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Entonces él la vio abrazarlo y tomarle la mano, a ese otro, a un extraño que él conocía hace mucho. Con un gesto sutil y muy común para sus jóvenes ojos, que en contadas ocasiones presenciaron ese mismo movimiento sobre sus propias manos, vio como se las acariciaba a aquel tipo con disimulo.
Sintió el dolor en su espíritu, y en su garganta contuvo un grito sordo que le hacia sangre la voz. Aguantó al corazón, que se hacia grande y gris, y con esfuerzo soltó una tímida sonrisa frente a su compañera que se despedía con los ojos, mientras que con frialdad e indiferencia, desaparecía por el umbral de la puerta oculta por la oscuridad del encierro, con aquel tipo de gracioso caminar y de noble alma que sonreía ignorando lo que sucedía.
Bajó la vista, desconcertado, ausente y ensimismado. Decidió caminar, marchar.
Dejo caer los pies que sentía pesados sobre los escalones de la estación del metro tren, sin saber si era por la culpa o el cansancio. Era como si la vida se posara sobre sus hombros. El dolor en el pecho era intenso cuando abordo el vagón. Se acomodo en un rincón, ignorando que había gente a su alrededor, se encontraba solo. La velocidad y los destellos de luz en la ventana lo llevaron al recuerdo.
Ese aroma, esos labios, esos besos, intensificados por el miedo a ser descubiertos, a que encontraran el escondite de sus pasiones. Esos ojos, destellantes, felinos, esos cabellos sedosos, que se confundían con el sol. Ese cuerpo, prohibido, lugar de regocijo, de pasiones desatadas, de ternura y desenfreno, lugar de expresión, de complicidad. Recordó aquella personalidad dinámica, encantadora, adorable, que se asemejaba en muchos aspectos con la de él. Recordó esa sonrisa que muchas veces se poso sobre sus labios y se transformo en un beso tibio.
Cuando volvió en sí, había llegado a su destino, cargó el bolso sobre su hombro, salió de la estación y camino por la calle hacia su hogar, con el sol brillando sobre su rostro.
Pensó en él, en aquel ser externo, que tenia mas derechos sobre aquella mujer, por haberla tocado primero, por haberla conquistado, él había robado ese corazón hace ya mucho tiempo. Hacia aquel hombre de noble espíritu no sentía mas que respeto, por ser su amigo, por conocerlo desde la niñez. Aquel hombre era digno de imitar, incapaz talvez, de hacer lo que él estaba haciendo. Le ocultaba la verdad.
Se sintió culpable, miserable, le había faltado el respeto a alguien que solo merecía lo mejor. Que infantil había sido. Corría y olvidaba por cada paso que daba, como un niño, sin medir consecuencias. Estaba acuchillando por la espalda a su amigo y así mismo, transgrediendo sus propios valores. Por todo ello, había decidido tomar distancia, alejarse, proteger su amistad, antes que la verdad arrasara con ella.
Desde un principio sabía lo que podía suceder. Aun que sea por un momento, le tomo el peso a la situación, pero cuando esta se escapó de sus manos, era mejor olvidar. Entonces cerraba los ojos y se dejaba llevar por sus emociones. Eran solo él y ella, el mundo no importaba. Él no estaba solo en esto, ambos lo sabían.
No competiría por una mujer, no la quería para él. Pero su alma y su corazón estaban muertos. La rutina, los desaciertos y los desamores, habían conseguido destruir su sensibilidad, su memoria y su cuerpo no lograban concebir lo que era dar y recibir. Y en esto su conciencia encontró a una justificación y su sentir fluyó. Mas de alguna vez, deslizo sus dedos con ternura por su cara, mas de alguna vez la abrazo por que la extrañaba, mas de alguna vez se miraron a los ojos, abriendo su alma, sacando la verdad de si mismos, y eso era lo que él buscaba. Quería vivir a prisa, sentir su juventud, quería experiencia, sentir, tocar fondo y volver a la vida, volver a sentirse humano, quería experimentar, dejar de ser un muñeco inerte y lo había conseguido. Volvió a sentir su corazón, estaba vivo, que afortunado era. Entonces sonrió.
Estaba con los ojos parcialmente abiertos, escondiéndolos del sol. Respiró hondo, sintiendo la suave brisa de la tarde revolotear en su cabello. Ella le había entregado tanto y el dio lo que mas pudo, dentro de lo que le permitieron el azar y los encuentros furtivos. No era la primera, ni la ultima, y cada momento vivido lo convertían en una mejor persona pensó. Se sentía pleno, feliz, añorando lo que vendría mañana.
Su casa se veía a la distancia, sobre ella, se posaba el sol y se dijo:
-Que suerte tengo....

Texto agregado el 25-03-2008, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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