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EL ARBOL DEL AHORCADO

Siempre tuve actitud incrédula y desdeñosa en lo que a mitos y leyendas se refiere, estuviesen o no fundadas en hechos reales, poseía un verdadero escepticismo con respecto a todo lo que no pudiere explicarse mediante la lógica o la ciencia.
Muchas veces, en medio de entretenidas historias fantásticas contadas en círculo de amigos, mis sarcásticos y burlones comentarios sobre el relato, sacaban de contexto a historia y a narrador; haciéndole perder toda la magia y encanto que se supone tienen aquellas.
Tenía treinta años por aquel entonces, un flamante título de ingeniero, y próximo a contraer matrimonio con Roseane; cuando ambos fuimos de visita a una hermosa granja campestre, siendo ésta, una valiosa propiedad de los padres de mi prometida. Por supuesto, en aquella ocasión, nos acompañaron mis progenitores, a lo que sería una reunión de familia previa a la boda y para ultimar los detalles del inminente y feliz evento.
De esa forma, nos trasladamos los cuatro en mi flamante automóvil; desde la gran ciudad hasta aquel punto situado en medio del campo, cercano a una pequeña localidad llamada Riverside.
Despreocupados, felices, estábamos dispuestos a pasar dos o tres de días en estrecho contacto con la naturaleza, en aquel apacible lugar apartado del mundano bullicio.
Al siguiente día de haber arribado, muy temprano por la mañana y antes que los demás abandonaran el lecho; decidí salir a dar un breve paseo por aquel verde y paradisíaco entorno.
Escogí un viejo, estrecho y casi abandonado camino de tierra para emprender mi marcha. Sin prisa alguna, mientras el fresco y puro aire del campo llenaba mis pulmones.
Habiendo transcurrido más o menos media hora desde mi partida, decidí detenerme a descansar un poco a un costado del camino bajo un raro y enorme árbol seco. Decidí tomar asiento para contemplar el hermoso paisaje.
No habrían transcurrido siquiera dos minutos, cuando un rubio mozalbete montado en un corcel de dos colores se acercó de repente.
-- Buenos días mister.... – dijo con una amplia sonrisa, quitándose a su vez el sombrero en franco gesto de cortesía.
-- Muy buenos días joven. – contesté prestamente retribuyendo el saludo.
Mas de pronto, aquel joven se puso serio y me dijo:
-- Yo que usted, mister, no me sentaría bajo ese árbol...
Reí con ganas interrumpiendo y enseguida le respondí:
-- No veo por que no debo, no es propiedad privada. Tampoco de hormigueros se debe tratar el tema, pues de ello me he cerciorado antes. Y para serte sincero, lo demás poco me importa, pues no me interesa si detrás de esa advertencia hay alguna historia de fantasmas.
El joven se encogió de hombros.
-- Allá usted si eso desea. – terminó diciendo, y meneando la cabeza con su caballo se alejó a paso lento.
Enseguida presentí que aquella advertencia se relacionaba con alguna patraña campestre, y olvidando de inmediato aquella absurda sugerencia, al rato estaba yo profundamente dormido.
En algún momento más tarde me desperté de improviso. Estiré mis brazos y mis piernas en toda su longitud, y aspiré profundo aquel aire del campo.
-- ¡Ahhh!... el aire puro. – exclamé muy complacido.
De pronto, observé pasmado, que el paisaje antes frente a mí había desaparecido. En lugar de tupidas arboledas, se extendía una planicie verde y donde se divisaba una casita cercana. Con un corral a su lado conteniendo diversos animales de granja.
Miré en derredor cada vez más asustado, y descubrí que en realidad el entorno había cambiado totalmente; tanto era así, que hasta el árbol bajo el cual yo me hallaba sentado lucía mucho más pequeño, pleno de verdes hojas y largas ramas.
Restregué mis ojos con fuerza, pues no daba crédito ni aceptaba lo que ellos percibían, como si una simple ilusión óptica se estuviera burlando de mí. Pero la inutilidad de hacerlo comprobé enseguida, pues el mismo paisaje seguía viendo aún.
