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(...viene de "Antes éramos muy tontas")

Pero yo me quedé con la copla e investigué eso del pendón desorejao. Como no podía preguntar directamente, me pegaba a las conversaciones cuando iba a hacer recados o cuando iba a buscar a mi padre a la taberna del Felipe con cualquier excusa. A mi padre no le gustaba nada que metiera las narices por allí. En una de esas averigüé que pendón desorejao era lo mismo que puta y eso ya sabía lo que era. Pero me pareció raro porque María no hablaba con nadie y menos con los chicos.

Total, que al siguiente domingo o al otro me di prisa en encontrarme con María antes de que su padre se la llevara. Ella se dio cuenta de mi idea porque nos hicimos señas en la comunión y se despegó de su padre. Como no teníamos mucho tiempo fui al grano y le dije: andan diciendo de ti que eres una puta, ¿sabes?. Ella se rió y me dijo que ya lo sabía pero que eso era porque la tenían envidia. Y yo, que para mí puta era lo peor que se podía decir de una chica me quedé extrañada. María, al verme despistada me dijo: me he dado besos con los chicos más guapos que te puedas imaginar; pero claro, no en este pueblo que son todos muy feos. Me dio la risa. Y yo le pregunté que si se había besado con muchos chicos. Y ella me dijo que con todos los que quería y que no sólo besos, que todo lo demás también. Le iba a preguntar qué era eso de "todo lo demás" pero entonces su padre la encontró y se la llevó agarrada del brazo. Ni me saludó ni nos dejó decir una palabra más. Aquel hombre era peor que mi Federico. La agarraba así, mire, la estrujaba el brazo.

Como el padre de María ya se había dado cuenta de que teníamos conversación, fue muy difícil volver a hablar. Ya me imaginaba yo que si no quería dejarla hablar con nadie, la tal María no podía ser trigo limpio. Pero era mi única amiga y además me tenía completamente intrigada. Quería que me contara esas aventuras con los chicos. Pero no había manera. Cada domingo su padre iba pegadito a ella y las pocas veces que la veia por la calle, también iba acompañada.

Pero una noche que salí a la parte de atrás de mi casa para coger no sé qué cosa del huerto, María estaba allí. Yo me asusté porque no había luz y parecía un ladrón. Cuando me di cuenta de que era ella me dio mucha alegría y quise hablar con ella. Pero me mandó callar y me dio un regalo que me pareció asqueroso. Un condón. Sí, sí. Un condón de los primeros. En España eso ni se sabía que existía. ¡Yo qué sé de dónde lo sacó! María me explicó que los hombres se lo colocaban... bueno, ahí. Y yo no me lo podía creer. Me daba mucho asco sólo de pensarlo. Me dijo que era como un tesoro, que así se podía hacer el amor con los chicos todas las veces que se quisiera. Ella me lo explicó mucho más claro para que lo entendiese bien.

Que sepa que yo era tonta pero no tanto. Ya sabía que los niños se hacían así porque en los pueblos hay animales. Pero no tenía claro cómo había que ponerse ni sabía muy bien lo grande que era la cosa de los hombres ni por qué agujero se metía eso. Hombre, yo ya tenía el periodo y podía imaginarme que algo tenía que ver, pero...¡dónde iba yo a ver esas cosas!, jejeje.

Y bueno, hablamos un poco más y se fue corriendo porque su padre podía despertarse. Según me contaba, su padre entraba en su habitación varias veces para asegurarse de que no se había largado en plena noche. Pero le engañaba porque por la forma de roncar sabía cuando podía escaparse y hasta el tiempo que tenía. Me enseñó unos moratones que le había hecho su padre las veces que la pilló pero casi no lo pude ver porque ya le digo que no había luz.

¡No sabe qué condena de regalo me hizo!. Me sentía tan culpable de tener esa cosa que estaba siempre pendiente de que mi madre no lo encontrase. Lo metí en un sobre entre muchas cartas porque en mi casa se respetaba eso de que el correo es sagrado, pero yo no estaba segura. Y también pedía perdón a Dios porque sabía que era pecado pero que no lo podía tirar porque era el regalo de una buena amiga.

