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Perro mundo

Cuento - relato

"¿Dónde andarás diseñando tus fantásticos automóviles en servilletas de papel? Ojalá amigo, hayas alcanzado el mejor de los cielos, de un cielo tachonado por tus mejores creaciones. Ojalá que hayas encontrado la paz. Paz que en esta Tierra te negamos. Ojalá disfrutes en la Gloria por tener un alma nívea. Sé que estás allí. Igual que todos los que pueden portar su alma pura."

A la memoria de Cachi.

Tal como cae esta lluvia intermitente, que duele, que lastima, que tortura, que agobia de tanto caer. Tanta impotencia por encontrarme paralizado, mirando a través de los cristales de una muda ventana, sin ver nada que tenga interés... Busco en un armario una foto cualquiera. No está el álbum que busco. Sólo una caja pequeña conteniendo viejas postales y unas fotos de mi niñez. La caja es un baúl inmenso que alberga un tesoro escondido y olvidado. Las imágenes se muestran descoloridas, algunas color sepia, otras tienen la gama de los grises, color de la nada... Rostros de inocencia aparente, en algunos casos. En otros, la inocencia existe, es real. Los nombres quedaron sepultados en el olvido. En tanto, recuerdos de mi niñez afloran gota a gota, como la misma lluvia. Me veo, te veo Cachi, sentados en un aula poblada con delantales blancos. Las niñas al medio, nosotros a los costados. Veo un pizarrón pintado con el verde desvaído, que se me antoja gigantesco, justo cuando tengo que resolver el problema que me dieron. Veo al maestro caminar con las manos entrelazadas a su espalda, hablar con emoción, de los héroes de la patria. Hablar de un país de ensueño. Hablar de las batallas ganadas. Las batallas perdidas se justifican. Los héroes, son Héroes de leyenda. Formarán parte del Olimpo de la patria. Remembranzas de una niñez feliz, matizada con pequeños desconsuelos.
Ahí, sentado a mi lado derecho, en la foto descolorida por el tiempo, está Cachi Villafañe. Hace pocos días volví a mi pueblo, de pasada. Recién me entero de la muerte de Cachi, un amigo de la infancia. Dicen que sucedió hace ya tiempo. Pero, igual me duele. Aquí, rescato brevemente, lo que supe de la difícil vida de Cachi, el diseñador de autos.
Don José Villafañe, tenía el kiosco en el lugar más apetecido de aquel pueblo: a la salida de estación ferroviaria, sobre la única avenida. Pronto, además de vender caramelos masticables, chicles y pastillas de menta, incorporó otros rubros. Y ya no sólo los pasajeros del tren Mixto, que paraba en todas las estaciones, eran sus clientes. La gente del pueblo advirtió su progreso y empezaron a comprarle antiácidos, calmantes y otros productos medicinales, a pesar de la bronca del farmacéutico. Su kiosco se convirtió en el “noticioso del pueblo” y el mejor punto de referencia.
Cachi, su sobrino, era mi condiscípulo del cuarto grado. Era un morocho tímido, poco conversador y poco o nada estudioso. De hecho, repetía el cuarto grado con once años de edad. Parecían no preocuparle las tareas escolares, salvo que se tratara de la clase de dibujo. Cachi disfrutaba esa hora demostrándonos su extraordinaria habilidad para dibujar los coches más hermosos de aquel tiempo. Su sueño, acaso un delirio, era ser diseñador de autos de carrera, nada menos. Tenía varias carpetas, donde cada lámina arrancaba las fantasías de los compañeritos. Los Ferrari, BMW, Lancia o Mercedes, no tenían secretos para sus hábiles manos. Los diseñaba igualitos a las fotos y luego los mejoraba dibujándoles enormes caños de escapes, a la vista de todos. “Así parecen más veloces”, decía satisfecho. El maestro le observaba: - “Villafañe, me parece bien que dibujes, pero no conseguirás ningún puesto de diseñador, si antes no eres bachiller. Y para eso debes terminar la primaria, si es posible con buenas notas”. Pero Cachi le escuchaba, “sin oír” sus consejos. Después supe que Cachi carecía de amigos y que pasaba largas horas en su cuarto, solo. Dibujando, por supuesto. Tampoco compartía juegos con sus hermanos. Ni le gustaba disfrutar de los recreos. Las pocas veces que lo vi salir, regresaba con sus ojos cubiertos de lágrimas y no abría más la boca. Alguna vez le invité a casa, pero le esperé inútilmente.
Una tarde nos encontramos por casualidad en el kiosco. Ambos buscábamos lápices de colores. Eligió los de mejor calidad. Don José atendió primero a su sobrino y lo despidió cariñosamente con un beso:- “No me pagues nada ahora. Me vas a pagar tus deudas cuando ganes tu primer sueldo...”. Cachi esbozó una enorme sonrisa y se alejó. Luego don José, me dijo: - “Es mi ahijado ¿sabías? y guiñándome un ojo preguntó:¿Cómo anda Cachi en la escuela? Dime la verdad. No lo defiendas...”
– “...No muy bien, me parece...”, contesté algo avergonzado. En eso había llegado doña Micaela, la modista. Había observado todo, y le pareció oportuno intervenir.
– “Es que usted sabe, don José, ...el problema del chico. ¡Qué tremendo!...”
–Sí, replicó el kiosquero. La mala suerte de él de haber salido morenito, con sus seis hermanos rubios y de ojos verdes...
– ....Aunque se parece físicamente a su padre... Pero, además, nadie dudaría de su cuñada, tan bella persona...observó astutamente doña Micaela.
– ...El caso es complicado. Hijo de padres blancos, rubios, de ojos claros. No comprende porqué le tocó a él ...Ocurre que doña Felisa Bazán, su abuela materna, era una mujer criolla, de tez morena, trigueña. Quizás la explicación esté allí...Pero el chico no quiere saber nada de explicaciones. El sufre por las burlas de los chicos, en el barrio y en la escuela, que lo discriminan por ser el “negrito de la familia” y... ”.
Don José calló, repentinamente, mientras terminaba de acomodar la mercadería con malos modos. Yo, con casi 10 años, sólo entendía que mi amigo pasaba por un trance difícil. Don José, mientras me daba el vuelto, nos explicó: - “Ya hablé con mi hermano del caso. Y le dije que si no se mudaba del pueblo, con el chico iba a tener problemas. Viviendo en este pueblo, con los chicos tan crueles, y en esa edad tan difícil... el muchacho va a tener un mal fin”.
Al año siguiente me mudé a la capital. No volví al pueblo en años. Me cuentan que Cachi a duras penas completó la primaria. No encajó en la secundaria. Dicen que no encontró trabajo como diseñador de autos. Dicen que antes de cumplir los 22 años, desilusionado de una vida de constantes fracasos, no soportó más y que se mató de un disparo de escopeta.
Al lado del arma se encontró una nota,sin destinatario,que sólo decía: Perro mundo.-
Atilio Gómez (Tucuman, Argentina)

Texto agregado el 17-03-2008, y leído por 79 visitantes. (0 votos)


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