi cabeza.

Pasó y mala suerte. No hubo culpas, ni culpables. Aparentemente, nadie estaba contra mí por haber abierto las ventanas, aunque Alfredo en un aparte, sí me dijo, que hay que dejar las cosas como están si no se tiene experiencia y no quieres, lamentarlo durante mucho tiempo. Fue la lección, quizá la más importante, que había recibido hasta entonces. Todos se preguntaban y no había ninguna explicación de la desaparición de la miel y la muerte de las abejas. Se pensó que la miel estaba dentro de las abejas y que no había salido ni un gramo de aquella habitación: se habían atracado, para recuperar lo que unas horas antes, tenían en la colmena. Hicieron tal cantidad de acopio que reventaron; murieron del exceso y como el cuento del lobo, que se ahoga porque tiene el estómago lleno de piedras, las abejas no fueron capaces de emprender el vuelo de retirada, por el peso de su estómago. Nadie lo admitió, porque al pisarlas y aplastarlas, no se veía miel por ninguna parte; incluso al pisar en el suelo, totalmente alfombrado de abejas muertas, el ruido resultante de los zapatos, no era de un animal inflado de un producto como la miel; el ruido, era un sonido a hojarasca, propio de hojas pequeñas y secas e incluso, aplicable a bichitos con alas, como las abejas. Aquello sí que podía ser obra de un loco, un tonto o un inútil. Lo había hecho yo y aunque todos me culpaban, sin embargo, nadie se metió conmigo.


6. 4. La familia

Me sorprendía su forma de vida. Retrataban un nuevo mosaico social desconocido para mí. Cada uno, tenía un papel y en función del papel asignado, su vida. Entre invitados, trabajadores y miembros de la familia, se juntaban más de quince personas para comer y aunque sin posibilidades de juegos o diversión, estábamos todos ocupados con algo; la mayoría del tiempo, trabajando, incluso los dueños. O comiendo, que era acojonante lo que se comía en aquella casa: todo natural y de lo que cosechaban o mataban ellos mismos. Cuando lo recuerdo, se me dispara la lengua, la saliva y la imaginación en sensaciones, sabores y aromas imposibles en productos de supermercado. Y en un intento de recuperar nostálgicos e inmemorables atracones, me recreo y hasta visualizo mentalmente, enormes bandejas repletas de jamón, cecina, chorizos y longanizas; tazones de arroz con leche y desayunos a base de pan de hogaza, dulces y confituras sin conservantes y manteca y leche natural de las vacas que pastaban allí mismo. En nuestros supermercados, hay productos de tono y presentación parecida, pero con un tacto diferente y ausencia total de olores y sabores genuinos y penetrantes, que solo alcanza la excelencia de productos naturales y la elaboración paciente del artesano.

Estaban los dueños, representados por mi tío, su mujer, mis dos primos y la abuela, a su vez madre de la mujer de mi tío y por tanto, también mi tía. Se llamaban todos por el nombre: La abuela, María; su hija, Balbina; mi tío, Antón; mi primo, Suso; mi prima, Luisina y yo, Jaime, como también llamábamos por el nombre y con un trato idéntico, a los obreros fijos que había en la casa y que eran: Oliva, la que cuidaba la casa y preparaba la comida para todos. Manolín y Alfredo, que se ocupaban del ganado y de las faenas del campo y Pepín de la “fastia”, que corría con los toros y el cuidado de las vacunas y control sanitario de todo bicho viviente que se moviera en aquella casa; a veces, colaboraba en las labores del campo, pero menos. Se madrugaba mucho y todos nos acostábamos temprano. Sólo se encendía la televisión a la hora de los telediarios y más que nada, para conocer el estado del tiempo para el día siguiente, a los efectos de planificar los trabajos. Utilizaban diminutivos como “Manolín y Pepín” en su trato habitual y aunque, en todas partes hay esa costumbre para niños y adolescentes, allí no desaparecía con la edad y el diminutivo, se mantenía incluso de mayor. Algunos obreros no dormían allí, supongo que por estar casados, aunque nunca tuve la curiosidad de preguntar.

La distribución jerárquica y el funcionamiento, también era muy peculiar: Los dueños, por el hecho de serlo, disfrutaban de todos los beneficios y todo se hacía según su criterio y parecer; estuvieran acertados o no. Tanto mi tío, como su mujer, trabajaban como los que más y por tanto, en aquella casa no había vagos, ni nunca gente de sobra. Yo mismo, era uno más y con “la misma utilidad” que los demás. Los obreros, teniendo señalada actividades concretas, desarrollaban éstas según su buen saber, hacer o entender. Sólo se pedían resultados y que éstos, estuvieran realizados a conciencia y definitivamente. Todo era importante: desde lo que, a los más jóvenes nos parecía un juego divertido, como ayudar al toro a que su verga encontrara el camino en el segundo asalto, hasta la eficacia para recoger la siembra en tiempo y forma, o guisar aquellos potajes tan sabrosos que preparaba Oliva.