Total, que yo siempre me presentaba voluntaria para salir al huerto de noche y de vez en cuando me encontraba con mi amiga. Así pudimos entablar amistad. Me decía muchas veces que ella quería llamarse Verónica, no María, que odiaba ese nombre y se enfadaba si la llamaba así. Todo lo que aprendí del sexo lo sé por ella. Y menos mal que me ayudó en la adolescencia, porque claro, me fui haciendo una jovencita no muy guapa pero con mis cosas. Además me dejaba aconsejar y me ponía arreglada. No mucho, porque era pecado, pero aprendí trucos y fui practicando mis mañas. Y poco a poco me di cuenta de que gustaba a los hombres. Y sabía que gustar a los hombres significaba lo que significaba. María era mucho más guapa que yo, con una melena larga y una mirada como de gitana pero me hacía sentir muy guapa.

Bueno, pues yo me moría de ganas de que me dieran un beso, por lo menos. Y al fin pude. Fue en una de esas fiestas con orquesta y baile y mucho vino. Como todo el mundo se pone piripi y cada cual anda por su lado, tenías permiso para soltarte un poco. Allí conocí a un chico guapísimo que no era del pueblo o por lo menos no me sonaba. Marcos se llamaba. Alto, fuertote, muy moreno. Me sacó a bailar y yo, que no quería ser menos que María y que me moría de ganas por probar lo que había que probar, hice todo lo que sabía para gustarle.

Y tanto que le gusté. Que me llevó a un aparte y que de unos pocos besos pasó a tumbarme en el suelo. Me bajó las faldas y lo que tenía por las piernas. De la parte de arriba ni se preocupó. Y así me enteré de cómo se hacía el amor. No me gustó nada. Me dolió mucho. No le veía la menor gracia a eso y supe que algo no era como tenía que ser. Y entonces me acordé del regalo que tenía escondido.

Como Marcos parecía muy experimentado le pregunté que si no era mejor hacerlo con condón. ¿Y sabe qué paso?. Pues que se apartó, se subió los pantalones, me llamó puta y me dejó allí tirada con las bragas bajadas. Y sangrando que pa qué, como un cochinillo. Y yo en el fondo era una niña y me impresionó muchísimo todo. Y fíjese usted, perder la virginidad lo que era aquello... y perderla así de mal.

Pues eso. Que ahí me quedé un buen rato llorando y llorando hasta que me di cuenta de que estaba medio desnuda y entonces me recompuse como pude. Me tapé la sangre enrollando la rebeca alrededor de la cintura. Las piernas me las limpié con la hierba. Cuando creí que no se me notaba nada sólo tuve ganas ir a casa. Estaba muy perdida y pensé en ir con mi madre aunque tenía muy claro que de lo que había pasado, ni una palabra. Me inventaría cualquier excusa para llorar y que mi madre me abrazase, aunque ella no era de abrazar.

Al llegar, estaban mis padres esperando despiertos. Muy serios. Estaban sentados en la cocina que era la única parte de la casa con bombilla. Nada más verles, me eché a llorar como una madalena y me quise acurrucar con mi madre. Pero cuando fui a abrazarla me dio un mamporro con el brazo y me dijo: ¡Quita de ahí, encima ahora me vienes llorando, desgraciada!.

Yo me tiré al suelo y ya no se sabía si lloraba o gritaba. Mi madre me decía que me callara, que me iban a oír en todo el pueblo. Pero no podía calmarme, estaba tan desesperada que sólo me quedaba llorar y llorar. Mi madre intentó levantarme a la fuerza pero yo me quedé como muerta y no pudo con mi peso. Así que mi padre me agarró de un brazo y me fue arrastrando por el suelo hasta la cama. Mi madre se quedó en la cocina hablando sola. Cuando mi padre me tumbó me dio un bofetón que casi me rompe el cuello pero lo que más me dolió fue verle llorar.

