ESPIRITU DEL AMOR
En este momento no soy yo. Algo de mí duerme y sentimientos perdidos deambulan sin saber que hacer. Soy un pedazo de historia que se quedó colgando en esta onda de realidad. Detrás de mí están los que nunca conseguirán decir una sola palabra más, esperando que yo represente los motivos de su venida con letras insondables. Gritos desde afuera me hacen mirar por la ventana, como si allí fueras a estar, pero está oscuro y no consigo ver. He descubierto que me lees, y sólo por eso... quiero sonreír. Estaba llorando antes de saber que existías, y me imaginé que eras un loco más. Eras un loco, pero tus ocurrencias me hicieron reir.
Soy un montón de historias mezcladas ahora. La aurora me despierta con tu imagen para satisfacer a esta soñadora que cae al abismo una vez más y lloro, lloro en silencio la derrota de no tenerte. Soy un sueño hecho mentira para torturar a la esperanza que también habita dentro de mí; soy esto y algo más, que se enamoró de un cuerpo que nunca tocará y de unas manos que nunca rozará. Pero saber eso, no basta para desafiarme a mí misma. Estoy derrotada ante mis últimas peticiones y tengo por lo menos esta leyenda para contar. Corre contra el tiempo el piano de mi canción favorita, corren inevitables los minutos hacia ti; aunque sea después de la muerte sé que tus ojos me verán.
No tengo permiso para estar loca, lo sé. La libertad es un peligro para quien no sabe estar sola. Y tengo miedo. De ser un peligro, de herir con mi locura, de mostrar que, al final de cuentas, soy apenas una loca que escribe, que se enamora de los fantasmas, que se encuentra con ellos y les cuenta sus secretos, que se ríe y llora bajo sus miradas invisibles y se siente justamente sentenciada a ésto. Tampoco tengo permiso para decirlo, pero uno de ellos es mi amor. Vivió hace muchos años lejos de aquí, murió en compañía de sus hijos y de una adorable esposa. Era juguetón y sabía vivir la vida con felicidad, tanto que es ahora el fantasma más encantador de todos y el único que consiguió cautivarme.
Siempre fui una romántica, como la mayoría de las mujeres. Soñaba con un príncipe que vendría en su caballo a recogerme, para llevarme a su fortaleza, la más grande y lejana que existía; allí sería una princesa feliz por el resto de la vida. No se presentó el tal príncipe, ni siquiera un caballo como señal de que, por lo menos, aquel hombre intentara arribar a mí sin éxito. No llegué ni siquiera a saber de que algún sujeto, con capa y vestimenta de alteza, se hubiese perdido por lejanas tierras en busca de una princesa extraviada. Apenas hombres, simples y mortales, fueron apareciendo. Sin capa ni espadas, pero con perfumes arrebatadores y ojos que devoraban todo a su paso. Hombres que aseguraban ser capaces de llevarme a lejanos mundos, hombres con armaduras de fuerza y seducción, que me prometían un cielo que jamás se nublaba y un castillo para yo misma diseñar. Sin embargo, ninguno me llevó ni a la esquina siguiente, porque seguí creyendo en el príncipe de hermosas vestiduras que vendría con poemas de amor a buscarme.
Las otras princesas descubrieron que eran príncipes también aquellos hombres de sonrisas, encantos y defectos, y se fueron marchando hasta con los que no iban a llevarlas a lugar ninguno, se marchaban apenas con la promesa de la ternura más fiel en sus rostros. Yo ni eso tenía con el correr de los años. Cuando la realidad tornó a aparecerse y me la empecé a beber de a pequeños sorbos, percibí que era apenas una mujer loca, esperando la nada.
Y comencé a llorar, todos los días de mi vida, recordando a los caballeros decentes que pasaron por ella para ofrecerme una mejor. Murmuraban los demás a mi espalda, se enredaban los comentarios sobre mí, que caería en brazos de cualquier infeliz un día, que me ahogaría en una de esas soledades que enferman, que acabaría encerrada en algún lugar si es que no acababa antes junto a los gusanos bajo tierra, pero olvidaron suponer este final.
