La mesa estaba servida,
Cinco inmensos platos vacíos reñian su apetito.
En la cabecera el padre y su falencia,
a los lados las cincomil bocas y su mugido de dolencia.
Mi alma postrada en la verja, llama,
Sale un niñin, pura mugre descalza.
Mi mano es una canasta,
en la canasta la culpa,
en la culpa la soberbia.
Su cara de mil años se amasija otoñada
en sus cinco ausentes primaveras.
Me agradece el insulto y me sonríe,
jugando inocentemente con mi desvarío.
¡Quisiera golpear todas las cmpanas del alma,
despertar a martillazos nuestras revocadas indiferencias, gritar a quién sabe quien
nuestro habernos nacido,
y quedarme a comer mi vida entera
y muerto de hambre,
toda su hambre de veras!