Nunca le vi llorar. Sólo esa vez. Y me dijo: ¿Pero tú sabes lo que nos has hecho?, ¿tú lo sabes?. Me iba a dar otro guantazo pero se aguantó y se quedó con la mano en alto. Luego se quedó con las manos en la cabeza, sentado a mi lado. Yo quería pedir perdón pero tenía miedo. Cerré los ojos para no verle así pero sentía su peso en el colchón y era como si me quemara. Después de un buen rato, el colchón dejó de pesar y oí el portazo de la habitación. Me quede a oscuras muerta de remordimientos. Fue una de las peores cosas que me han pasado nunca.

Me echo a llorar pensando en lo tonta que fui. Sólo de acordarme me echo a llorar... no, pero que estoy bien, no se preocupe. Gracias, gracias. No pasa nada.

Como se puede imaginar, el tal Marcos era un listo y fue contando que yo le había provocado y que me había ofrecido. Lo peor es que en parte era verdad. Pero no contó que me tiró al suelo e hizo lo que había que hacer sin que yo le tuviera que insistir mucho. Eso no lo dijo. También contó lo del condón pero yo lo negué todo y me deshice del regalito de marras cuanto antes.

En fin, que como en los pueblos todo se sabe, fueron atando cabos y comprendieron el tipo de amistad que teníamos María y yo. Así que a partir de entonces el padre de María llevaba su escolta y yo la mía. Imposible acercarse. Durante un tiempo María no apareció en la iglesia y cuando volvía a ir, nos sentaban separadas.

¿La gente dice?, ¡uy, la gente! La gente del pueblo no pudo ser más cruel y más hijaputa. Perdone. Mi padre tenía que soportar la vergüenza de oír insultos cuando me acompañaba a todos los lados. Mi madre ni aparecía conmigo en público, era mucho más orgullosa que mi padre. Yo prefería quedarme encerrada antes que hacer el desfile entre las filas de bancos de la iglesia y aguantar risitas y murmullos. Era muy feo. Me sentía la peor cosa del mundo y no le encontraba ninguna gracia a ser una puta. Mi padre de buena gana se hubiera ido del pueblo si no fuera porque todavía no teníamos ahorros para otra mudanza.

Pero las cosas se fueron relajando. Dejé de ser la comidilla. Ya no me vigilaban tanto, podía salir sola y parecía que mis padres estaban de mejor humor. Así que aproveché para repetir la estrategia de hacer la señal secreta durante la comunión y reunirme con María aunque fuera para cruzar dos frases.

Y así fue, sólo que esta vez corrimos monte arriba para escapar de nuestros padres y hablar a gusto, aunque sabíamos la bronca que nos iba a caer después. Ella me dijo: mira, no te preocupes por la gente, que es boba, hagas lo que hagas, todos te odian, que te quede clarito. Yo, que estaba muy sensible y sólo quería mimos, le dije: pero yo a ti te quiero, María. Y ella va y me suelta: ¡Que me llames Verónica! Y luego siguió con lo mismo. Que todos odian a todo el mundo. Que había que tenerlo muy claro y preocuparse por uno mismo. Que a veces parece que no te odian pero eso es porque buscan ganar algo contigo. Yo la paré y le dije: pero tú te has arriesgado por mí, tu me quieres, ¿verdad?. Y ella se rió y me dijo: yo te tengo envidia porque tú eres feliz. ¡Pero qué dices!, ¡pero no ves lo que me ha pasado!, le digo yo.

Ella se quedó pensando un rato. Miró a la iglesia a lo lejos y me preguntó: ¿Tú crees en Dios?. Yo le dije que sí. Y ella me dijo muy convencida: pues yo no, yo sólo creo en Satán que es mi señor. Y por mí, todos pueden morirse. No hables así, le dije yo. Por si no estaba ya bastante asustada me preguntó si había vuelto a sangrar por ahí... y la verdad es que llevaba como tres meses sin sangrar. Cuando se lo dije se puso a gritar: ¡pero tú eres tonta!, ¡estás preñada!. Con tantas emociones no había pensado que sin el condón podía pasar eso, me quedé de una pieza... Y no sabía que no sangrar significaba estar embarazada.

