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Desenfreno

El lugar que Eduardo había escogido para sus transacciones era la segunda maceta frente al corredor de los psicóticos. Ponía su mercadería en la planta, oculta entre las hojas lustrosas, y sus compañeros podían retirarla alargando el brazo entre la reja, apenas necesitaban agacharse o demorar un segundo para que los otros no sospecharan. Ulises estaba deambulando por el patio interior techado cuando vio pasar una cabeza anaranjada, y se acercó a la reja. Eduardo se marchaba silbando, las manos cruzadas en la espalda. Ulises sacudió la cabeza, saludó al doctor que iba pasando, se abalanzó y arrebató la bolsita de plástico transparente de entre las hojas.
–¿No tienes con que pagarme? No te preocupes, lo hago de favor. En este lugar son tan cuidadosos que no se puede colar nada –le había dicho Eduardo el día anterior–. Donde estaba antes me traían plata y podía conseguir lo que quisiera, pero acá... –terminó suspirando, mientras Ulises lo miraba de reojo, dudando después de todo si debería tomar lo que le diera.
–Tengo un sedante que te va a hacer dormir como un bebé –agregó Eduardo, risueño, describiendo las bondades de su producto.
Ulises no necesitaba recelar de él; Eduardo era un experto en todo lo referente a enfermedades y curas. Había comenzado con dolores de cabeza y de estómago, pero una vez que la docena de médicos que visitaba asiduamente se cansaron de su presencia o se les agotó la reserva de análisis, comenzó a estudiar por sí mismo tratados de medicina para descubrir qué tenía. Llegó a la conclusión de que padecía un conglomerado de enfermedades extrañas a medida que sus síntomas iban creciendo: tenía manchas amarillas en los brazos y picazón en la nuca, puntos blancos en la retina, diarrea vespertina, insomnio, ahogo, parálisis repentinas. Lo que primero le pareció interesante o curioso, pasó a causarle un gran temor y desazón constante. Después de pasar por la homeopatía francesa y alemana, beber su propia orina, hacer yoga y acupuntura, reiki, e irrigación intestinal, empezó a automedicarse. Terminó en el hospital por envenenamiento y, como al salir volvía a tener sus malestares, volvió tres veces más por tomarse un cóctel completo de drogas. La última vez tuvo la mala suerte de provocar un pequeño incendio gracias a un tanque de oxígeno y un colchón inflable que entró en cortocircuito. No hubiera sido la gran cosa si no hubiera tratado de ayudar a su vecino, porque al empujarlo de la cama le arrancó la sonda, y Eduardo fue encontrado por las enfermeras en actitud sospechosa, con el suero en una mano, la bolsa de orina en la otra y su compañero de cuarto en el piso.
Del hospital psiquiátrico fue echado por traficar con drogas y Santa Rita lo aceptó, aunque su familia no tenía recursos para pagar una clínica privada. Aquí no había aprovechados que le trajeran sustancias raras, pero de vez en cuando lograba sustraer algo de lo que le daban a los demás, aunque tuviera que sacarlo de la boca de algún paciente más lento.
Después de repartir, le quedaron un par de cápsulas y, a la hora de ir a la cama las estuvo mirando, haciendo tiempo, como un niño que hace durar el placer antes de comerse sus únicos caramelos.
–Para los nervios –murmuró en la oscuridad, tragándolas de un buche.
En la cama de al lado, hacía rato que su compañero roncaba; y varios muros más allá, Ulises trataba de conciliar el sueño relajándose tal como le habían enseñado. Su última visión despierto fue un vaso de plástico con agua que había sobre la mesita, enrojecido por la luz tenue del velador.
Lina seguía despierta ya pasada la medianoche; daba vueltas en su cuarto, descalza, para no despertar al resto. Fue a la ventana y abrió la cortina buscando aliviar la sensación de opresión que ese espacio pequeño le generaba. Estaba más inquieta de lo usual a esa hora de la noche. Aguzó el oído, porque creyó escuchar gruñidos y rasguños. Detuvo su ronda, alerta; debía estar imaginando cosas. A la mañana se le pasaría esa urgencia, se dijo, esa sensación de privación que la acosaba, se desvanecería con la luz del sol.
Ulises abrió los ojos. Estaba en su cama, la luz gris que anunciaba el alba difuminaba los rincones. Se sintió feliz, porque por primera vez en semanas pudo dormir tranquilo, sin que lo asaltaran pesadillas y engendros. Salió de la cama; se desperezó, sintiéndose elástico, descansado y fresco, y caminó hacia la puerta. De pronto se volvió sorprendido, al notar que la cama contigua estaba vacía. Las sábanas blancas formaban un revoltijo y la manta clara caía hasta el piso. Ni Ulises ni el mueble formaban ninguna sombra en el piso, porque una luz potente entraba por debajo de la puerta. Ulises alargó una mano hacia el picaporte, temiendo girarlo pero incapaz de detenerse.
La puerta se abrió de golpe y se encontró cara a cara con un hombre.
–¡Hola! –exclamó Eduardo con frescura, como si encontrara la situación divertida–. ¿Qué haces en mi sueño?