De repente, pegué un brinco quedando sobre mis pies parado, al observar que también mi ropa había cambiado totalmente.
Mi jean había desaparecido, ocupando su lugar un corto pantaloncito color marrón claro, ajustado, que llegaba hasta un poco más abajo de mis rodillas y ceñido en sus extremos.
Una camisa color blanca y de mangas largas, con volados en los puños, y sobre ella, un chaleco color té completaba mi atuendo.
Alelado no salía de mi asombro, cuando y para completar aquella vestimenta que de carnaval parecía, comprobé calzadas un par de botas de caña mediana.
¡Ay de mí!
¿De que absurda broma estaba siendo víctima?
¿Que disparate era este?
Por un momento pensé que estaba soñando y el tremendo pellizco que me apliqué me hizo chillar de dolor.
Pero no, no estaba soñando.
Por fin, me largué a reír. Supuse que todo se trataba de algún tipo de broma de parte de mi prometida Roseane, en complicidad con mis padres y mis futuros suegros. Seguramente me habían colocado aquella indumentaria ridícula del siglo dieciocho, y luego me habían llevado hasta aquel lugar, bien diferente al sitio en el cual yo había quedado dormido.
Sin embargo algo no encajaba en mi mente.
¿Cómo habían logrado cambiar mi ropa sin que yo despertara?
¿De que manera sutil me trasladaron sin que yo ni un ojo abriese?
Lo único que cabía dentro de mi estricta lógica, era que previamente me hubiesen suministrado algún somnífero, pero aquello también era imposible, pues en el momento de partir de la casa se hallaban todos durmiendo.
Volví a sentarme bajo aquel árbol, con la mente tan confusa que mis ojos escudriñaban hacia todos lados sin entender absolutamente nada. Todo lo que había visto al despertar permanecía en su sitio y sin cambiar nada en lo absoluto. Percibí incluso el mugido de una vaca blanca con manchas negras y el cloquear de las gallinas que provenían desde el corral junto a la cabaña.
En un momento dado, una rubia muchacha emergió desde el interior de ella, con un gran canasto cargado de ropa en sus brazos, y más tarde comenzó a tenderla al sol de la mañana en una fina cuerda atada entre dos largas estacas. De inmediato me puse de pié para luego dirigirme hacia allí, pues pensé que cabía la posibilidad que ella me aclarase las ideas sobre aquel lugar en donde yo me encontraba.
Aún sin saber todavía muy bien que cosa iba a preguntarle, y cuando casi llegaba junto a ella; la joven, advirtió mi presencia. El corazón me dio un vuelco, cuando con una amplia sonrisa se abalanzó sobre mí para estrecharme en un fuerte abrazo.
-- ¡Oh, Jack mi amor! ¿Dónde estabas?...ven, dentro está listo el desayuno.
Estupefacto, paralizado, quedé mirándola fijamente a sus hermosos ojos azules. Se trataba de una hermosa joven de finos rasgos. Vestía una larga falda celeste que casi llegaba hasta el suelo; ajustada en su cintura pero muy amplia en la parte baja, y una blusa color rosa de largas mangas, que con adornos y bordados cubría su bello cuerpo.
Prácticamente me arrastró tomándome de una mano, al interior de aquella cabaña; para luego hacerme tomar asiento junto a una rústica mesa hecha en madera de pino claro. No sabía que decir en aquel momento, ni que actitud tomar respecto a aquella situación harto extraña que estaba viviendo. Mi mente, ahora totalmente en blanco, se encontraba atorada por inexplicables sucesos ocurridos tan de improviso.
La muchacha hablaba y hablaba, pero yo me hallaba tan, pero tan confundido, que no prestaba la más mínima atención a lo que ella decía, y su voz, sólo sonaba para mis oídos como un murmullo de fondo.
Por fin, plantó ante mí y sobre la mesa, un gran tazón con té y leche, junto con media hogaza de pan de maíz.