Pues en ese momento oímos gritar a un hombre: ¡qué coño haces ahí con esa!, ¡qué coño hacéis, eh!. Con perdón. Era el padre de María, claro. Su voz era muy grave y con el eco sonaba aún más impresionante. No corrimos porque tarde o temprano teníamos que volver a casa. Observamos al padre de María acercarse al cerro donde nos habíamos subido, apartando las zarzas a manotazos con mucha rabia. ¡Plaf!, ¡Plaf!. Cuando llegó arriba, sin mediar palabra, le dio tal paliza allí mismo, delante mía, que me quedé de piedra. Temblando de miedo estaba. Se la llevó a rastras por donde había más barro y más cardos, o eso me pareció. Cuando ya se había alejado me grita: ¡y tú vuelve con tu padre que a ti también te va a dar lo tuyo!

Por suerte, no fue así. Mi padre no me pegó esa vez pero estaba muy enfadado. No me habló en meses. Puso un cerrojo en la habitación, no le digo más. Sólo podía salir para ir a misa y para comer. Estaba encarcelada en casa. Tal cual como suena. Presa por querer hablar con mi amiga María. Y lo mío no era tan malo, mucho peor le fue a ella según me contaron después. Su padre le pegó tanto que la tuvo que ir a visitar el médico. Un espanto. Es que no es como ahora. No tiene nada que ver. Si eso mismo pasa ahora, meten al padre en la cárcel, no a la niña.

Bueno, el caso es que un día, al salir de misa me encontré con el tal Marcos. Estaba hablando con unos amigotes, riéndose todo ufano. Me puse mala sólo de verle. Me daban ganas de ir y escupirle a la cara. Pero como estaba ya muy acobardada, me callé la boca y agaché la cabeza. Salí sin mirarle siquiera pero él hizo como que se tropezaba conmigo y voceó delante de todos: ¡no me toques, puta!. Todos se rieron y yo, que iba con mi padre del brazo, no me pude echar a correr que era lo que me pedía el cuerpo. Y ese día no estaba mi madre porque le pasó no sé qué y se quedó en cama. Si hubiese estado allí le hubiera cantado las cuarenta. ¡Pues menuda era!

Pero bueno. Mi padre, aunque estaba enfadado, me quería mucho. Se detuvo justo al lado del Marcos y creo que pensó darle un mamporro a ese imbécil. Le vi apretar los puños. Pero no lo hizo. Se tragó la orgullo. Estoy segura de que se aguantó las ganas para no ponerme más en ridículo.

Se hizo un corrillo de gente que se acercó para no perderse el chisme. Me moría del apuro. Mi padre me dijo: hija, tú no hagas caso. Y cuando ya nos íbamos a marchar, apareció María. Me extrañó porque no la había visto en la iglesia. Tenía la cara enrojecida, toda llena de moratones. Y un ojo negro. Y cojeaba, además. Parecía que se había caído por un barranco, daba grima. Su padre no estaba con ella, a saber en qué se había metido.

Y entonces ella va y delante de todo el mundo… Me va a perdonar por las palabras pero es que fue así como le estoy diciendo. María, mi amiga María, en medio de todo el mundo gritó muy fuerte: ¡Eh, Marquitos!, ¿qué coño te ha gustado más, el coño de la Felisa o el coño de la Isabel?. ¿O a lo mejor el de María Jesús, ésta que está aquí?. La gente se puso a gritar, sobre todo las chicas a las que señalaba con el dedo. Estaban histéricas. Y entonces me miró, me sacó la lengua y dijo: ¿o te gustó más el coño de una virgen que cree en Dios como el de mi amiga María?

No contenta con eso, remató y dijo: ¡No, espera!, ya sé qué coño es el que te ha gustado más de todos los coños que has probado. ¿Éste, verdad? Y se levantó las faldas y nos mostró a todos el suyo. Pues con las faldas levantadas y sin bragas, dice: ¿ya se los has contado a tus amigos, Marcos?, ¿y a tu madre?, ¿y al padre Antonio? Marcos se quedó pálido como la cal y a mí me supo a gloria.