Ulises frunció el ceño. ¿Cómo se había metido hasta su cuarto, traspasando la reja que separaba las salas? ¿Y por qué le preguntaba eso?
Cruzó el umbral, ignorando la niebla que le cubría los pies. Del otro lado, en lugar del pasillo, se encontró en un amplio prado de color verde pálido, grisáceo como un día de invierno. Debía estar soñando y había soñado que despertaba y se levantaba, pensó. Pero no era una pesadilla.
–No es una pesadilla –Eduardo hizo eco de sus pensamientos.
Ambos estaban vestidos con su ropa de cama, Eduardo tenía un pijama con la camisa desabotonada y Ulises podía ver cómo ondulaba su piel debajo de la ropa.
–¿Qué te pasa? –exclamó señalando su torso.
Eduardo se miró, indiferente; pero al ver los gusanitos gordos que reptaban por debajo de su piel su expresión cambió rápidamente.
–¡Ah! –gritó espantado–. ¡Saca... sácalos! –gritó, sacudiendo los brazos.
Ulises lo miró impotente y comenzó a sudar y a respirar con agitación, escuchando el fru-fru que primero le pareció venir de los gusanos y sólo después se dio cuenta de que provenía de algo muy grande que se acercaba arrastrándose por el piso reseco. Fru... fru... Eduardo se miró las manos deformes, los dedos estirados y fundidos como moco; las movió frenético, tratando de sacarse de encima esa visión, pero lo único que logró fue alargar aún más sus dedos hasta que le colgaban hasta el piso. Salió corriendo en busca de ayuda. Ulises ya no se preocupaba por él, tenía los ojos cerrados y rogaba salir de allí. Algo se acercaba. Quería despertar. A través de sus párpados notó que ya no estaba en el hemisferio luminoso, el mundo en el que estaba parado había rotado bajo sus pies y la gran sombra se cernía sobre su cabeza.
Abrió los ojos y no vio nada. Estaba sumergido en lo negro, lo oscuro le llenaba los pulmones, sofocándolo, y sentía su gusto a hierro en la boca. La piel se le erizó al sentir algo correoso y frío. Se tapó los oídos, presintiendo que iba a escuchar algo espantoso en el silencio invisible y al segundo estallaron los aullidos de un millón de sirenas, taladrando su cabeza. Aunque se tapara las orejas, estaba hundido en la nada negra que entraba por todos sus poros y agujeros. Le parecía que había pasado una eternidad, no podía recordar quién era ni cómo había llegado allí. Perdió toda noción de sus pies y manos, y de la nada una luz roja estalló detrás de sus ojos.
Ulises abrió los ojos y se encontró con un aliento caliente y pútrido que le soplaba en la cara, mientras su cabeza subía y bajaba violentamente, golpéandose contra la almohada de su cama. Disparó sus brazos agarrotados contra su atacante y logró parar sus sacudidas un momento. Reconoció a su compañero de habitación en el momento en que este pegaba un salto y le salía de encima, rebotando contra la pared.
De repente, la puerta se abrió, reemplazando la luz mortecina del interior con la luz pura del sol. Dos enfermeros se abalanzaron sobre el hombre, que había quedado agazapado en un rincón luego de intentar ahorcar a Ulises.
–¿Estás bien? –preguntó Débora, examinando el rostro pálido del joven, que recién estaba recuperando el oído, ensordecido por los chillidos del sueño.
–¿Qué sucede? –agregó el otro enfermero, conteniendo los brazos del hombre que hasta ese momento había sido un paciente tranquilo, despistado, estable–. Nunca tenemos tanto trabajo a esta hora. Apenas son las seis y ya se despertaron cuatro excitados.
Después de que Débora lo consolara y su compañero fuera arrastrado de la habitación, mientras escuchaba los gritos provenientes del pasillo, Ulises volvió debajo de la sábana sintiéndose culpable. La doctora Llorente pasó como rayo, la cara roja y los ojos brillantes, preocupada por la epidemia de gritos. Grandes arañas caminaban por los techos, según sus pacientes, y radios instaladas en las cabeceras de las camas los obligaban a salir, correr y golpearse, mediante mensajes en lenguas muertas que sólo se oían dentro de sus cabezas.
–Esto pasa de vez en cuando –tranquilizó Avakian a la exaltada psiquiatra, palméandole el hombro, despreocupado.
Silvia Llorente se fue por el pasillo meneando la cabeza, reprochándole su indiferencia. Al rato, se cruzó con Lucas y su cara de pocos amigos le comunicó a este que había pasado una mala noche, al igual que podía ver por el agotamiento en los demás funcionarios. Silvia sólo le pasó unas carpetas, de mal humor, sin dar más detalles. Lucas se puso la bata y caminó por la clínica. En el camino se encontró con una escena que lo dejó perplejo. Avakian estaba charlando con Débora, quien en su impecable uniforme blanco le estaba explicando lo que habían hecho con algunos pacientes inquietos. Al darse vuelta la jefa de turno para cerrar una puerta, Aníbal aprovechó para pellizcarle con alevosía la parte más carnosa de su anatomía posterior, a lo que Débora pegó un salto y, luego de lanzarle una mirada furibunda, siguió de largo, mascullando entre dientes.