Entonces, la miré fijo por un instante y ella tal vez percibió la angustia que mis ojos expresaban, por lo que preguntó enseguida y poniéndose seria:
-- ¿Qué te ocurre Jack?... luces extraño esta mañana.
Entonces, me animé y le dije:
-- Mi nombre no...no es Jack, mi nombre es Richard, Richard J. Stevens....y no sé donde me encuentro, ni que hago aquí....ni quien eres tú.
Luego tomé el tazón y bebí un sorbo de aquel té con leche.
Se puso muy seria y frunció el ceño. Estuvo así durante casi un minuto, pero luego sonriendo dijo:
-- ¡Vamos Jack, déjate de hacer bromas!
-- Mira...te estoy hablando en serio. Mi nombre es Richard Javier Stevens y...y...¡¡¡No se que como diablos llegué aquí, pero te advierto que si esto es una mala broma de Roseane, ya ha ido demasiado lejos!!!
Sorbí un poco más de aquel tazón.
Ella ahora me miraba sumamente extrañada y luego de pensar un poco dijo:
-- Jack, ¿te has dado tal vez algún golpe en la cabeza?
-- No, no me he golpeado, ni tropezado, ni caído....ni cosa por el estilo...¿Cuál dices que es mi nombre? –
-- Jack, Jack Wilson, ¿acaso no sabes tu propio nombre?
-- ¡Aja! ¡Con que Jack Wilson eh! ¡¿Y quien demonios se supone que es Jack Wilson?! ¡¿Tu esposo?!
-- ¡Por supuesto que eres mi esposo! – respondió con vehemencia, y rápidamente dio media vuelta para desaparecer por una puerta interior de la cabaña.
No tardó un minuto en regresar con un chiquillo de dos años cargado en sus brazos y que trataba de despabilarse restregando sus ojos, pues aparentemente se hallaba durmiendo hasta hacía un instante.
-- ¡ Y éste es nuestro hijo, Robert ! ¡¿O me dirás ahora que tampoco sabes quien es él?!
Advertí que aquella hermosa muchacha se había puesto sumamente nerviosa, y pronto comprendí que de ninguna broma se trataba. La joven tenía llorosos sus hermosos ojos azules, pues vaya a saber que cosas también pasarían por su mente.
Intentando calmarla dije:
-- Lleva al niño a su cama para que descanse un poco más...es temprano todavía.
Luego de hacer caso a lo que yo le había dicho, regresó y se sentó frente a mí.
-- ¿Es que ya no me amas y quieres marcharte? – preguntó, mientras por sus mejillas rodaban inconsolables lágrimas. Tomó mis manos entre las suyas.
Su rostro era hermoso y dulce.
-- ¿Me escucharás si te cuento? – dije enseguida.
Mi voz sonaba insegura, pero conté lo que me había ocurrido, además de quien era yo, o tal vez en ese momento, quien creía ser.
Cuando terminé mi extenso relato, estaba tan confundida como yo, y no sólo eso, pensó justificadamente que había perdido la razón al golpear mi cabeza en alguna parte. Por lo que enseguida se puso de pié y colocándose a mi lado, comenzó a revisar mi cuero cabelludo.
Yo permití que lo hiciera, pues no había nada malo en ello, y además serviría para aclarar un tanto las cosas.
Luego volvió a sentarse frente a mí y preguntó:
-- ¿Re..recuerdas mi nombre? –
-- No. No sé como te llamas. – respondí con sinceridad.
-- Mi nombre es Mary y tengo veintitres años. Nuestro hijo se llama Robert y tiene dos...y...y...
No pudo continuar y rompió en desconsolado llanto. Entonces tomé una de sus manos entre las mías y le dije:
-- Mary, por favor, no quiero que te preocupes, ya veremos como resolvemos esto.
Pero sólo fueron palabras, meras palabras para infundirle cierta calma, pues realmente no tenía ni la más remota idea sobre lo que había ocurrido conmigo o por que me encontraba en aquel extraño sitio. Sin embargo comprendí que si de algo estaba bien seguro, todo era real.
