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Lo trajeron en la falda. Temblaba y expelía sangre por el rincón de uno de sus ojos. Lo pusieron en el suelo y no se sostenía parado. Arrojó por todo el piso y dejaba caer de la boca, una babaza constante. No sé de donde le salía tanta saliva. El suelo quedó toda empapado. Me contaron, que un coche le pasó por cima, con la rueda trasera y delantera. Los ojos, le habían saltado para afuera de la cabeza y en un primer momento, había quedado durito, estirado en la calle. Pero después de algunos minutos, lo vieron moverse y dar unos saltos impresionantes. En ese momento decidieron traérmelo. ¡No lo podía creer! ¡Tan chiquito, tan débil, tan frágil! ¡Pobrecito! ¿Que hacer? No me animaba a tocarlo. Estaba tan dolorido que no emitía ningún son. No se quejaba, no se lamentaba, no lloraba. ¡Nada! No tuve coraje de abrirle la boca a fuerza, para darle un remedio contra el dolor, porque temía herirlo más. Pensé que estaría con los maxilares desechos. ¡Que sé yo! Quizás el cráneo roto...
Lo acostamos y lo dejamos quietito. Durante la noche, varias veces fui a mirarlo y notaba que a todo momento se cambiaba de lugar. Un poco se acostaba aquí, otro poco se acostaba allá, en una inquietud comprensible, debido al terrible dolor que debía sentir. Por la mañana, le di comida y enseguida la vomitó. Parecía muy mal. Al rato, le di un analgésico y se quedo inmóvil, como durmiendo. Hacia calor y el aire estaba pesado.
Lo había acomodado en la pieza del fondo, después de la cocina, que tiene, una salida para el patio. Al mediodía, en un descuido, la puerta se quedó abierta y solo tuve tiempo de verlo, cuando huía, pasando por un agujero, que había en el rinconcito de la cerca, que separaba nuestro patio con el del vecino. ¡Que aflicción! Siempre oí decir, que los perros cuando saben que van a morir, se esconden para que nadie los vea morirse. Para aumentar toda mi preocupación, algunos minutos después, comenzó a llover; una lluvia de gotas gruesas que parecían chorros. ¡Cómo hacia tiempo que no caía!. Parecía que era agua lanzada en baldes y que se mantuvo por mas de una hora. Yo caminaba de un lado para otro y los pensamientos me azotaban: “este pobre animal, enfermo como está, con fiebre, todo dolorido, no tiene movimiento ni velocidad suficiente para buscar un abrigo, va a morir irremediablemente”. Así que cesó el aguacero, entramos en el otro patio, que está cubierto de pasto. Pasto este, que mide en algunos lugares, mas de un metro. Levantamos los yuyos, revisamos debajo de los arbustos, en la orilla del muro, metro a metro y nada. Lo llamamos, le chiflamos, le gritamos el nombre y nada. Desconsolada, lo aguardé toda la tarde. De rato a rato, salía al patio y lo llamaba. Llegó la tardecita y con ella la temperatura bajó mas de diez grados. Todo ese cambio ocurrido con el tiempo, me llevaba a pensar, que era un complot para aumentar mi desespero. Ya había llovido y ahora, para completar, refrescaba bastante. Era algo que en ese día, me parecía a mí, totalmente absurdo.
Hasta muy tarde, deje la puerta del fondo abierta. Salía, llamaba y nada. Aguzaba el oído, la vista. ¡Nada! La noche había caído y aparte de la oscuridad, lo único que se oía era el barullo algún sapo o grillo que se entretenían en el medio del pastizal. Solo fui a dormir cuando el sueño me venció. Me levanté temprano y abrí la puerta que daba al patio. Hice una curva con la cabeza de ciento ochenta grados y como que la agaché un poco y examiné, con la mirada, de un lado para otro, para ver si le veía, si lo encontraba. Me sentí impotente. Hasta donde mi vista alcanzaba, estaba todo inerte, quieto, nada se movía. Entré y retiré del alojamiento el plato en que le daba comida, pero el vasito, que él tomaba agua, lo dejé, como para no quitarme de vez todo sus recuerdos. Parecía que yo tenia el cuerpo pesado y caminaba sin ganas, sin prisa. Mis pensamientos se amontonaban, tropezaban unos con los otros, giraban siempre en el mismo sentido y no conseguía diseccionarlos a otro objetivo. Salí nuevamente y, mientras barría, pensaba en lo que le iba decir a Luiz, que tiene cuatro años; “ Creo que Pulga, (ese es el nombre del perrito), desapareció”. O mejor, sería, talvez decirle que: “Alguien, no sé quien, se lo llevó”. ¿O sería mejor contarle la verdad? ¿Pero que verdad? Si ni yo la sabía, solo me la imaginaba.
La puerta del fondo continuó abierta y yo fui a tomar café. Como de costumbre, recosté la puerta anterior, que lleva a la cocina y, estando con la taza humeante en la boca, siento: slap, slap, slap...Pensé haber enloquecido, creí que estaba imaginando cosas y corrí para abrir la puerta y lo vi. ¡Pulga había vuelto y estaba bebiendo su agua!



Texto agregado el 19-03-2008, y leído por 99 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-04-2008 ¡Qué bonito escribes, Ely! En un comentario a otro de tus cuentos escribí que tu lenguaje "fluye" y creo que usé la palabra correcta; fluye como el agua cristalina de una fuente que rpovoca a beberla y calmar la sed de llegar al final de esa historia. Hoy te descubrí en este lugar y sé que hice un buen descubrimiento. Te seguiré leyendo. 5* aprendizdecuentero
 
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