Este que me regalé yo misma una noche: envuelta de sentimientos un paquete cargado de espíritus sobre la poesía blanca de mis sueños. Este que me lo entregué yo misma, cansada de ver pasar la lluvia sin noticias. Y me rendí a los pasos de habitantes sin cuerpo, a las historias de quienes ya se marcharon, a los antiguos que dejaron sus huellas, a los que escribieron, pintaron, compusieron, descubrieron o inventaron algo para que esta existencia tuviese más sentido. Acepté después de un sorbo amargo de realidad, de que nunca conseguiría ser una persona normal, de que jamás fui la princesa de nadie y ni sería ya, de que me quedaba apenas el espíritu que cargaba mi cuerpo. Me rendí a lo invisible, a lo que supuestamente no existe en la realidad de ningún ser normal, me rendí a las imágenes y sensaciones. Después del pánico y la sorpresa, vino la conmoción y el llanto. Luego los fui aceptando como compañía en mi soledad. Hasta que se hicieron tan reales como mi propia piel.
Uno de ellos fuiste tú. Sereno, de mirada aguda y abismal, dócil a cualquier mirada, quieto demás para quien sabe hacer reir. Te presentaste con gesto de quien no sabe ni dónde está parado, pero era apenas una de tus viejas artimañas para impresionar. Luego percibí que eras el único que sabía con firmeza en dónde estaba y con qué propósito. Eras un tipo formal, de modales humildes y tenías el porte de un príncipe, que por voluntad propia dejara de vestir como tal. Gracioso como un niño y prudente como el anciano que llegaste a ser en vida, no conseguí desprenderme de ese encanto. Y allí, frente a ti o en ti, estaba mi locura en total realización.
Cuando te vi, me estremecí y luego caí. No siempre es que una mujer ve ángeles sentados a los pies de su cama. Y tú parecías realmente un ángel, por eso me desmayé.
Desperté en tus brazos, mientras uno que había sido doctor en vida revisaba los latidos de mi corazón.
-“Ves lo que haces, por aparecerte así? – Te reprochó Adolfo, un tipo que me recordaba a alguien, pero no sabía con exactitud a quién.
-“Calma. Ella está bien.” – Aseguró el médico, alejándose de mí para mirarme desde cierta distancia. –“Ven? Ya abrió los ojos.”
Te apartaste soltándome con rapidez.
-Cuidado, hombre! – Te criticó nuevamente Adolfo.
Fue ahí cuando te percibí en toda tu esencia. Sonrisa graciosa, ojos vivaces y alegres, casi inocente en tu ternura, me extendiste una mano que no alcanzó a llegar hasta mí y luego te la llevaste al cabello. Parecías nervioso e ingenuo. Y eso me arrebató, después de haber conocido a tantos sabios, filósofos y genios que ya habían venido y desfilado ante mí para hablarme que era malo estar sola, de que lo sabían por experiencia propia.
-“Perdona por ser tan feo, no quería asustarte.” – Tu risita vino a completar la frase.
-¿Por qué estás aquí? – Te pregunté, extasiada en tu carisma.
-Eso no deberías saberlo tú?” – Me respondiste, extrañado.
-¿Yo? ¿Por qué yo?
Después de alzarte de hombros, insististe:
- Debiste haberme llamado para alguna cosa.
-Yo no te he llamada ni cosa alguna. Una vez soñé con un príncipe azul, y me quedé sola por eso. Ahora prefiero estar con fantasmas, antes que con gente real, eso es todo.
-Entonces por eso estoy aquí. – Confirmaste y te sentaste junto a mí.
-¿Estás aquí para acompañarme?
-Es lo que los otros hacen, o ¿no?
-¿También fuiste un genio o algo así?