Un poco más tarde, le pregunté que se suponía que debía yo hacer ahora, y ella, echándome una mirada triste, me dijo en voz muy baja:
-- Debemos recoger el maíz.
Así, todo el resto de aquel día me lo pasé trabajando en el pequeño cultivo que se hallaba en una parcela detrás de la cabaña; haciendo sólo una pausa para almorzar en silencio, junto a la joven y el pequeño Robert. Cuando bajó el sol, luego de una agotadora jornada de trabajo rural, me eché totalmente rendido sobre la que se suponía era nuestra cama de matrimonio.
Hasta ese momento, la única explicación racional y científica que pude hallar para lo que me estaba sucediendo, era que inexplicablemente, yo había traspasado algún portal en el espacio tiempo, y aterrizado en aquel sitio y en aquella remota época, que según me había dicho Mary se trataba del año mil setecientos sesenta.
Lo que no lograba comprender aún, era de que misteriosa manera yo me había transformado en Jack Wilson, si aún conservaba el aspecto normal y corriente de quien yo era, Richard J. Stevens.
Esa noche me eché en la cama y me dormí profundamente, con la idea en mi mente de que al día siguiente despertaría en mi mundo, del cual yo formaba parte, y que todo lo acontecido habría resultado un mal sueño.
Apenas asomó el sol en el horizonte un gallo me despertó con su canto; rápidamente y emocionado salté de la cama; pero luego, comprobé con tristeza que aún me hallaba en el dormitorio de aquella modesta cabaña. Mary dormía profundamente a mi lado, y en un pequeño camastro a nuestro lado, el pequeño Robert.
Me tomé la cara con manos temblorosas y salí al exterior.
Aquella insólita situación había desbordado mi entendimiento y amenazaba mi cordura. Una angustia feroz me invadió y rompí a llorar desconsoladamente cual un chiquillo.
Dos días más tarde, acabada de juntar la cosecha de amarillas mazorcas, fue cuando Mary dijo que debíamos cargar la carreta y dirigirnos hasta la ciudad para vender, aparte de aquel maíz, otros productos de nuestra granja.
Yo casi no hablaba, me había concentrado de tal manera en buscar la forma de salir de aquella situación, que todo lo que me rodeaba no tenía para mí la más mínima importancia. Me había convertido en una especie de espectador de un dramático filme.
Un par de meses más tarde, sólo un par de meses; integraba yo la comunidad de aquel lugar. Me había resignado a vivir en aquella época, muy distante de mi tiempo y a la cual no pertenecía. Descubrí que tenía amigos y alguno que otro pariente, a los cuales fui conociendo con el correr de los días.
Mi relación con Mary había cambiado, refiero esto respecto a mi anterior conducta y cercana a la fecha de mi “arribo”.
Como era inevitable, comencé a enamorarme de aquella bella muchacha, a querer al pequeño Robert y a mi nueva vida; la cual continuó como la de cualquier matrimonio. El tiempo pasó y casi estaba todo bien. Casi, pues el gobierno del rey nos tenía a mal traer con sus fuertes impuestos y sus duras leyes, aplicadas con mano de hierro a través de su ejército colonial.
Con el tiempo, nosotros los colonos, comenzamos a organizarnos; no solamente en aquella zona sino en todo el territorio americano. Era de esperarse, por mi parte, conocía la historia de aquellos habitantes del nuevo mundo y había llegado la hora de independizarse.
Una cosa llevó a la otra y comenzó la resistencia armada hacia los que por aquellos tiempos eran nuestros amos.
Mis manos endurecidas por la dura tarea del campo, estaban más que dispuestas y con el correr de los años de abuso, a empuñar un mosquete contra del ejército del rey. Diversos alzamientos se produjeron en muchos sitios, que con o sin éxito, yo sabía que sucederían.
Así, de esa simple manera, me sumé a las filas del ejército irregular insurrecto; me sentí participante de aquel trozo de historia que “antes”sólo conocía por libros.