Y una importante conclusión: para ser feliz, hay que ser el dueño de tus actos. En aquella casa, únicamente eran felices los toros, la mayoría de los animales y mi tío Antón. La abuela, no hacía más que quejarse de todo y de todos, hasta el punto de que nadie le hacía ningún caso. Su hija Balbina, soñaba permanentemente con una vida de ciudad y en todas sus conversaciones y comentarios, no había más que críticas envidiosas. Mis primos, teniéndolo todo, se sentían paletos y tan poca cosa, que eran incapaces de buscarse un porvenir fuera de aquellas paredes: imitaban en críticas y envidias, el estilo y formas de la madre. Los obreros, pacientes y silenciosos, aceptaban con resignada obediencia las ordenes del “amo de la casa” y hacían su trabajo con maestría, profesionalidad y honrada dedicación por el salario que debían percibir, pero estaban faltos de ilusión y de optimismo. Todos llevaban una vida anodina, apagada y mecánica hasta en lo más elemental, como acostarse, levantarse o comer. Funcionaba todo, con la exactitud de horario de un cuartel en actos mecánicos, iguales y repetidos, sabiendo de antemano lo que deparaba el día, que nunca era distinto, en nada, al anterior.

Todos resultaban altamente útiles; hasta yo, que era el menos preparado. En mis reflexiones posteriores, recordando lo bien que lo pasaba en aquella finca, llegue a pensar que los únicos que de verdad disfrutaban de aquel paraíso, eran los toros, las vacas que iban para ser inseminadas y los visitantes ocasionales, como yo, sin tiempo para descubrir un mundo nuevo, lleno de atractivos tan importantes como la buena comida, la libertad total y el contacto directo con la naturaleza en una vivencia real y de primera mano, que duraban varios meses de aventura; en la preparación del viaje: uno o dos meses antes; las vacaciones con estancia en la casona, que siempre duraba más de un mes; y los dos o tres meses siguientes, recordando y analizando los momentos y vivencias.

Y la gran pregunta: ¿Útil siempre y para todo? Es importante “ser y sentirse útil”, como importante conocer y saber como medio para disfrutar de las cosas de la vida pero, algunas posibilidades de los inútiles para determinadas cosas, son utilísimas para vivir, que es lo único importante en esta travesía de la historia de cada uno.

La vida apacible y satisfactoria del toro, que realiza un trabajo mecánico, repetitivo y sin sobresaltos, cada día. Un trabajo útil y altamente rentable para el dueño del animal pero ¿dónde está el gusto del toro? ¿en cubrir la vaca? o ¿en la ayuda que le presta su cuidador en el momento más difícil de realizar su trabajo? Por la actitud armoniosa y tranquila al acompañarse mutuamente camino del establo, parece que está ahí, su plena satisfacción. O la insatisfacción de soñar con una vida más lujosa, más social, más culta y acomodada, con que sueña Balbina y sus hijos. O en la pachorra de Antón, con una única preocupación, basada casi exclusivamente en que, el tiempo no le arme alguna mala jugada, dedicando todo su tiempo a los animales, en actos repetidos, mecánicos e iguales; metido en un mundo cerrado y sin más aspiración, que seguir haciendo lo mismo. Nacido, criado y viviendo en un entorno de película pero, por el que no siente ninguna curiosidad. La casa, los muebles, los cuadros, el piano, las alfombras y los libros que posee en la casa, están ahí, heredados de sus antepasados y para que Oliva, esté ocupada limpiando el polvo y no pierda el tiempo pensando en tonterías y también, para cuando haya invitados, inflarse como un pavo real.

La parte noble de la casa, se disfruta, la disfrutan los invitados y las visitas. La familia, los de siempre, viven y comen en la cocina y duermen todos en una de las torres, donde no se utilizan las chimeneas en el invierno y para calentarse, utilizan estufas de infrarrojos, baratas, insalubres y enfermizas, además de muy peligrosas para provocar un incendio, si cualquier tela, manta, sábana o papel cae encima. Igual que los obreros, con la misma apatía y ritmo de los animales, pero absortos en su trabajo, distantes en sus pensamientos y sin otras conversaciones que el tiempo o las fechas de parto o celo de las vacas que cuidan.

Toda aquella “casona del norte” que para mí era un mundo mágico, se derrumbó a partir del incidente de las abejas. De hecho nunca más volví, aunque durante varios años sé que se interesaron por mí y mis padres, me animaban a que volviese; lo cambié por el surf y creo que salí ganando, aunque aparentemente, empezaba a convertirme en un inútil. Nunca sabré que es lo mejor; tampoco me lo planteo. Si vivir como un inútil, disfrutando de la vida o padecer el estrés, los horarios, la falta de libertad, la vanidad y las apariencias que lucen los más útiles de esta sociedad nuestra.

La respuesta está en ser suficiente, autónomo y con disposición de algo de dinero y fiel a ti mismo; como las abejas, trabajadoras incansables y que al encontrar lo que era suyo, lo que les pertenecía y les habían robado unas horas antes, perecen en el intento de recuperarlo

Texto agregado el 21-02-2008, y leído por 666 visitantes. (1 voto)


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