-¿Genio? – Nuevamente, me miraste extrañado y sonreiste divertido.
- Sí. Porque todos los que me visitan, lo son… es decir, lo fueron.
-¿Ah...? – Me quedaste mirando un momento como un niño que no entendió a la profesora en clases. Y el resto de las cosas desapareció de mis memorias. Eras tan cautivante con tu mirada; tus ojos parecían no tener color alguno, pero cómo brillaban.
Alguien me habló entonces y no lo pude creer.
-Despierta, despierta, muchacha.
Abrí mis ojos al fin y no estabas tú. Apenas aquel médico paternal y Adolfo, que seguía recordándome a alguien, sin saber exactamente a quien, que usaba barba y tenía la mirada triste. Me levanté, te busqué, pero no estabas.
-Era un sueño. – Me confirmó el doctor.
-¿Un sueño? ¿O sea que él no existe?
Los dos hombres se miraron entre sí, moviendo sus cabezas sin saber responderme.
-Respóndanme, por favor. Díganme que él no es producto de mi imaginación.
-No existe. – Comentó Adolfo, con firmeza. - Pero existió.
-¿Existió? Pero... ¿cómo? Ustedes también existieron y están muertos, son fantasmas... y yo los veo, son reales, por favor, explíquenme.
- Carlos no puede venir.
-¿Por qué?
-No sería bueno para ti, muchacha.
-¿Por qué? – Empecé a desesperarme, intenté acercarme a Adolfo y agarrarlo de los brazos para zamarrearlo, pero fue inevitable. No era tangible, apenas era la imagen y su voz. - ¿por qué no puedo ver a ese hombre? Si hasta parece que fuese el hombre de mi vida! Díganme por qué!!
Ellos me explicaron que por eso mismo era que no podíamos encontrarnos tú y yo. Las historias subversivas nunca acaban bien. Esta historia que no es de esta realidad, sin una gota de esperanza de que algún día lo sea, esta historia que me maldice por existir, por ser yo la única que está para amar, no podía acabar bien para mí. Porque tú viniste al mundo y te marchaste de él mucho antes de mi nacimiento. Una historia para vivir yo sola, una historia para entender, comprender, aceptar y soltarla a merced de los caprichos de mi alma rebelde. Llegué atrasada al cuento del amor y mi destino era ahora soñar y hablar con fantasmas.
Caí en un llanto desconsolador.
Adolfo se acercó a mí y me dijo entonces, en voz baja y con la máxima ternura que supo encontrar dentro de sí:
-No llores, muchacha.
-¿Cómo puedo sentir esto por alguien que nunca vi en la vida? –Derramé con dolor.
-En esta vida... – Me aclaró.
Entonces lo supe. Que el amor tan verdadero e intenso que despertaras en mí, fuera apenas el recuerdo de mi amor de otra vida. Aquella vida de cien años atrás, cuando tú eras un joven idealista, lleno de intensas emociones y proyectos para realizar, cuando eras el bosquejo del genio que llegarías a ser con los años y yo una joven enamorada de ti. Una joven que llegó a arrebatar el silencio de tus pasiones y a la que le entregaste todo tu amor. Era yo. Era yo en tu vida, eras tú en mi vida de antaño.
Nada nos habría separado, a no ser un destino cruel. Íbamos a casarnos, después de tu viaje a un país donde te llevarían para exibirte como el astro que estabas siendo. Sin embargo, una enfermedad vino a declararse dueña de mi existencia entonces, y me llevó antes que volvieras, demasiado temprano para mí, como cobrándonos una grande felicidad no merecida. Eso fue lo que me contaron. Y después lo comprobé averiguando en los documentos que encontrara acerca de tu vida.
Fuiste un genio en la historia del mundo, por tanto encontré tantas referencias y crónicas sobre tu existencia, que me faltaba sólo tocarte para vivirla contigo. Decían que trás la muerte de tu primer amor, estuviste muchos años inconsolable y algunos comentaron que ninguna de las innumerables mujeres que pasaron después por tu vida, lograron hacerte olvidarla. Te inmortalizaste no con tus tristezas, sin embargo, sino con tus alegrías, o mejor dicho con el don que tenías para hacer sonreir al mundo.