La mayoría de los combates y escaramuzas que se produjeron más tarde, nos fueron desfavorables en un principio, y como sabía que ocurriría, poco ya me importaba pues conocía el desenlace.
Casi ya no recordaba a mi amada Roseane, a mis padres y a mis futuros suegros, era cosa del pasado, y paradójicamente, el pasado era mi presente. Sólo en algunas noches, cuando fuera de la cabaña me encontraba, fumando mi pipa de madera y contemplando las estrellas; acudían a mi mente algunos vagos recuerdos de aquella vida anterior, a la cual casi había olvidado.
Casi diez años habían pasado desde mi llegada a aquel sitio, mi hijo Robert se había convertido en un hermoso jovenzuelo, y no sólo eso es lo que puedo contarles; con mi esposa Mary, que permanecía tan linda como siempre, habíamos tenido dos hijos más, Jonathan y Lisa.
A mis cuarenta años me había convertido en un jefe de familia ejemplar, un buen y respetado ciudadano de aquella comunidad, hábil en sus tareas, en el manejo de la espada y del mosquete de chispa. De esto último me había ocupado y con el correr de aquellos años, en aprender concienzudamente con los mejores del lugar, por considerarlo de fundamental importancia para la supervivencia en aquel salvaje territorio.
Pero un buen día que comandaba mi grupo rebelde; pues había sido honrado con el grado de teniente; recibí una bala de mosquete en el costado izquierdo de mi cuerpo. Créanme que un poco asustado estaba, cosa que muy bien supe disimular debido a mi rango de líder de aquellos colonos.
Sufrí bastante para recuperarme, por supuesto también temiendo la posibilidad de contraer una infección que me enviase a la tumba, dado que aún no existían los antibióticos y la cirugía tal como yo la conocía.
Y como era de esperarse, y como yo ya lo sabía, la guerra de independencia más tarde se desató con toda su furia. Los combates del ejército regular de las colonias enfrentaron abiertamente a los soldados del rey, simples escaramuzas pasaron de ser a verdaderas batallas por controlar uno u otro territorio.
Pero un fatídico día, luego de una fallida escaramuza con los soldados del rey, me encontraba cortando leña fuera de la cabaña, cuando un grupo de jinetes; más precisamente diez, se acercaron al galope. Los reconocí desde lejos por sus rojizas casacas.
No atiné a tomar el rifle pues a mi familia querida a peligro grave expondría, y haciéndome el distraído seguí cortando leña con mi hacha. Un capitán los lideraba y venía al frente de aquella tropa, cuando a escasos metros de mí se detuvieron y prestos descabalgaron.
Mary salió de la cabaña muy asustada y traté de tranquilizarla diciéndole que no temiera, y que no ocurriría nada malo. Que era mejor que permaneciera dentro de nuestra casa mientras yo solucionaba cualquier posible problema.
Desenvainó su brillante sable de batalla aquel arrogante capitán y colocó su filosa punta tocándome el centro del pecho, quedé inmovilizado por aquel acto que francamente yo no esperaba.
Enseguida me rodearon cuatro o cinco soldados prestos a disparar con sus rifles, mientras un veterano sargento y leyendo un papel amarillento que desenrolló de inmediato, dijo:
-- Jack Wilson, se le acusa de traidor a la corona, rebelde e insurrecto súbdito de su majestad el rey Jorge. De combatir en contra de los soldados del ejército real y dar muerte a varios de ellos.
Por lo tanto se lo condena a morir en la horca sin juicio previo y en vigencia de la ley de guerra.
Firmado : general Douglas Malcom Haggerty.
Terminando de decir éstas palabras dos de los soldados me sujetaron firme de ambos brazos. No resistí en lo más mínimo, pues comprendí que era inútil, mientras bajo un gran árbol me arrastraban y otro soldado lanzaba una cuerda alrededor de una gruesa rama.
Indudablemente, supe de inmediato que allí todo terminaría para mí, estaba condenado y moriría en unos minutos más.
