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CARLOS Y LAS CASCARITAS DE NARANJA
- Ñaño, vender naranjas en el parque no es malo. SÍ nos hacemos nuestra “platita”.
- Pero es que yo quiero estudiar, quiero ir a la escuela. Si no vamos a la escuela y si no terminamos la primaria, no vamos a poder ir al colegio ni a la universidad, ¿te das cuenta?
Lucas y Carlos conversaban como muchas otras veces acerca de su difícil situación. Sabían que debían ayudara su madre en la carreta de naranjas que difícilmente empujaban cada mañana hasta el parque frente al Municipio. Habían tenido que retirarse de la escuela en cuarto grado para dedicarse a vender naranjas. Ya estaban acostumbrados, se instalaban en una esquina, cerca de los columpios, justo en donde se llenaba de niños a la salida de la escuela. Mientras Lucas pelaba la fruta con la maquinita que daba vueltas en espiral sacando finísimas culebritas de cáscara, Carlos las recogía y las iba depositando en un balde debajo de la carreta, para luego botarlas en el basurero del parque. Su mente había empezado a volar hacia una grande cocina en la que todo el mobiliario era metálico. Grandes ollas y sartenes colgaban como aretes gigantes de una malla suspendida en el salón de cocina. En el centro, un mesón. Cucharones, espátulas, trinches y otros implementos acompañaban a los peroles En su ensueño se vio a sí mismo, ya crecido, con un inconfundible sombrero de chef, largo delantal, y un aroma exquisito que provenía del postre que estaba preparando. Era un postre de crema de naranja con cubierta de chocolate, a un lado del plato, sobre el mesón reluciente, estaban amontonadas las tiritas de naranja que hace unos minutos había botado. En tanto volvía a la realidad, Carlos imaginó que con las tiritas de cáscara de naranja podría decorar su delicioso postre de crema de naranjas con chocolate y se le ocurrió llevárselas al papá de Adrián, que tenía una pastelería en el centro de la ciudad. Le explicaría como hacer el postre y le regalaría las cascaritas. No es difícil pensó. Lo puedo hacer. Lo voy a hacer.
Tomó el balde de cascaritas y le avisó a su hermano que se ausentaría por un rato. Que iba a ver al papá de Adrián, que ya regresaba. Lucas no lo escuchó, siguió pelando naranjas y cantando un alegre reggaetón con la radio a todo volumen. Carlos ya iba por la esquina, corriendo con el balde, y con mil ideas en su mente, como un tren lleno de sueños que se podrían escapar si no llega pronto a su destino.
- Buenos días don César, mire lo que le traigo- dijo un sonriente y agitado Carlos- son cascaritas de naranja para hacer un dulce que le quiero enseñar. Es el dulce que me va a hacer famoso cuando yo sea chef….No pudo terminar la explicación para el pastelero, este se reía a carcajadas, tomándose la cara con las manos y doblado de la risa-
- ¿Chef tu?, pero si ni siquiera vas a la escuela niño. No sabes las tablas de multiplicar y quieres ser chef. Jajajajajaja, cáscaras de naranja. Las debes haber recogido del suelo y me las traes…anda niño, anda a seguir trabajando que tu mamá necesita esas monedas que estás perdiendo y no vengas aquí a hacerme perder el tiempo….enseñarme a mi, jajajaja….buen chiste!!
Frente al mostrador de las tortas y pastelillos, una señora escuchaba aquella conversación, no quiso interrumpir, pero la curiosidad la detuvo, y mientras hacía que veía los pasteles, se acercó más para escuchar los detalles. Alguna vez había visto a Carlos y a Lucas en la carreta de las naranjas, recordaba sus caritas y la amabilidad con la que se habían acercado a preguntarle que si quería que le cuidaran el carro, ya que ellos no se movían de su carreta de naranjas. La mujer esperó a que el chico terminara su conversación con el hombre. Con carita triste y desinflado, decidió retirarse….- ¿Cuánto vale un suspiro don César?- dijo mirando la vitrina, con la voz contenida y un nudo gigante en la garganta. Se sentía humillado, burlado y con los sueños de ser un gran chef, mezclados y enmarañados con las tiritas de cáscara de naranja y sabiendo que era verdad, que no sabía las tablas y que no iba a la escuela. Una mezcla de rabia y vergüenza lo invadía. A punto de llorar, con los ojos inundados y el balde lleno, no quiso mirar a don César cuando se acercaba con el suspiro en la mano. –Toma chico, te lo regalo, un suspiro más, un suspiro menos…no me va a empobrecer- Carlos, sin mirar, dijo no gracias y salió corriendo hacia la vereda, limpiándose las lágrimas. La señora siguió de cerca toda la escena. Salió sin comprar el pastel y se dirigió hacia el rincón en el que Carlos, escondido, lloraba desconsolado.
–Serás un gran chef, el mejor de todos. Cuéntame de tu idea, del postre de naranja. Compraremos todos los ingredientes y lo prepararemos en mi casa, ven vamos, no llores- Dijo la mujer, tendiéndole la mano y respetándolo con su sonrisa crédula. Carlos le agradeció y le explicó que no podía ir muy lejos, pues su hermano estaba en la carreta y debían vender para llevar dinero a casa. La mujer se ofreció a llevar a Carlos hasta su lugar que quedaba en la siguiente cuadra. Lo llevó y en el trayecto, Carlos expuso su receta, de cómo la había imaginado, de que nunca la había visto ni probado. Que solamente se la había imaginado y que el olor era delicioso. La mujer sonrió, pues se dio cuenta que un chef nato estaba sentado a su lado. Carlos percibía con su imaginación aquellos olores que quería crear con sus dulces, así como un pintor ve en su mente, los colores de su futura obra. Al llegar, la señora dijo que le gustaría conocer a su mamá. Los niños aceptaron y acordaron que se verían a las seis de la tarde para ir con ella a que conociera a su madre.
-Ella es mi mamá -dijo Lucas- se llama María
-Buenas tardes señora María, me llamo Isabel, hoy conocí a sus hijos y me gustaría conversar con usted un ratito-
Un tanto asustada, la mamá de los chicos accedió a la conversación. La señora propuso que ella ayudaría a los chicos en su educación hasta que fueran a la universidad, con la condición que no los enviara a trabajar nunca más a la calle. Ella estaba muy interesada en que los chicos cumplieran sus sueños, Carlos y Lucas iban a estudiar otra vez y así podrían hacerlos realidad.
Han pasado ya quince años desde ese día. Hoy, cuando Isabel encendió el televisor, los ojos se le llenaron de lágrimas. Con su perfecto gorro blanco, impecable mandil y medallón al pecho, Carlos se estrenaba como chef, en su propio programa de televisión. Su voz, tan segura como antes decía…-hoy prepararemos: Postre de naranja y chocolate o…”Dulce Isabel…”-

Texto agregado el 26-02-2008, y leído por 255 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-04-2008 "Dulce Isabel" .... se lo merecía...si no le daban la oportunidad jamás hubiera sabido lo que él era capaz de hacer.. que hermoso! congratulations!! liruviel
31-03-2008 Hermoso cuento. margarita-zamudio
 
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