Ahora entiendo el sentimiento de arrebato al verte. No me conformo con saber que estás en el más allá, esperando a esta alma perdida entre el espacio infinito y la realidad. No me conformo y por eso te traigo aquí. Cierro los ojos y te siento compartiendo mis miedos y alegrías, mis manías de loca asumida y sin remedio; cierro los ojos y estás sonriendo entre melodías hermosas del pasado que se hacen presente ahora. Cierro los ojos y no soy más yo, sino tú en mí, como si el sentimiento no fuera otra cosa sino tú... tu alma dentro de mí, que viene a regalarse todo y entero. Estás aquí, quiera o no quiera el resto de los espíritus y no sé como sacarte para darte un beso, y mirarte y decirte que te amo, que estás tan dentro, que eres un sentimiento de locura, de nostalgia, de pasión, ternura, éxtasis y todo lo que se puede sentir estando viva. Que mientras tengo conciencia de mí misma pienso en ti y cuando me acerco a la ventana a mirar el cielo, no hacen falta tus ojos porque allí en las estrellas parece que están, que las personas de mi alrededor pueden compartir el día conmigo y las cosas maravillosas del mundo, que pueden querer entrar en mi corazón y descubrir lo que hay, pero nadie consigue sujetarme a la materialidad.
Soy la misma de ayer, pero con un cansancio no relajado en mis huesos. Hace un rato alguien me miró indignado y me dijo “loca”, porque yo le juré que un fantasma estuvo conmigo toda la noche. Sí, estoy loca, le dije al tipo y me levanté para volvérselo a gritar... “!Estoy loca!, ¡Prefiero estar loca! ¡Prefiero no ser de este mundo!” .
Qué saben ellos el idioma de mis alegrías, qué saben ellos el color de mi realidad. A veces es necesario declararse loca para perdonarse las cosas que el resto del mundo no hace o no entiende, para probarse a uno mismo que no hay remedio contra esto y entregarse de una vez a la felicidad. Los hombres se escapan de mí, excepto tú, excepto tu alma que se dibuja sobre mi alma y mi cuerpo, porque cada día te siento más real. A veces siento que me tocas y suspiro, lloro en silencio cuando percibo que no es nada, que es apenas la fuerza de mi imaginación. A veces siento tu aliento en mi respiración como si fueras a besarme y mis labios se entreabren para recibirte, pero es apenas un soplo que la brisa del día me trae. Eres, aún así, un aroma, una terapia contra mi soledad.
Un piano comienza a tocar. Es una melodía suave y dulce, que acaricia. Que me encuentren muerta después de esto, ya no me importaría. Es la mejor melodía que escuché en mi vida. Parece que me fuera llevar a alguna parte, parece que me fuera a levantar y hacerme volar. Un piano sin pianista que suena en mis oídos. ¡Eres tú! No quieres parar, el piano se vuelve loco y no quiere parar, cierro los ojos, entrego mi cuerpo y mi alma a esta melodía profunda de amor, sigues tocando, no te veo, mas sigues tocando, estás aquí con tus dedos y tu boca, con tus cabellos escapándose hacia el bello formato de tu rostro, eres fuerte y dulce, eres sensual y enigmático...
Y si aparecieras ahora?, me pregunto, de pronto. Y si llegaras ahora con tus manos delicadas y fuertes a apartar las mías de este teclado para tomarlas y besarlas? Y si llegaras sin importarte nada con alguna existencia venidera de aquí o del más allá, para tomar de una vez lo que soy y diluirte conmigo? Sí, ya lo he pensado. En ir yo a tu encuentro. En cruzar la puerta final y acabar esta tortura de una vez. Pero algo sucede, extraño y maravilloso, que no consigo atentar contra mí misma: desde que sé que te amo me gusta vivir, río más e intento acercarme a las personas para ver si puedo alegrarles el día con alguna gracia.
