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切腹
Seppuku


Estoy hecho una mierda. Por lo menos así es como me siento.
Después de haber revisado una y otra vez las cuentas impagas del mes y las que no pude cancelar, estando ya vencidas, llego a la conclusión de que me será imposible, de que ya llegué al fondo, después de resistir estoicamente tantos meses de los que ya no guardo recuerdo. No soy de los que no sienten ningún reparo en acudir a amistades para paliar situaciones desesperadas, soy más bien de la vieja escuela, un oficial y caballero, de la que tiene por consigna suprema el honor y el silencio. Para algo debe haber servido cultivar y honrar durante toda mi vida, la ancestral costumbre convertida en ley de mis paisanos: la omertà, la ley del silencio. Aunque esta se refiera a la prohibición de delaciones y en mi caso particular a guardar mis cuitas para mí mismo; no dejar a nadie participar de mis problemas.

Me siento en la terraza de mi vivienda, con el cuchillo de caza que heredé de mi padre en la mano y maldigo a los rateros que violentaron mi casa hace unos meses y robaron mis tres pistolas. Mirando el filo del arma siento un estremecimiento al pensar en el dolor que sentiré cuando corte mi carótida y tenga que esperar a que la sangre mane por la herida hasta que se me lleve la vida con las últimas gotas. Añoro la espontaneidad de una pistola, solamente tienes que ejercer una ligera presión en el gatillo y automáticamente el percutor hará explotar el fulminante en la recámara, lo que expulsará una pieza de plomo a una velocidad de varios metros por segundo directo a su blanco, puedes escoger la sien, la boca o debajo del mentón, aunque para mi gusto lo mejor sería en la sien izquierda, para darle la contra a la policía que investigue y se devanen los sesos pensando la razón por la que un diestro se dispare con la izquierda.

En fin, esa sería la manera correcta de hacerlo, pero dadas las circunstancias al parecer tendré que seguir el ritual japonés, que no deja de ser honorable, aunque no conozca al detalle la ceremonia ni esté provisto de los utensilios precisos, ni cuente con la ayuda de un kaisaku que se ocupe de cercenar mi cabeza de un golpe de katana, tan luego me clave la wakizashi a la izquierda de mi vientre y jale con todas mis fuerzas hacia la derecha, con el fin de cortar los intestinos, vuelta a cortar hasta el centro donde se debe efectuar un giro hacia arriba y ascender hasta el esternón. Ahora que lo pienso, tengo que reconocer la sabiduría oriental y respeto su coraje, pues el dolor de cortarse las tripas debe de ser tremendo y la rápida decapitación, es una muestra de amistad que termina instantáneamente con el sufrimiento. Pero todo eso es teoría y funciona si posees los medios para hacerlo, lo que no es en forma alguna mi caso. Estoy solo, estoy desesperado y estoy misio, es decir un suicida de segunda; todo es una gran mierda.

Lo que no me cuadra mucho del modesto método que estoy obligado a utilizar, es que es el que utilizaban las mujeres, que se cortaban la arteria carótida con un kwaiken, de doble filo, parecido a mi arma. Aunque ellas se amarraban los pies para no pasar por la vergüenza de morir con las piernas abiertas, detalle que a mi me tiene sin cuidado; me importa un carajo la postura en que quede mi cuerpo después que esté muerto. Ahora, claro que si dispusiera de una buena arma de fuego, me vestiría apropiadamente con mi uniforme de gala y todas las condecoraciones que gané en la guerra del Cenepa, me acostaría sobre la mesa del comedor y me descerrajaría un tiro en la boca, tratando de no manchar demasiado la alfombra persa que tanto le gusta a mi mujer, porque le daría una bronca de la puta madre.
Debo acordarme de usar un paño blanco cuando utilice el cuchillo, para no manchar mis manos de sangre, pues según el ritual japonés eso es una deshonra y más bien así manifiesto mi honor y bonhomía.
Quitarse la vida es algo que viene desde la noche de los tiempos. No sé quien habrá sido el primero, probablemente lo dice la Biblia al dar a conocer la prohibición divina y la condenación eterna por practicar ese acto. Se practicaba en Grecia, Egipto y todas las grandes civilizaciones antiguas, incluyendo por supuesto a Roma. Por lo general quienes cometían ese acto de supremo coraje, o de cobardía según algunos, pero no concuerdo con estos, eran los dignatarios y los guerreros vencidos, para preservar a sus familias de represalias por parte de los vencedores. Es un caso parecido al mío aunque ya no sea ni dignatario ni más guerrero. Claro que mis fines son nobles; liberar a mi mujer de la carga de las hipotecas y dotarla de un capital suficiente como para que pase sus próximos años con la comodidad y la holgura de otros tiempos.

Claro que para mi seppuku también me he vestido apropiadamente; me he puesto mi pijama negra de seda china, que es lo más parecido que he encontrado a un kimono japonés. También he decidido realizarlo sentado en el centro de la enorme mesa, adoptando la posición del loto, aunque lo más probable es que las rodillas me duelan terriblemente a la hora de doblarlas. Una vez que corte calculo que caeré hacia un lado, procuraré que sea el opuesto al corte para evitar la posibilidad de que algo detuviera la hemorragia y mi suicidio termine en un fiasco y me resuciten.

Bueno, ahora tengo todo listo y procederé. Nada de notas suicidas ni explicaciones; esas son huevadas y no tengo que justificar a nadie mi decisión. ¡Para eso soy un hombre y hago lo que se me da la gana! Enciendo unas varillas de incienso, las he conseguido de cannabis como para recordar los viejos tiempos y que el aroma me haga más fácil la transición.
Cuando tengo el instrumento en la mano y me apresto a dar el corte definitivo, ¡zas! Se encienden las luces del comedor y escucho; ¿Guillermo qué diablos crees que haces? A tu edad fumando esa porquería y ¿por qué te has disfrazado así, acaso te has vuelto loco?

Bueno, no resultó como yo lo había planeado pero el lamentable suicidio de Isabel, pobrecita, había estudiado a fondo el ritual de las japonesas y hasta se ató los tobillos, me sirvió tanto como le hubiera servido a ella el mío.
Son una maravilla los seguros dobles.

Texto agregado el 14-03-2008, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-11-2012 Pobre Isabel, por su culpa no se libró ni de las hipotecas ni de un futuro holgado. ZEPOL
 
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