Mary tuvo que ser detenida por otros dos de aquellos infames esbirros que forcejearon con ella; pues la pobre se sumió en un mar de gritos y lágrimas durante todo lo que duró aquella secuencia.
Me subieron a un caballo y ataron mis manos a la espalda.
Rogué a Dios que recibiera mi alma, y luego sin más, ellos el caballo azuzaron. Un fuerte tirón sentí en el cuello, y luego todo fue oscuridad para mí.
Sabía, es decir suponía, que iría al encuentro del Creador, pues mi fe había sido siempre y seguiría siendo, muy grande.
Acudieron a mi mente, a último momento, imágenes de toda mi vida, además de los relatos sobre la muerte que tantas y tantas veces había escuchado.
Lo único que lamentaba en aquel momento aciago, era abandonar a mi amada Mary y a mis hijos, a quienes quería con locura.
Pensé por un momento, y al percibir una brillante luz delante de mis ojos que me encandilaba de sobremanera; que todas aquellas historias de la vida luego de la muerte eran ciertas.
Entonces, esperé en cualquier momento encontrarme con Dios.
Y así lo creí, cuando de improviso percibí una borrosa silueta que no podía distinguir muy bien debido a aquella brillante luz que todo lo inundaba.
Luego, sentí un fuerte sacudón sobre mi hombro y una voz femenina que decía:
-- ¡Richard!...¡Richard!¡Despierta,despierta!....que te has quedado dormido a pleno sol y te hará mucho daño.
Te hemos buscado toda la mañana y no te podíamos hallar.¡Sinvergüenza!
A duras penas abrí mis ojos, sólo para ver el rostro sonriente de Roseane; la cual estaba en cuclillas a mi lado y tocándome con suavidad la cara.
Anonadado, mudo totalmente quedé, pues no podía ni hablar siquiera. Tal es así, que ella me preguntaba si me encontraba bien e insistía en llevarme a un médico cercano para tratarme por insolación.
Más tarde, cuando llegamos hasta la casa de los padres de mi futura esposa, todos prestamente se apuraron a auxiliarme, dado el color rojizo de mi cara y mis brazos, y además, parecía al borde del desmayo.
Me acostaron en una cama y me dieron de beber agua fresca.
Así estuve una hora, más o menos, hasta que llegó el médico y llevó a cabo una exhaustiva inspección sobre mi cuerpo.
Este concluyó que no se trataba de algo serio, sólo un poco asoleado nada más. Pero antes de irse, con rostro intrigado, se acercó y me dijo mirándome con inquisitiva curiosidad:
-- Que fea marca esa que tienes en el cuello muchacho ¿En que situación te la has hecho?
En aquel preciso momento, como si mil resortes de gran potencia, que instalados en la cama me dieran impulso, salí disparado hacia el baño para luego mirar mi cuello en el espejo.
Lo que vi fue aterrador. Tuve que sostenerme del pequeño lavabo para evitar caer al suelo, ya que mis piernas se habían aflojado y temblaban como un par de hojas.
Alrededor de mi cuello, lucía una huella entre rojiza y morada sobre mi piel.
Poco tiempo después, según refirió mi futuro suegro, una vieja leyenda contaba que en aquel viejo árbol, y bajo el cual me quedé dormido; el ejército colonial del rey había ahorcado a un patriota de nombre Jack Wilson, quien había luchado en las guerras de independencia. Además, era una realidad que ningún lugareño se atrevía a sentarse debajo de él.
No tuve más remedio que hacerme el zonzo ante aquella leyenda histórica, fuera cierta o no, pero no miento si les digo que me llevó varios años superar aquel episodio, y aún hoy tengo alguna pesadilla cada tanto. Créanme mis amigos, sin mentir en lo absoluto, que el que les habla, vivió diez años en un día, y que nunca más olvidaré por mucho que el tiempo pase, que viví dos vidas en una.
Desde ese día, todo aquel que narre una historia por muy fantástica que ella parezca, sepa que tiene en mí, a su más atento oyente.


FIN

Texto agregado el 19-03-2008, y leído por 96 visitantes. (0 votos)


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