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Inicio / Cuenteros Locales / dario_b_malik / El Origen de la Inmortalidad

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“... Nuestra mente también apetece, a la vez, su propio alimento...” Con esta cita Tagore abría su Meditación Preliminar. Se refería por supuesto a las categorías. Lo mismo que necesitamos comida y agua, nuestra razón necesita de explicaciones y constructos que aligeren el mundo continuo que está ante nuestros ojos. Por ello medimos, agrupamos y categorizamos. De estas categorías creadas por el hombre, según Delval, la más viva y brillante representa nuestra mayor condena: El manejo del tiempo. El conocimiento de una medida estandarizada de la continuidad de sucesos, nos permite ser proactivos, anticiparnos a los hechos y tener memoria histórica. Pero al tiempo nos convierte en el único animal mortal, desde el punto de vista de que somos el único animal consciente de nuestra propia desaparición. Otros mamíferos reaccionan ante el peligro por una pauta fija de acción. El hombre es capaz de predecir su propia desaparición. Pero es ésta, el concepto de no existencia, una idea insoportable y a la vez difícilmente comprensible para nuestro raciocinio. No es de extrañar que las culturas adoptaran subterfugios que nos permitieran escapar a ese inevitable muro que separa la existencia de la nada. Surgieron los misticismos, que con el tiempo, y el hábil manejo de la promesa de una justicia infinita, derivaron en religiones. Sin embargo, la religión – en cualquier de sus variables culturales – posee un error de base en cuanto a la promesa de inmortalidad. Tanto el Islam, el judaísmo, el catolicismo, u otras variaciones de la justicia y la vida eterna, se fundamentan en la vida terrenal. En palabras de Borges, el primer siglo de vida de cada hombre, determinará eternamente nuestra hipotética vida posterior en el mundo ulterior. Por ello, cualquier tierra prometida por religiones, carece de libertad de elección. Elegimos aquí y ahora, y quedaremos para siempre marcados, sin libertad de poder cambiar de acción en la vida que nos espera. Tan solo el budismo escapa a este error, prometiendo una rueda incesante de reencarnaciones en las que cada una de ellas ha sido marcada por la anterior. Sin embargo sigue partiendo del rechazo a la muerte como concepto necesario de desaparición del hombre, y de la negación de la injusticia como elemento esencial de nuestra propia naturaleza. El reto de asumir nuestra temporalidad, caducidad, entender que somos efímeros, es algo que ha escapado al hombre durante siglos. Superar ese yugo, supondría vivir plenamente y en esencia. Pero ello requiere escapar de la idea de la causalidad, de la hipótesis del mundo justo, y de constructos y categorías. Y nos es difícil entender el mundo sin atribuirle características tan humanas.

Texto agregado el 10-04-2004, y leído por 159 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-04-2004 Artículo publicado en Octubre de 2003 en la columna Psicología, Cultura y Sociedad dario_b_malik
 
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