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Aquí me tienen sentado a la barra enfrentándome al tercer o cuarto caballito de tequila. Reposado y sin refresco por supuesto. La música es terrible, las rancheras no son lo mío. Chente ya me tiene, como decimos por aquí, hasta la madre. Además el ambiente es deprimente: solo dos mesas ocupadas y yo mismo sentado solo a la barra. No hay más de diez personas bebiendo; es un lugar oscuro y un mal servicio. Una vez escuché que la arquitectura es como música congelada. Si hemos de creer en eso entonces este establecimiento es como una cumbia de Acapulco Tropical. Sí, es deprimente lo sé, pero es la mejor manera de describirlo. En verdad preferiría estar en casa y escuchar una orquesta vienesa tocar la consagración de la primavera de Stravinsky mientras bebo un poco de vodka y leo a Nabokov, a Dostoievski o a Chékhov aunque mi combinación no sea rigurosamente cronológica. Pero ¿cuál es la obsesión con Rusia? No sé, igual podría sentarme a leer a Baudelaire mientras escucho algo de Debussy y bebo un buen vino tinto. ¿Francia? ¿Por qué no España, o Alemania, o Italia o…?
Aquí me tienen sentado a la barra enfrentándome a mi tercer o cuarta Guinness en un pequeño pub en la calle Durham, cerca del cruce con Howard en el corazón de Belfast. Como pretendiendo crear una atmósfera agradable para mi amigo Peter O’Brian, con quien comparto el trago, demuestro mi admiración por Wilde pero sobretodo por Joyce. Este sitio es lindo pues tocan música celta. La cerveza ha comenzado por atenuar mi fluidez para hablar inglés, además de que encuentro cada vez más difícil codificar el pesado acento de mi interlocutor, quien por cierto no es un duende vestido de verde (en realidad viste de rojo). Sentada al final de la barra una hermosa pelirroja sonríe desde sus inquietantes ojos verdes mientras observa atenta mi comportamiento de aire latinoamericano. Su piel blanca es sencillamente una excitante visión que recordaré por mucho tiempo. Ahora la conversación con O’Brian ha dado de sí…empiezo a desear estar en casa escuchando al buen Dylan mientras leo una revista MAD como de los años setenta, viejísima, aventándome un Jack Daniel’s con hielo solamente. O mejor escucharía a Louis Armstrong mientras leo a Fitzgerald, acompañado de un whiskey (¿o whisky?) con soda… al asomarme por la ventana de este departamento en Nueva Jersey puedo ver claramente el skyline de Manhattan; una hermosa vista en verdad.
No es que no me guste lo mexicano, pero es muy difícil conseguir música de nuestros grandes compositores (no hablo de Juan Gabriel ni de Marco Antonio Solís, lo lamento) Así que no hay de otra: Voy a leer a Arreola y voy a escuchar algo de ¿Agustín Lara? No, que hueva, en ese caso cri-cri es mucho más honesto y divertido. Pero la verdad es que no tengo nada de cri-cri entonces voy a escuchar al maestrazo Juan García Esquivel…
De pronto me doy cuenta de que estoy dejando que mi mate se enfríe por lo que me apresuro a beber mientras acaba “Mano a mano” de Gardel y se deja de escuchar en el viejo tornamesa. El ruido de la aguja y la baja calidad del apreciado vinil no me impiden disfrutar cabalmente de su música mientras me doy cuenta palabra a palabra de que Cortazar de alguna manera se adelantó a lo que yo estaba por vivir. Pero sin duda Borges es mi favorito, aunque no me haya descrito en ninguna de sus obras.
Al volver al sofá después de subir el volumen a O’ fortunae de Carl Orff pienso en lo difícil que me resulta ser un lobo estepario. Sí, algunos son hombre-pez, otros son hombre-tigre y yo, al igual que Harry Haller, soy un lobo estepario (¿existirá alguien que sea hombre-koala? ¿Por qué me persiguen pensamientos estúpidos como este?) Prefiero dejar la reflexión e imagino por un rato estar en el bosque que fuera escondite y refugio de Klingsor… Creo que ese sueño recurrente que tengo es causado por la descipción de ese lugar. Es raro… no recuerdo si comencé a soñarme en ese bosque boreal antes o después de leer ese libro. Pero, ¿dónde diantres dejé mi cerveza?
¿Cerveza? ¡Pero si he estado tomando tequila! Sí, tequila reposado y sin refresco por supuesto, aunque tal vez chupando de vez en vez el limón que está partido en un platito junto a un montoncito de sal. Justo aquí sentado a la barra, enfrentándome al quinto o sexto caballito y tomándolo de un golpe, porque si no me pone muy mal en poco tiempo. La música es terrible. Bah, ¿a quién engaño? He sido yo mismo quien metió una moneda de cinco pesos en la ranura de la rockola y escogí sin chistar un par de canciones del chente: “Cambié mis canicas por copas de vino” (ah caray, ¿es albur?) y “Clavé en la penca del maguey tu nombre”. Ah, esto es vida. “De tu rancho a mi rancho, nomás los suspiros se oyen”, vocifera el tal Vicente. Simpático muchacho él.


Texto agregado el 27-02-2008, y leído por 205 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-09-2013 Me encanta la manera que escribes, ojalá lo sigas haciendo por favor ;) suggy
19-06-2008 Te invito a otra copa, si sigues escribiendo cómo te persiguen tus pensamientos. maravillas
 
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