–Aníbal... –lo abordó Lucas, extrañado, y se quedó sin saber qué decirle.
Sabía que el doctor Avakian era un pícaro y le gustaban las mujeres jóvenes y rellenitas, y Débora estaba muy linda, pero nunca había cometido una falta de respeto con una colega en el lugar de trabajo. Por su parte, Avakian empezó a hablarle de los pacientes como si nada, aunque notó la expresión atónita de su amigo. Cuando llegaron al cuarto que Ulises ocupaba, Lucas se detuvo a preguntarle:
–¿Te encuentras bien?
A lo que el joven respondió afirmativamente; menos preocupado por el ataque que por la pesadilla, de la que tal vez su compañero lo había salvado al despertarlo en su violencia.
–Pregúntele a ella... –susurró de pronto, cuando Lucas ya se marchaba–. Ella lo vio.
Massei se volvió, sorprendido por su tono sombrío. Ulises lo miraba, esperando ayuda y comprensión:
–¿Qué cosa? ¿Quién es ella? –replicó Lucas, pero Ulises decidió permanecer mudo luego de lanzar la piedra.
–Déjalo, es una tontería –dijo Avakian con desdén, pensando que empezaba a delirar.
–Tal vez quiere decir Lina –sugirió Carlos, quien se había detenido junto a ellos–. Cuando vino nos encontramos en el pasillo y él comenzó a gritar, apenas verla, que sabía algo.
Lucas se volvió hacia el enfermero, exasperado, debido a que todo volvía sobre ella. Pero se sorprendió al notar los nudillos de Spitta bañados en sangre. ¿Acaso hasta los empleados se habían dedicado a golpear los muros con los puños? “Tuve que parar a unos que se levantaron con ganas de pelea”, explicó Carlos, y Lucas se preguntó cómo habrían quedado. Caminó hasta el salón comunal, curioso por ver si la locura se había extendido por toda la clínica o sólo en ese pabellón. Para su tranquilidad todo parecía normal.
Aunque los problemas no llegaban hasta la recepción, desde que llegó por la mañana, Deirdre había sentido un escalofrío y una sensación de inquietud, como que algo se estaba cocinando y todos corrían peligro. A su lado, Valeria actuaba como si nada mientras hablaba por teléfono. La pelirroja se quedó mirándola por el rabillo del ojo, descontenta. La puerta de calle se abrió y Deirdre respingó, apretando con fuerza la cruz de ágata que colgaba sobre su pecho.
Aliviada, vio que sólo se trataba de la nutricionista. No trabajaba ese día, sólo pasaba a buscar una agenda que había dejado olvidada, dijo Julia al pasar sonriente, desapareciendo por la puerta de personal. Al mismo tiempo, Lucas se frenaba a mitad del salón, junto a la mesa de cármica donde Ana y otra paciente jugaban al ludo. ¿Qué iba a hacer? Se reprendió. ¿Le iba a hacer caso al delirio de un paciente que acusaba a otro de ser culpable de sus sueños? ¿Por qué le era tan fácil desconfiar de ella, por qué no quería ayudarla al igual que a los demás? Ignorando que una psicóloga le había hablado, Lucas se volvió como un autómata. La mujer que se había dirigido a él lo insultó entre dientes, por engreído. Ana la miró, sorprendida. Su compañera de juego, Andrea, se había quedado inmóvil con la vista en el tablero. Estaba callada, aunque solía moverse todo el tiempo y parlotear sobre su increíble vida de actriz.
–¡Hola! –saludó Julia al salir por una puerta al pasillo, sintiendo que el día se iluminaba.
El viaje extra había valido la pena, al menos para ver al doctor Massei con esa cara de distraído tan cómica. Iba a seguir de largo, pero se sentía contenta, efervescente, y decidió aprovechar la oportunidad. Se interpuso en su camino y Lucas debió frenar de golpe para no chocar con ella; le colocó las manos sobre los hombros como disculpa.
–Ho-hola, lo siento, iba distraído pensando en... –tartamudeó, pero Julia no lo estaba escuchando.
–¿Qué te parece si te invito a cenar? –lo interrumpió.
–Eh... –Lucas se sorprendió, pero lo tomó como una invitación de amigos–. Bueno, me encantaría que lo hicieras. Cuando quieras arreglamos algo.
Julia frunció el ceño. Tanto tiempo le había tomado decidirse a hablarle y él le contestaba que sí con tanta frialdad. No tenía corazón. Enojada, se volvió y salió por el pasillo a grandes zancadas, exclamando con desagrado: –¡Está bien!
Lucas quedó boquiabierto un momento y luego volvió a su consultorio, preguntándose qué le pasaría.
En la recepción, Deirdre la vio pasar casi llorando, tomó el auricular, y marcó el número de Vignac. Se estaba asustando.

Texto agregado el 27-03-2008, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-03-2008 entre Freddy Krueger y el dr. house patriciowk
27-03-2008 Muy entretenido y bien logrado. Atayo
27-03-2008 interesante collectivesoul
 
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