La gente se escandalizó de tal manera que ya no sabía cómo insultar. Las chicas se daban la vuelta para no ver aquello. Había niños que se reían hasta que sus padres les tapaban los ojos o les zurraban en el culo. Qué cuadro. Estaban encendidos de rabia, con la cara roja. ¿Mi padre? Ah, no sé, no me fijé porque le tenía a la espalda pero creo que se quedó con la boca abierta y no hizo nada, como todos. Del que me acuerdo bien fue del padre Antonio… ¡para verle!, parecía que le iba a estallar la cabeza, enseñaba los dientes como un perro. ¡Cómo les salía la rabia a todos!

Pero nadie se acercó a María. Es como si tuviera una burbuja alrededor que no se podía romper. Todos hacían como que no querían ver el espectáculo pero realmente nadie se marchaba de allí. Y María, ¡había que estar allí para creerlo!, sin bajarse las faldas, girando despacito y con calma para que todo el mundo la pudiera ver bien.

No se oía decir ni mú. Unos se miraban a otros como esperando a que alguien fuese el primero en llevarse de allí a la endemoniada aquella. Pero nadie se atrevía. Y en medio de ese silencio yo grité: ¡Verónica, te odio! Y ella, muy contenta, me respondió: ¡Y tú eres una puta, puta, puta, puta!. No sé cuántas veces dijo la palabra “puta”. Entonces, como sabía que sería mi última frase le solté: ¡No te quiero volver a ver nunca más! Y se me saltaron las lágrimas y a ella se le quebró la voz: ¡Yo tampoco quiero verte nunca!, ¡te odio y te odiaré hasta que nos veamos en el infierno!.

Y así fue como nos despedimos. Me acuerdo de todo, de cada palabra.

Mis padres no tuvieron que volver a preocuparse por pasar vergüenza porque en dos años no quise salir a la calle, ni comer. A lo mejor dos años es exagerar. Sólo pensaba en recibir alguna noticia de María. Estaba como enamorada de ella, aunque suene raro. Se me metió en la cabeza que mis padres se quedaban con las cartas y estaba tan enfadada que nos les quería hablar.

Y bueno, con el tiempo se me pasó. De embarazo nada, se me había cortado la regla del puro disgusto y ya está. Menos mal. Conocí a un buen chico, a mi Federico, que aunque no era muy guapo, se portó muy bien conmigo y tuvo mucha paciencia al principio. Y mis hijas son lo mejor del mundo.

¿Qué?. Pues no, no. Nunca he sido moderna, qué va. Yo con ellas no hablo de estas cosas. Además, ellas… ellas se las componen bien. Las tres. Niñas, sí, sí.

Ah. Pues mi madre murió siendo joven todavía y mi padre se quedó viudo antes de jubilarse. Como no se valía para las cosas de la casa iba a visitarle casi todos los días. Al hacerse mayor se le dulcificó el carácter y alguna vez me ha dado a entender que siente cómo me trató entonces, pero tampoco me pidió perdón lo que se dice pedir perdón. Pero yo no le guardo rencor porque comprendo que eran otros tiempos. Además, ya está muerto, qué más da.

Sí… sí que hablamos alguna vez de María, sí. Él me juró que nunca recibieron cartas ni ninguna noticia. No tenía por qué mentirme. Que creían que le habían ingresado en un hospital. Yo creo que la metieron en un manicomio. O algo peor, quién sabe. A saber qué fue de ella …y ya no sé qué más decirle.

¿Está bien así?

De nada, majo, de nada. No, hombre, gracias a ti por aguantar el rollo, jeje. Si es que lo tengo todo en la cabeza. Grabado muy fuerte…

¿Y cuando van a poner esto? ¿Para un cuento?, ¿no era para la tele? ¿Y entonces, las lámparas éstas? ¿Cómo que ficción? Ah, bueno… ya, ya… yo es que de eso no sé…

Texto agregado el 10-03-2008, y leído por 171 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-03-2008 bueno, quería comentarte sólo para que supieras que me han gustado mucho tus dos cuentos, éste y el anterior, porque no he leído más; pero de que ha sido un placer conocerte a través de tus cuentos, lo ha sido. Ya tenía rato sin encontrarme con algo como lo tuyo en esta página; nomás por eso estoy contenta; recibe un saludo desde México. _ednushka
 
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