Dicen que sería peligroso si te viera. Dicen que eres el único fantasma que está prohibido de visitarme. Dicen que debo vivir esta vida con alguien que consiga tocarme. Dicen... ellos dicen, esos espíritus que me visitan y me hablan, que no debo pensar más en ti.
-Pero ¿Por qué me hicieron verlo en un sueño?
Fue una rebeldía tuya, me dijeron. Nadie te impidió aparecerte en sueños y viniste. Sólo que no contabas con el impacto que provocarías en mí. Ahora estás hasta prohibido de venir a mis sueños. Y me debo conformar con saber que algún día estaremos juntos, mientras tanto debo elegir a un hombre, casarme con él y serle infiel por el resto de sus días con mi corazón. No, no acepto ese destino para mí ni para el infeliz que llegue a mi vida.
Y les grito a todos esos fantasmas que se vayan al infierno, aunque mis maldiciones les provoque risa, y les juro que no les haré caso. Y no entiendo, si tú me amas, por qué les obedeces y no vienes. Ellos mantienen ese silencio misterioso que me desespera. Algunos han decidido no volver más. No quieren verme más llorar ni escuchar mis gritos y mis súplicas interrogantes, sin poder responder, porque tienen que callarse, porque son las órdenes de un jefe mayor que me imagino que es Dios, y que aquí, en esta historia, no cuenta con ningún reconocimiento divino.
Sólo Adolfo, aquel que me recordaba a alguien y ahora ya sé quien es, me ha dado las mayores respuestas, en secreto. Y gracias a éste, tu mejor amigo y el mejor poeta que ha registrado el mundo para mí, he sabido que me lees, por eso te escribo, por eso quisiera que mis lágrimas se convirtieran en palabras para que las vieras y te compadecieras y vinieras, desafiando hasta a Dios con tu necesidad de consolarme y amarme. Pero no lo harás. Eres uno de sus ángeles más queridos y no lo defraudarás, es lo que me dijo Adolfo. Si por lo menos enviaras mensajes. Pero no. Todo es parte de mi imaginación, hasta el maldito piano que está en mi cabeza y no sale de ahí, haciéndome pensar que eres tú quien toca, y para mí. Sé que eres mi sentimiento, pero no la imagen. Y sé que nunca me tocarás. Porque allá en el reino espiritual, no existe nada tangible. Y aquí moriré un día sin ti, pero hacia ti.
Hace una semana ocurrió algo curioso. Vino un nuevo fantasma. Era tan pequeño y gracioso que llegué a pensar que eras tú disfrazado, porque Adolfo me dijo que eras como un niño y te gustaba disfrazarte. Era de noche, yo estaba en el patio mirando, como de costumbre, las estrellas. Y aquel pequeñito se presentó con una flor en la mano y se elevó hasta mí. Me dio un beso en la frente y me pasó la flor. Estaba marchándose cuando lo detuve con una pregunta:
-Quién eres?
-Un amigo.
-Y por qué esta flor y el beso?
-Encomienda. – Me dijo y se esfumó.
Y apenas te puedo agradecer con mi eterno amor. La flor no dejo de mirarla y parece que vive entre suspiro y suspiro, porque no se quiere marchitar. Es blanca, de pétalos gruesos y sedosos, y acaricio mi piel con ella pensando que son tus manos. Ah, pobre de mí que vivo para apenas esto. Dormiré esta noche como todas las noches, con tu nombre en mis labios y la flor en mis manos. No lloraré ni lamentaré más. He descubierto que me lees y sólo por eso, ahora sonrío. Te tengo dentro de mi, atrapado sin que nadie te venga a sacar.
Al final, por lo menos tengo esto. Esta fantasía que no me deja respirar sin espiraciones profundas.
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